El último pilar del empirismo: David Hume

Sep 17 • Reflexiones • 2470 Views • No hay comentarios en El último pilar del empirismo: David Hume

 

Para David Hume, sólo es posible conocer el mundo gracias a las impresiones que nos da la experiencia, lo que se contrapondría a las teorías que consideran las ideas como algo innato

 

POR RAÚL ROJAS 
El escocés David Hume (1711-1776) es uno de los filósofos empiristas más conocidos. Escribió un extenso Tratado sobre la Naturaleza Humana que pasó prácticamente desapercibido, pero del cual Hume pudo posteriormente exponer el contenido epistemológico en una obra más breve y, sin embargo, más influyente: la llamada Investigación sobre el Entendimiento Humano, de 1748. Habían pasado décadas desde que los otros dos empiristas famosos, George Berkeley y John Locke, habían ya publicado sus respectivos tratados cognitivos, así que Hume se puede referir a ellos y trata de hacer propuestas diferentes. En el fondo de la obra de los tres famosos empiristas encontramos la misma interrogante de partida: ¿cómo es que el entendimiento humano puede percibir y conocer la realidad? Immanuel Kant dirá, años después, que la aproximación teórica de Hume, el escepticismo filosófico, lo despertó de su “sopor dogmático”.

 

David Hume nació en Edimburgo, Escocia, donde estudió leyes y filosofía en la universidad local, en la que se matriculó con apenas doce años. A los 24 años emigró a Francia donde, en total reclusión, compuso el Tratado mencionado arriba, que pudo ser publicado en 1739 en Londres. Sin embargo, el Tratado no le ayudó a conseguir un puesto académico, al contrario. Hume tuvo que asumir empleos que eventualmente le dieron independencia económica. Nunca pudo convertirse en profesor universitario, dado que fue acusado de ateísmo, así que se convirtió en el bibliotecario de la Cámara de Abogados. Con ayuda del enorme acervo de libros, Hume redactó la obra que finalmente lo hizo célebre, la Historia de Gran Bretaña. Posteriormente escribió sobre la historia de la religión, con tanto éxito, que la Iglesia católica ordenó incluir todos los escritos de Hume en el Index Librorum Prohibitorium, la guía definitiva de lo que nadie debería leer. Probablemente esto no afectó demasiado al filósofo e historiador escocés, quien ya podía vivir confortablemente de la venta de sus libros.

 

La Investigación es una obra realmente amena de leer: la argumentación es clara y va al grano. La filosofía no había alcanzado todavía la impenetrabilidad discursiva que va a caracterizar las obras epistemológicas del siglo XIX. En la época de Hume todos podían ser filósofos, aunque la Investigación comienza aclarando que la filosofía que pretende exponer no es simplemente intuitiva, requiere de un esfuerzo de concentración para entender sus enunciados. El problema, dice Hume, es que la introspección mental es dificultosa y cuando escrudiñamos las operaciones de la mente, estas deben “ser aprehendidas en el instante”.

 

Hume comienza por proponer que lo primario son las impresiones sensoriales de las cosas. La memoria y la imaginación pueden “copiar” las percepciones de los sentidos, pero no alcanzan su grado de “vivacidad”. Por eso las percepciones de la mente se dividen de manera natural en impresiones sensoriales y en “ideas”, que son impresiones más débiles. El poder creativo del intelecto puede “combinar, transponer, aumentar o disminuir” el material que los sentidos proporcionan, pero nada más: “todas nuestras ideas … son copias de nuestras impresiones o de otras ideas más vívidas”. El ejemplo que Hume utiliza para justificar esto, es el de los ciegos que nunca podrán concebir a los colores, así como los humanos tampoco podrán imaginar las percepciones de animales con otros órganos sensoriales. Por eso las “impresiones son innatas, pero ninguna de las ideas es innata”.

 

Dada esta diferencia, Hume postula ahora que todos los objetos de la razón humana son “relaciones de ideas o cuestión de hechos”. Teoremas matemáticos son relaciones de ideas, pero que el Sol salga todos los días es un “hecho”. Es decir, no podemos concebir la negación de un teorema matemático, porque sería una contradicción, pero si podemos concebir que el Sol no salga mañana. Lo primero se debe a combinaciones lógicas que deben cumplirse, lo segundo es algo que hemos observado hasta ahora, pero de lo cual podemos concebir también su contrario. Por ejemplo, no podemos concebir un triángulo con cuatro lados, pero sí una manzana que no cae al suelo y que queda flotando en el aire.

 

Aquí ya nos adentramos al meollo de la argumentación de Hume, quien está consciente de que se encuentra en lo inexplorado: “marcharé ahora por terreno difícil, sin guía ni señales; que eso sirva para excusar los errores que cometa o las dudas que suscite”. Para Hume hay tres maneras de conectar ideas con otras ideas: “por semejanza, contigüidad en el tiempo o en el espacio, y por causa y efecto”. Una pintura que contiene una manzana nos remite mentalmente a esa fruta. El cuarto en una habitación nos hace pensar de inmediato en el cuarto contiguo. Un verso que escuchamos nos hace anticipar la siguiente estrofa. Es claro entonces que tejemos cadenas de ideas basados en su semejanza y contigüidad. Lo que no está nada claro, dice Hume, es cómo podemos percibir una relación causa-efecto, si no existe ninguna impresión sensorial que nos la certifique. Podemos ver, por ejemplo, que una bola de billar mueve a otra, al chocar con ella, pero también sería concebible para la mente que no la moviera. Hume llama a este problema su “escepticismo sobre las operaciones del entendimiento”.

 

Hume propone que la relación entre causa y efecto “no se descubre por la razón sino por la experiencia”. Las reglas de la mecánica, por ejemplo, no son algo que tengamos ya integrado en el cerebro. Las descubrimos poco a poco, por la práctica, como cuestiones de hecho. Aquí es donde Hume hace una propuesta que parece objetable dado el éxito de la ciencia moderna. Dice Hume: “no científico razonable ha dicho conocer la causa última de ningún proceso natural … Estas causas y principios últimos están totalmente ocultos a la indagación humana”. A diferencia de la geometría, que puede extraer conclusiones por puro razonamiento abstracto, en la física se tienen que descubrir los efectos de las cosas observándolas y haciendo experimentos. El razonamiento abstracto se justifica a sí mismo, al seguir las reglas de la lógica, pero las aseveraciones de cuestiones de hecho no están basadas en la lógica o “ningún otro proceso del entendimiento”.

 

Por inducción esperamos que el Sol salga mañana, si ha salido todos los días hasta hoy. Confiamos en que así sea por nuestra experiencia previa. Por eso el razonamiento humano es de dos tipos: “demostrativo, o sea que se trata de relacionar ideas, o bien razonamiento de hecho”. El razonamiento inductivo, extrapolando del pasado hacia el futuro, involucra la noción de probabilidad. Es más probable que el Sol salga mañana a que eso no suceda.

 

Para Hume es muy importante que existan “causas últimas” que son insondables. Ese es el “poder” de las cosas. Un ejemplo que no maneja Hume, pero que ilustra bien el problema, es el de la gravitación. Newton pudo explicar las leyes de Kepler del sistema solar con su teoría de la gravitación y sus leyes de la dinámica, pero el “poder” gravitacional de los objetos no quedó aclarado. Cómo es que el Sol puede actuar a distancia sobre los planetas es algo sobre lo que Newton no se atrevió a especular. Para Hume entonces, lo dado serían los datos astronómicos, que nos permiten inferir dónde vamos a encontrar a Marte mañana, pero sin revelar la fuente última de la que se nutre ese poder gravitacional, que, al final de cuentas, es la base de causas y efectos en el sistema solar.

 

En la quinta parte de la Investigación Hume presenta una solución para el problema planteado. Quiere demostrar que no es “a través del razonamiento que suponemos que el futuro será como el pasado y que podemos esperar efectos similares de causas similares”. Si suponemos que hay una cierta regularidad en el mundo es “por costumbre o hábito”. Lo único que podemos observar son correlaciones de eventos (una flama produce calor) pero nos habituamos a anticipar un evento cuando vemos el otro: “la costumbre es, entonces, la gran guía de la vida humana”. Los humanos podemos imaginar cosas ficticias o cosas que esperamos que ocurran por causalidad. La diferencia reside “en un sentimiento asociado a la expectativa, pero no a la ficción – un sentimiento que no depende de la voluntad y que no puede ser simplemente activado. Debe ser causado por la naturaleza”. Es decir, la ficción se “siente” diferente al efecto causal anticipado mentalmente. Hume se esfuerza por definir ese sentimiento y nos ofrece lo siguiente: “La expectación no es nada más que una concepción más vivida, forzosa, fuerte y firme de un objeto que la imaginación sin ayuda alguna puede alcanzar”. Así que Hume encuentra la solución al problema de la imperceptibilidad de las relaciones de causa-efecto en una interacción con la capacidad de emoción humana que transforma esas relaciones causa-efecto en más intensas y firmes en la mente, dada su conjunción repetida con “algo ya presente en la memoria o en los sentidos”. Así como la asociación de ideas por semejanza y contigüidad es un principio de la cognición, la regularidad de lo que observamos refuerza constantemente la noción de causalidad, aunque la causalidad en sí no sea directamente perceptible. Esperamos que la manzana caiga del árbol, aunque no podamos ver directamente a la gravitación tirando de la manzana: “cuando el pasado ha sido enteramente regular y uniforme, esperamos el resultado esperado con gran confianza”. Un gran número de resultados similares “generan la emoción que llamamos expectativa o creencia”.

 

Pero negar que la causalidad sea directamente perceptible lleva a dos problemas que Hume va a tratar de resolver. Uno es el de la contradicción entre causalidad, por así decirlo interna, y el otro es el problema del libre albedrío. Ya habíamos dicho que hay causas últimas que para Hume son insondables, pero hay algo que ha quedado abierto. Cuando yo decido mover mi brazo, y este se mueve, la relación de causalidad es evidente para la mente. Lo quise hacer y así sucedió. Pero no es tan fácil, dice Hume. En primer lugar, controlar nuestro cuerpo es algo que hemos aprendido por prueba y error, es decir, de la experiencia. En segundo lugar, lo que hace el cuerpo es activar músculos, nervios y fluidos animales, pero no tenemos la menor idea de cómo se conecta la “mente con el cuerpo”. Esa conexión es el “poder” que posibilita que movamos el cuerpo, pero la conexión permanece oculta para nuestro entendimiento. Ese poder es “completamente misterioso e imposible de comprender … así como ignoramos como es que objetos actúan sobre objetos, somos igualmente ignorantes del poder a través del cual la mente actúa sobre el cuerpo, o el cuerpo sobre la mente”. El mismo concepto de causa eficiente apunta hacia el problema fundamental: “ningún episodio aislado de causalidad mental o física produce ninguna impresión del poder o conexión necesaria”. Sin una impresión sensorial que lo valide, no hay manera de asegurar una relación causa-efecto más que de manera probabilística, por costumbre y por ese sentimiento de expectativa que produce.

 

Ya hacia el final de la Investigación, Hume discute el problema de los milagros en todas las religiones (que obviamente tienen que ver con el problema de la causalidad) y propone una manera de decidir si deben ser creídos o no: dado un milagro cualquiera (la resurrección de una persona, por ejemplo) hay que calcular qué es más probable, que el milagro haya ocurrido, o que los testigos estén mintiendo o no sean de confiar. Con esa simple receta, Hume no encuentra un solo milagro que sea creíble en todas las religiones y menciona varias veces la existencia de “leyes naturales” que no pueden ser anuladas. Pero hay algo que a mí me sorprende más. Hume argumenta largo y tendido que las relaciones causa-efecto no son discernibles por el pensamiento, pero al mismo tiempo acepta que existan leyes naturales que implican relaciones de causa-efecto. Por eso se ha dicho que en cuanto a las leyes naturales Hume no es “humeano”, por así decirlo. Lo que pasa es que Hume quiere argumentar contra los racionalistas que ven en el mundo la realización imperfecta de un mundo de ideas, las que serían eternas e incluso innatas. Al no haber ideas innatas y no haber manera de constatar directamente relaciones de causa y efecto, o lo que Hume llama el “poder” de los objetos, ¿cuál es el proceso a través del cual podemos descubrir leyes naturales? Eso ya no lo aclara Hume. Es también un problema realmente muy moderno y que se refleja en la discusión que ha habido siempre acerca de las matemáticas como “lenguaje” de la naturaleza. ¿A las matemáticas se las inventa o se las descubre? Si se las inventara, ¿cómo es que la naturaleza se ciñe a ellas en las leyes naturales?

 

Después de todo un libro de escepticismo, en el último capítulo de la Investigación Hume propone que el “escepticismo moderado” es el mejor. Solo las matemáticas tratan de “cantidades y números”. Todas las otras ciencias tratan de “cuestiones de hecho”. Así que fuera de las matemáticas todas las ciencias están basadas en la experiencia. Y por eso Hume concluye diciendo: “Si en la biblioteca tomamos un volumen en las manos … preguntémonos: ¿Contiene razonamientos abstractos sobre números o cantidades? No. ¿Contiene razonamientos basado en la experiencia sobre cuestiones de hecho y de existencia? No. Entonces, arrójalo al fuego, porque no puede más que contener sofismas e ilusiones”.

 

Pero la Inquisición se adelantó y envió al fuego al libro del escéptico empirista escocés. El capítulo sobre la inexistencia de los milagros obviamente no ayudó.

 

FOTO: Retrato de David Hume realizado por el pintor Allan Ramsay/ Galería Nacional de Escocia

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