Emilio Uranga, el conspirador del 68

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A 50 años del Movimiento estudiantil de 1968, el investigador Jacinto Rodríguez Munguía hace una relectura de la matanza de estudiantes el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en la Ciudad de México. En entrevista, habla de su libro La conspiración del 68. Los intelectuales y el poder: así se fraguó la matanza, donde se documenta la participación del filósofo Emilio Uranga en tareas propagandísticas en contra de esta rebelión juvenil

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POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ

A las 7:30 de la noche del 2 de octubre de 1968, cuando Tlatelolco se había convertido en el escenario de la represión gubernamental al Movimiento estudiantil y el Cuadragésimo Batallón de Infantería cateaba varios departamentos de esta unidad habitacional, el general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial, pidió al general Marcelino García Barragán, secretario de Defensa, que se respetara la vida de los francotiradores que había colocado en edificios aledaños a la Plaza de las Tres Culturas. Hasta ese momento, como se narra en Parte de guerra, de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, el general García Barragán se enteró de la presencia de francotiradores adscritos a este cuerpo de élite.

 

Esta anécdota –reveladora hace 20 años cuando se hicieron públicas las memorias de García Barragán– es el punto de partida para la investigación de Jacinto Rodríguez Munguía para reconstruir no sólo lo que ocurrió ese día en el terreno militar, sino la participación del filósofo Emilio Uranga, crucial en la estrategia propagandística de Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación, en contra del Movimiento estudiantil.

 

En su nuevo libro, La conspiración del 68. Los intelectuales y el poder: Así se fraguó la matanza (Debate, 2018), destacan dos nombres que hasta entonces habían permanecido olvidados: el general Jesús Gutiérrez Castañeda, comandante del Primer Batallón de Guardias Presidenciales, presente en la Plaza de las Tres Culturas, y el filósofo Emilio Uranga.

 

Para Rodríguez Munguía, quien documentó en La otra guerra secreta (Ediciones B, 2007) la relación y codependencia del poder político con la prensa mexicana durante la segunda mitad del siglo XX, la presencia de Gutiérrez Castañeda confirma una idea muchas veces negada: la participación del Estado Mayor Presidencial en la represión al Movimiento estudiantil el 2 de octubre de 1968.

 

“Estos dos nuevos personajes me dan lo que me faltaba para entender el 68 desde todo lo que había escrito: el filósofo que genera toda una construcción paralela de la historia –distinta a las narrativas que se conocen– y la participación del comandante Jesús Gutiérrez Castañeda. Son personajes con un papel determinante desde el comienzo hasta el fin”.

 

 

¿Cómo podemos dimensionar la participación de Emilio Uranga como intelectual al servicio del gobierno?
Un movimiento de esa magnitud, como los grandes movimientos de la historia, requieren de personajes que generen una percepción de lo que está pasando. Esta percepción fue creada por Uranga, quien tenía una idea muy clara de la propaganda. Lo que ocurrió o no ocurrió en términos de reacción social tuvo que ver con este trabajo de construcción de realidades paralelas al que no le habíamos puesto atención. Es increíble cómo se fue generando una realidad paralela, como lo indican los manuales de propaganda a gran nivel: construyen un enemigo y lo van acomodando. Entonces el Movimiento estudiantil empezó a correr por un lado y por otro lado, la interpretación que estaba llegando a la sociedad. No es casualidad. Es muy revelador porque me costaba trabajo entender si el 68 hubiese quedado tan olvidado, con tan pocas reacciones, y si había una intencionalidad. Más allá del 68, la trayectoria y trascendencia de Uranga como pensador –si quieren del lado oscuro, pero pensador al fin– aporta una nueva lectura a la historia reciente de México.

 

 

¿Qué papel jugó Uranga en toda esta estructura propagandística?
Uranga fue uno de esos pensadores desbordantes: tenía una gran capacidad para procesar información. Tenía la capacidad de ser muchos “Urangas”: crítico literario, propagandista, filósofo, antropólogo, melómano. Invirtió todo su capital en el poder. Sabía lo que quería e iba por lo suyo: la trascendencia en la historia. Para esto se alió con otro hombre increíble que fue Luis Echeverría, un político nato. Se juntaron dos mentes, cada una en su cancha. Su marca la dejó en pautas muy concretas, en textos básicos de propaganda y de construcción de realidades. No es un escribidor, como Jorge Joseph, a quien se le atribuyó ¡El móndrigo!, el panfleto más célebre contra el Movimiento estudiantil. Quien vea los reportes de Joseph se dará cuenta que tenía un estilo interesante y una gran capacidad de estructurar párrafos y reportes. Pero quien abra ¡El móndrigo! en el capítulo donde están los filósofos meditando se dará cuenta que ese no es Joseph. Nadie le alcanzaba en ese momento a Uranga en la capacidad en esa narrativa que conectaba cosas reales con irreales.

 

 

¿Podríamos decir que Emilio Uranga tenía funciones de consejero y estratega en momentos muy precisos?
Debemos verlo en alianza, no como dependiente de Echeverría. Él iba por su historia. Sabía lo que estaba haciendo para construir su futuro, su trascendencia y su paso a la historia, que en ese momento tenía que ser así. No le interesaba aparecer en ese momento. Si hubiera aparecido no le habría funcionado. Hay una presencia del secreto. Cuando tienes el nombre de quién escribe un texto, éste toma cuerpo, forma, se corporiza, se vuelve un ser humano. Uranga aportó la construcción de realidades, una apuesta por la invisibilidad. No hay que verlo como alguien que ayudó al sistema. Se metió al sistema porque él también quería participar y lo logró. Uranga estuvo en Alemania entre 1954 y 1956. Hay un periodo en esos años donde debate por correspondencia con Luis Villoro entre lo que venía haciendo y lo que va a hacer de regreso a México. Esas cartas reflejan su punto de quiebre para una vinculación directa con el poder. Y a su regreso participó con Adolfo López Mateos.

 

 

¿Hay fragmentos de ¡El móndrigo! que podríamos considerar de su autoría?
Sí. En ¡El móndrigo! hay varios mini ensayos, uno dedicado al poeta español Miguel Hernández y al movimiento obrero, entre otros temas. Hay un capítulo donde aparece un grupo de filósofos que esperan la llegada de una diosa. Uno de los personajes, creo que Augusto, finalmente decide irse por la oscuridad. Es Uranga. Nadie más en ese momento podría escribir como él. Esos mini ensayos de tal profundidad fragmentada también los detecto en otros ensayos breves que escribió sobre López Velarde. Son muy contundentes y potentes. Pero también están en sus mini ensayos en “Granero político”. De los pocos materiales que encontré en otros archivos hay uno que le dedicó al terrorismo. José Revueltas los guardó en su archivo porque los servicios de propaganda tomaban esas columnas y los convertían en folletos que distribuían por millones. Era como si las retwitearan. Revueltas ubicaba a varios en el gobierno. Pero Uranga no era fácil de ubicar.

 

 

José Revueltas fue un lector muy cuidadoso de la propaganda política.
Recuerda que una de sus reflexiones post 68 fue que nos faltó teorizar. Por ahí nos ganaron. Ese trabajo de teorizar sobre el estudiante como el enemigo lo hicieron bien del lado del sistema, no del lado del presidente, sino de Echeverría y su equipo. Revueltas fue de los pocos que alcanzaron a ver que algo se estaba terminando ahí. En una de las cartas que escribe a una de sus hijas, que entonces estudiaba en Francia sobre análisis de los sistemas políticos, le dice que hay que poner atención a eso porque por ahí se están construyendo muchas cosas. El otro es el maravilloso Federico Campbell.

 

 

¿Campbell sabía más de lo que nos contó en Pretexta?
No sólo él. Muchos sabían el tamaño de este personaje. Más allá de Fuentes y Paz, quienes sabían más pero no lo dijeron. Lo entiendo en parte por el odio que le tenían y por el anhelo de sustituirlo, por ser parte de este grupo cercanísimo al poder. Una de las personas más cercanas a Uranga dice que le parece desconcertante cómo vio desfilar a los que quieras frente a él y que al paso de los años se desdijeron.

Jacinto Rodríguez Munguía, autor de La conspiración del 68 y La otra guerra secreta.

 

 

¿Qué pasó el 2 de octubre? ¿Falta de comunicación entre Ejército y el Estado Mayor Presidencial? ¿Un sabotaje mutuo entre los propios órganos de seguridad del Estado?
Para mí, en términos históricos, fue un golpe de Estado, pero a un nivel de arte. No en el modelo que en esos años se solía hacer, con los militares derrocando al poder civil. Por eso fueron relevantes las alianzas entre estos personajes, porque hicieron lo mismo pero de una manera distinta. Lo hicieron de tal manera que parecía normal lo que estaba pasando. Lo digo sin restarle nada a esa burbuja maravillosa que fue el Movimiento estudiantil. Hubo una intencionalidad de construir la historia. Teníamos tantos años del mismo poder que los sucesos extraordinarios preferimos verlos desde los relatos de siempre: desde el presidencialismo como el poder absoluto que dirige y ordena el destino de los seres humanos. Los grandes momentos que cambiaron el rumbo de los países tienen personajes que no solamente irrumpieron, sino que construyeron la historia. Se juegaron todo: traiciones, deslealtades, mentiras, juegos de información, apetencias y deseos de más poder dentro de la estructura militar. Hicieron del 68 un final transitorio porque lo peor vendría después, en los 70. El 68 les funcionó en términos de intencionalidad. Se consolidó un sistema y los personajes que lo condujeron sobrevivieron y se mantuvieron.

 

 

¿Díaz Ordaz fue relegado?
Desde antes. Echeverría fue un personaje de mucha trascendencia. No se le puede exonerar ni exculpar de nada a Díaz Ordaz. A fin de cuentas era el presidente. Pero fue de los que menos entendieron lo que estaba pasando. Tenía la idea de que el presidente era el hombre más informado del país, pero no fue el mejor informado. Esa fue la diferencia. Mucha de esa información pasaba por filtros previos, muchas veces de la Secretaría de Gobernación y los aparatos de espionaje. Díaz Ordaz fue un personaje muy previsible. Por eso se convirtió en el enemigo número uno de la historia. Sabían qué botones tocar y qué reacción iban a tener de él.

 

 

Por las fechas de la conmemoración del 2 de octubre hubo polémicas en redes sociales sobre la participación del Estado Mayor Presidencial. Veo en La conspiración del 68… evidencias testimoniales y documentales. ¿Qué hizo el Estado Mayor Presidencial en la Plaza de las Tres Culturas?
Lo que dijo García Barragán en el libro Trampa en Tlatelolco, del general Manuel Urrutia Castro: meter al Ejército en una trampa histórica. Si el Ejército no hubiera repelido la acción no hubiera entrado a la fiesta como responsable. Durante décadas, cuando se habló de los responsables no se pensó en el EMP, se pensó en el Ejército. El Ejército eran todos. ¿Tuvo responsabilidades? Sí, altísimas. García Barragán fue rebasado. Tenía que haber visto que el EMP estaba jugando del lado de Echeverría. A él mismo se lo reveló Gutiérrez Oropeza cuando le dijo: “Puse 10 francotiradores”.

 

Pero no sabíamos el otro papel. Abajo, el comandante Gutiérrez Castañeda, encargado de Guardias Presidenciales –un cuerpo dentro del EMP– cumplió el trabajo más sucio y más alejado posible de las reglas. Junto con ello, y eso es parte de las investigaciones ministeriales de la FEMOSPP (Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, creada en 2002 en la Presidencia de Vicente Fox), un personaje declaró que ese día Gutiérrez Castañeda –que después sería jefe del EMP de Echeverría– se desplazó a Tlatelolco con 200 elementos. El guión es perfecto. Ese fue su papel: meter a sus hermanos de armas como responsables de la masacre. Hubo una administración de la violencia. Había 5 mil elementos, todos armados. Si todos hubieran disparado no me quiero imaginar la magnitud. No dudo que alguno haya disparado, por enojo, odio, miedo, lo que sea. Hay que reconocer que la mayoría de sus soldados no disparó porque me temo que esa era la intención para meterlos en la trampa.

 

 

¿Cuáles son los pendientes en las investigaciones sobre el Movimiento estudiantil de 1968?
Falta conocer más el papel de la Iglesia, de los empresarios, de los publicistas. Hay muchos más personajes que también hicieron su labor. ¿Qué pasó con todas las empresas de comunicación que existían en esa época y ofrecían sus materiales y se los mandaban gratuitamente al gobierno para denigrar a los estudiantes? Faltan también otros elementos de prueba como los cientos o miles de metros de cinta que se grabaron en la Plaza de las Tres Culturas. También tenemos que pasar a la otra parte, la Guerra sucia de los años 70.

 

 

Hace unos meses se aprobó la Ley General de Archivos. ¿Esta nueva ley contribuye a una búsqueda de la verdad?
No. En el 2002 abrieron al público, por petición de un presidente del PAN (Partido Acción Nacional), los fondos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), el Ejército y algunos fondos presidenciales que se sumaron al fondo Gobernación, que estaba abierto desde 1998. Fueron 15 años de acceso. La historia estaba abierta. De tres años a la fecha eso se acabó, con ley o sin ley, porque todavía no se aprobaba. El argumento de la protección de datos fue un argumento para retroceder 50 años. Hoy los archivos no son accesibles. Son decisiones políticas. ¿Qué tipo de apertura es esa en donde no hay acceso a los archivos? Hoy por hoy los archivos están cerrados.

 

 

El nuevo gobierno anunció que se instalará una Comisión de la Verdad. ¿Qué se puede esperar con relación a los archivos?
Sin archivos, no; así como están, no. No podemos acceder a una verdad cercana cuando el trauma del 68 es algo que no terminamos de cerrar. Eso se procesa con información, mirando nuestro pasado cueste lo que cueste, por muy incómodo. Ese es nuestro pasado. Con estos archivos no se va a llegar a ningún lado. Hemos hablado mucho del 68. ¿Cuándo vamos a empezar hablar de los 70, y de las masacres, de los desaparecidos y de las torturas? Esos archivos están encerrados. 15 años estuvieron abiertos al público por decisiones políticas y por decisión de los directores del archivo que apostaron por la transparencia. Que me perdonen los puristas, pero esto es una decisión política.

 

FOTO:  Detención de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. /Archivo EL UNIVERSAL

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