En honor a la crueldad: entrevista con el escritor Enrique Serna

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Referente indiscutible de la narrativa mexicana contemporánea, el escritor charla sobre su nuevo libro Lealtad al fantasma, volumen de siete cuentos en los que sus personajes exhiben su extravío desde las pasiones, sus fanatismos y autoengaños sexuales

 

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ 
UUn ombudsman que abandona a su familia por un amor de juventud, una groupie homicida, un profesor preparatoriano manipulado en función del sexo que le ofrece una alumna, o un agente de bienes raíces que arrastra con una masculinidad herida, son algunos de los personajes que habitan los cuentos de Lealtad al fantasma (Alfaguara, 2022), nuevo libro de Enrique Serna.

 

En entrevista, el también ganador del Premio Xavier Villaurrutia 2019 por El vendedor de silencio y uno de los autores referentes de la literatura mexicana contemporánea, disecciona a varios de estos personajes y sus historias. Confiesa que si algo le genera mayor antipatía, es el melodrama y el sentimentalismo —recursos que conoce muy bien por su experiencia como argumentista de telenovelas—, y desde ese antagonismo opera su obra cuentística, en la que se inscribe este nuevo volumen.

 

“El melodrama siempre tiende a que nosotros simpaticemos con las víctimas, a que creamos que estamos del lado de la virtud y del bien, y fomenta el narcisismo de la conciencia”, dice, y no duda en confesar que su trabajo en la narrativa breve está alimentado por la crueldad.

 

El también autor de El seductor de la patria, Señorita México y El miedo a los animales se da la oportunidad para hablar de otros temas, entre ellos la condición del periodismo en México y la estrategia de comunicación del gobierno mexicano, caracterizado por el ejercicio de conferencias matutinas, conocidas como “las mañaneras”, un fenómeno que no duda en calificar como “un festival de megalomanía y de palabrería”.

 

Algo que me parece notorio en varios personajes de Lealtad al fantasma es la presencia de masculinidades tradicionales y desorientadas. Pienso en Fidel Ramírez, Samuel Ibarra y Felipe Balcárcel, personajes que parecen no entender del ridículo cuando se trata de ligue y la búsqueda de sexo.

 

Pues estos tres cuentos son pesadillas donjuanescas. En dos de estos casos porque son personajes un poco timoratos, muy apegados a sus parejas, que de pronto tienen la oportunidad de hacer una conquista que creen será el momento de mayor intensidad erótica en sus vidas. Pero se ven atrapados en una serie de circunstancias que hacen que aflore esta lucha entre el apego a sus familias, a la monogamia y al imperialismo fálico, algo que tenemos todos los hombres. Quise mostrar esa lucha desde un ángulo irónico para mostrar la ridícula vanagloria masculina.

 

Estas historias me hicieron recordar esa frase tan trillada pero tan certera: “El sexo y el dinero mueven al mundo”. ¿Cómo se refleja esto en sus personajes?

 

Creo que son dos de las fuerzas que mueven el mundo, desde luego. El deseo, sin duda alguna, también el deseo de que los demás te reconozcan, ya sea por tu riqueza, tu mérito o tu poder político. Como esos son los móviles de la conducta más importantes, buena parte de la narrativa trata de mostrar cómo anidan en el corazón de los hombres y de las mujeres.

 

Este deseo de reconocimiento lo veo muy presente en el cuento “La fe perdida”, la historia de una groupie que termina involucrándose de manera enfermiza en la vida de la celebridad a la que tanto admira.

 

Éste es un personaje que renuncia a tomar el timón de su propia vida por la idolatría que tiene por una diva de Hollywood. Ella vive a sus expensas, prácticamente como un parásito de todo lo que le pasa a la diva. Pero el cuento narra un proceso de liberación de esta fe que la lleva no sólo a llevar las riendas no sólo de su vida, sino de la vida de la mujer a la que idolatraba.

 

Idolatrías que no son exclusivas de la farándula, pero que en otros ámbitos a veces no percibimos o hay quienes se resisten a aceptar.

 

Bueno, hay fanatismos de todo tipo: religiosos, políticos, la adoración hacia un caudillo. Pero en el caso de la farándula, creo que es una patología específica que me interesaba mostrar sobre todo porque en ese cuento hay otra cuestión: es el tema de la gente de ascendencia mexicana que vive en Estados Unidos. Mi personaje al principio del cuento reniega de su nacionalidad. Es una de esas dependientas de tiendas que cuando llega un mexicano y le habla en español, ella le contesta en inglés para marcar distancias. Sin embargo, los acontecimientos que van ocurriendo en la historia hacen que ella se enorgullezca de su origen.

 

En “El anillo maléfico”, primer relato de esta colección, hace un quiebre en la historia: aparece el personaje de Leonardo Pimentel, un escritor alter ego suyo que interpela a su personaje sobre su futuro y el de esta historia. Es una clase avanzada de meta ficción. ¿Por qué utilizar este recurso del escritor hablando sobre su propio proceso de escritura?

 

Nunca lo había utilizado. Es la primera vez que lo hago. Desde luego no soy su inventor. Es un recurso que existe en la literatura desde las obras de teatro de Pirandello, en donde los personajes dialogan con su autor. Pero en este cuento me pareció necesario incluir esta bisagra que divide dos posibilidades de la misma historia: la de un hombre que sucumbe a la tentación, en el primer caso, y la del hombre que se resiste virtuosamente a ella, y ver hacia dónde iba la historia en ambas direcciones. Por eso quise tener este encuentro del autor con su personaje.

 

Cada uno de estos personajes se define por sus acciones y sus palabras. Sin embargo, ¿qué rasgo común agrupa a estos personajes?

 

Creo que lo que unifica a los cuentos es que son personajes que han cedido el timón de sus vidas o han descubierto que alguien se los arrebató. Quise mostrar cómo se puede transformar un hombre o mujer cuando eso sucede, pero también la otra cara de la moneda, que son los invasores de almas, que en algunos de los cuentos no son necesariamente amantes, sino fuerzas sobrehumanas que hacen que los personajes duden de su propia existencia.

 

Me gustaría abordar otros aspectos de su obra. En El vendedor de silencio me parece que se desnudan muchas prácticas corruptas del periodismo mexicano. ¿Cómo observa usted el estado actual del periodismo mexicano, a la luz de la historia de su protagonista, Carlos Denegri, personaje que existió en la vida real?

 

El periodismo mexicano, afortunadamente, ha ido conquistando espacios de libertad, incluso desde la época en que vivía Denegri. En esa época llega Julio Scherer a la dirigencia del Excélsior. Es el primer periodista al que el sistema no pudo amordazar, como sí había hecho con otros disidentes. Por fortuna, a partir de 1997, cuando vino la democracia en México, me parece que el chayote empezó a perder eficacia y se demostró totalmente en el sexenio de Peña Nieto, que gastó miles de millones en sobornos a periodistas y en publicidad en los medios, y aun así perdió las elecciones por una abrumadora mayoría. Entonces, me parece que el periodismo mexicano ha tenido una evolución saludable porque ahora los periodistas más reconocidos son los que tienen mayor credibilidad y son los más independientes. Ya no es como ocurría antes, cuando los mejores eran los más corruptos, como decía Scherer de Denegri.

 

Algo que veo poco común en su obra es el uso de la autoficción. Es una tendencia muy común en otros autores, pero ausente en su obra. ¿Qué piensa de esta tendencia muy frecuente en la literatura hispanoamericana y de otras latitudes?

 

Es una veta narrativa muy interesante, con la que algunos escritores han hecho maravillas. Pienso en Henry Miller, que todas sus obras son autoficción y es un novelista extraordinario. Porque la observación del propio carácter, cuando alguien se retrata con fidelidad, sin temor a recibir el repudio generalizado puede ser muy fértil.

 

A finales de 1995, a partir de su lectura de El miedo a los animales, Christopher Domínguez Michael lo definió a usted, en las páginas de Vuelta — a finales de 1995—, como un alumno más fiel del “realismo sucio”, y lo ubicaba en una ruta que, de manera particular, ya habían recorrido Luis Spota, Ricardo Garibay y Rubén Salazar Mallén. ¿Reconoce su obra desde esta definición o considera que ha evolucionado por otras vías?

 

En lo que se refiere al cuento, a los veintitantos años empecé a aficionarme al cuento cruel, que es un género que tuvo sus primeras manifestaciones a mediados del siglo XIX, como los Cuentos crueles de Villiers de L’Isle-Adam, con algunas ficciones de Baudelaire en El spleen de París, con “El ruiseñor y la rosa” de Oscar Wilde. Son cuentos que le echan un balde de agua helada al sentimentalismo y al melodrama, porque el melodrama siempre tiende a que nosotros simpaticemos con las víctimas, a que creamos que estamos del lado de la virtud y del bien, y fomenta el narcisismo de la conciencia. Lo que hicieron estos autores es una especie de revolución, de echarle ácido sulfúrico a quienes practicaban este tipo de narcisismo. Me pareció muy interesante, y la mayoría de los cuentos que he escrito se inscriben en este género.

 

Me surge la siguiente pregunta a partir del fenómeno que tenemos ahora con el streaming. Hoy que tenemos una presencia tan importante de distintas historias en estas plataformas, ¿hay una veta narrativa por explotar de parte de la literatura y los narradores mexicanos?

 

Podría ser. Yo ya hice una adaptación televisiva de una novela mía, La doble vida de Jesús. Escribí 30 capítulos de una hora porque me la compró Televisa y la pensaban producir. Después se echaron para atrás. Me duele porque creo que es un trabajo desperdiciado a pesar de que me lo pagar. Pero creo que sí es una veta bastante interesante, aunque en las teleseries creo que casi siempre hay que trabajar en equipo porque como son tramas muy intrincadas, a veces dos o tres cabezas piensan más que una. Tuve esa experiencia en mi época como argumentista de telenovelas cuando trabajaba con Carlos Olmos, en ir urdiendo las tramas. Sobre todo cuando te sientes bien con tu socio puede ser muy interesante el trabajo en equipo.

 

¿Ve usted que hoy existan obras con potencial para adaptarse en la literatura mexicana contemporánea para ser explotadas, con la capacidad de que sus historias lleguen a nuevos espectadores y, eventualmente, a nuevos lectores?

 

Desde luego. Hay una veta desaprovechada. Desgraciadamente los directores y los productores de cine no leen mucho que digamos, por tanto ignoran los increíbles tesoros que tenemos. Yo no entiendo por qué no han hecho una película basada en Los errores de José Revueltas, que es una historia extraordinaria. Y así hay muchos otros casos, como la historia de Felipe Ángeles basada en la obra de Elena Garro. Y creo que no las han hecho porque no las conocen.

 

Desde su experiencia como narrador, creador de historias, y con su trayectoria en la elaboración de productos televisivos, ¿qué opinión tiene usted de las conferencias “mañaneras”?

 

Son un festival de megalomanía y de palabrería. No creo, además, que el presidente sea un genio mediático que tiene encandilada a la gente. Todos los presidentes, cualquier declaración que hagan, han sido objeto de primera plana en los diarios. El puesto es lo que te da esa enorme notoriedad. En su caso sí hay una especie de identificación con la torpeza verbal, sus errores. Lo digo en uno de estos cuentos cuando uno de los personajes defiende a López Obrador justo porque se traba, porque no tiene buena sintaxis, algo que hace la mayor parte de la gente en México.

 

FOTO:  Enrique Serna también ha ejercido el periodismo, en el que se inició en las páginas del suplemento sábado, de unomásuno/ Carlos Mejía /EL UNIVERSAL

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