En literatura, México me lo dio todo: Mempo Giardinelli

Mar 19 • Conexiones, destacamos, principales • 11310 Views • No hay comentarios en En literatura, México me lo dio todo: Mempo Giardinelli

POR VICENTE ALFONSO

Autor de Huesos de San Lorenzo (Tusquets, 2015); @vicente_alfonso

 

Escritor y periodista nacido en Resistencia, Argentina, Mempo Giardinelli inició en 1976 un exilio en México que habría de prolongarse por ocho años. Fue durante esa estancia cuando escribió una novela negra de 156 páginas que tituló Luna caliente. Un desahogo. Como él mismo recuerda, la escribió en un mes “mirando al Ajusco desde el apartamento que rentaba en la Magdalena Contreras. Tomaba mate y fumaba, henchido de rabia y dolor por la tragedia en mi país, y avanzaba párrafo tras párrafo, frenético y desesperado”.

 

Protagonizada por Ramiro, un intelectual que vuelve a Argentina tras ocho años de ausencia, Luna caliente ocurre en una nación sometida por la dictadura militar.  El libro recibió en nuestro país el Premio Nacional de Novela en 1983, ha sido traducida a más de una veintena de idiomas y dio origen a una teleserie. Desde entonces Giardinelli ha publicado más de una decena de libros y ha recibido importantes galardones, entre ellos el Premio Rómulo Gallegos  por la novela Santo oficio de la memoria y un Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Poitiers, Francia. Tras ocho años de residir en México, regresó a Argentina en 1984, pero  en sus afectos permanece este país donde tiene muchos lectores y donde cultivó amistades que le marcaron. De hecho, cada año regresa  para visitar a sus “hijas y nietos chilanguitos”. Sobre estos tópicos -exilio, memoria, literatura- conversamos con él en exclusiva. 

 

Su primera novela (¿Por qué prohibieron el circo?) no llegó a las librerías porque fue quemada por la dictadura en 1976. ¿Puede hablarnos de ese momento y de cómo influyó en su escritura?

 

En 1973 presenté el original de ese libro al Concurso Latinoamericano de Novela del diario La Opinión, de Buenos Aires, cuyo jurado era intimidatorio: Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh. No lo gané, pero mis expectativas se cumplieron con holgura: Roa Bastos y Walsh destacaron explícitamente mi novela en el veredicto, lo que para mí fue un gran estímulo. Luego en 1975 la novela fue incluida en la colección Narradores de Nuestra Época, de la Editorial Losada, pero la edición se demoró tanto que desdichadamente coincidió con el golpe de estado del 24 de Marzo de 1976. La edición fue retenida en las bodegas de Losada hasta que una noche del otoño de ese espantoso año argentino fue incinerada junto a miles de otros libros de Losada que los dictadores ordenaron quemar. Eso fue inicio y razón de mi exilio en México.

 

Háblenos de su llegada a México. ¿tenía conocidos aquí? ¿Cómo cambió su idea inicial de este país?

 

Sí tenía amigos, porque el exilio había comenzado un par de años antes y varios compañeros me habían antecedido. La solidaridad de los compatriotas y de muchísimos mexicanos fue uno de los rasgos más nobles del exilio y eso era balsámico para todos los que llegaban. Pero además yo tenía una pequeña ventaja, porque en años anteriores, en Argentina, yo había trabajado para la Editorial Codex en una serie de fascículos sobre la Revolución Mexicana. Por lo tanto, yo tenía una idea más o menos clara sobre la historia, la geografía, la política y obviamente la literatura mexicana. Por eso cuando llegué sentí que pisaba una tierra que para nada me era extraña.

 

Su primera novela publicada, La revolución en bicicleta, deriva de un trabajo periodístico. ¿es el periodismo un semillero de historias para su obra?

 

Bueno, la verdad es que hoy yo preferiría no afirmarlo de modo tan concluyente. En el caso de esta novela, sí, nació de una entrevista periodística que hice a un exiliado paraguayo amigo de mi padre, cuando yo era muchacho. Pero no por eso podría postularse que el periodismo es, o debe ser, un semillero de historias a ser narrados literariamente. Eso no lo creo como absoluto. Puede ser que en algunos casos haya una feliz confluencia, sí, pero muchas grandes obras de la literatura universal no derivaron del periodismo, ni mucho menos. Y en mi caso tampoco, de hecho mi trabajo periodístico de toda la vida no fue la fuente principal de mis imaginaciones.

 

Luna Caliente es protagonizada por un hombre que vuelve a El Chaco tras una estancia de muchos años en el exterior y se encuentra con una Argentina violenta ¿cuál fue el proceso de escritura de esta novela? ¿Cuánto hay en ella de un país imaginado, de un país que dolía a la distancia?

 

La escribí de una sentada, podría decir. El primer borrador lo acabé en un mes, mirando al Ajusco desde el apartamento que rentaba en la Magdalena Contreras. Tomaba mate y fumaba, henchido de rabia y dolor por la tragedia en mi país, y avanzaba párrafo tras párrafo, frenético y desesperado. Era bastante inconsciente de lo que podía resultar. A la vez leía con avidez toda la literatura mexicana que me faltaba leer; y por supuesto también militaba en la política exiliar. Y obviamente trabajaba para vivir. Por lo tanto, creo que en aquellos dias yo no sabía a dónde iba ese texto, ni qué iba a resultar, pero no podía detenerme… Aún hoy, creo que eso se nota en la lectura. Como sé que hoy no podría escribir esa novela.

 

¿Cómo fue su convivencia con Juan Rulfo en México? ¿Con qué otros escritores tuvo trato? ¿mantiene contacto con amigos mexicanos?

 

A mí, en Literatura, México me lo dio todo. Yo fui parido al cuento y la novela en México, y por eso durante años me sentí muy honrado de pertenecer a ella, o sea ser considerado parte de la literatura mexicana. Mi primer conchabo, apenas llegar, fue con don Edmundo Valadés, quien fue de hecho como un padre protector para mí. Colaboré con él casi todos los años del exilio en su revista El Cuento, ahí me vinculé con muchos narradores y narradoras, y creo que durante varios años fui parte del quehacer y la vida cultural y literaria de México. Además, tuve y todavía tengo allí muchos lectores, que son el tesoro que busca todo escritor. Por eso siempre tuve muchísimo que agradecer a su país, y por eso llevo a México en mi corazón. Ahora bien, en ese contexto mi relación con Juanito Rulfo fue muy especial, porque él era muy especial y a mí me marcó para toda la vida. Tanto que cuando murió, en enero de 1986, yo estuve ahí y lo lloré sintiendo que esa muerte era el símbolo de que mi exilio había acabado. Por supuesto que en esos años tuve también muchos otros entrañables amigos y colegas en México, a muchos de los cuales invité luego a visitar mi tierra, en el nordeste de Argentina. Pero no sé por qué, quizás porque la naturaleza humana es imprevisible, casi todos mis contactos se fueron perdiendo, después, con el desexilio. Ahora prefiero no dar nombres, pero si me permite decirlo aquí, confieso que me duele muchísimo el olvido. Amo y amaré siempre a México, país del que me siento embajador y adonde regreso todos los años porque además tengo hijas y nietos chilanguitos, pero el olvido me duele.

 

Hablemos del papel de la memoria en la literatura: su novela Santo oficio de la memoria es un testimonio coral, la historia de una familia de migrantes. ¿Es la literatura la mejor vía para preservar la memoria colectiva de los pueblos?

 

Me lo he preguntado muchas veces y tengo la impresión de que sí. La literatura construye el relato de la historia, y ese relato va pasando de una generación a otra. Cuando uno piensa en la Revolución mexicana, por ejemplo, y sobre todo si viene de fuera de México, lee a Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Rojas González, Nellie Campobello, Agustín Yáñez, y también a Rulfo, Valadés, Arreola, Rosario Castellanos, Fernando Benítez, Carlos Fuentes, Vicente Leñero, Fernando del Paso y tantos más. Todos enormes narradores que en mi opinión son, en sí mismos y en sus obras, la memoria colectiva, la memoria escrita del pueblo mexicano en forma de relato literario. En mi país puede leerse algo semejante desde Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento, por lo menos, hasta el presente. La historia argentina no tiene una épica concreta, acotada y basal como tiene México, pero nuestra tragedia no es menor en términos de dolor y de muerte. Y yo tengo para mí que la vida y la literatura me han dado la oportunidad de tener anclajes en ambas.

 

¿Qué aportó México a su literatura tras ocho años de residencia?

 

Para decirlo rapidito, tome nota: las grandes obras de los autores mencionados antes y muchos y muchas más, y también cobijo, maestros, colegas, libertad de expresión, debates, discusiones, medios. Para decirlo parafraseando a Juan Rulfo: sin mis años mexicanos yo hubiera sido mucho más puritita nada de lo que soy.

 

Pablo Yankelevich dice que la primera vez que topó con el término argenmex fue en su novela El cielo con las manos.  ¿Recuerda usted en dónde escuchó el término por vez primera? ¿Era una palabra ya socializada entre la comunidad argentina en México?

 

En realidad, la paternidad del vocablo argenmex creo que me corresponde. Se me ocurrió durante la escritura de mi novela El cielo con las manos; era un término perfecto para el personaje, el contexto y la trama de esa historia. Aunque el libro se publicó en 1981 yo escribí esa obra en 1978, y lo que sucedió fue que el vocablo empezó a reproducirse muy velozmente porque el exilio en general lo adoptó de inmediato. Algunos lectores amigos que conocían la novela siendo inédita, y yo mismo, soltamos el conejo, por así decirlo.

 

¿Cómo fue el reencuentro con la Argentina después de ocho años de ausencia?

 

Muy hermoso y muy doloroso. Y lo sigue siendo. Cada día.

 

¿Puede hablarnos del libro México: el exilio que hemos vivido. Memoria del exilio argentino? ¿Cómo nace la idea de escribirlo?

 

Ah, sí, yo lo quiero mucho a ese libro. Aunque algunos académicos y unos pocos compatriotas lo han menoscabado, yo creo que es un testimonio muy válido de una emergencia latinoamericana. Con Jorge Luis Bernetti, amigo de toda la vida y camarada del exilio, supimos en todo momento que con la recuperación de la democracia y el fin del exilio, alguien debía dejar un testimonio lo más completo, abarcativo, objetivo y respetuoso que fuese posible. Organizamos y escribimos el primer borrador durante una intensa semana en Tepoztlán, justo antes de emprender el regreso. Y luego lo revisamos y completamos ya en Buenos Aires. Fue arduo conseguir editor, pero lo logramos muchos años después: la primera edición fue en la Universidad Nacional de Quilmes, en 2005.

 

A nivel internacional se habla de un boom del género negro. ¿Coincide con esta visión? ¿Podemos hablar de que este auge fomenta una visión crítica en los lectores?

 

Si dejamos de lado esas terminologías comerciales, que me disgustan porque son completamente inapropiadas para la literatura y el arte en general, yo prefiero recordar que el género negro siempre ha sido muy popular. Desde los pininos del género en el siglo XIX, en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, jamás la literatura policial dejó de ser la preferida de todos los pueblos. En mi libro El Género Negro, que publiqué por primera vez en la UAM, en México, en 1984, ya explicaba esa popularidad. Claro que lo que sí parece novedoso ahora es cierta reconsideración académica, una especie de prestigio contemporáneo que conlleva cierta abundancia de estudios críticos. No está mal, mientras no se complejicen artificiosamente los textos y sobre todo la lectura de este género, que ha sido y es fundamental en el fomento lector.

 

*FOTO:  En México, Mempo Giardinelli escribió El cielo con las manos y Luna caliente, entre otras novelas/ La Nación. GDA.

 

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