En pie de lucha

Oct 12 • destacamos, principales, Reflexiones • 3956 Views • No hay comentarios en En pie de lucha

POR DANIELA VILLEGAS

 

Mujer, si te han crecido las ideas,
de ti van a decir cosas muy feas.

Rosario Castellanos

Trabajar fuera de casa de manera remunerada, abrir una cuenta bancaria, acceder a la educación, a divorciarse, a votar y ser votadas son algunos de los muchos logros que les debemos a las mujeres que han luchado por la plena participación de las mexicanas en la sociedad.

 

La gran mayoría de las jóvenes han dado por sentado todo lo obtenido: olvidan las férreas batallas de nuestras antecesoras, e incluso rechazan el feminismo —pese a ser sus directas beneficiarias— aunque se expresen públicamente a favor de la igualdad de género. Un sinnúmero de veces he escuchado las frases: “No soy feminista, pero apoyo los derechos de las mujeres”, “No me gusta el feminismo radical, extremista”, “No soy enemiga de los hombres”. Se tiene una noción equivocada del feminismo, que ni es revanchista ni antihombres, sino más bien opositor al patriarcado, sistema de opresión que subordina a las mujeres y que es reproducido tanto por hombres como por mujeres. De lo radical, en eso sí estoy de acuerdo, pues el feminismo es la noción radical de que las mujeres somos personas, y que por lo tanto debemos exigir el 50% de paridad en la sociedad, sin medias tintas.

 

La celebración de los 60 años del voto femenino en México es un buen momento para pensar, discutir y cuestionarnos nuestro lugar como mujeres jóvenes en una sociedad patriarcal que reproduce estereotipos de género que limitan nuestro pleno acceso a la ciudadanía. Y cuando digo acceso a la ciudadanía no me refiero únicamente al ejercicio del voto a nivel regional o nacional, sino a las prácticas que nos constituyen como miembros de una comunidad, nos dan un sentido de pertenencia, reconocimiento e identidad, como sujetas de acción en el ejercicio de nuestros derechos y obligaciones.

 

Hablar del papel político de las mujeres jóvenes como nuevas sujetas de derecho en el contexto nacional, permeado por la guerra contra el narcotráfico iniciada en el gobierno de Felipe Calderón, el feminicidio, el desempleo, las intensas movilizaciones sociales, entre otros, es todo un desafío: somos una nación en la que la condición de mujer joven varía según la clase social, origen étnico, grado de estudios, lengua, lugar de origen y residencia, postura política, etcétera.

 

Desde mi posición de mujer joven, urbana, mestiza, universitaria y feminista considero simplista ubicar a todas las mujeres en un solo bando, ya que los contextos culturales, sociales y políticos pueden llegar a ser muy distintos. Aunque rechazo las etiquetas y —con el riesgo de irritar a las lectoras por incluirlas en una corriente generacional de la cual no se sientan parte—, me aventuraré a señalar que aquellas nacidas entre 1982 y 2000 forman parte de los Mileniales —según la teoría generacional de William Strauss y Neil Howe—, ya que asoman a la juventud durante los primeros años del nuevo milenio.

 

Esta generación, para la cual todo empezó hace poco más de 10 años —cuando Francis Fukuyama anunciaba el Fin de la Historia—, es considerada altamente cualificada en términos académicos, en comparación con generaciones anteriores, más enfocada en las tecnologías y en poner en acción estrategias colectivas para superar los problemas —crisis económica mundial del 2008 nos ha enfrentado a muchos de ellos.

 

Las mexicanas nacidas en la década de los ochenta somos hijas de la crisis, desde el ingreso al neoliberalismo en el sexenio de Miguel de la Madrid y con la devaluación económica de 1994. Quizá por ello es plausible decir que no nos hemos distanciado de los políticos; simplemente, nunca estuvimos con ellos.

 

La apatía, el desinterés y la desilusión ante las estructuras políticas no son en balde, ya que la incertidumbre económica, laboral, educativa, ocasionada por la disminución del estado de bienestar en pos de la apertura comercial y la privatización de las industrias nacionales, convierte el ejercicio de los derechos ciudadanos en algo utópico. Por eso, se acusa a las nuevas generaciones de indiferencia ante la política, sin tomar en cuenta la responsabilidad del Estado en el fenómeno.

 

Sin embargo, la dificultad de integrarse plenamente a la sociedad a través del estudio o el trabajo no ha detenido la formación de colectivos de mujeres que, a través de prácticas autogestivas, hacen una reinvención de las formaciones laborales; si bien esta tendencia resulta muy enriquecedora —permite el tener acceso al espacio de lo público—, no dejan de existir en la mayoría de las ocasiones elementos desventajosos, sobre todo en lo económico.

 

Esta generación de jóvenes mujeres no está a la espera de que el estado otorgue espacios de decisión, resuelva sus problemas y las proteja; la falta de acciones contra los feminicidios deja muy claro que el estado no tiene interés en proteger los derechos básicos de las mujeres. Esta generación exige y busca por sus propios medios mejores condiciones de vida y, por lo tanto, de representación política alejada de los esquemas vinculados con los partidos políticos.

 

La emergencia de nuevos modelos inclusivos de ciudadanía es un hecho. Movimientos como #YoSoy132, que exigía la democratización en los medios de comunicación, han vuelto a ubicar a la juventud en el escenario político, aunque no como fenómeno juvenil en toda su extensión, pues actualmente no existe una contracultura hegemónica; más bien, todo es heterogéneo. Por supuesto, existen grupos antisistema, de izquierdas, feministas, pero no podríamos afirmar que todos estos movimientos son un fenómeno generacional.

 

La vinculación de las mujeres con el ámbito de lo privado —en contraposición con el espacio de lo público, dominado ampliamente por los hombres y donde las contribuciones realizadas son consideradas de más valor que aquellas de la vida doméstica— ha ido en detrimento de su participación política. La objetivación sexual que se hace del cuerpo femenino mina su posición de sujeto y la relega de la escena de lo público, al convertirla en un mero objeto.

 

La inclusión de las mujeres en los espacios de participación política no debe verse como una dádiva sino como la respuesta a una justa demanda para construir sociedades más sanas e igualitarias, lo exige deconstruir la dicotomía público-privado.

 

La plena ciudadanía de las mujeres tiene que ocupar tanto los espacios públicos como los privados, sin subordinar uno al otro. La famosa frase “Lo personal es político” de Kate Millet en su libro Política sexual queda como anillo al dedo en este proceso, ya que lo considerado de orden personal (que se supondría fuera de la intervención del estado) sí tiene sus implicaciones políticas: entraña relaciones de poder de unos grupos sobre otros. Por lo tanto, lo que afecta la vida personal y cotidiana de las mujeres es un asunto político de relevancia.

 

Sin que dejemos de valorar los logros anteriores, es momento de que desechemos esa patraña de que las mujeres ya hemos logrado los mismos derechos que los hombres y que no hay nada más por qué luchar. Conviene estar alertas, conscientes de lo mucho que aún hay por conseguir, siempre teniendo en cuenta que los cambios de mentalidad son lentos, dolorosos y que en el proceso se dan muchas tensiones por el acceso a los espacios de decisión.

 

*FOTOGRAFÍA: Funcionarias de casillas durante la votación de 2012, en el Estado de México/ARCHIVO EL UNIVERSAL

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