Ensoñación y realidad
La propuesta narrativa en Solo humo, de Juan José Millás, es un homenaje al asombro de la infancia
POR ALEJANDRO BADILLO
Un tema fundamental en la literatura es la distinción entre la verdad y la ficción. Esta última, a menudo menospreciada como un entretenimiento vano o, incluso, una evasión de los problemas del mundo, es, en realidad, una compleja aproximación a nuestra experiencia como seres humanos. Para Juan José Saer, el gran escritor argentino, la ficción tiene la virtud de reflejar el caos de la vida en lugar de imitar los modelos racionales con los que intentamos, falazmente, entenderla. Por otro lado, la ficción nos lleva a asumir diferentes identidades mientras leemos un cuento, una obra de teatro o una novela. A partir del siglo XX y con el advenimiento de las vanguardias, el punto de vista estable del narrador omnisciente dio paso a una serie de experimentaciones que cuestionan no sólo quién narra sino quién lee.
Solo humo, la reciente novela del escritor español Juan José Millas (1946) se empeña, desde un inicio, en diluir la línea divisoria entre lo que sólo puede ocurrir en los cuentos y la lógica a la cual estamos acostumbrados. En lugar de buscar la experimentación formal, usa el esquema del clásico cuento de hadas para, desde ahí, interpelar al lector de nuestro tiempo. La historia, escasa en personajes, es rica en perspectivas que funcionan como inmersiones al mundo libresco que, en muchos pasajes, se vuelven la única realidad para los personajes. Solo humo empieza con el anuncio de una muerte: el padre de Carlos —ausente casi desde su nacimiento— sufre un accidente de motocicleta y fallece. A partir de este detonante, el hijo heredará no sólo su departamento sino una biblioteca que, lentamente, cambiará su percepción no sólo de su vida sino de las personas que rodearon la biografía de su padre. Los libros que encuentra Carlos pertenecen a la biblioteca que ahora es suya y entabla una relación —a pesar de que no se considera un gran lector— con los cuentos de los Hermanos Grimm, que fueron los últimos que leyó su padre. A partir de ahí —de manera literal— el protagonista entrará a las narraciones como una especie de fantasma y, en ese lugar turbio, encontrará a su padre muerto. Más allá del significado de este vínculo —nuestra existencia sobrevive en las huellas de lo que leemos—, Millás propone un juego de simetrías que afectan lo que ocurre en su vida “real”, la que conoce desde que nació, y que ahora parece una construcción imaginaria.
La brevedad de Solo humo hace que la evolución de los personajes ceda su lugar al asombro con el que enfrentan el juego de realidades que aparece cada vez que se abre un libro. Hay un elemento que Millás no desarrolla lo suficiente y que, a mi gusto, le pudo haber dado un toque macabro a su historia: el concepto del doble o doppelgänger que exploró, entre otros, Sigmund Freud. Tomás, después de la muerte de su padre, ocupa su lugar no sólo en el departamento que hereda sino con las relaciones que dejó inconclusas o bosquejadas en una novela que no pudo terminar. La parsimonia con la que el personaje asume el destino que se construye, de forma determinista, frente a sus ojos, hace que la incomodidad o la extrañeza amenazante —el terror de ser un impostor o de ser sustituido— no se aborde. Tal vez influya la prosa de Millás que se preocupa más por contar que por diseñar atmósferas que cuenten la historia de otra manera. Por esta razón, a pesar de estar ambientada en Madrid, la novela podría ocurrir en cualquier parte. Los personajes son, en este caso, reflejos del ciudadano global.
Solo humo es, de alguna forma, un largo cuento que funciona, exclusivamente, gracias a su final. Por eso tenemos la sensación de que Millás puso las cartas marcadas de antemano y las levanta en el momento justo para ir a una nueva capa de su anécdota que tendrá una nueva vuelta de tuerca. Quizá esto moleste a algunos lectores del libro, acostumbrados a las novelas comprometidas con la información y con el desarrollo psicológico de los personajes. En el cuento de hadas adaptado que nos ofrece el autor hay, es cierto, una nueva visita a los paradigmas narrativos que leímos desde niños: el rito de iniciación del héroe que, después de experimentar la derrota, aprende de sus errores y rompe el ciclo que lo lleva a la tragedia. Sin embargo, en Solo humo no hay villanos porque ese papel es jugado por las decisiones que toman los personajes y que pueden salvarlos o condenarlos.
La nueva novela de Millás —y en esta parte concuerdo con algunas reseñas del libro— es, a final de cuentas, un homenaje no sólo a las lecturas de formación, los cuentos infantiles que todos conocemos, sino a su valor como artefactos imaginativos que dicen mucho más que el papel que les ha asignado la cultura y la tradición. Robert Darnton, el gran especialista en bibliotecas y en el siglo XVIII francés, explora en un ensayo de su libro La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa la metamorfosis que sufrieron los cuentos de hadas desde su origen a menudo incierto. El texto titulado “Los campesinos cuentan cuentos: el significado de Mamá Oca” describe con minuciosidad la génesis de narraciones como la de Caperucita roja o Hansel y Gretel, entre otras. Los habitantes del medievo o, incluso, de alguna época anterior, inventaron estas historias no como mero entretenimiento sino para aprovechar la capacidad que tiene la ficción de advertirnos de los peligros y de la fragilidad de nuestras vidas. Millás se une a este reto desde nuestro tiempo.
FOTO: Juan José Millás en la azotea de la Cadena SER, en octubre de 2022. Crédito de imagen: Florencia Claes /Wikimedia
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