Tercia de reyes del cine mexicano

Sep 30 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 2482 Views • No hay comentarios en Tercia de reyes del cine mexicano

 

En su nuevo libro, Carlos Martínez Assad repasa el genio singular de José Revueltas, Roberto Gavaldón y Luis Spota en una industria que en los años 40 y 50 vivía la conocida época de oro

 

POR RICARDO PÉREZ MONTFORT
De los múltiples intereses que compartimos Carlos Martínez Assad y un servidor es tal vez el cine el más heterodoxo y uno de los que más nos lleva a los tiempos remotos del inicio de nuestra amistad y colaboración. Creo que todavía no conocía a Carlos personalmente cuando leí su capítulo sobre el cine de los años 40 en aquel volúmen coordinado por Rafael Loyola titulado Entre la guerra y la estabilidad política. El México de los 40 y publicado en 1990. Recuerdo que ese trabajo que llevaba el sugerente título “El cine como lo vi y como me lo contaron” abordaba la producción cinematográfica mexicana de una manera por demás convincente y divertida contextualizando la realización y exhibición de las películas a partir de su relación con el ambiente político, el poder, las personalidades y los géneros más socorridos. Sin dejar de ser bastante crítico, me llamó la atención cómo Carlos se acercaba a la construcción de ese star-system de petatillo, plagado de estereotipos y actuaciones fallidas que se dio por llamar la “época de oro” del cine mexicano. La verdad es que a mí me parecía que de oro sólo fueron las ganancias que obtuvieron productores y exhibidores que monopolizaban la producción cinematográfica mexicana en ese tiempo, porque mucho talento no mostraron ni los directores, ni los actores y tampoco los guionistas, salvo contadas excepciones. En fin… Lo que quisiera destacar es que desde aquel trabajo inicial ya se percibía el interés de Carlos por mostrar la importancia de los tres figurones que ahora presenta en este libro de reciente publicación Tercia de Reyes del Cine Mexicano… José Revueltas, Roberto Gavaldón y Luis Spota. En efecto, si hay algo más o menos salvable de aquel cine de los años 40 y 50 es gracias a la labor de estos tres autores, no sólo del cine, sino en general de la cultura mexicana de aquella época. Comparto con Carlos la apreciación con la que concluye este reciente libro. Comentando que “aún son necesarias las buenas historias en la cinematografía nacional…” plantea la necesaria revaloración de esta Tercia de Reyes a través del conocimiento de las películas que realizaron y “que se mantienen en nuestros días como componente esencial de los mejores momentos del cine mexicano…” (pg. 92). Y bueno… eso es de lo que trata este libro, que por cierto, antes de presentarlo hay que decir que está magnificamente ilustrado [y diseñado por David Maawad] con una buena cantidad de fotos y carteles, probablemente escogidas por el mismo Carlos, dado que acompañan diligentemente el avance del texto y bien conocemos lo minucioso que él puede ser.

 

Ahora sí, entremos de lleno al libro. Como bien dice el autor en su prefacio, Revueltas, Gavaldón y Spota coincidieron por diferentes razones en el quehacer cinematográfico mexicano, dado que cada uno tuvo una historia propia y una postura ante la vida y el arte que marcaba sus diferencias. Sin embargo fue en el cine en donde se encontraron y colaboraron para producir momentos, en efecto, excepcionales. El libro de Carlos Martínez Assad los aborda juntos y separados después de describir el momento histórico en el que compartieron su interés y trabajo en el cine. Ese trozo de historia que comprende el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la industrialización, léase tal vez, la modernización, de la economía y la sociedad mexicana, que a su vez coincide con el arribo del llamado “civilismo” a la política nacional. Es relativamente bien conocido que durante las presidencias de Manuel Avila Camacho y Miguel Alemán la corrupción fincó sus garras en el ambiente político, toda vez que la institucionalización de la revolución daba su contenido ambiguo a las primeras acciones del PRI a partir de 1946. El mundo de los negocios se enseñoreó del destino mexicano y poco a poco el mundo urbano se volvió la dimensión central de esa modernización. El negocio del cine volteó desde luego su cara hacia lo que sucedía en las ciudades, dejando al campo y a lo regional atrás. El drama urbano resultó ahora mucho más atractivo que las rancherías y las comunidades indígenas, aunque estas se resistían a abandonar del todo el ambiente de construcciones de haciendas ideales, estereotipos rancheros e inditos blanqueados. Con una frase magnífica Carlos describe los aconteceres cinematográficos de aquellos años: “El cine de los años cuarenta asemeja una cámara de espejos donde las figuras aparecen multiplicadas, repitiéndose y engañándose a sí mismas hasta dar con la imagen real…” Es como bien se señala: un parto de la modernidad (p.15). Una modernidad que aparece claramente en los rostros de la Ciudad de México retratada en una primera colaboración de José Revueltas y Roberto Gavaldón: La otra (1946). Aunque no comparto la buena impresión que Carlos tiene sobre la actuación de Dolores del Río, que por lo general me parece lamentable, sí aplaudo la cita del crítico Jorge Ayala Blanco que el autor reproduce en su libro y que abunda en sustantivos y adjetivos al hablar del “miserabilismo sublimado”, del “hedor sublimado de la clasista socieda mexicana”, de la “intensidad del júbilo fratricida”, de “la descomposición onírica y fantasmagórica” y “de la intensidad necrofílica” que pueblan ese ejemplo cine negro mexicano.
La siguiente colaboración de Revueltas y Gavaldón, junto con otros cineastas y autores, la revisa Martínez Assad con una aproximación muy acertada. La diosa arrodillada (1947) se produce en medio de una ola de censura, muy propia de esa ambigüedad moralina de la pequeña burguesía nacional, presentando una María Félix, a la que tampoco se le dan fácilmente las dotes de la buena actuación, aunque sí las de la sensualidad. El escándalo del robo de la estatua desnuda de La Doña a la hora del estreno de la película, lo relata Carlos con particular simpatía, mostrando como la censura tal vez generó más interés en el público que la propia calidad de la cinta.

 

Fue hasta 1950 cuando finalmente se integró la tercia, al incorporarse el joven Luis Spota al equipo de Gavaldón y Revueltas. Con En la palma de tu mano (1950), una Ciudad de México muy presente es explotada por el cineasta y sus guionistas, quienes no pierden oportunidad de mostrar sus preocupaciones por la situación internacional durante los pormenores de la Guerra Fría, pero también por los negros rumbos de la corrupción y el crimen nacional. Entre culpas, mentiras y trampas discurre la siguiente colaboración de la tercia que se titula La noche avanza (1952). Otra vez el nefasto clasismo de ciertos sectores de la sociedad mexicana parece determinar el rumbo que está tomando la modernización del país, justo al final del sexenio de Miguel Alemán.

 

A la mitad del libro, Carlos Martínez Assad, se vuelca sobre el quehacer cinematográfico de Luis Spota, dejando a un lado a Gavaldón y a Revueltas. Con mucha sagacidad recorre los recurrentes fracasos del novelista-guionista, queriéndose convertir en director, y señala un recurso puesto de moda por él, que tiempo después se convertiría en un anatema entre los maestros y alumnos del Centro de Capacitación Cinematográfica, donde tuve la fortuna de no terminar mi carrera de cine. Ese recurso es: la voz en off explicativa. En lo personal a mí no me molesta en absoluto y tengo para mí que en la película Amor en cuatro tiempos (1954) escrita y dirigida por Spota, está bastante bien utilizada. Cierto que las actuaciones y los tratamientos de las historias que fueron puestas en cámara para dicha película son muy desiguales, pero el papel que interpreta Andrés Soler como el globero que guía al espectador por las cuatro historias, me parece de lo más solvente.

 

Pero volviendo a este libro, Carlos avanza su recuento cuando Revueltas y Spota se unen nuevamente para escribir el argumento y los diálogos de Donde el circulo termina (1956) que Alfredo B. Crevenna dirigió, bastante inconsistentemente como solía hacerlo dicho director. Y lo que llama la atención es algo en lo que insiste el propio autor de este libro, junto con Emilio García Riera y que es que el propio Spota solía recurrir a personajes que generalmente eran profesionistas corruptos o inescrupulosos, así como a mujeres poco recomendables “mantenidas”, vinculadas a las altas y muy turbias esferas de la sociedad mexicana. El crimen, la ambición, la corrupción, las denuncias y la injusticia endémica de este país siguieron poblando las obras de Spota que otros cineastas realizaron hasta los años noventa, casi diez años después de su muerte en 1985. Y coincido con Carlos que tal vez una de las mejores películas de Arturo Ripstein, a quien tampoco considero un cineasta solvente, ha sido Cadena perpetua (1978) basada en la buena novela Lo de antes del hasta hoy poco valorado escritor mexicano Luis Spota. Aunque justo es decir que nuestra querida Sara Sefchovich tiene todo un tratado sobre este tema.

 

Los últimos dos apartados de este libro los dedica Carlos Martínez Assad a José Revueltas, quien volvió a reunirse con Roberto Gavaldón para hacer algunas películas más. Algunas fallidonas como La casa chica (1949), Sombra verde (1954) y La escondida (1955), pero otras bastante bien realizadas como Rosauro Castro (1950) y El rebozo de Soledad (1952). Si bien ni Pedro Armendáriz ni Arturo de Córdova se encuentran entre mis actores favoritos del cine mexicano, sí tengo que reconocer que el papel del primero en Rosauro Castro y del segundo en El rebozo de Soledad resultan por demás convincentes. Curiosamente el cine rural de Gavaldón tuvo algunos aciertos importantes. El cacique gandalla y el médico frustrado, ambos personajes muy del estilo de Revueltas fueron aprehendidos por la puesta en cámara de Gavaldón con singular destreza. Lamentablemente la dupla formada por el escritor y el cineasta se disolvió hacia mediados de los años cincuenta, cuando al cine mexicano, como bien dice Carlos en estos capítulos finales, le dio por mitologizar aún más a la Revolución produciendo bodrios al estilo de Las mujeres de mi general (1951), La cucaracha (1958) o Juana Gallo (1961).

 

El libro cierra con un capítulito dedicado nuevamente a Revueltas en el que el autor revisa la participación del duranguense en algunas películas de los años 60 y 70. En las últimas 26 páginas una filmografía selecta se presenta como colofón que sin duda le sirve al lector para recordar todas las películas de las que Carlos Martínez Assad habla en este magnífico libro sobre, como decíamos al principios, “…algunos de los mejores momentos del cine mexicano” en su transcurrir por la segunda mitad del siglo XX. Cierto que no son muchos, pero eso sí en la mayoría la responsabilidad de Revueltas, Spota y Gavaldón ha quedado patente, sin duda alguna.

 

 

 

FOTO: El escritor y guionista Luis Spota en su casa, en 1983. Crédito de imagen: Archivo EL UNIVERSAL

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