Entrevista con powerpaola: el poder narrativo del dibujo

May 14 • Conexiones, destacamos, principales • 1350 Views • No hay comentarios en Entrevista con powerpaola: el poder narrativo del dibujo

 

En entrevista, la autora de la novela gráfica Virus tropical habla del autoconocimiento que el dibujo le brindó durante su duelo en la pandemia. Este texto se publicó originalmente en la revista colombiana Bocas

 

POR CAROLINA VENEGAS
powerpaola —así, en minúsculas y todo pegado— siempre está dibujando.

 

Cuando pasa tiempo en las salas de espera, dibuja. Cuando llegó a París a una residencia artística, dibujaba lo que no entendía y escribía palabras que no conocía para luego buscarlas en el diccionario. Cuando migró a Buenos Aires, dibujaba en cafés lo que tenía enfrente —gente, perros, edificios— y anotaba el precio de todo para llevar un recuento de sus gastos y de la inflación. Cuando su papá estuvo enfermo, agonizante, llenó una libreta de dibujos de serpientes; después se dio cuenta de que lo hacía porque los dos estaban cambiando de piel. Cuando sufrió de parálisis facial por un virus, llenó una libreta de imágenes del infierno, del tarot; era un proceso psicomágico para curarse.

 

“Espero porque dibujo

Dibujo porque observo

Observo porque contemplo

Contemplo porque comprendo

Comprendo porque recuerdo

Recuerdo porque repito

Repito porque obedezco

Obedezco porque no suelto

Suelto porque dibujo”, escribe.

 

powerpaola —sí, es una sola palabra que no lleva mayúscula —, o Paola Gaviria, es parte ecuatoriana, parte colombiana y siempre extranjera. En su infancia pasó de Quito a Cali; después, en su adolescencia, a Medellín, donde estudió Bellas Artes. Luego viajó a Sídney y París, donde pasó por varios trabajos “sudacas” que iban de lavar platos, ser niñera y acompañar a una viejita. Lleva varios años en Buenos Aires, donde encontró su tribu entre los dibujantes locales de historietas, a sus amigas, y donde ha descubierto un sentido de solidaridad que nunca había experimentado.

 

powerpaola —así, como suena— es el apodo que se ganó un día en el metro de París gracias a un malentendido idiomático, una anécdota que ya está cansada de contar: una noche, cuando se devolvía a su casa después de un desencuentro romántico, llorando, un hombre le preguntó su nombre; “Paola”, contestó ella. “Power”, le dijo él. “No, Paola”, repitió ella y le escribió su nombre en una boleta de metro. Power, escribió él al lado, bautizándola.

 

Es nómada, géminis, mística, outsider. Y aunque no le gustan las etiquetas, hay una que es innegable: pionera. Su novela gráfica Virus tropical (2011) es un hito en la historia del cómic latinoamericano: una de las primeras publicaciones de largo aliento en este lenguaje, el de la historieta, y la primera escrita y dibujada por una mujer. Al mejor estilo de Persépolis, de Marjane Satrapi, o las historias confesionales de Julie Doucet, Paola Gaviria cuenta sin filtro desde el momento en que fue concebida hasta sus 18 años. Y aunque el personaje principal es una niña, la narración da cuenta de una voz madura, reflexiva, que ya con el peso del tiempo entiende el poder de lo femenino, la importancia del dinero cuando falta, y la necesidad de encontrar un lugar en el mundo que sea también un lenguaje. Es una novela de formación en clave de gótico tropical: punk, lo-fi, oscura, pero también exuberante en la naturaleza que retrata y muy latinoamericana en su contexto.

 

En el 2021, para celebrar los diez años de Virus tropical, historietistas de toda América Latina —profesionales y amateurs— tomaron Instagram con publicaciones que describían el trabajo de Paola como “un rayo (que) iba a iluminar un camino posible en la selva del dibujo de Latinoamérica”, “uno de los mejores referentes que pueden tener las dibujantes de mi generación”, y a ella como “guía espiritual del cómic autobiográfico”.

 

El libro se convirtió en una película animada en el 2017 de la mano de Santiago Caicedo, director, y de Enrique Lozano, expareja de Paola y quien estuvo a cargo del guion. Ella estuvo a cargo de la dirección artística y durante varios años repasó su memoria, fotos, viajó, preguntó a sus hermanas, se sumergió en el paisaje de su pasado e hizo 5 mil dibujos nuevos. El largometraje participó en el Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy (Francia, 2018), en el South by Southwest Film Festival (EE. UU., 2018), donde ganó el premio del público, en el 68 Festival Internacional de Cine de Berlín (Alemania, 2018), y en el 58 Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (Colombia, 2018).

 

En el libro qp (2014) recopiló imágenes de varias libretas que funcionaban como bitácora de una relación amorosa. En Todo va a estar bien (2015) ilustró un viaje sin color, una forma de reconocerse a sí misma y su nomadismo. En 2018, ilustró el libro Diccionadario, de Darío Jaramillo Agudelo, un diccionario para niños, y lo llenó de color y humor. Para Espero porque dibujo (2019) retomó sus libretas y la autobiografía expandida: el pasado se vuelve ficción y cuando parece que ya no hay nada que contar, dibuja el presente para doblarlo y observarlo con lupa, como una forma de meditación y de soltar el control. En el 2021, salió el libro ¡Dinamita! Mujeres rebeldes en la Colombia del siglo XX, escrito por Gloria Esquivel, con catorce retratos de powerpaola de mujeres de la historia de Colombia que fueron claras representantes del feminismo en diferentes áreas de la cultura y la política, un tema muy cercano al arte de Paola. El año pasado ilustró Mostras del rock, de Barbi Recanati, las historias de 49 mujeres que cambiaron la historia de la música y a las que poco se les reconoció; esta vez no sólo hizo los retratos de estas mujeres, sino que escribió el libro a mano. Dice que hace libros para poder entablar diálogos y porque el dibujo es su lugar seguro, un ejercicio de meditación, pero también de autoconocimiento y un reto constante.

 

Cuando estuvo de visita en Bogotá en el 2019, participó en el 45 Salón de Artistas con un diálogo dibujado con Lucas Ospina, un mural en el Centro Colomboamericano. Pasaron un día entero dibujando personajes que interactuaban sobre el fondo blanco, que se cuestionaban estar ahí, que descubrían el mundo para los artistas y para los transeúntes. Dibujaron lo que les pedían los vecinos y el mural pasó, en unas cortas horas, de ser de Paola y Lucas para ser un trabajo colectivo. Cuando regresaron al otro día, para terminar el encargo, el mural estaba pintado de blanco, censurado: ya no estaban los dibujos de los jóvenes que descubrían su sexualidad, ni el de Trump manejando a Uribe como un títere, ni los demás. Ellos dibujaron encima, crearon otros diálogos sobre el nuevo blanco. Los esfuerzos de los pintores de brocha gorda de la noche no lograban ocultar lo que había pasado el día anterior.

 

Y aunque esté siempre dibujando, es una interlocutora luminosa, inolvidable: cuenta su vida como si fuera un chisme casi prohibido, con diferentes tonos y cadencias, y es imposible no sumergirse en sus relatos. Sonríe con el cuerpo y acento, que ahora es una mezcla de varios acentos latinoamericanos, es suave y cálido. Se siente atraída por todo lo místico —“Debe ser porque mi papá era exsacerdote y mi mamá vidente”— y lee el tarot. Es una lectora inagotable de diarios de mujeres periféricas, como Suzanne Mallouk, quien fuera pareja de Basquiat, y de quien recuerda haber dicho que no tenía suvenires de su vida. Se queja de las redes sociales, pero su cuenta de Twitter parece un poema fragmentado. Ya no publica una tira diaria en su blog, y ya no tiene la tira diaria en la prensa de Colombia, pero de vez en cuando dialoga por medio del dibujo con sus compañeras del colectivo Chicks on Comics y se reúne de forma espiritual, mística, con quienes conforman la Casa Telepática, un club de dibujo que fundó con Pablo Besse, dibujante, que fue su pareja y quien falleció en el 2020.

 

Cuando nos vimos en Bogotá para esta entrevista me contó de los cursos de escritura que hizo durante la pandemia con Cecilia Pavón, Carolina Sanín y Rita Indiana, “toda una facultad de letras vía Zoom”; hablamos de cómo todavía no ha recibido regalías de algunos de sus cómics, de aprender a decir que no y de la muerte. Hablamos de su exposición en la Galería Sextante, La última selva, una muestra en conjunto con la dibujante Irana Douer. Acá, por medio de dibujos en varios formatos y algunos lienzos gigantes, powerpaola cuenta la historia de una mujer guerrillera que cuida una selva, un caballo, un león; que cruza un río varias veces como si el otro lado fuera la promesa del futuro; que prepara arepa y café en medio de un monte, porque sabe que el paisaje todo es su casa. También hablamos del amor, las amigas, la solidaridad y ser migrante, sus temas, sus insistencias.

 

¿Cuándo empezó a definirse como nómada?

 

Vengo de una familia de mucho movimiento. Una madre rola, un padre de Caldas y unas hermanas caleñas. Yo nací en Quito, así que casi siempre fui extranjera en todos los lugares donde viví. No me gusta definirme, pero sí, soy nómada.

 

Pero lleva varios años en Argentina…

 

Cuando llegué a Buenos Aires conocí a dos amigos colombianos, que ya conocía virtualmente por Flickr, Joni B y Tomás Arango. Estaban exponiendo en una galería que se llamaba LDF, que era sobre todo de historietas, porque los dueños eran Juana Neumann, que tiene una librería de cómics en Buenos Aires, y Ernán Ciriani, su pareja en ese momento, que hace cómics. Entonces Joni me dice: “Venite para acá y dibujás en la pared”. Ese día me presentó a todos y ese día encontré mi tribu.

 

¿En dónde nació Virus tropical?

 

En ese mismo viaje, Joni B me dice: “Ahora eres parte de Historietas Reales”. Era una página en la que debías subir una historieta semanal, y tuve la disciplina de subir una página cada semana, cada viernes. Al final del primer año decidí dejar de hacer páginas autoconclusivas y empecé a hacer páginas de Virus. Con el primer capítulo decidí concursar en una convocatoria de literatura en Colombia. Le pedí a Liniers (dibujante argentino) que fuera mi tutor para el concurso. No gané, pero me dio un impulso. Yo tenía muchas ganas de contar esa historia, tenía que hacerlo.

 

¿Qué poder ha encontrado en la autobiografía?

 

Narrarte a ti misma y tu contexto te lleva a lugares muy profundos, te invita a conocerte y a conocer lo que te rodea, es poderosísimo, porque te das cuenta de que puedes ser muchos y que la identidad no es un lugar estático. Te invita a ser muy creativa con tu propia vida.

 

¿Lo ha visto con su obra?

 

Cuando presentamos, con Santiago (Caicedo) y Adriana (García), la película de Virus en Cartagena, en un barrio popular, toda la gente hablaba en la película y decía: “Ay, sí, así es mi vida. Así fue”. Divino. El poder de contar lo autobiográfico es que la otra persona también empieza a contarse su historia. Y seguro a ellos les pasaron cosas más interesantes, pero que lo que yo haga sea el detonante de que vos querás conocerte a ti misma, me hace pensar que estoy en el camino correcto.

 

¿Cómo busca en su memoria a la hora de pensar en su autobiografía?

 

Creo que con mis hermanas siempre nos narramos de dónde veníamos. Hay recuerdos míos, otros son de ellas o de mis padres. Investigo en fotos, lo reconstruyo como una espía. Vivo capturando el presente y observando; mi cabeza ya funciona de esa manera. Y también me lo invento. Me parece más importante contar una historia que decir la verdad tal cual se supone que sucedió. Al final, todo termina siendo ficción.

 

¿Escoger la vida de artista fue un camino, una decisión, una epifanía?

 

No sé si me pensaba como artista; era más una necesidad de expresarme, de ocupar mi tiempo y de vivir. Creo que desde mi adolescencia fui dándome cuenta de cosas que no quería hacer en la vida. Siempre dibujé y pinté, y desde muy joven empecé a trabajar y a ser independiente, así que poco a poco me di cuenta a qué quería dedicar mi tiempo. Yo ya venía trabajando desde muy chiquita, haciendo dibujos para una empresa de camisetas caleña de los 90 llamada Sunrise Peace and Ecowear. Fue mi escuela, trabajé cinco años ahí y la verdad nos iba bastante bien. Así que sabía que de eso podía vivir. Tuve muchas idas y vueltas, pero nunca paré de dibujar y pintar, y cuando intenté hacer otras cosas casi enloquezco.

 

¿Tuvo algún momento de quiebre luego de tomar la decisión?

 

Al principio me iba bien, pero eso es muy extraño porque te puede ir bien en una galería si vendiste todo, pero a la vez estás lavando platos en Australia y te toca llamar a la galerista para pedirle que te mande plata y te dice: “Espérate que el cliente no me ha pagado y tú me debes plata de los marcos”. Terminas vos debiéndole la plata. Realmente para mí era un gran sufrimiento porque yo sí quería dedicarme a ser artista toda mi vida.

 

No había plan B.

 

No, no había plan B.

 

¿Le resultó complicado hacerse un nombre en el circuito del arte nacional?

 

Pensaba que si no hacía una maestría en Estados Unidos, no podía entrar a la universidad a dar clases y ganarme el sueldo que necesitaba para poder vivir. Todo el engranaje de ser artista nunca funcionaba en mis estándares, porque nunca fui ni estrato seis ni 18, entonces nunca cabía. En Medellín había una galería, que era La Oficina. Seguro había más, pero esa era la galería, en esa había que estar. Si no, no eras artista, supuestamente. Pero tenías que ser hombre porque a Sierra (fundador de la galería) no le caían bien las mujeres, era misógino. Él era lo máximo, pero era así. Entonces ahí pensé que debía irme, porque cómo iba a hacer.

 

¿Cuándo empezó a entender el poder narrativo del dibujo?

 

En Francia. Una galería, Miss China, que exponía sólo la obra de mujeres asiáticas, abrió una convocatoria para que más mujeres de todo el mundo le mostraran su obra. Yo estaba haciendo una residencia artística y me presenté con una carpetita con las fotos de mis pinturas. Mientras hacía la fila, que estaba llena de chicas que hablaban de performance y videoinstalación, yo llenaba mis libretitas y pensaba: “No, qué vergüenza, van a pensar que soy una old fashioned que pinta y dibuja, no me van a aceptar nada”. Y efectivamente a Bonnie, la galerista, no le interesaron tanto las pinturas, pero las libretas sí. A la semana, me dijo que me había escogido para la exposición del mes y que quería exponer mis libretas, que si tenía más. ¡Y, claro, tenía muchas! Y las expuse y vendí dos, y fue el empujón para entender que algo pasaba con el dibujo, al que siempre había considerado un arte menor, un boceto, pero nunca una obra terminada, y menos mis libretas. Creo que a partir de ahí empecé a experimentar en ese formato de libreta, texto-dibujo, y, obvio, ¡historieta!

 

Es la evolución natural del lenguaje…

 

Más estar en Francia. Yo era pobre y lo único que hacía era meterme a todas las cosas gratis y baratas. Ahí estaban las librerías de cómics, donde todo el mundo se sentaba a leer cómic; había señores de saco y corbata leyendo Tintín. Y empecé a investigar la historieta.

 

¿En su infancia no hubo un acercamiento a la historieta?

 

Acá en Colombia había visto humor gráfico, Quino sobre todas las cosas, que me encanta, y Maitena. Y en esa época Garfield, y Calvin y Hobbes, pero no es que le llegaran los libros, era la tira del periódico. Pero ya, no más. Cuando llegué allá me di cuenta de que había otros mundos en el mundo de la historieta. Y empecé a buscar chicas y dibujos que no fueran convencionales en el mundo del cómic. Nunca me llamó la atención el superhéroe, la chica supermami, el cuerpo heteronormativo, sino que me gustaba el dibujo que me hacía preguntarme: “¿Este dibujo por qué me gusta?”.

 

¿Le han dicho que dibuja feo?

 

¡Uuuuuuffffff! (risas).

 

¿Le molesta?

 

Por suerte vengo del mundo del arte, donde la imagen se deconstruyó. Nunca me llamó la atención el dibujo virtuoso, siempre me gustó lo outsider, el Art Brut, y gente que ni siquiera estaba pensando en ser artista, sino que tiene la necesidad y la pulsión de dibujar. Por ejemplo, la colección de Jean Dubuffet de todos los dibujos hechos por gente con problemas mentales, a mí eso me encanta. Cuando encontré eso, me dije: “Que me digan que mi dibujo es feo me vale”. Para algunos es feo porque están acostumbrados a que el dibujo debe ser lo más realista posible. Y hay cosas divinas en ese estilo, como lo que hace José Antonio Suárez, que es un gran dibujante y que me encanta. Pero haber visto a otras personas, a otras mujeres, sobre todo, que no dibujaban de esa manera fue un momento de entender qué podía hacer yo con mi dibujo y hasta dónde quería llevarlo.

 

¿Cómo eran sus primeros cómics?

 

Eran muy sencillos. Recuerdo que un amigo me decía que ahí no pasaba nada. A mí me encantaba dibujar lo que me venía pasando en mi vida de inmigrante, en pareja, pobre y feliz. Luego Quique, mi expareja, que es dramaturgo y escritor, fue el que más me alentó a continuar. Me decía que estaban buenísimos y que eso que decía mi amigo era justamente lo más interesante; creo que gracias a que él creyó en mí y en eso que estaba haciendo pude continuar e insistir.

 

¿Cambia algo en usted cuando usa color a cuando dibuja blanco y negro?

 

Me encanta usar todo, experimentar con todos los materiales posibles. Cuando cambio de materiales, todo cambia. Lo mismo pasa con el color y el blanco y negro. Me he dado cuenta, con el tiempo, de que en momentos críticos mi espíritu busca el color a toda costa, me doy cuenta lo bien que me hace.

 

¿Dibujo o pintura?

 

El dibujo me parece muy mental y racional, siempre necesito que me entiendan. En el dibujo estás en un estado meditativo, pero hay algo más rígido, tal vez en el hecho de estar sentada, encorvada sobre el papel, hay algo ahí que tiene que ver con lo racional. En cambio, en la pintura yo siento que está el cuerpo y la materia, hay placer en mezclar color y verlo chorrear y entender el azar. Es un placer muy diferente al del dibujo. Es una manera muy diferente de estar en el mundo. A veces necesito mover el cuerpo y distanciarme durante horas.

 

¿Quiénes son sus maestros?

 

Tengo una figura paterna, que la adopté, que es mi profesor de dibujo en Bellas Artes, Óscar Jaramillo. Él me enseñó mucho. A creer que el dibujo es un oficio. Con él empecé a darme cuenta de que podía ilustrar y que no necesito hacer parte de una galería para poder existir como artista.

 

¿Qué recuerda de la experiencia de dibujar dentro de una vitrina por catorce días cuando hizo el performance en Lugar a Dudas, en Cali?

 

Fue una experiencia mística, lo juro, nunca me imaginé todo lo que iba a aprender ahí. Catorce días de media jornada donde pude tener la realidad enmarcada, capturar el presente de alguna manera, el diálogo de miradas con los de afuera. Tantas cosas tan profundas. La exposición fue mutua.

 

Cuénteme cómo se siente, luego de dos años, la experiencia de censura, de borrón del mural del Colombo.

 

Es muy interesante cómo esa obra dejó de ser de Lucas y mía y terminó siendo de todos, primero de la gente del barrio que nos acompañó, de los estudiantes y transeúntes. A veces pienso que eso que pasó fue como si los dos hubiésemos sido antenas de algo que estaba ahí en plena ebullición en el ambiente general de la región, luego vino el paro nacional, y esa pared terminó siendo un muro de los lamentos. Nunca más la pudieron pintar de blanco.

 

¿Por qué hacer retratos?

 

Mientras uno dibuja a alguien, terminas conversando, esa persona empieza a contarte su vida y se vuelve una relación muy íntima, porque es la observación del otro.

 

¿De dónde salió este personaje, esta guerrillera, de La última selva, su exposición en la Galería Sextante?

 

Este personaje apareció hace muchísimos años, cuando me fui de Colombia, que fue cuando empecé a ver a Colombia. Desde allá, desde Australia, empecé a imaginar cómo era la guerrilla, cómo era una mujer guerrillera, qué música escuchaba, qué hacía con su vida cotidiana aparte de la guerra. La guerra era lo que menos me importaba; lo que me importaba era el amor y cómo hacía para estar en ese mundo. Entonces empecé a llenar una libretita y la abandoné, porque, aunque quería salirme de la autobiografía, no sabía muy bien la vida de ella.

 

¿Cuándo la retomó?

 

En pandemia.

 

¿Por qué?

 

Creo que tiene que ver con el duelo. Durante la pandemia viví mi propia guerra, mi propia selva. La rescaté y me apropié de ella, de su vida. Entendí que esta guerrillera estaba cuidando una última selva, pero también estaba escapando. Yo ya no podía vivir en la casa donde estaba viviendo. No sabía quién era, no sabía qué hacer, no tenía motivación ni deseo de nada. Más la pandemia misma.

 

La autobiografía de nuevo…

 

En medio de un momento de mucho sufrimiento, me pongo a ver Instagram a las tres, cuatro de la mañana, no me podía dormir, y veo a un montón de indígenas cruzando la cordillera de Huaraz, en Perú, todos cargando un ataúd. Y dije: “Claro, es que no es mi sufrimiento, sino que es el sufrimiento de todos los seres vivos, todos cargamos con un sufrimiento propio”. Y eso me sirvió para decir: “Soy yo, sí, estoy hablando de mi sufrimiento, pero estoy hablando del sufrimiento de todos”.

 

Es un personaje que se maquilla, que usa tacones, pero siempre en camuflaje…

 

Cuando Pablo (su pareja) se murió, sentí que se volvió parte del todo. Y yo también tenía ganas de ser parte del todo, pero de este lado de la vida, no del lado de la muerte, y el camuflaje nos permite ser parte del todo.

 

¿Qué aprendió del duelo?

 

Entiendes que todo es un tejido. Ahora veo clarísimo que la vida es una red que uno va construyendo con la gente que quiere, y que si alguien se suelta es como si se soltara el hilo de un tejido. Y esto se puede llevar a todos, facilito. Todo está enlazado y unido.

 

Las amigas también son el tejido…

 

Mi amiga María me acompañó ese día. También la mejor amiga de Pablo. Y todas nos juntamos y eso hace la diferencia: no estar sola frente a ese suceso, sino estar acompañada. Ese momento que era tan espantoso dejó de serlo tanto porque siempre estuve acompañada. Y esa noche trajeron café, chocolate. Era una consciencia de tener que estar juntas porque sola no iba a poder.

 

¿Qué le falta contar del pasado?

 

Lo que más me interesa es contar historias; mi vida termina siendo el material para contarlas. Me falta contar de todo del pasado, pero no sé si eso es lo que me interesa ahora.

 

¿Qué se necesita para ser artista?

 

Necesitas tiempo para equivocarte y tirar 5 mil dibujos hasta que puedas decir “es por acá”. Necesitas experimentar, y la vida a veces no te da permiso.

 

FOTO: powerpaola exhibe actualmente la muestra La última selva, en la Galería Sextante, en Bogotá, Colombia/ Ángel Soto/ Hay Festival Querétaro

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