“Soy ciudadana del mundo”: entrevista con la escritora Cristina Peri Rossi, ganadora del Premio Cervantes 2021
Siempre inquieta, con proyectos narrativos en puerta y con una voz propia, con frecuencia incómoda en las esferas literarias, la ganadora del Premio Miguel de Cervantes 2021 charla con la novelista Carmen Boullosa en esta entrevista publicada originalmente en 2008 en la revista BOMB, en la que habla de su vida, sus exilios y el feminismo
POR CARMEN BOULLOSA
El 10 de noviembre, la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi (Montevideo, Uruguay, 1941) ganó el prestigioso Premio Cervantes, por lo que se convirtió en la sexta mujer galardonada con dicho premio. Ha sido una vida dedicada por más de cinco décadas a la escritura, desde que en 1963 publicó el libro de cuentos Viviendo, pero también dedicada al activismo político y feminista, que se manifiestan en sus letras, lo que le valió el exilio desde 1972. Durante la dictadura uruguaya sus obras fueron prohibidas.
En entrevista, Peri Rossi habla sobre su trayectoria literaria y vital, de su infancia como hija de humildes inmigrantes italianos en Montevideo, Uruguay, y de su juventud, cuando el descubrimiento de la vida bohemia uruguaya despertó en ella una gran fascinación; de los procesos creativos que le ha implicado la escritura, pues es un estandarte de su pensamiento la búsqueda de la libertad literaria y de la necesidad de no encasillarse, sino de encontrar diversos caminos en su propia voz narrativa; de su situación como exiliada y de la tradición literaria de la cual proviene, pero en la que no se siente identificada, como una voz paralela inclasificable, respecto al boom latinoamericano: “Ángel Rama me dijo que yo era inclasificable, que yo era una generación entera, y que no había nadie con quien compararme en la literatura uruguaya, y posiblemente la latinoamericana. Yo era una escritora extremadamente vanguardista, a tal punto que en broma me empezaba a llamar la Rimbaud”.
Naciste en Montevideo, ¿hija de inmigrantes italianos?
Mis papás son, los dos, descendientes de inmigrantes italianos. En casa se hablaba español únicamente. Montevideo era una ciudad de inmigrantes, todos eran hijos, nietos, bisnietos de italianos o judíos que huyeron de la Segunda Guerra, o de otras emigraciones.
¿En casa se leía?
Mi mamá—que vive todavía, tengo esa suerte, tiene 92 años—, era maestra, la única de casa que estudió, y me leía, sí. Me cuenta que de embarazada leía en voz alta para mí, y que oíamos mucho música. Por esto debe gustarme mucho la música, tal vez. Decir que yo soy escritora por esto es más arriesgado. Lo cierto es que ella me enseñó las letras, y me cuenta que un día subimos a un camión y la sorprendí porque comencé a leer palabras. Dice que yo hablé muy temprano y con mucha soltura. Y que se dijo: “¡qué mala suerte, será escritora!”
¿Había una especie de época de oro literaria? Cuéntanos cómo era este Montevideo en que tú te hiciste escritora, o te formaste como joven escritora.
Montevideo tuvo su etapa de esplendor un poco antes de que yo naciera. Lo que se llama el Uruguay de las vacas gordas corresponde al periodo de la Segunda Guerra Mundial, cuando un peso uruguayo equivalía a un dólar. Después, cuando termina la guerra mundial, la carne y la lana, que son los principales productos uruguayos, empiezan a bajar su cotización, porque los países compradores se convierten en productores: Estados Unidos, por ejemplo.
Uruguay y Argentina dejan de ser el granero y el establo del mundo…
Además, yo soy de una familia muy humilde. Mi madre era maestra y mi padre era obrero. Era además un campesino inmigrado a la ciudad, con el drama… eh, habitual de todo campesino que emigra a la ciudad que nunca terminan de añorar el campo, y nunca termina de convertirse en un urbanita. Entonces, en mi casa habían muchos apremios económicos, la situación económica era muy difícil. Yo me pasaba la vida apuntando los libros que quería leer y visitando las librerías, pero comprando poco porque no tenía dinero. Lo que ocurre, sí, es que yo he sido siempre una gran lectora en bibliotecas.
¿Las bibliotecas eran buenas en Montevideo?
La Biblioteca Nacional es maravillosa, es una excelente biblioteca. Y las librerías eran muy buenas también, excelentes librerías, y —es una cosa que me pareció siempre fascinante porque solamente la vi después en Nueva York— estaban abiertas toda la noche. Las librerías, las cafeterías y las casas de discos estaban abiertas toda la noche. Yo que soy, como mi madre dice, un ave nocturna, alguien que ama mucho la noche, me podía pasar la noche entre los cafés, donde encontraba a las prostitutas de pronto jugando al ajedrez, o de pronto, a los que las explotaban, borrachos por ahí… Podía encontrar eso tanto como podía encontrarme con un maestro de ajedrez, o con un profesor de matemáticas que recitaba a Baudelaire en francés. Era el mundo de la bohemia, uno que siempre me ha fascinado, y también de los perdedores, porque ser uruguayo es algo muy curioso. Yo digo que los uruguayos descendieron de los barcos y son italianos que hablan español, pero tienen cultura francesa, una economía capitalista, y, por otra parte, una generosidad árabe. Así que tenemos una mezcla bien diversa. Pero sí, para mí era fascinante, por ejemplo, pasar dos o tres horas en una librería, de las grandes librerías de Montevideo, mirando aquellos libros que no iba a comprar nunca. Cuando yo tenía 17 años, aproximadamente, iba a una librería de un exiliado español. Un día descubrí en la vidriera un libro cuyo título me fascinó: La balada del café triste. Entré y pregunté el precio y me pareció inaccesible. Hice el mayor de los sacrificios que yo podía hacer en esa época, dejé de fumar un mes —porque yo era fumadora ya en esa época, y ese mes fue el peor de mi vida— para poder comprarme el libro. Sigue siendo uno de mis libros favoritos.
¿Fue en esta librería dónde encontraste a tu primer editor? ¿Es la misma librería?
No, la otra es la librería también de un exiliado español llamado Benito Villa, que siempre era un hombre muy parco, de muy pocas palabras. Peleó a favor de la República en España, participó en la batalla del Ebro. Consiguió huir en un barco, sin un duro, sin un peso, con su esposa, eran valencianos los dos. Su destino era Buenos Aires, pero el barco hizo escala en Montevideo. Tenían una horas y bajaron. Les gustó. Y se encontraron con que el gobierno uruguayo —que no fue neutral en la guerra de España, se enroló al lado de la República— había hecho un comité de apoyo a los refugiados españoles que iban al puerto a recibir a esos barcos cargados de inmigrantes. Un grupo de uruguayos intelectuales —profesores, escritores— estaba esperando ese barco, y en cuanto lo vieron le preguntaron que qué hacían, y Benito Villa les contestó, “Como todos los anarquistas, soy impresor y editor.” Inmediatamente le buscaron un garage deshabitado. Y me contó que los de ese grupos de solidaridad con los republicanos, le regalaron libros para empezar a vender en ese garage, que con los años se convirtió en la editorial Alpha, que fue la editorial más importante de Uruguay. Ahí yo compré, por ejemplo, los cuentos completos de William Saroyan, que era un escritor que me gustaba muchísimo, y Una habitación propia, de Virginia Woolf.
Libros capitales…
Seguramente me veía pasar cantidad de tiempo en la librería y comprar seleccionando mucho. Un día se me acercó, yo tenía 18 o 19 años, y me dijo: “La he visto comprar, usted tiene muy buen gusto literario.” Y me dijo: “¿Qué estudia?” “Literatura comparada.” “¿Escribe?” “Sí.” “¿Tiene algo hecho?” “Sí, sí, tengo un libro de relatos.” “Tráigamelo.” Se lo llevé. La siguiente vez que me vio en la librería, yo no me animaba a preguntarle nada, y me dijo: “Me he leído su libro. Me ha gustado muchísimo y se lo voy a publicar.” Yo tenía 20, 21 años cuando apareció ese libro, del que no me arrepiento para nada, y que es inencontrable. Yo creo que ni siquiera yo tengo un ejemplar.
Cuando dejaste Montevideo tú ya tenías una biblioteca de 3 mil volúmenes.
Lamentablemente la perdí. Esa primera biblioteca la tuve que dejar entera, porque yo tuve que huir muy rápido, en 24 horas. Dejé mi apartamento, tal cual estaba, y después lo tuve que vender, porque en ese momento la dictadura había sacado un decreto por el cual requisaban, expropiaban, los apartamentos de la gente que había huido.
Pero, ¿alcanzaste a salvarlo?
Lo malvendí desde España. Lo tuve que regalar prácticamente, porque se sabía que era porque si no pasaba a manos de los militares, ¿no? Mi familia no conservó la biblioteca. Pensaron que era muy comprometido, como yo estaba requerida…
¿Dejar atrás es de alguna manera un capital para un escritor?
Yo, para seguir escribiendo, necesito olvidarme de lo que he escrito. Y es muy divertido porque a veces me pasa en programas de radio, o con gente que hace la tesis que me citan unos versos y me preguntan de quién son y yo no sé. Y resulta que son míos. Pero es un mecanismo inconsciente de, digamos, limpiar un poco. Porque si yo tuviera presente todo lo he escrito, no sigo escribiendo. Después de publicar los cuentos reunidos y la poesía reunida tuve una crisis de depresión porque quería volver a escribir esos textos de la misma exacta manera. Como el cuento de Borges, el de Pierre Menard. Yo lo que quería era recuperar el tiempo perdido. Lo que me di cuenta es de que no iba a tener otra vez 25 años, como cuando escribí el cuento “La tarde del dinosaurio”, o…
Sí, que ya no ibas a tener ese puño, no ibas a…
Es que, claro, ¡ahora tengo que escribir otras cosas! Eso ya estaba escrito. Y fue cuando fui completamente consciente de que eso ya estaba escrito, y que si me gustaba mucho —que algunos cuentos me gustaron muchísimo— yo no los podía volver a escribir, ya estaban escritos. ¡Que no hay más remedio que escribir otra cosa!
Para mí que el autor no puede tener con sus libros esa relación entrañable que tiene como lector. Como lector, si uno adora algún libro, siempre se puede regresar a él. Pero como autor, no. Los libros que uno escribió están sellados. Ahora, hay algo muy interesante en lo que decías: que olvidas los libros que escribiste. No eres una autora de fórmula, nunca. Ni siquiera de una fórmula que tú misma hayas inventado.
No, no. Mi fórmula es no tener un estilo característico. ¿Por qué? Porque hay un momento en que Kafka es demasiado kafkiano. O sea, Kafka termina, hay nada más una cantidad de historias que se pueden escribir de manera kafkiana. El mundo no sólo es kafkiano. Entonces, eso limita mucho. Un estilo muy característico, es como si tú miraras el caleidoscopio que es la vida solamente desde un ángulo y nunca movieras la lente.
O sea, García Márquez llega a ser una caricatura de García Márquez como Cortázar en determinado momento es una caricatura de Cortázar, y Neruda, en sus últimos libros, es una imitación de Neruda. Claro, yo quiero que exista Neruda, pero también quiero que exista Nicanor Parra. O sea, digamos, tener un estilo propio, que era la máxima ambición de cualquier estética literaria en el siglo XIX y en el principio del XX, para mí nunca ha sido una ambición. A mí me gusta mucho más un autor que puede cambiar mucho de un libro u otro y que conserve una voz.
Pero conservas tu personalidad. Para mí no hay duda, leyendo a Cristina Peri Rossi, de que estoy leyendo a Cristina Peri Rossi. Pero también, no hay duda de que reinventas a tu Cristina Peri Rossi en cada libro, ¿no?, que quieres
que cada libro sea su propia aventura, su propia construcción.
Exactamente. Para mí cada libro es un… no un desafío, porque yo soy muy poco competitiva, solamente estoy compitiendo con el azar. Pero tengo que tener una gran frescura cuando escribo, entonces no leo todo lo que he escrito, y sobre todo, me olvido de con qué estilo escribí el último libro. No quiero que un estilo me atrape. No quiero ser encajonada en un estilo, encerrada. No quiero sentirme limitada por un estilo. Quiero tener una enorme libertad, porque creo que, además, cada historia que se me ocurre merece un estilo propio, no se puede contar cualquier cosa de una manera kafkiana.
Merece su propia forma…
Yo me permito una libertad con la que me siento más cómoda.
Ahora, quiero que volvamos un instante más a Montevideo, antes de dejarlo y llegar a Barcelona. Este mundo literario al que tu pertenecías, Felisberto Hernández, Onetti, Benedetti, que fue tu primer crítico literario. Háblanos de él. ¿Quiénes más estaban? ¿Qué otros escritores había que fueron para ti muy significativos, que estuvieron cerca? ¿Había una verdadera vida literaria, un espacio donde la gente conversaba?
Hay que tener en cuenta que siempre yo me consideré rebelde. Desde el momento en que yo estudié Literatura Comparada, y empecé a trabajar en lo que allí llamamos los liceos, muy jovencita, porque tenía que costearme la carrera, lo que tuve claro es que yo no era la sucesora, ni la continuadora de ningún escritor uruguayo que yo hubiera leído. Mis referentes eran diversos, pero no pasaban necesariamente por la literatura uruguaya. A ver, tenía —sigo teniendo— una gran admiración por Felisberto Hernández, que me parece excepcional. Yo empecé a escribir cuando el boom latinoamericano no había llegado todavía a ser lo que fue.
¿Conociste Ángel Rama?
Sí, claro. Te lo quería nombrar, porque Ángel Rama fue, yo creo, que mucho más decisivo que cualquier otro. Dirigía una editorial que se llamaba Arca, convocó un premio para menores de 30 años, y yo tenía 22 o 23 años, y lo gané con un libro que se llamaba Los museos abandonados. Y me quiso conocer. Tuve una relación muy cordial con él, que era un excelente crítico. Me dijo que yo era inclasificable, que yo era una generación entera, y que no había nadie con quien compararme en la literatura uruguaya, y posiblemente la latinoamericana. En primer lugar porque era mujer, era muy difícil encontrar una figura, digamos, de mujer comparable, y en segundo lugar, porque yo era de total vanguardia, yo era una escritora extremadamente vanguardista, a tal punto que en broma me empezaba a llamar la Rimbaud. La Rimbaud de Uruguay.
Mira, yo subscribo la opinión de Ángel Rama de que eres inclasificable, pero creo que una virtud que debemos reconocerle a Montevideo es que ha dado a luz a autoras excepcionales (por suerte no “femeninas”, en el sentido de los prejuicios que acompañan a esta palabra). No tienen parentesco contigo, pero sí comparten la ciudad. Marosa di Giorgio, excepcional, aunque ella siempre escribió el mismo libro, sus Papeles salvajes. Ida Vitale, poeta única. Armonía Sommers con su Retrato junto a Dickens...
Yo creo que sí, que de Uruguay, eh, una de las características es que ha dado siempre mujeres excepcionales, ¿no? Contribuyó fundamentalmente al hecho de que el feminismo fue muy temprano en Uruguay. La generación ya de mi madre eran mujeres que preferían, por ejemplo, tener hijas solteras, que detestaban el matrimonio, que detestaban las tareas hogareñas, que le gustaban trabajar.
¿Delmira Agustini?
La figura de Delmira Agustini es compleja, porque, una señorita de la clase media…
La nena en casa, la vampira en su imaginación…
La nena que tocaba el piano, que hacía todas las cosas que hacía la clase media, pero que tenía un don, que era el don de la poesía, muy admirada por los poetas modernistas.
Rubén Darío…
Exactamente. Pero, claro, va y se casa con un comerciante, alguien ajeno sus intereses poéticos, ¿no? Y con tal mala suerte… Sentía una verdadera atracción física por el hombre con que se casó. A los dos meses de casarse, ella se volvió en la casa de los padres con una frase admirable. Dijo: “El matrimonio es una vulgaridad”. Empezó a citarse con él, en casa de citas. O sea, se convirtió de esposa en amante. Él le pegó un tiro en una casa de citas. Quizá la contradicción insuperable de Delmira fue que no inició un “camino perverso,” entre comillas, como mujer, digamos. Intentó cumplir con el canon como mujer y le salió mal. ¡Le salió fatal! Pobre mujer. Está María Eugenia Vaz Ferreira, que tenía mucho talento, y era una de las primeras mujeres en ir a los cafés sola, y quedarse en un café hasta las 12 de la noche, hasta la una, y claro, que era hermana de Carlos Vaz Ferreira, que oficialmente era el intelectual de la familia. Ella también tuvo que sufrir las consecuencias de ser mujer, y “rara” entre comillas, porque no se casó, no tuvo hijos, y le gustaba escribir poesía, ¿no? En esta generación, que fue una generación que empezó a principios de siglo, las mujeres hicieron una ruptura con el rol tradicional, pero la ruptura definitiva, digamos, se hace en mi generación. En donde las opciones, no son solamente…
La casa y el convento, digamos.
Sí, hay opciones de otro tipo, incluso político.
A ti te tocó, en realidad, una generación de efervescencia no sólo intelectual, sino también política, ¿no?
Sí, claro.
Y cosechar lo sembrado por la gran revolución del feminismo…
Ahí está: lo que pasa es que el feminismo no… ya se había hecho en Montevideo. En Uruguay se lo tragó la política. Esa es una de las cosas de las que yo hablo más, y es que lo que pudo haber sido… es el desarrollo de ese feminismo que ya existía en Uruguay se atrasó por el hecho de que a las mujeres nos contaron el cuento de que participando en la guerrilla o participando en la ultraizquierda podíamos alcanzar las cuotas de poder que nos faltaban. Cuando lo único que alcanzamos fue que la represión fuera más fuerte hacia las mujeres que hacia los hombres, porque a los hombres —hay muchos desaparecidos, es verdad, muchos fueron presos, las mujeres también— pero a las mujeres siempre las violaban.
Sí, la violación…
Lo que no pasaba con los hombres. Eso sí, los apaleaban, pero a las mujeres las apaleaban y las violaban. Y entonces ahí fue donde las mujeres aprendimos que la igualdad no pasaba por los partidos de izquierda, ¿eh? Y que adentro de los partidos de izquierda las relaciones de poder siguen muy estructuradas. Y que la revolución feminista no tiene… tiene muy poco que ver con la revolución de los partidos de izquierda. Y en todo caso a la revolución de los partidos de izquierda, lo que propone es otra estructura de poder, pero donde se siga estableciendo dentro de las relaciones intersexuales una relación de poder… Se cambia a unos militares por otros.
Dejemos Montevideo, que tuviste que abandonar por obligación, no por voluntad, para salvar el pellejo, sabiendo que la siguiente ibas a ser tú, muy probablemente. Y llegaste a Barcelona con una mano adelante y con otra mano atrás.
No olvides que en el primer libro donde se habló de la guerrilla fue en El libro de mis primos. Y es más, en la primera edición que hizo Ángel Rama del libro que ganó el premio de Arca, Los museos abandonados, la primera dedicatoria, que después rectifiqué, era a la guerrilla.
Ah, esa nunca la he visto.
Sí, lo digo porque hay que reconocer los errores. Es la edición del año 68, y la dedicatoria es a los guerrilleros. Después suprimí esa dedicatoria.
¿Qué hiciste en Barcelona con tu activismo político?
La única manera de contrarrestar el sentimiento de culpa que tenía yo por haber salvado mi pellejo —porque me sentía muy culpable de haber abandonado a mis alumnos, a mis compañeros de militancia, a mis compañeras de militancia, a los presos políticos— era dedicarme desde afuera… No me bastaba el razonamiento que me hicieron los compañeros, que era muy claro: “Tú eres más importante fuera de Uruguay que en una fosa o en una cárcel.” Me costaba mucho asumirlo, porque yo me sentía muy solidaria, muy responsable de mis alumnos.
Era la Barcelona de Franco.
Sí, llegué, y lo primero que hice fue conectarme con la resistencia al franquismo y empezar a trabajar desde Barcelona en dos sentidos políticos, ¿no? Contra el franquismo y también en dar a conocer la situación política en Uruguay, lo cual llegó a que en el
año 74…
Te echaran.
Me echaron y me tuve que exiliar en París.
¿Cuánto te duró este segundo exilio?
Este segundo exilio duró como nueve meses. No era solamente un exilio, el problema era que la dictadura me había retirado la nacionalidad. Y entonces, yo no tenía ninguna documentación. En realidad estaba en calidad de apátrida en Francia… clandestina y apátrida.
¿Cómo fue esta historia rocambolesca de conseguir la nacionalidad española?
Apelé a las fraternidad de mis compañeros comunistas en España y conseguí un marido. Un valiente, porque no había matrimonio más que por iglesia y no había divorcio. Me casé con él, entré clandestina a Barcelona y conseguí que un cura de izquierda nos casara, a partir de lo cual yo tuve la nacionalidad española.
Vamos a brincar por tus libros, vamos a hacer este ejercicio, yo te voy a dar títulos de tus libros y tú vas a decir dos o tres palabras de estos libros. La tarde del dinosaurio.
Onírico, es un libro que salió de mis pesadillas.
La nave de los locos, que creo que es la que tiene más lectores.
Sí, yo creo que es un libro alegórico y transgresor, muy transgresor.
Una pasión prohibida.
Me lo pasé muy bien con ese libro.
Cosmoagonías.
Es uno de los libros más irónicos y satíricos que he escrito, lleno de ironía sobre la vida de las grandes ciudades.
Solitario de amor.
El más lírico que he escrito, aunque es prosa. Es calificado generalmente como lacaniano, pero yo no soy lacaniana. Y cuando lo escribí no había leído a Lacan a pesar de que hay una cita de él. Pero la cita la puse cuando el libro estaba terminado.
Cuando fumar era un placer.
El placer de fumar.
Vamos a terminar este rápido ejercicio con La última noche de Dostoievski, porque quiero que nos detengamos allí, es un libro maravilloso…
El placer de jugar.
De este libro tú cuentas una anécdota: te ofrecieron por él un premio muy jugoso, de mucha plata, si hacías cambios en el libro, cambios que tú te negaste a…
Por eso es que vivo en alquiler y no tengo casa…
Por el premio que no tuvo Dostoievski. Vamos a hablar del premio que no tuvo Dostoievski. ¿Porqué era para ti tan importante no hacer estos cambios?
Porque, todavía era relativamente joven. Esto que estamos hablando debe haber pasado hace 15 años, y me hirió profundamente el orgullo, porque yo no me presenté al premio. Me llamaron. Yo acababa de ganar un premio, el Ciudad de Barcelona de Poesía… Mi agente literario sabía que yo estaba escribiendo La última noche de Dostoievski. Me llamó y me dijo: “Mira, se está hablando mucho de tu premio, y me ha llamado una gran editorial que tiene premio de novela”. Me preguntó: “¿Tienes la novela terminada?” “Sí, la acabo de terminar.” “Tenemos una cita con ellos.” Les di la novela, y a los 15 días me llamaron, sacaron la chequera y dicen: “En este mismo momento te damos por adelantado el premio si accedes a hacer unos cambios, porque, claro, como es mucho dinero, tenemos que vender muchos ejemplares, necesitamos que la novela sea más comercial.” Y me sentí profundamente ofendida. Sobre todo porque quien me lo decía era el director en ese momento y era escritor. Y entonces yo le dije: “Aquí hay una confusión. Yo no me he presentado al premio. Si tú quieres dármelo, me lo das, pero con la novela tal como está. Esto no es un acto fallido. Yo no me equivoqué y escribí esta novela cuando quería escribir otra. No. Yo quería escribir ésta.”
¿Qué cambios quería?
Sí, algunos, sí. Prácticamente… me habló incluso de la figura del editor anglosajón que le dice al escritor como tiene que ir la novela. Le dije: “Pero, en primera, tú no eres anglosajón. Yo tampoco. Y en segundo lugar, yo le diría al anglosajón lo mismo que a ti. Yo escribo mis libros. El editor que los edite. El editor es el editor, pero yo soy escritora.”
¿Era un cambio estructural? ¿Significante? ¿Radical?
Era un cambio bastante importante. No solamente cambiar el orden de ciertos capítulos, sino agregar otros donde se viera un poco más la ludopatía del personaje, donde fuera atractiva la ludopatía del personaje, cuando justamente mi personaje está en crisis y lo que quiere es dejar de jugar. Y en segundo lugar, quería que la historia de amor, que es insignificante, creciera y que apareciera desde el principio. Para mí lo importante de la novela son las sesiones psicoanalíticas, quería que hubiera menos sesiones psicoanalíticas, y quería reforzar la historia amorosa del personaje con la otra jugadora.
¿Te estaba pidiendo algo así como escribir otro libro?
Exactamente, querían otra novela. Le dije: “Quieres otra novela, premia otra, no ésta.” Y ¿qué pasaba? Que él quería aprovechar también el hecho de que yo acababa de ganar el premio Ciudad Barcelona, que estaba saliendo por todas las televisiones, etc. Entonces también le daba… Me acuerdo que me recibió diciéndome: “¡Éste es el año Peri Rossi! Tienes el premio Ciudad Barcelona y ahora tendrás este premio.”
¿Volverías a hacer lo mismo ahora?
No me lo pregunto porque ahora estoy tan desilusionada con el mundo literario, y tan desilusionada con como va el mundo que… ¿ahora posiblemente sabes qué haría?
¿Qué harías?
Le diría: “Mirá, escríbela tú. ¿Eh? Escríbela tú, y la firmo yo.”
Dices que estás desilusionada con el mundo literario, pero una cosa es estar desilusionada del mundo literario verdadero, y otra cosa muy diferente es estar desilusionada del mundo del comercio de los libros o el mundillo de escritores y editores.
A ver. Estoy desilusionada con el hecho de hasta qué punto los escritores hemos aceptado esta transformación del mundo editorial. Hasta qué punto hemos aceptado que el sueño sea tener un piso propio, vacaciones en Hawai, un coche último modelo, y salir en la televisión. O sea, lo que ha cambiado es los referentes de los escritores. Ahora, cualquier jovencito de 30 años lo que quiere es escribir una novela comercial, ¡pero lo peor es que los de 60 también! Todo el mundo parece que lo que quiere es hacer dinero con la literatura. Yo, siempre he dicho que la literatura no sirve para hacer dinero. Yo, por ejemplo, toda la vida he tenido otra profesión. Lamentablemente aquí no pude ejercer la docencia, nada más que un año aquí en Barcelona. Si hubiera podido convalidar el título, yo me ganaría la vida de otra manera. Y dejaría entonces la literatura sin vínculo con el dinero, ¿no? Porque, claro, por otra parte yo me considero completamente incapaz de escribir una novela comercial. Esto en primer lugar. En el mundo editorial comercial de España prima sobre todo el género de la novela. Una cosa inexplicable porque cuando leo las novelas que publican, o las miro… Si yo quiero que me cuenten muchas cosas, ¡pongo la televisión! Es decir, la televisión narra muy bien. Narra estupendamente bien, porque en vez de tener que describir cómo son los botones del chaleco de Napoleón, me los muestra. Entonces, si lo que yo quiero es aturdirme con efectos especiales, voy al cine. Si yo quiero que me marrullen la cabeza contándome los amores de éste con el otro, pongo una serie de televisión, un culebrón o lo que sea. Yo que nunca miro la tele.
Contra lo que pareces muy enfadada, con mucha razón, es con la idea de la literatura como una forma de aturdimiento. No la literatura como reto…
Como una forma de conocimiento.
No estoy segura de eso.
La literatura es una forma de conocimiento.
Y desconocimiento. Vuelvo a Elena Garro, con ella uno conoce muy poco, pero uno admira una gran escritora, una gran escritura. La Garro estaba loca como una cabra, y es todo menos una figura ejemplar, nada ejemplar, pero su mundo literario es un mundo increíblemente interesante, que ilumina esas áreas oscuras de la vida que uno nunca entiende.
Sí.
La literatura como un espacio de inutilidad imprescindible, el de la obra de arte.
Sí, ahora, a mí me pasa lo mismo con el cine. Yo que soy una gran amante del cine, y que, digamos, sigue siendo una de mis mayores aficiones, nunca voy a ver una película de efectos especiales. Ni nunca voy a ver una comedia barata. O sea, yo voy a ver… a mí el cine que me gusta, y tengo mi casa llena, porque las he comprado todas, es el cine europeo de los años 70.
Sí. No tengo nada en contra de “divertirse,” entre comillas (y a mí sí me gustan los efectos especiales, y adoro una buena comedia), de lo que sí estoy realmente en contra, es de aturdirse. Detesto la idiotez y la malhechez.
Sí.
Detesto la idiotez, detesto lo que parece que es lo que quieren es dorarle a uno la píldora, engañar. Dar falsos satisfactorios: la literatura es una cosa incómoda. Como el buen cine.
Sí, como el buen cine.
Y lo que es más incómodo, para mí, es lo que es más divertido y fascinante.
¡Ahí está! Depende, entonces, de cómo, a ver… Yo creo que el conocimiento es incómodo, y cuando quiero divertirme, juego con los juegos de Internet. ¿Eh? A ver… Cuando quiero… yo sé divertirme, pero mis maneras de divertirme no pasan por ir al cine, ni leer un libro. Es más, a mí me puede parecer entretenidísimo… si quiero entretenerme, me leo un libro de biología, no le pido que esté bien escrito, lo que le pido es que me dé información.
Ahora, volviendo a los juegos…
A la literatura siempre le exijo que esté muy bien escrita, porque eso es lo propio de la literatura, ¿no?
Sí, porque eso es lo que es…
A una orquesta le pido que suene bien.
Claro.
Y a una cantante que no desafine.
Aunque escribir bien no es una cosa que se imita. Eso que yo llamo el estilo, es que a un autor, o a una autora —a un autor, porque todos somos un autor— lo levante una voz única y propia.
Sí, es cierto.
Que lo tienes tú, Cristina. Que no lo tiene mucha gente, pero, que es una cosa casi diría yo, no adquirida.
Ya.
Hay ese cuento extraordinario de Felisberto Hernández, tu compatriota, en que no explica, o sí explica, o da una explicación falsa de cómo escribe un cuento.
Sí. Sí, lo conozco.
El cuento nace, o no nace, es espontáneo, pero no es espontáneo, es esta cosa compleja que es la creación de un texto literario.
Sí.
Compleja y muy simple… en un sentido…
Sí.
Muy simple, ¿no? Pero que es una cualidad que requiere la poesía, pero también la novela, y el teatro, y el ensayo, y es la autenticidad, y no quererle tomar el pelo al lector… No quererle regalar lo que no es…
Exactamente.
Sino dar lo que es.
Ya.
Y bueno, yo pienso que el mundo literario, de todas maneras, sigue existiendo.
Por suerte, sí, sigue existiendo. Por suerte todavía hay libros en los que lo del entretenimiento es secundario, ¿no? Lo que ocurre es que también hay una gran inflación de prestigios, por lo menos, en España, hay una gran cantidad de… Un poema, a un gran poema no lo pueden convertir en imagen. Yo creo que eso es lo que define lo literario, es un mundo distinto a la imagen. Y un relato de Kafka difícilmente se puede llevar a la imagen, ¿no?
Aunque tú también sabes que existe este fenómeno que es la traducción y que es tan difícil traducir un poema de una lengua a la otra como traducir un relato al mundo de la imagen. Y pienso que ahí también se puede ver un trabajo de autenticidad de traducción a otro medio. Lo que yo siento es que sí hay todavía escritores que pensamos que la cantidad de ejemplares de libros no significa nada, pero es verdad también que estamos muy desamparados legalmente, y no tenemos jubilación, no tenemos seguridad social. Es decir, estamos muy desprotegidos frente a una industria que lo convierte todo en un producto de venta. Sin lugar a dudas. Y tú estás en un país ahora, en España, tienes doble nacionalidad, y tienes siquiera el amparo del Estado, pero imagínate esto en el caso de autores latinoamericanos, ¿no?
En Uruguay, me acaban de avisar que se acaba de aprobar en el parlamento un proyecto para la jubilación de escritores. Lo cual estaría un paso más adelante del de España.
Hombre, imagínate, sensacional, por supuesto. En México, el problema grande no es, como en España, el crecimiento de la industria editorial —porque seguimos teniendo poquísimos lectores, es un país de analfabetos—, sino, ¿cuál es la relación de los escritores con el Estado? Porque el Estado es muy generoso, los escritores viven del Estado, y entonces, claro, eso también pervierte al mundo literario.
Sí, exactamente, eso pasa mucho aquí en Cataluña con la cultura subvencionada en catalán.
¿Por qué no hablas catalán? Perdón, ¿puedes contestar esta pregunta?
Porque yo soy absolutamente dura de oído para cualquier lengua que no sea el castellano. Yo soy muy buena lectora en otras lenguas. Soy traductora del francés, pero mi francés es horroroso; soy traductora del italiano, pero mi italiano es horroroso; soy traductora del portugués, pero el portugués que hablo es horroroso; y soy lectora del catalán, pero cuando lo hablo, me da vergüenza. Entonces, como tengo… a ver, yo tengo dos oídos muy distintos: tengo un muy buen oído receptivo, pero un muy mal oído reproductor. Esto ya me pasó cuando estudié música. ¡Además yo estoy en una ciudad, en un país, bilingüe! O sea, Cataluña, sea región, país, o como quieras llamarle, es bilingüe. Hay dos lenguas oficiales. Por lo tanto, es perfecto que a mí me hagan una entrevista en catalán; como lo entiendo, lo contesto en castellano. Es decir, yo no le exijo a la gente que hable castellano. Que hablen en su lengua, yo los entiendo, y yo contesto en la mía. Me pareció un modelo, incluso yo diría, casi ideal de convivencia, ¿no? A mí que me hagan una entrevista en la radio catalana, y me pregunten en un perfecto catalán…
Y tú contestas en perfecto español.
Entiendo perfectamente que haya gente que no quiere ese proyecto, que quiere una sociedad donde solamente se hable catalán, pero yo creo que es una pérdida. Tampoco entiendo como en nombre de un patriotismo catalán se puede excluir a una cantidad de escritores que han escrito maravillosamente bien en castellano siendo catalanes.
Es que yo entendería un patriotismo que quiera agrandar la patria pero no achicarla.
Si resulta que solamente son catalanes los escritores que escriben en catalán, entonces se queda fuera Mendoza, queda fuera parte de la obra de Carme Riera, queda fuera Manuel Vázquez Montalbán… ¡Una enorme cantidad de autores quedan afuera! Se los están regalando a quienes dicen despreciar. ¡O sea, a los españoles! ¡Están locos!
Eso es absurdo. Pero, también, si me permites, allí entramos en otro nivel de discusión que a lo mejor tú prefieres evitar. Pero, la verdad, es que a estas alturas de la vida, uno no quiere patriotismos de ningún signo.
Exacto. Yo estoy totalmente de acuerdo. Pero yo cuando te digo eso es porque me pongo en el lugar de la gente que quiere la patria. Es decir, claro, y acá, cuando a mí me preguntan “¿Qué eres más, española o uruguaya?”, digo: “Yo soy ciudadana del mundo.” En cualquier parte del mundo, defiendo las mismas cosas. Viví en Berlín, donde defendí las mismas cosas. Y cuando vine, cuando llegué aquí, luché contra Franco, como hubiera luchado si me hubiera ido a favor de Allende.
¡Claro!
Claro. Lo que pasa es que eso ya en Europa no se estila, o sea, ese tipo de pensamiento. O la contradicción que hay entre ser socialista y nacionalista, es un tema que no se aborda. En primer lugar, por una razón muy importante, que es la cobardía. O sea, si el Estado puede mantener una cultura oficial —estoy hablando de Cataluña— si mantiene, como en México, una cultura oficial, y todos tiran del bote, claro, se suman a eso. Es más fácil vivir del bote que vivir de la propia obra.
En mi caso, a mí no me cabe la menor duda de que soy mexicana, porque esa es mi infancia, pero eso no me hace defensora a ultranza de la mexicanidad… El patriotismo siempre es excluyente. En el caso de México, quienes quedan excluidos del proyecto de nación son una parte fundamental de la nación: son los pueblos indios. Entonces, me inquieta. Y ahora que vivo en Nueva York, donde 30 por ciento de las personas que viven en esta ciudad hablan español, yo estoy aquí, porque siento que es una ciudad que es parte del mundo. No estoy aquí porque crea que pertenece a los Estados Unidos; no me interesan.
No hay nada menos norteamericano que Nueva York.
Sí. No quiero estar ahí, quiero estar en el límite, quiero estar en la distancia, que por cierto, creo, que es la posición de un escritor. ¿No? Tú en uno de tus poemas hablas de “distancia justa.”
Exactamente.
“En el amor y en el boxeo, todo es cuestión de distancia”.
Sí.
“Si te acercas demasiado, me excito, me asusto, me obnubilo, digo tonterías, me echo a temblar, pero si estás lejos, sufro, entristezco, me desvelo, y escribo poemas.”
Ah, y por cierto, en México también, la misma editorial publicó uno de mis libros que se llama El pulso del mundo y es una antología de mis artículos periodísticos desde el año 1973 hasta el año 2003.
Ah, fantástico.
Es un libro hermosísimo. Yo siempre dije que mi obra periodística forma parte de mis obras completas, cuando hago periodismo lo hago pensando en mis obras completas.
Tus colaboraciones en los periódicos son sensacionales. Aquella de las presidentas, en que está Chabelita, mientras que están los presidentos, que son el Presidente Bachellet, es realmente…
Por eso hago poco periodismo, justamente para hacer periodismo sólo para ganarme la vida, siempre lo veo como parte de mis obras completas. El pulso del mundo está publicado en Uruguay y también en México. Y es de los que más orgullosa estoy, ése sí lo puedo leer sin problema, por mis artículos, ya que de muchísimos me he olvidado. Y lo que me satisface es que los artículos que publiqué en 1975 tienen total vigencia hoy también, o sea que han superado la prueba del tiempo.
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