“Mi época de promiscuidad me abrió mucho la mirada” Entrevista con Luisgé Martín
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Con Cien noches el escritor español Luisgé Martín fue acreedor del Premio Herralde de Novela 2020, un reconocimiento que le da un nuevo impulso a su larga trayectoria literaria, marcada por la provocación y el abordaje de la sexualidad desde la total libertad
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POR GUILLERMO ROZ
Luisgé Martín (Madrid, 1962) opera con el bisturí de los que abren la alegría y el espanto, las risas y los llantos simultáneos, el sexo explícito y el murmullo de unos pormenorizados informes clínicos. El arte del flamante ganador del Premio Herralde de Novela 2020 con Cien noches (Anagrama), consiste en aplicar frialdad a las materias calientes de la vida, a hacer silencio con palabras, en adentrarnos en jaulas en la que montones de gente viven al límite de todo.
En su última creación, una joven interesada en el estudio práctico de la promiscuidad sexual, nos lleva de la mano de sus anotaciones, a una variedad de historias sórdidas, reveladoras de secretos, manifestaciones del cuerpo y de la mente. Hija de los mismos intereses de muchas otras grandes novelas del autor, escrita con la tranquila fluidez de un diario psicopático, de una larga carta de una obsesionado por su materia y por su pecado, Cien noches y su Herralde, terminan de sitiar a Luisgé Martín entre las plumas imprescindibles del panorama actual de la literatura en castellano. Con él conversamos.
¿Qué lugar ocupa esta novela en tu trabajo literario de tantos años?
No puedo deslindar Cien noches del Premio Herralde. No puedo desligarlo de una suerte de visibilidad, de reconocimiento que me hace feliz. Antes del premio, Cien noches era el reto de volver a la ficción pura, sin esa interposición en la que yo apareciera como personaje, como en muchas de mis novelas. Quizás esté llamada a ser mi última o penúltima ficción pura. Me apetecía dejar de usar el recurso de verosimilitud autobiográfico. Cien noches ocupa un lugar de cierre en mi trayectoria de ficción, aunque esto puede ser una tontería porque de repente pueden llegar novelas que te aparecen.
Decía Ana María Matute, que los premios no hacen autores, pero que sí hacen lectores. ¿Estás de acuerdo?
Completamente. Ya me están llegando muchos mensajes de gente que me escribe, gente que no se hubiera acercado sin el premio. Yo no tenía idea de quién era Louise Glück, por ejemplo, y gracias al Nobel, me hice con libros de ella para leerla. No me interesó, pero la leí.
¿Quieres que tu trabajo literario empiece a construirse desde otros lenguajes, diferentes a la ficción?
Desde El Amor del revés (su libro más autobiográfico), ha cambiado algo en mí. Me he sentido cómodo, feliz escribiéndolo. Ahora lo que creo es que seguiré trabajando en narrativa, pero en narrativa de no ficción. Yo creo que la imaginación está sobrevalorada.
¿Cuáles son tus lecturas de no ficción?
Pienso en Al oeste del edén, de Jean Stein; Emanuel Carrere, El adversario, claro. Svetlana Alexiévich, a la que leo con devoción. Me acuerdo de Selva Almada, de Lina Meruane; Las malas, de Camila Sosa.
Si Cien noches trascendiera el tiempo y formase parte de un canon, ¿por cuál motivo desearías que fuera?
Yo escribo para defender las causas perdidas. Por ejemplo, cuando escribo mi primera novela, La dulce ira, es porque quiero hacer una defensa de la venganza. Un sentimiento con muy mala prensa. En el caso de Cien noches, me produce un cierto estupor cómo en sociedades del siglo XXI, abiertas y liberales, seguimos tratando la infidelidad, con el marchamo del pecado. La tesis del libro es que la infidelidad no deja de ser una necesidad casi lógica en las relaciones humanas, que no afecta a eso, mucho más sagrado, que es el amor. Se sigue confundiendo lo que es la fidelidad con la fidelidad sexual. Yo creo que en las relaciones sentimentales lo importante es la lealtad y mucho más cuando uno tiene una relación de largo recorrido. Creo que en algún momento uno debe elegir entre privarse del sexo o ser infiel. Nadie elige privarse del sexo, otra cosa es que pueda o no hacerlo.
¿Esta historia, entonces, nace de una tesis a desarrollar?
Todas mis novelas, salvo La mujer de sombra y La misma ciudad, han nacido de una idea a defender. No de una trama, no de un personaje. Esto se ha añadiendo poco a poco. No tengo complejos en reconocer que defiendo una idea cuando escribo, sabiendo que una novela defiende una tesis “de aquella manera”, con espacio para la ambigüedad, donde no hay voluntad de sentar cátedra ni nada que se le parezca. Yo trato de ofrecerle al lector algunas visiones que pueden hacerle salir del armario. Algunos se niegan a hablar de sus infidelidades porque creen que se meterán en un lío. Ojalá sirviera para que el tema se abriese.
Cuéntanos, por favor, cómo fue la idea del cameo de los escritores que colaboraron con esta novela…
Nació por azar. Cuando yo tengo la novela diseñada quise que varios informes de los detectives que aparecen funcionaran como cuentos, textos con valor autónomo y sirvieron para pautar la historia. Quizás lo hice por una incapacidad mía para multiplicar voces. Entonces me dije, que para que estos seis informes tengan voces distintas, debía gorronearle a amigos. Me pareció una idea estupenda. El cameo literario, a diferencia del cine, yo no tengo idea de que existiera en literatura. En la pequeña ficha de cada detective, hay una clave para identificar cada uno de los autores (a saber, los escritores españoles: Edurne Portela, Manuel Vilas, Lara Moreno, Sergio del Molino y José Ovejero).
Este matiz le da a la novela la forma de una Historia de historias, ¿verdad?
Siempre, soy muy quijotesco. No sólo en esos seis capítulos, hay dentro de la novela otros relatos que podrían haber tenido un desarrollo autónomo.
¿Cómo te documentaste para construir una novela que habla de sexo, de amor y de crimen, con paratextos científicos?
Pues, me acompaña una pila de libros sobre perversiones y parafilias sexuales, informes sexológicos, de cómo ha ido progresando el estudio de la sexología. A través también de noticias de periódicos. Me interesaba mucho ciertos experimentos psicológicos que inserto de la mano de Irene, la protagonista, quien está interesada en la conducta humana y en la sexualidad, y por otro lado, la parte criminal que desemboca en su profesión.
¿Crees que la ciencia ayuda a entender el amor?
Si, estoy convencido de eso. Todos los avances que hay en neurociencia son fantásticos y van probando esto. Va a llegar un punto de inflexión que acelere esta idea. Ahora mismo estoy leyendo un libro de Jan Morris, en el que ella cuenta su transexualización. Años 70, donde aquello era más duro. Ella habla de los fundamentos biológicos de los comportamientos sexuales y yo creo que también del amor. Llegará un momento en que esto estará muy claro, y que le quitará el romanticismo a la vida tal como la conocemos, pero nos la hará más fácil.
¿El amor es hijo del sexo, y no al revés, entonces?
Yo diría que son conjuntos disjuntos. Son hermanos que coinciden en una parte. Hay gente a la que tú amas y gente con la que tú follarías y que no amarías jamás. Y otro grupo de gente, con la que compartes la vida y tienes un vínculo afectivo, y compartes con ella el deseo. Lo que critico es que despreciemos el sexo por el sexo. A mí me parece maravilloso, porque cuanto más brutal, brutal entendido como anónimo e improvisado, tiene unos valores que el sexo con pareja no va a tener nunca.
Si te dijeran que tienes que retirarte de la civilización y puedes elegir una de estas dos islas: la del amor sin sexo, o la del sexo sin amor. ¿Cuál eliges?
Ahora lo tengo fácil por mi edad: me voy a la del amor sin sexo… Siempre que me pueda llevar libros (risas). Durante muchos años hubiera elegido la otra opción.
¿Por algo en especial querías una pareja entre una española y un latinoamericano, un argentino como Claudio, la pareja de la protagonista?
Me quedaba cómodo dos personajes que hablaran español y que, en el caso de Claudio, tuviera la oscuridad asociada a la violencia de la dictadura argentina, por detrás. Argentina es un país con el que tengo vínculos afectivos, por otra parte.
Esta violencia traída desde tantas oscuridades, marida bien con el sexo, tal cuál tú lo escribes, ¿lo ves así?
Claro, ese sexo al borde de la violencia y esa forma en la que una vida como la de Claudio afecta a cómo se comporta sexualmente y afectivamente.
A esta altura de tu carrera, donde en tantas páginas has puesto el interés en ciertas perversiones humanas, ¿te siguen llamando provocador?
Sí. Yo creo que me gusta serlo. También hay cosas que están en lo que escribo que son provocaciones contra mí mismo. Nadie me ha preguntado cuál es mi modelo de pareja con mi marido, pero seguro que los que leen la novela se preguntan cuál es el modelo de pareja del autor. Sí que sé, que algunos de mis amigos, que más apariencia de fidelidad tienen, no son fieles. Por lo tanto, poner delante de ellos y de los lectores, una historia como esta, tiene un punto de provocación. Me gusta el valor de la literatura de tocar los cojones.
Te presento algunas frases de Cien noches y te pido que las completes con lo que tú piensas sobre ellas, ¿de acuerdo?
Vale.
“El cerebro es un órgano exterminador. No se atiene nunca a la realidad del mundo, sino a su propia realidad”.
Vivimos con certezas que no se corresponden con el mundo que habitamos. El ejemplo más claro que trae esta novela es que la fidelidad es un valor que debemos preservar, cuando no lo es.
“Yo no soy quien soy (…) Nadie es quien es. Nadie sabe en realidad quien es”.
Es un tópico literario en general y en particular de mi literatura. Yo creo que hay muchas personas con varias caras. Uno mismo muchas veces no sabe cuál de esas caras es la más verdadera. Ahí el juego literario se vuelve maravilloso.
“La promiscuidad conduce a la sabiduría”.
Estoy convencido de que es así. Hay varias formas de acceder a la sabiduría y una es la promiscuidad sexual. Tiene muy mala prensa por razones religiosas, nada más. Yo mismo tuve una primera época de casi castidad, una segunda época de promiscuidad, y una tercera época de normalidad. A mí la época de promiscuidad me abrió mucho la mirada.
“Acariciar no es siempre un acto de cordura: a veces es desollamiento”.
La idea es que, a veces, cuando acariciamos a otro lo que intentamos es arrancarle la piel. Hay que aprender a acariciar. Queriendo hacerlo a veces desollamos a los otros.
“El amor erótico entre dos personas dura como máximo cien coitos. Cien encuentros. Cien noches. A partir de esa cifra todo es previsible y ordinario”, “el amor, el más destructivo de los sentimientos…” Estas son algunas de las tantas teorías que se leen en esta novela y que la vuelven un compendio de hipótesis sobre el amor y el sexo, hijo de una serie de en torno a una mirada pesimista sobre la vida…
Cien noches es una cifra bastante baja, pero para el título venía bastante bien. No creo que haya un patrón inmutable pero sí que, igual que se puede decir que “el amor eterno dura tres años”, se puede hablar de lo que dura el deseo. Asumamos que, sea quien sea nuestra pareja, Angelina Jolie, Brad Pitt, o el más feo del mundo, el deseo se va agotando.
Tu anterior libro es un ensayo titulado La vida feliz. Una apología de la vida falsa, en el que se lee “La vida es una mierda, un acto ridículo o absurdo, pero nos comportamos ante ella con una estricta solemnidad, convirtiendo en mito o literatura todo lo que le afecta”. ¿Podrían resultar estas líneas una explicación, una síntesis de todo lo que les sucede a los personajes de Cien noches?
De Cien noches y de todas mis novelas y de todas las tuyas. Aunque Cien noches deja, al final de la novela, un impacto más optimista que la mayoría de mis libros. No resulta destructiva ni deprimente, a pesar de todo, pero es verdad que todos lo que les ocurre a los personajes los enfrenta a una idea importante: lo romantizamos todo para poder seguir adelante. Nos engañamos, en este caso en el amor y a veces construimos al sexo como un valor místico.
FOTO: Cien noches narra las indagaciones de una joven sobre varias historias de promiscuidad sexual./ José Luis Cánovas/ Cortesía Anagrama
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