Erosión y lubricidad de la lengua

Ene 20 • Lecturas, Miradas • 3357 Views • No hay comentarios en Erosión y lubricidad de la lengua

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Eros una vez, libro ganador del Premio Internacional de Poesía Mario Benedetti 2016, descubre a una poeta que indaga en el lenguaje que han usado los hombres y las mujeres para dotar de inmortalidad los goces y los tormentos de la pasión amorosa

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POR ERNESTO LUMBRERAS

1. El título del libro enuncia por lo menos dos vías para recorrer sus páginas hacia dos destinos estrechamente vinculados. En principio alude a la divinidad griega, Eros, muy venida a menos desde que Rafael la redujo a esos angelitos sonrosados y bonachones. Dios de la atracción sexual, de los impulsos indómitos propiciados por sus violentas saetas, relacionado con Afrodita en los rituales del amor y de la pasión. Insumiso, caprichoso, arrebatado, esa deidad también probará ese veneno y ese elixir cuando sucumba a la belleza de la ninfa Dafne. Ese nombre mitológico de llamados vehementes, Eros, la poeta lo verbaliza, lo torna acción, tiempo que transcurre como por arte de magia puesto que ese incipit es el comienzo de los cuentos y las fábulas: Érase una vez. Tiempo de encantamiento como el amor y el placer sensual, la sola enunciación de esos tres vocablos nos concede un viático para abandonar este mundo y viajar a otro de mayor plenitud e intensidad. En este doble tránsito, el libro de Julia Santibáñez es una indagatoria al lenguaje desde su vertiente erótica y, también, una inmersión al erotismo desde su caudal lingüístico. Los poemas donde se combina estos recorridos son las felices atribulaciones “del fuego helado” celebrado y defenestrado por los poetas de los Siglos de Oro de la lírica castellana.

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2. Los poemas de Eros una vez, son breves, apenas medianos en su extensión. No tan breves, o al menos no de esa brevedad que torna ridícula, trágica y angustiosa la eyaculación precoz. Son, a veces, latigazos entre dos silencios cómplices, epigramas redondos y contundentes, juegos que en pocos, muy pocos minutos, alcanzan su éxtasis y su agonía, su cima y su cisma. Algunas piezas de este libro reconocido con el Premio Internacional de Poesía Mario Benedetti 2016, traen la melancolía cínica y paródica de Catulo, actualizada a nuestros días de redes sociales y feminismo a la alza, a manera de antídoto o placebo a fin de atenuar esa cruel paradoja del odi et amo. Quare id faciem? (Odio y amo. ¿Cómo es posible esto?) que arrastra y revuelca a los amantes de siempre entre el paraíso y la desolación. Y también, aquí y allá en los versos de Santibáñez, vislumbro las gordas gotas de la elegancia mordaz, bálsamo del desamor tan propia de Marcial: “Uno de estos días vas a hacer / el que me quieras, / el que me quieramente / así, / como yo quiero.”

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3. El poeta es un soñador de palabras decía Gaston Bachelard. En esa aspiración, Julia Santibáñez es osada y curiosa, irredenta y paciente en su vocación lúdica de construir una lengua al deseo, lengua de lamer todos los recovecos del universo, lengua de hacer músicas, balbuceos, callamientos. En ese registro me recuerda al mejor Juan Gelman, sobrino de Oliverio Girondo, nieto de César Vallejo y tataranieto de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz. A veces, el renunciamiento o la derrota misma, la aceptación de que las limitadas y muy humanas palabras sólo pueden presentir —captar el efímero destello de un animal que huye— de ciertas experiencias que desbordan la razón totalitaria, resulta a la postre la mínima y muy cuestionada fortuna del poeta: “No sé / y tal vez sí / quizá / por qué esta obsesión / tan alta / tan honda / tan oscura / este algo que palpita / quizá / pero no quiero querer / no sé saber / de veras, hoy no. / No sé para qué.”

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4. Dinamitar la sintaxis o cambiar los hábitos —trapos y apetencias— de las palabras. A partir de hoy, mientras la eternidad del amor colapsa los significados y los significantes de su intensa y breve oratoria, los adjetivos darán la cara por todos los mortales. Los sustantivos han dejado de ser sustantivos para el inventario provisional del mundo. Los verbos, ante la hecatombe inminente, se han paralizado y no mueven siquiera las pestañas. Como en la noche de San Juan o en el Carnaval de Río de Janeiro, la cópula y la cúpula se amanceban y se sacian. Todo es lo mismo y todo es distinto. Estamos por primera vez aquí y llevamos diez mil años aguijoneados por el escorpión bermejo de los más bajo instintos y por la iridiscente libélula de los pensamientos más nobles. Frente a tal urgencia y frente tal demencia, el poeta debe dar otro brillo, otros giros a las palabras de la tribu: “…me turalato, me indeciso, me timorato. Cuando te vas, / energumenada, me carajo hasta espumar / en la insomnidad. / Me casimente basto para infinitarme contigo, / vieras.

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5. Como el jardinero de un bonsái, el poeta poda el follaje visible y el follaje invisible del lenguaje, lo torna más persuasivo y puntual a costa de hacerlo menos evidente.

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6. El poema de las formas breves recorre la cuerda floja sin malla de protección. Si el poema se cae, sencilla y rotundamente, se cae. En su número mortal, sólo valen los pasos y los movimientos precisos. Podría fingir una caída con ese fingimiento citado por Pessoa al grado de empalidecer y sudar miedo. Pero no más. No hay lugar para adornos, demoras y extravíos. La otra orilla lo espera. Y el abismo también.

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7. La táctica y la estrategia de los poemas de Eros una vez, evaden de inicio, el consejo y el chantaje. Le dan la vuelta a lo edificante y a lo políticamente correcto. Como en los tangos y en los boleros, lloran lo llorable y ríen lo risible sin maniqueísmos o grandilocuencia. En eso también me recuerdan a los poemas de Rubén Bonifaz Nuño, en especial, a los de Albur de amor y a los de Eduardo Lizalde, sobre todo, los reunidos en La zorra enferma y en Tabernarios y eróticos. Dice Julia Santibáñez: “Ayer nos despedimos, / como siempre, / y hoy que sé lo que no esperas / pienso que tampoco yo sé / qué noche estoy mirando / en la ventana.”

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8. Nos ha demostrado Denis de Rougemont, con argumentos muy razonables, que los poetas son los inventores del amor, de sus rituales y cortejos. A través de los versos de Dante y Petrarca, de Shakespeare y Donne, de Lope de Vega y Sor Juana, los hombres y las mujeres han dotado de inmortalidad los goces y los tormentos de la pasión amorosa. Cada época borra antiguas formas de relacionarnos y nos provee de nuevos protocolos y artefactos para romper nuestra insularidad. Ya en 1917 López Velarde hablaba de ciertas “Tardes en que el teléfono pregunta / por consabidas náyades arteras / que salen del baño al amor.” El libro de Eros una vez de Julia Santibáñez suma a las primeras décadas de nuestro tercer milenio un testimonio y un tratado sobre las particulares celebraciones del cuerpo enamorado, sobre sus inevitables infiernos tras la ruptura, o de la simple y desasosegadora espera de un mensaje que no llega a nuestra bandeja de correo electrónico o a nuestra cuenta de whatsapp: “Pasan las horas y espero / ese mensaje que no mandas / en el que no dices las ganas que tengo de besarte.” Autoironía, autoinmolación, autoescarnio, en la pasión de amor al igual que en la pasión poética, esas acciones —verdaderos autos de fe— restituyen desde la pérdida, y desde su correlato, el dolor y la nostalgia, instantes de aquella conjunción corporal y anímica que con todos sus desastres continúa moviendo al sol y a las demás estrellas.

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FOTO: Eros una vez, Julia Santibáñez, Seix Barral-Fundación Mario Benedetti, Montevideo, Uruguay, 2017, 63 pp.  / ESPECIAL

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