“Es inevitable que lo bélico esté en la Cultura”: entrevista a Miguel Tapia
El autor Del famoso y nunca igualado corrido del Quicón Uriate, editado por Era, se pregunta qué tanto hablan de nosotros los corridos y cómo han permeado en las formas de expresarse. En una conversación, el sinaloense reflexiona sobre esta tradición musical y sus transiciones, además del vínculo artificial con el narcotráfico
POR DONOVAN KREMER
Nacido en Culiacán, Sinaloa, en 1972, de joven decidió mudarse a la Ciudad de México no sin antes concluir la carrera de Ingeniería en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Instalado en la capital del país, Miguel Tapia ejerció de periodista y de músico. Luego se aventuró a vivir a París, Francia, donde actualmente radica. Las historias de reveses que escribe comparten una sonoridad, y las posibilidades en ellas son notas que vienen de ninguna parte, pero ahí están, listas para tocarse: a veces suave, otras, fuerte, y ciertas ocasiones para reinventarse.
En su corpus narrativo aparecen personajes entrañables como viscerales en su propia ingenuidad, y los que de plano están jodidos, perdidos o son irremediables, víctimas y verdugos de una parodia mayor al extravío, al fogonazo del desierto. Su obra es calificada como una literatura norteña que, sin embargo, no embona en ningún lugar común del norte, del narco sanguinario y los caminos circulares. Dos libros de cuentos marcan su estilo: Los caimanes (2007) y Señor de señores y los caimanes (2010); le siguen las novelas Los ríos errantes (2017) y Tumbas de agua (2020), ganadora del I Premio de Novela Ciudad de Estepona. Los relatos de Tapia aparecen en las antologías Des nouvelles du Mexique (2009) y Norte. Una antología (2016).
A este compendio se suma Del famoso y nunca igualado corrido del Quicón Uriate (Era, 2023), sobre la vida de Enrique Uriate, oriundo del imaginario pueblo de Cuescamula, en la sierra sinaloense: un hombre imponente y machín, nalga plana y camisa fajada pa’ que se vea la hebilla, quien es aficionado a los legendarios corridos de Los Bravos, Los Cadetes de Linares, Los Alegres o Los Relámpagos, música regional con la que Miguel Tapia está familiarizado; le tocó crecer con narraciones líricas acerca de Alfonso Chito Cano, Arnulfo González Muñoz, los hermanos Mata, Rafael Caro Quintero, y demás personajes en conflicto con la autoridad, retratados como héroes locales o antihéroes. Corridos de una tradición que se remonta al Porfiriato y luego a la Revolución Mexicana, y que con el tiempo se ha convertido en registro de las hazañas del bandido, del criminal, del narcotraficante.
La novela está contada en clave cervantina. Al Quicón le pasa lo que al Quijote, si el Quijote queda extasiado de los libros de caballeros y se asume como tal, el Quicón hace lo propio con los corridos en casete y sus figuras bragadas; abandona la sierra, en compañía de su fiel pariente Socho, un hombre descrito al tamaño y forma de Sancho, en busca del corrido que lo encumbre. A su paso la fantasía lo emborracha, le hace ver chueco y oler chato.
“El lenguaje tiene mucho del calor y de las expresiones sinaloenses de las generaciones recientes, o no tan recientes, incluso, me atrevo a decir, manipulando el lenguaje para que el habla pareciera más elaborada, de una sonoridad con fraseos largos, y noté que este ejercicio funcionaba sólo si renacía en una nueva voz, y una vez que ésta echó raíces, la dejé seguir su curso, con sus propias rutas, otras veces con las estructuras de Cervantes”, platica Tapia desde París.
La entrevista se realizó una semana antes de que el presidente Andrés Manuel López Obrador manifestara su rechazo a los corridos tumbados, el pasado 26 de junio, cuando refirió que hacen apología a la violencia. Desde entonces, López Obrador creó una lista de reproducción que ha ampliado con música para contrarrestar el predominio de estos corridos en la cultura popular.
Quicote, como también le llaman, pierde el norte, por jugar un poco con la región. Al descender de la sierra se topa con otras maneras de entender la vida y su ritmo, como cuando las mujeres lo atacan. Pareciera que a través de este personaje la virilidad se muestra ya anticuada. ¿Son otros tiempos?
En la España de Cervantes, la figura del caballero andante era popular y muy reconocida, pero hablaba de un periodo pasado; de cierta forma, Don Quijote representaba un papel conocido, con principios y valores que ya eran anacrónicos para su época, entonces cuando él intenta encarnarlos en el día a día, la gente lo toma por loco, esa es la locura del Quijote: tomarse todo al pie de la letra e intentar llevarlo a la realidad misma. Y al Quicón le pasa más o menos lo mismo: se toma en serio la idea de ser un héroe de un corrido, hombre de una sola pieza, que es la figura a la que se le canta en los corridos, le llaman este ideal del hombre integral, valeroso. En el trato con las propias mujeres, las de la sierra, ya ni se diga las del valle, lo ven como alguien anacrónico, a pesar de que en nuestro México actual la figura del macho no está ni mucho menos superada. El Quicón en su recorrido atraviesa esa transición de la figura tradicional del corrido, que existe desde hace un siglo, siglo y medio, que se ha adaptado a otras realidades; es también una forma de cuestionarse, porque, aunque él se toma como un héroe de corrido, al hacerlo plantea la pregunta: ¿qué es un héroe de corrido?, ¿qué representa?, ¿qué dicen sobre nosotros, los mexicanos, sobre nuestra Cultura?, ¿hasta qué punto esta tradición musical habla de lo que somos actualmente?
El Corrido de Chito Cano, citado en la novela, es una narración de hechos cuando lo hieren en el año 71. A diferencia del clásico, en el corrido bélico los cantantes no narran acontecimientos de otros, sino que ellos son el despliegue narrativo y a su vez el héroe. ¿Qué tanto hablan de nosotros los corridos tumbados?
Eso me interesaba explorar con esta historia. Bien comentas el Corrido de Chito Cano, uno de los epígrafes del libro es uno de sus versos: “Qué bonitos son los hombres, no se les puede negar/ aún después de caído, tuvo la fuerza de hablar/ no corran, no sean cobardes, acábenme de matar”. Explícitamente es alabar la hombría, enfrentarse a los enemigos sin miedo a perder la vida en cualquier momento. Está muy presente esta idea en la historia del corrido, se asoció desde un principio al bandido, o en todo caso, a un personaje que está en conflicto con cualquier forma de autoridad. El corrido habla mucho de la cultura mexicana: una realidad en constante enfrentamiento a las diferentes autoridades; canta a esa posibilidad de lograr una salida, de sacarse de encima el dominio, puede ser una autoridad policiaca, la familiar, la machista. Hay corridos de mujeres que se libertan de su amante abusador y golpeador, muchas veces a balazos, y son famosos.
Desde luego, se ha asociado con el narco. El narcocorrido abre la perspectiva, deja de ser una expresión auténticamente popular y pasa a ser un instrumento de comunicación, de propaganda, para construir una imagen pública, personajes que se hacen componer corridos y se los cantan a sí mismos. Se ha instrumentalizado por la autoridad para construir la imagen de un enemigo acomodaticio, y entonces se asocia al criminal con los rancheros sombrerudos que viven en la sierra, y ellos son los responsables del tráfico de drogas, de la violencia, de la corrupción. En ese sentido, el recorrido que hace el Quicón deja ver que eso es ridículo: son meras simplificaciones.
El norte permea culturalmente; lo veo con las buchonas o los sombrerudos de antro. ¿Cómo explicas este fenómeno?
Fue notorio a comparación de lo que sucedía cuando vivía en Sinaloa y era joven. Digamos que el estilo musical de tambora y el ranchero no eran tan escuchados. Y explotó. De cierta manera, me da gusto, porque es música muy rica con tradición fuerte, pero la apropiación es parte de un fenómeno: la popularización de la entereza, del narco. Y las políticas públicas, desde el Estado, han servido de trampolín porque el capo es construido bajo un discurso oficial, por supuesto de lo que se habla en las calles, el rumor, de medios de comunicación repetidores del oficialismo. Habrá los que hacen su trabajo de investigación, pero llamémosla una desvirtuación del corrido. Estas nuevas corrientes de corrido, desde otra perspectiva, sirven para cuestionar la tradición de la música norteña, de los narcocorridos, y para reciclarlos también. Es reinterpretarlo, destriparlo y ver qué es esto, porque lo ven con otros ojos. Espero que sean lo suficientemente críticos para lograr separar una cosa de la otra, porque llevamos tiempo viendo una asociación artificial de la tradición del corrido con la violencia.
¿La asociación explotó desde el sexenio de Felipe Calderón, con la guerra narca? Porque estos artistas son jóvenes y les tocó crecer bajo ese contexto.
Desde luego. Es otro de los efectos de la manipulación de las autoridades y de aquellos a quienes atacan: su lucha por conquistar la opinión pública los lleva a retomar estos elementos culturales. Las consecuencias han sido tan graves por el empleo del Ejército en el país durante tanto tiempo que se hace inevitable que la guerra, lo bélico, esté presente en nuestras formas de expresión. Más bien sería preocupante lo contrario, que no se hable del asunto: están presentes esas manifestaciones porque refractan la realidad, que han servido para realimentar el debate público.
La paranoia del Quicón no está nada lejos de la neurosis que vivimos hoy: la polarización, las reacciones violentas que acaban en desenlaces funestos. ¿El Quicote es el mexicano moderno?
Sin duda. El Quicón es un poco todos nosotros, porque no sabemos cómo posicionarnos. La normalización de la narcocultura. Reaccionamos con agresividad. La tentación de imponer por la fuerza lo que uno quiere. Si lo vemos con distancia, podemos decir: “Este señor está actuando como el Quicón”; está leyendo todo en clave cervantina, o en clave de enfrentamiento entre enemigos mortales, y lo vemos ahí actuando como si estuviera ahí para que le compongan un corrido ahora mismo. La novela también es un juego. Preguntarse, ¿qué estamos haciendo con nuestras tradiciones y nuestro comportamiento? Porque estas actitudes se justifican a veces con la tradición. Veo una doble lectura, como le pasa el Quicón, pues en momentos es un hombre valiente, honorable, que confunde la valentía con la bravuconería, y se convierte en un abusador. Se convierte en el tirano que busca atacar.
Así como se dice que todos llevamos un verso de un poema muy adentro, ¿también se puede decir que llevamos un verso de corrido?
Más bien considero que todos buscamos ese corrido, no sé si todos los conocemos. La idea es la de la búsqueda de algo que nos inmortalice, esos versos que nos digan en dos o tres frases la esencia, o que nos marquen el camino, a qué es lo que tenemos que abrazarnos, cuál es el punto fijo del que no nos debemos mover a la hora de enfrentarnos a momentos difíciles, a ambigüedades, y el corrido funciona para eso: invitar a la firmeza, a confiar en sí mismo y a no dejarse arrastrar por el miedo, aun con la realidad casi siempre compleja y amenazante en la que hemos aprendido a vivir.
FOTO: La obra de Miguel Tapia ha sido calificada como “literatura norteña”, ganadora de premios. Crédito de imagen: Cortesía Agustina Primo
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