“La ficción explora lo más secreto de la vida”: Juan Gabriel Vásquez

Jul 16 • Conexiones, destacamos, principales • 1964 Views • No hay comentarios en “La ficción explora lo más secreto de la vida”: Juan Gabriel Vásquez

Producto de cuatro conferencias que dictó en la Universidad de Oxford, el escritor colombiano reflexiona, en La traducción del mundo, el papel que desempeña la ficción en nuestra sociedad, un espacio donde se pueden suspender los juicios morales

POR JUAN CAMILO RINCÓN

Muestra las realidades desde otro lugar. Se cuela entre las grietas y revela un mundo hermético. Crea nuevas versiones del pasado. La novela es “el dominio de lo posible, donde el lado oculto de la experiencia humana puede salir a la superficie” y donde los relatos de la historia pueden ser “confrontados, cuestionados, contradichos, desacreditados”.

Así lo plantea el autor colombiano Juan Gabriel Vásquez en su nuevo libro La traducción del mundo (Alfaguara, 2023), producto de cuatro conferencias que pronunció en la Universidad de Oxford como profesor invitado a la cátedra Weidenfeld de Literatura Europea Comparada entre octubre y noviembre de 2022.

La escritura, sus montajes e interpretaciones; las ambigüedades y las dudas de los lugares fabricados por la literatura; el poder de la ficción en la sociedad; el Estado como narrador que inventa historias. Vásquez entrega a los lectores un libro que guiará sus reflexiones sobre la filigrana de la escritura, algunos de los misterios detrás de este ejercicio y, como lo afirma Borges, la belleza de lo lejano y lo forastero

El eje de las cuatro conferencias es la ficción. ¿Cómo ha cambiado este concepto a lo largo de los siglos?
Creo que uno de los lugares de donde nace este libro es una preocupación por eso: la transformación esencial que se está dando respecto al lugar de la ficción en nuestro mundo. A menos que me equivoque, creo que nuestra sociedad ha comenzado a mirar con malos ojos o a condenar directamente el hecho de que un novelista escriba desde un punto de vista que no es el suyo. Una escritora blanca, por poner un ejemplo, no puede escribir ahora desde un personaje que no sea una mujer blanca, porque eso se condena; se le pone el mote de apropiación cultural, según he visto. Me parece que esta es tal vez una de las grandes transformaciones de la actitud que tiene una sociedad frente a la ficción. No es nuevo, como lo digo en el libro, pero creo que en este momento está tomando un cariz mucho más intenso que en otros momentos de la historia. Esto me preocupa porque creo que es una pérdida negarle a la ficción lo que hace, que es permitirnos ver el mundo desde un lugar que no es el nuestro, imaginarnos, entrar mediante la imaginación a una existencia que no es la nuestra, lo cual es maravilloso. Eso nos ha permitido descubrimientos importantísimos e incluso progresos sociales. La literatura nos invita a interesarnos en las vidas de los otros, de quienes no son ni piensan como nosotros. Ese impulso es inseparable de cualquier conquista democrática y es profundamente democrático en sí mismo. Creo que ese rechazo a este ingrediente esencial de la ficción marca un poco la conversación cultural y es una de las razones que me llevaron a tratar de hablar de estos temas, explorar en estas conferencias qué es la ficción, cómo hace lo que hace, por qué es importante que lo haga, por qué la seguimos leyendo y escribiendo. Todo eso parte de lo que veo como una transformación importante de nuestra relación con la escritura imaginativa.

Usted plantea una reflexión muy interesante sobre el poder político que crea sus ficciones para beneficio propio.
Claro. Creo que una de las razones por las que la novela puede seguir teniendo un espacio de privilegio en nuestras sociedades es porque en nuestra sociedad tremendamente politizada y polarizada, de redes sociales, donde la manera de andar por el mundo es a manera de jueces, vamos juzgando y condenando o absolviendo a todo el mundo, la novela abre un espacio donde podemos, esto lo dice Milan Kundera muy bellamente, suspender el juicio moral. La novela es un lugar donde no juzgamos; donde en vez de dividir al mundo entre culpables e inocentes, tratamos de entender; eso es un privilegio. La novela nos ofrece eso: la posibilidad de entender lo que es opuesto a nosotros, lo que tal vez condenamos o rechazamos en la vida real. Nadie le pide a un lector de Dostoievski que simpatice con el asesino Raskolnikov, pero sí que lo entienda, y eso se logra. Van quedando pocos espacios como ese en esta sociedad en la que todo el tiempo alguien nos está pidiendo algo: que votemos por su candidato, que creamos en su dios, que compremos su producto; esa es nuestra vida. La novela nos ofrece un espacio donde todos esos proselitismos se detienen y donde simplemente estamos tratando de entender, sin que nadie trate de convencernos de nada. También está el ejemplo de las malas novelas, que son las que tratan de convencernos de algo. Las novelas ideologizadas, las novelas de tesis son las que olvidan esta especie de característica central de la ficción desde Cervantes y nos están tratando de convencer de algo que han decidido de antemano

Una de las cosas que más me gustó de La traducción del mundo es la lista de sortilegios. ¿Cuáles son estos sortilegios de la literatura esenciales para usted?
Cuando trato de definir qué son esas cosas que la novela, la ficción literaria, hace mejor que otras formas o que la vuelven imprescindible, lo que explica que la lectura de novelas siga teniendo un lugar importante para tantos de nosotros, pienso en varias cosas, pero una muy importante es la capacidad de ver las vidas ocultas de los otros. La ficción explora lo más secreto de la vida humana, lo que está oculto a nuestra vista, lo que nunca sabríamos si no es por una novela. Ese mundo del misterio de la condición humana, ese mundo de los secretos que todos llevamos, no siempre ha gustado. Vamos a la literatura para eso, para saber esas cosas que nadie más nos contaría, para conocer esos lugares absolutamente recónditos de las otras personas, porque en la vida cotidiana solo tenemos acceso a lo que nos muestran. Me parece que seguimos leyendo novelas por su capacidad para revelarnos lo oculto y lo secreto. Estos relatos de la historia y la ficción son la única manera de acceder al pasado, pero hay ciertas cosas que la historia no puede contar. La historia no puede contar cómo se sentía desde la subjetividad una realidad pasada. No nos puede contar cómo se sentía ser un romano del siglo II; no nos puede contar cómo se sentía ser una mujer esclava en Estados Unidos en el siglo XIX, y lo más cerca que podemos estar de entender eso es leer Memorias de Adriano de Yourcenar o Beloved de Toni Morrison. Esto es irreemplazable. Sin la ficción hay toda una dimensión de nuestra experiencia que es la dimensión subjetiva del pasado que no conoceríamos, y sería una pérdida gravísima.

Otro aspecto muy bello del libro son las imágenes, entre ellas, algunas pinturas. ¿Cómo ve usted la relación entre la literatura y la pintura?
La pintura que a mí me gusta es, seguramente por deformación profesional o por temperamento, la que cuenta algo, la que tiene un fuerte ingrediente narrativo, en la que veo una exploración de un momento humano. Para mí siempre ha sido parte del mismo esfuerzo que hacemos los seres humanos por interpretar la experiencia, darle un sentido y tratar de entenderla. Esas son las pinturas que a mí me gustan. El libro se llama así porque hay una página de En busca del tiempo perdido de Proust, en la que el narrador dice que finalmente el escritor no inventa nada; el escritor traduce un libro que ya lleva dentro. Todos llevamos dentro el libro de la experiencia y lo que hace el escritor es traducirlo a un lenguaje que podamos entender. Creo, ampliando la idea, que eso es lo que hacen las artes: interpretan el mundo para que podamos entenderlo mejor; traducen el mundo a un lenguaje más revelador, que tome los misterios de lo que somos y los ilumine. Escojo algunas pinturas porque son también metáforas de lo que hace la literatura, como Las meninas de Velázquez, una de mis obras favoritas. Para mí ese cuadro solo se podía pintar en ese siglo que comparte con Don Quijote, con Shakespeare. Es un siglo en el que las artes se están convirtiendo en una manera de cuestionar constantemente el poder y nuestro lugar en las estructuras sociales, las jerarquías sociales. Esa pintura hace eso para mí pues los espectadores, que somos nosotros, estamos ocupando el lugar del rey y la reina, y el pintor que está pintando el retrato del rey y la reina, que es Velázquez, nos está mirando a nosotros. Esto me parece una metáfora bellísima de cierta revolución social que estaba teniendo lugar en el siglo XVII y de la cual participan la novela, Don Quijote y la obra de Shakespeare, por ejemplo, que también es subversivo y rebelde a su manera. Las pinturas que he escogido también ilustran de alguna manera esos cambios de mentalidad que para mí están íntimamente relacionados con las revoluciones en las artes que estaban teniendo lugar particularmente en el siglo XVII.

Todo el libro me hizo pensar también sobre los antecedentes de un libro como este, en particular, que tiene un corte académico pero es, a la vez, muy cercano. Usted nos da algunas pistas con Vargas Llosa y Flaubert…
Es importantísimo que digas eso porque nunca lo pensé como un libro para escritores. Lo pensé como una revelación de un novelista, pero es un libro para lectores. Es un libro para lectores que creen, por la razón que sea, que esto de la ficción tiene un lugar importante en sus vidas. Y el libro trata de ser, entre otras cosas, un elogio de ese lugar que la ficción ocupa en nuestras vidas. Los antecedentes de este libro son muchísimos, pero esa idea del novelista que habla de literatura, que habla de las novelas como novelista y no como crítico ni como académico es la razón por la que me gustan tanto, por ejemplo, los libros de Kundera. El arte de la novela, Los testamentos traicionados y El telón son libros importantísimos para mí, los tengo a la mano en mi biblioteca, y en algún sentido esta familia de libros viene, por ejemplo, de aspectos de la novela. El libro de E. M. Forster, o de la recopilación de los prólogos que escribió Henry James para sus novelas, en los que discutía el arte de la ficción de una manera bellísima. La correspondencia de Flaubert es un lugar al que vuelvo constantemente. Ahora estoy releyendo todo el año 52, 53, que es cuando comienza a escribir Madame Bovary, y es absolutamente fascinante ese momento. Pero son estos libros de escritores tratando de entender el espacio donde se mueven, el espacio de la ficción. En otros de mis libros, en Viajes con un mapa en blanco, en El arte de la distorsión estoy consciente muchas veces de estar escribiendo como crítico, que es una cosa que me encanta, la crítica pura. No en este libro, que no es de crítica, sino un libro en el que un novelista reflexiona en voz alta sobre su oficio, tratando de compartir con los lectores lo misterioso que le parece ese oficio que practica.

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