Escuchar a Malvido, platicar con Adriana
En entrevista, la escritora y periodista habla sobre las mujeres que han marcado su vida, desde aquellas que conforman su núcleo familiar hasta personajes del mundo literario como la crítica Raquel Tibol y la narradora Elena Poniatowska, quien la impulsó a redactar su libro sobre Nahui Olin
POR VALERIA MATOS
Para Mónica, niña danzante
Pies-pájaro, ondas de tela —su camisón azul—
La trenza rubia se desata
¿Quiénes son algunas de las mujeres que han hecho eco en la vida de la periodista Adriana Malvido? La abuela alpinista, Mónica, su hermana, Elena Poniatowska, Raquel Tibol y más… Malvido habla en esta entrevista también sobre la ausencia… sobre la esperanza.
La periodista es parte de las fuerzas que desembocan en una coyuntura histórica, cuando más mujeres exigimos la vida, gritamos la existencia en colectiva y la marcamos en papel, cemento, monumento y antimonumento. Malvido: ganadora del reconocimiento Jesús Galindo y Villa (1998); merecedora de mención honorífica en el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez (2004); obtuvo el Premio Nacional de Periodismo (2011), el Premio Pen-México a la Excelencia Periodística (2018) y el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (2019).
Dentro de un cuenco el agua se entinta; té de jazmín. Meses antes, apareció una abertura cerebral imaginaria que me condujo hacia un espejo cóncavo, laberintos internos: leí a Audre Lorde, extraordinaria Lorde. La autora escribió: “… Algunas imágenes de mujeres (…) se yerguen como diques entre mí y el caos. Son imágenes de mujeres, amables y crueles, las que me conducen a casa. (…) ¿A quién le debo la mujer en la que me he convertido?” Entonces, ronda entre el cerebro y mi lengua: ¿qué mujeres han sido esenciales, además de mi madre, para ser la mujer que soy, una en transformación, lejos de la rigidez de lo intachable? Muchísimas, a la mayoría ni siquiera las he visto. A Adriana Malvido, sí.
Llegó sonriente. Nos reconocimos de inmediato. Después de un encuentro largo, activé la grabadora. Adriana: ¿qué mujeres han sido vitales para que seas la mujer que eres? Somos voces anudadas, ecos espirales. Primero, me regaló el pasaje de una mujer en la cima.
Un secreto ronda a Teresa
“Hace poco me enteré de la historia de mi abuela paterna, Mama Tete. Una tía me la contó, quedé encantada:
El padre de mi papá, Roberto Malvido, era aquel que se iba a comprar cigarros, pero llegaba hasta Egipto; mandaba una postal montado en el camello. Mi abuela Tere (ama de casa) se cansó. No sólo se cansó, se fue lejos, sin papeles a Estados Unidos. Se fue en busca de alguien que le prometió esperarla, Henry McCracken (fue como mi abuelito). Qué valiente. Dejó una vida, aunque nunca abandonó a nadie (sus hijas estaban grandes, estudiaban en EUA; mi papá vivía en la Ciudad de México, trabajaba de día y estudiaba de noche Telecomunicaciones por correspondencia, un hombre con mucho esfuerzo, brillante, cultísimo, lector voraz). Tere dijo: “yo ya no aguanto”. Ella y Mac, Maquito, así le decíamos, nunca se casaron, tampoco se divorció de Malvido. Imagínate, en esa época… Cambió su nombre a María Teresa McCracken, mas no existe un acta. A partir de entonces, siguieron su vida en Carmel, California. Se dedicaron a escalar montañas (Mac murió en la punta de una). Mujer que nació a principio de siglo XX, fuera de serie. Llevaba a sus nietos al encuentro de fósiles. Me caía perfecto, ¡usaba botas para escalar!”
Observo la foto. Teresa, con cabello corto, mantiene los aretes de perla de otra vida, enfundada en pantalones, arnés en la cintura para aferrarse a la roca; sí: calza botines oscuros, de alpinista (no más tacones), suela ancha, se sostienen con agujetas. Me recuerda a la fotografía donde aparece jovencita al pie de una montaña, pero eran los años 20, con sombrero ceñido, falda amplia, rodeada de cactus. Imagen señal de futuro, vestida como una de las exploradoras de antaño. Adriana usa botas igual que la abuela, igual que el espíritu que la ronda, lo mismo que a sus hijas, Mónica (ambientalista, alpinista ni más ni menos) y María (antropóloga, bailarina). Las botas de Adriana, color café, se sujetan con trabilla. La han acompañado en varios de sus recorridos de trabajo periodístico, cuando corrió-voló para entrevistar a los náufragos de San Blas o durante su estancia al caminar entre la selva en busca de la Reina Roja; antes usó botas similares en Nicaragua, porque cubrió el Festival de la Nueva Canción Latinoamericana en 1983:
“Fui a cubrir un festival, no contaba con que Ronald Reagan aprobaría el presupuesto para invadir Nicaragua con los contras. Ahí me quedé…”
Malvido estuvo en tiempos de guerra por azar, por reportera, por quebrar las reglas. Se suponía que debía casarse, ser madre, no escuchar otra pulsión, el sonido del mundo. Su esposo Miguel rompió las reglas con ella, cuidaba a sus hijas e hijo, porque su esposa, como él, trabajaba fuera de casa.
El nacimiento de la ausencia
“No era una cuestión que yo tuviera muy consciente”, dijo Adriana Malvido, “pero sí, parte de mi trabajo ha sido rescatar la historia de las mujeres, como bien dices”. Ahí están Nahui Olin, la mujer del sol (1993), La Reina Roja (2006), Refugio Castillo a través del libro El joven Orozco. Cartas de amor a una niña (2010).
“Ahora me parece que tengo más claro rescatar a las mujeres del olvido. Es un rescate muy gozoso. Hace poco lo platicaba con un amigo, y tú, Valeria, lo dijiste en una entrevista que te hicieron, es completar el rompecabezas. Las mujeres son parte de la historia. Refugio, Cuquita, ella es la depositaria de las cartas de Orozco. ¿Por qué no darle su lugar? Me fui a buscar su vida a Sombrerete, Zacatecas. Moría por conocer a Cuca. Encontré a Refugio en un museo, un retrato como maestra. Le tomé una fotografía. Sin embargo, en la editorial dijeron: ‘no la pongas, está muy fea’. Porque uno se imagina a Cuca como una belleza de la que se enamoró Orozco (belleza dentro de las normas patriarcales). Mi contestación: ‘No. La tienes que publicar. Ella es Cuca. Orozco se enamoró de ella’”.
Leí una entrevista realizada a Malvido por Dulce María Ramón publicada en Kaja Negra. Me llamó la atención enterarme de la pérdida de su hermana Mónica. Eran unas niñas, Mónica seis años, Adriana, cuatro. Respuesta poética la de Malvido hacia Ramón: “(…) aprendí a ver el dolor desde otro ángulo. No la lloré porque no comprendía, porque todavía no sabía lo que significaba la ausencia, lo fui entendiendo cuando veía las fotografías en casa, los espacios vacíos”.
Significar la ausencia gracias a la herida de la muerte se parece a su trabajo como escritora y periodista. Malvido escribe, invoca la presencia de quienes llevan ausentes incluso siglos… Registra lo oculto, aun más: lo ocultado. Voces femeninas exhumadas gracias a las letras unidas con hilo cáñamo, brillos plata.
“Es muy posible… Cumpliré 64 años, apenas estoy entendiendo parte de mi vida. Me interesa tu mirada desde fuera. El dolor se vive de diferentes maneras. No lloré… Tenía cuatro años cuando Moni murió… Ese evento ha estado conmigo siempre. En mi memoria hay una escena: mi hermana bailando en la sala con un camisón (creí que era de mamá, sin embargo, al morir mi madre encontré una caja con las cosas de Mónica; vi el camisón, chiquito… Le pertenecía a mi hermana, a Moni).
Crecí mirando las fotografías de Mónica en casa, vi la trenza (la tenía mi mamá, le daba un beso todas las noches). Cuando cobras conciencia de la muerte, cobras conciencia de la vida, te quieres comer la vida entera. Así soy desde chica. Mi papá me decía: ‘where does Kita run?’ (me llamaba Kita, a veces me hablaba en inglés, su padrastro era norteamericano)”.
Cimientos, voces femeninas
“Muchas mujeres me han dejado aprendizajes valiosos, también me abrieron la puerta para continuar mi camino profesional.
Cuando nos fuimos a La Jornada, me parece que éste y otros periódicos caminaron al ritmo del feminismo. Éramos más mujeres que antes trabajando en el medio periodístico. Sara Lovera inauguró el suplemento feminista, el primero, La doble Jornada. Sara Lovera era La feminista, nuestro ejemplo radical, o según yo radical. Rompió el esquema de lo que yo creía que era el feminismo: ‘Adriana, ¿cuándo nacerá tú bebé? Te quiero hacer un shower’. La misma Sara Lovera, al verme trabajando, ya con mi bebé en brazos, me sugería: ‘Adriana, trabajas mucho. Te voy a dar un consejo, báñalos tú, que tengan el contacto contigo’. Esos gestos de Sara para mí eran reveladores, empáticos.
Mujeres que me hayan influenciado… Muchas. Ahora recuerdo a Patricia Cardona, Aída Reboredo. No nada más son buenas reporteras, escriben precioso. De Cristina Pacheco aprendí la constancia, la disciplina, no soltar. En la historia: Nahui, pero después la Reina Roja resultó ser mujer, noticia maravillosa. Buscando su identidad aparecieron otras mujeres importantes de la época prehispánica.
Poniatowska… Cuando leí Todo México, una serie de libros que ya no circulan (son una maravilla) con la compilación de sus entrevistas, me di cuenta de que es única en su manera de preguntar, si alguien trata de imitarla le saldrá mal. Es muy graciosa, y su personalidad… ¡Qué manera de entrevistar! Fíjate cómo escucha, cómo observa, no nada más es el discurso, sino todo. Ha sido alguien inspiradora”.
Elena Poniatowska buscó a la joven Adriana Malvido (quien acababa de parir a su tercera bebé, María). Después de leer el reportaje sobre Nahui Olin publicado en el suplemento cultural de La Jornada en 1992, fue ella, Elenita (como a veces llaman en el mundo patriarcal a una de las pocas literatas, sí, mujer, ganadora del Premio Cervantes) quien tuvo una revelación: Adriana debía escribir un libro, Nahui Olin, la mujer del sol.
“Sentí que iba al templo de no sé quién… Fui a su casa, con mi hijo Miguel de seis años (ese día, algo pasó que llegué tarde a la escuela, no me lo recibieron, y lo tuve que llevar conmigo), me acuerdo de que lo sentó a ver caricaturas. ‘Voy a platicar con tu mamá…’ Nada más la había entrevistado, pero no entrevistas profundas, más bien coyunturales, opiniones rápidas. Yo estaba nerviosa. Qué pena llegar con la criatura a un asunto de trabajo, pero Elena entendió porque ella pasó por lo mismo. Desde que me abrió la puerta fue simpatiquísima (es una mujer que me hace reír, es muy ocurrente). Por fin, lo soltó: ‘¿para cuándo tu libro?’. Yo: ‘¿cuál libro?’. Elena insistió: ‘Pues, el de Nahui, ¿no estás haciendo un libro?… Hazlo. ¿Quieres hacer un libro?’. ‘No sé si pueda, estoy dando pecho, tengo una bebé’. Sentencia de Poniatowska: ‘Si lo quieres hacer, en quince días quiero ver 100 cuartillas’”.
Un hijo, dos hijas, momento de amamantar, de pensar. La decisión debía ser un sí. Poniatowska salió de casa esa mañana, sus palabras: “Me tengo que ir, no te vayas, aquí está mi archivo, revísalo, es todo lo de Tina Modotti, hay mucho de Nahui. Busca, llévate lo que quieras”. Adriana, claro, se quedó. Una ciclón esperaba ser liberada. La periodista sentada en el estudio de Poniatowska, sin creer lo que sucedía ni lo que estaba por suceder: su primera publicación individual. Pasaron los días. ¿100 cuartillas logró Malvido? Volvió a casa de la escritora. Escena magnífica: Poniatowska, con un rizador en el cabello, un tubo pues, corrigiendo el manuscrito, marcándolo con un plumón rojo, sin piedad, sin importar más. El rizo en el cabello se lograría sin prestarle atención con algún rayo de sol.
“Tengo la versión corregida. No sé francés, ella tradujo al español los poemas de Nahui que escogí. Los traducía ahí mismo, en su computadora, con su tubo en la cabeza, así, me los tradujo en ese instante. Una vez que terminó de corregir, marcó el teléfono: ‘Fausto, está conmigo una muchachita, te va a encantar, hizo un libro precioso sobre Nahui Olin. ¿Cuándo la recibes?’ Fausto Rosales, de Editorial Diana…
Llegué con Fausto: ‘Ni creas que porque te recomienda Elena va a pasar tu libro. Tiene que ir al dictamen’. Ahora Fausto y yo nos adoramos.”
Lo sabemos, el libro pasó el dictamen.
“Elena, mujer generosa. Aprendí lo importante que es arriesgarse por otras mujeres, confiar en ellas, recomendarlas. ¿Cómo lo agradeces? Ella y yo tenemos una relación muy bonita. Mi aprendizaje: si ella me ayudó, yo igual ayudo.
Otra mujer que influyó en mi camino, de quien tú has oído hablar: Raquel Tibol. Nadie me ha regañado como ella. Le tuve mucho respeto. La primera vez que tuvimos contacto la entrevisté por teléfono. Yo lista con la máquina de escribir en la redacción de unomásuno. Me gritó: ‘Qué inmoralidad’. Nunca se me va a olvidar la frase, ‘qué inmoralidad, ¡¿está usted escribiendo a máquina mientras yo hablo?!’, ‘Pues sí, estoy tomando nota de lo que me dice’. Era regañona. En la presentación de mi libro, le gritó a Elena Poniatowska en referencia a su libro de Modotti: ‘Basta de mentiras, Elena. Basta de mentiras’. Quiero conseguir ese video, un amigo lo tiene, no lo encuentra, pero está grabado. Ella era rigurosa, más académica. Elena argumentaba: ‘Es una novela’. Pero, bueno… No le gustaba nada: ‘¿Por qué un libro de Nahui?’ A la presentación de mi libro de Nahui me dijo que no iría… Pero estuvo en segunda fila. Nos quisimos mucho. Años después presentó su libro de Frida Kahlo, el de las cartas, en Bellas Artes, yo estaba en el público. Habló sobre literatura erótica, lo reconoció: ‘Una de las mejores poetas del erotismo es Nahui Olin’. Cuando me le acerqué, reiteró: ‘… pues sí, Adriana, la revaloré’. Tenía esa nobleza. Reconocía opiniones contrarias en ella misma. Cuando hice el libro de los náufragos me la encontré: ‘No puedo creer que usted haya caído en esa trampa. ¿Por qué escribió eso? Es puro manejo para distraer’. Después me habló por teléfono: ‘Es el mejor de todos sus libros’. ‘Claro, al final le agradece hasta no sé quién…’ El regaño llegó, inevitable. Ella es referencia en el rigor, en decir las cosas por su nombre, nunca se fue por las ramas.”
Mujeres, feminismos, esperanza, periodismo
“Creía que no me había sucedido nada relacionado con el sexismo. En recientes fechas aprendí nuevas herramientas, un lenguaje para nombrar agresiones que no hacíamos conscientes.
Las mujeres trabajamos el doble para conseguir lo que queremos. He vivido lo que cualquier mujer en un periódico donde la mayoría son hombres. Estaba en la sección cultural de unomásuno, mi jefe era Roberto Vallarino, poeta amigo íntimo de Juan García Ponce, de estos casi poetas malditos, geniudo. Conmigo era un encanto. Adrianita, me decía, yo me preguntaba: ‘¿Por qué me dicen Adrianita? Me llamo Adriana’. Ese jefe fue un encanto hasta que le dije que me iría del periódico, en ese momento salió de él otra persona. ‘¡Por qué me trata tan mal!’, pensé. Me maltrató mucho, me aventaba las cosas.
Me dije: ‘Si fuera hombre a lo mejor ya me hubiera madreado’.
Fui de las periodistas más jóvenes, ahora me fascino con las jóvenes escritoras, con las periodistas. Aprendo igualmente de las jóvenes lectoras. Sus lecturas son diferentísimas; la tuya, Valeria, también. No hay que estar de acuerdo en todo, pero es increíble abrirse a miradas que vienen a partir de otra experiencia.
Tengo mucho qué aprender. Un ejemplo, Yásnaya Aguilar, Luna Marán. Nacieron en la Sierra Norte de Oaxaca. ¡Qué mujeres! Una, escritora, lingüista mixe; la otra, cineasta y documentalista de origen zapoteco; una doctora por la UAM Iztapalapa, la otra licenciada en Artes Visuales por la Universidad de Guadalajara. ¡Qué nivel del manejo del lenguaje, de la tecnología!
Más mujeres admirables: Marcela Turati, quien cuenta la violencia desde el lado más humano, desde el punto de vista de las víctimas. Otra periodista excelente, Gloria Muñoz Ramírez (en Desinformémonos se hace un periodismo al que creo debemos aspirar, donde la cultura y el medio ambiente están presentes, donde las comunidades indígenas están presentes en esa comunión).
Hay talento, ganas de hacer un periodismo distinto, medios de comunicación femeninos, en especial, en internet. El reto es la supervivencia. Trabajar sin recibir paga o una paga poco decorosa, ¡no! Estoy en un modo convencional, me pagan cada quince días, tengo asegurado el retiro. Es un privilegio. Las jóvenes enfrentan de una manera creativa la parte informativa, pero deberían sostenerse de su trabajo. ¿Cómo lograrlo?”
Adriana vislumbra esperanza.
“La esperanza la veo en los y las jóvenes; en el movimiento de las mujeres del 8 y 9 de marzo. El trabajo de los feminismos, porque hay muchos, es imparable. Lo mismo veo en el movimiento de escritoras, son muchísimas… Es un tsunami, como le llamaron a esa colección de relatos. En las generaciones de la tuya hacia abajo, ahí está la esperanza. Ustedes me reeducan, percibo las cosas distinto. Me da esperanza ver que siguen a pesar de lo oscuro, de la violencia, sobre todo, en México”.
¿El miedo, Adriana?
“A esta edad decidí ya no escribir con miedo. No dejaré de decir lo que tengo que decir. Que me despedacen si quieren, pero no voy a callarme. Cuánto hablé… Me hiciste preguntas muy estimulantes, Valeria”.
La plática con Malvido implica mi profundo agradecimiento hacia ella. Me ayudó, junto con muchas otras mujeres, a abrir la puerta desde casi niña al mundo al cual pertenezco: un universo donde las mujeres fueron y somos protagonistas, anónimas y no anónimas. Momento de desprendimiento. A partir de su trabajo, cuestiono la libertad, la de Nahui, la mía, y la de todas las mujeres en el patriarcado. Esta entrevista es un camino más de inspiración para seguir, sobre todo en los momentos que se despliegan evidentemente violentos para nosotras.
“La maternidad me enseñó a no desperdiciar el tiempo, lo tenía tan limitado… Todavía pienso: ‘Escribe como si fuera el último texto de tu vida, escríbelo bien’. He trabajado durante 42 años, con pasión y alegría, pero de vez en vez me pregunto: where does Kita run?”
Horas después: cuencos vacíos. No pudimos abrazarnos. Traíamos cubrebocas (mordazas nunca).
Mónica, dinos qué tienen las flores, las flores del camposanto.
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