Eskil Vogt y la niñez maldita; crítica cinematográfica
En una especie de fábula moderna, la cinta Juegos inocentes arremete contra el mito de la inocencia infantil a través de sus personajes, quienes se muestran tan cándidos como infames
POR JORGE AYALA BLANCO
En Juegos inocentes (De uskyldige/The Innocents, Noruega-Suecia-Dinamarca-Finlandia, 2021), desequilibrado film 2 como autor total del también TVserialista oslense de 48 años Eskil Vogt (primer largo: Ciega 14; coescritor imprescindible del director de culto Joachim Trier desde Reprise 08 hasta La peor persona del mundo 21), la linda niña rubia de 9 años Ida (Rakel Lenora Petersen Flottum) le asesta un gratuito pellizco clandestino a su odiada hermana autista apenas mayor que de repente perdió el habla Anna (Alva Brynsmo Ramstad en apariencia insensible), intenta en vano integrarse con los niños buleadores de la periférica unidad habitacional eternamente veraniega noruega en donde se han confinado sus limitadísimos padres mediocres (Ellen Dorrit Petersen, Morton Svartveit), se desquita pisoteando gusanos de un arroyo y viendo pasar aviones tiradota supina sobre el columpio de llanta en un desierto espacio recreativo, al azar de sus cotidianos vagabundeos acompañada o no de su hermana discapacitada conoce y entabla espontánea amistad con dos niños racialmente distintos, en el abandono de sus madres trabajadas al exceso y en el abierto rechazo de la chaviza rubia, si bien demuestran poseer sobrecompensadores poderes mágicos de diversa índole, el adusto niño asiático Ben (Sam Ashraf) posee dotes telequinéticos sorprendentes y logra manipular a grandes distancias según su concentrado deseo la voluntad de los adultos, y la pequeña afrodescendiente cubierta de vitiligo Aisha (Mina Yasmin Bremseth Ashlin) puede escuchar los pensamientos y juguetonamente consuma el prodigio de comunicarse con la niña autista (“Estamos excavando”) y hacerla balbucear algunas palabras de reconocimiento pese a estar desahuciada por una doctora especialista (Irina Eidsvold Toien), por lo que, al hilo de los días, va integrándose un vínculo de simpatía y complicidad entre los cuatro niños marginales, la discriminada Ida, la autista Anna y la afrolúdica Aisha, bajo el dominio cada vez más arbitrario y destructor del superdotado Ben, quien es capaz de aventar a un gato desde el cubo de las escaleras para rematarlo a pisotones, asesinar en la cocina a su propia detestada madre (Lisa Tonne) haciendo volar enseres, orillar por telepatía a un vecino rabioso a matar a un chavo buleador en un puente, y obligar a la madre de Aisha (Kadra Yusuf) que apuñale compulsivamente a su hijita, dejando a las frágiles hermanas rubitas Ida y Anna la colosal tarea de protegerse y castigar los homicidios que ha causado entre ellos una desatada niñez maldita.
La niñez maldita efectúa en todo momento y en dosis diversas una rara mezcla de factores realistas extremos con elementos fantásticos que no puede sino resultar explosiva, pues los ingredientes realistas-naturalistas son tan virulentos como el odio acerbo al lastre relacional por la discapacidad ajena, la crueldad del bullying preadolescente revuelto con un racismo social inveterado, la necesaria y lúcida asunción de la irresponsable mediocridad parental, el drama hereditario de la marginación o el buñueliano deseo mortífero hecho realidad (más allá de los sainetes de Ensayo de un crimen 55), y las nociones fantásticas vienen a ser tan terroríficas y truenainconscientes, por encima de cualquier moda del horror film o cierta vigencia superficial del neothriller psicopatológico límite y el suspenso irracional de él derivado, como los superpoderes en trance de revelación e incremento, el exterminio con sólo desearlo y, algo en verdad original, el tendido de una red de complicidades más allá de las conciencias y las voluntades en juego, al interior de un todo sincrético y genéricamente fluctuante.
La niñez maldita crea envolventes e inolvidables imágenes gracias al fotógrafo Sturla Bandth Grovlen que las trabaja dentro de un rango luminoso y preciosista a la vez equilibrado y al escalpelo, resolviendo en un plano atroz pero muy alejado la fundamental secuencia de la humillación de Ben que pretendía jugar futbol sólo para que le reboten el balón en la frente a propósito, pero también merced a la música de Pessi Levanto a una armazón estructural entre poética esteticista y experimental abstracta del editor Jens Christian Fodstad que suele deslizar sus hallazgos inventivos como flashes mentales o introspecciones exteriorizadas, como los misteriosos drones revoloteando sobre los edificios baldíos que parecen tejer extraños lazos entre los niños unidos por montaje simultáneo (¿traslación de la idea deleuziana del Rizoma?) en un continuum feérico-malvado durante las largas noches.
La niñez maldita arremete con todo lo posible, y de cuajo, en contra del mito cursi aunque firmemente arraigado de la inocencia infantil, esa infancia angelicalmente hermoseada e inexistente, para descender a sus ansias y sus vesanias racionalizadas, de acuerdo con el definitivo y radical concepto de “perversidad polimorfa” acuñado por el mismísimo fundacional Freud, tomando hoy como casos probatorios ideales a ese resentido aunque atormentado niño asesino Ben que es el primero en asombrarse y padecer o desesperar por la concreción de sus crímenes al ovillarse tras la puerta luego de cometer otro más o al contemplar paralizado a su madre yaciendo en dolorosa agonía (para colmo quemada por el vuelco deliberado de una olla hirviendo), o bien a esa delicada aunque ambigua Ida quitándose el yeso de un accidente provocado para impedir en el último minuto que su hermanita Anna se arroje suicidamente en un arroyo, pero que no tiene empacho en ejecutar una engañosa estrategia para empujar desde un puente al siniestro Ben fuera de cualquier control, y así hasta el exterminio final.
Y la niñez maldita cierra su escalofriante fábula moderna sin moraleja con la dulce y sarcástica visión de la familia resurgida idílica sobre el escénico isabelino amontonamiento de cadáveres, pero también con la mano de la niña autista garrapateando con agitación garabatos feroces sobre pizarra autoborradora.
FOTO: La película fue premiada en el Festival de cine fantástico de Austin. Crédito de imagen: Especial
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