Examen de conciencia de un neurólogo

Oct 31 • destacamos, principales, Reflexiones • 4734 Views • No hay comentarios en Examen de conciencia de un neurólogo

POR JESÚS RAMÍREZ BERMÚDEZ 

 

Siguiendo el camino de Renato Serra, aquel autor italiano muerto en los campos de batalla de la primera guerra mundial, he titulado estas notas Examen de conciencia de un neurólogo. La obra de Oliver Sacks es una meditación progresiva sobre los poderes y el infortunio de la práctica médica, en un territorio donde convergen la materialidad del cerebro y la heterogeneidad multiforme de la experiencia subjetiva. Usando la trayectoria literaria de Sacks como mapa, este examen de conciencia discute la zona de entrecruzamiento de la medicina y la vida literaria, una zona que no puede ser iluminada mediante la fabulación o la construcción imaginaria: han transcurrido milenios desde el nacimiento de la ficción, pero ningún autor imaginó relatos como los del Dr. Sacks: es el trabajo científico en los espacios clínicos el que revela dimensiones humanas como la de un hombre que confunde a su mujer con un sombrero.

 

Un héroe para escépticos ilustrados

Los alcances populares del doctor O.S. son indudables: hablamos de un héroe de Hollywood, representado en la versión cinematográfica de Despertares por Robin Williams, quien afortunadamente realiza un papel bastante sobrio, y se aleja del sentimentalismo inmisericorde al que nos sometió tantas veces por presiones de mercado. Mientras escribo escucho The man who mistook his wife for a hat, la estupenda ópera de Michael Nyman, que demuestra la penetración de O.S. en esa bisagra amplia y flexible donde la cultura popular convive, sin fundamentalismos, con la (así llamada) alta cultura derivada del canon europeo.

 

Amanece y las notas elegiacas dedicadas al neurólogo británico se multiplican, como los hombres en los espejos de Borges. ¿Cuál es la clave de su popularidad? ¿La sinergia entre ciencia y literatura? Pero O.S. no es actor de reparto en el show de Los Simpson, como el brillante astrofísico Stephen Hawking. Tampoco es un profeta de la ciencia como religión atea, al estilo del astuto Richard Dawkins. Al igual que estos rockstars de la ciencia, Sacks es un pensador laico, escéptico frente a verdades reveladas por la inspiración divina, y enemigo del control jerárquico del conocimiento como herramienta de poder. Pero a diferencia de otros científicos, Sacks no es apóstol del materialismo triunfalista. La honestidad de su obra –en lo que difiere de casi todos nuestros colegas neurocientíficos–, radica en la incorporación de recursos que no se entrenan en las trincheras de la ciencia, sino más bien en la creación literaria: la ironía, el sentido del humor, la filosofía de la derrota, la contemplación serena y empática del sufrimiento. La ontología de Sacks parece ser un materialismo melancólico, consciente de sus limitaciones, pero incapaz de fugarse a la fantasía del comercio espiritual empresarial, como lo haría Alain de Botton, o francamente al fraude espiritual de un Deepak Chopra. La experiencia de discriminación sexual, debida a su homosexualidad encubierta y ahora revelada en la autobiografía tardía, On the move, pudo contribuir a la formación de una empatía sin zonas de confort. Es imposible ignorar el hecho de que O.S. tenía 21 años cuando Alan Turing se suicidó en Inglaterra, tras su condena penal por homosexualidad. La posición de Sacks, que alterna entre la centralidad y lo marginal, lo convierte en un escéptico entre los creyentes y entre los escépticos: es científico del cerebro, porque la evidencia clínica diaria lo obliga a plantear en serio las consecuencias prácticas del problema cerebro-mente, pero está atento a los límites de la neurología: ante todo es el hermano de Michael, quien desarrolla un delirio mesiánico tras la segunda guerra mundial y la reclusión en un colegio sádico, según lo narra el propio Sacks en El tío Tungsteno.

 

Un escritor en los templos científicos

Sacks puede reconocerse como un buscador de sabiduría, pero no es el repartidor industrial de verdades, al estilo Deepak Chopra y sus Siete leyes espirituales del éxito, o un fabricante de fraudes seductores para las víctimas de la cultura posreligiosa, como el audaz Brian Weiss y sus paquetes de hipnosis y reencarnación, legitimados por un título académico de Columbia y otro de Yale. Sacks es un heterodoxo dentro del canon médico científico, pero al mismo tiempo es un erudito dentro de ese canon: su diálogo con neuropsiquiatras clásicos del siglo XIX lo acerca al trabajo obsesivo y magistral de otros pensadores británicos interdisciplinarios, como el profesor de Cambridge, German Berrios, autor de la Historia de los síntomas mentales. O.S. es un crítico de la versión más reciente del canon médico académico, lo que se puede designar como el proceso de automatización tecno-racionalista, según la cual (parafraseando a Berrios) el conocimiento se determina ahora por mecanismos matemáticos impersonales; el conocimiento personal y la sabiduría, la noble noción de Sofía, deben descartarse como fuentes de sesgo y de distorsión de la verdad. La consecuencia de este cambio es una degradación de la relación médico-paciente, con dosis variables de reduccionismo diagnóstico, y una pérdida del análisis de la heterogeneidad humana.

 

En el ensayo Oír cosas, Sacks critica explícitamente el sistema DSM de la Asociación Psiquiátrica Americana, pero no lo hace por heroísmo populista o prejuicio: se refiere al artículo On being sane in insane places, publicado por D. L. Rosenhan, en la revista Science (1973): es el reporte de ocho personas sin historia de enfermedad mental, que se presentan en varios hospitales de Estados Unidos diciendo que escuchan voces (específicamente las palabras “vacío”, “hueco”, “choque”). Las voces son un síntoma fingido, una invención calculada como parte de un experimento social. Además de ese falso reporte, los individuos se comportan de manera normal, a pesar de lo cual son hospitalizados y diagnosticados como portadores de enfermedades mentales, principalmente esquizofrenia. Aunque los médicos no reconocen la simulación experimental, algunos pacientes sí lo hacen. Usted no está loco, dice uno. Usted es periodista o profesor.

 

Veo a Sacks cerca del trabajo de otro gran ensayista médico: el patólogo mexicano Francisco Gonzalez Crussí, residente de Chicago, autor de On being born and other difficulties, y otros libros tan estimulantes como los de O.S., y posiblemente más refinados. Es bien sabido que tuvieron una cálida relación epistolar: la literatura, para ellos, parece ser la dimensión narrativa, reflexiva, y por momentos poética, donde la vida se recrea y reconfigura mediante el poder de la imaginación y la inteligencia, para orientar decisiones éticas y los instintos de convivencia. Esta filosofía literaria tiene un valor irreductible dentro de la medicina: la devaluación de la subjetividad y la automatización tecnocapitalista (o tecnosocialista), representan peligros verificados en el artículo de Rosenhan.

 

Un científico en el ecosistema literario

Llegué a Oliver Sacks por recomendación de Juan Villoro, cuando tuvo la cortesía de publicar mi primer relato clínico en las páginas de La Jornada semanal. Si un escritor obsequia bibliografía médica a un estudiante de medicina, es por su valor literario. ¿Cuáles son las claves de la eficacia artística de Sacks? Su prosa es sencilla y elegante, pero esto no le garantiza notoriedad alguna. Es más interesante su condición híbrida y la evolución formal.

 

Migraña es poco más que una obra convencional de divulgación, y poco menos que una obra erudita –o definitiva- para especialistas, a la mitad del camino entre un tímido ensayo literario y una magistral exposición académica.

 

Despertares es el ejercicio testimonial de una experimentación químico-clínica.

 

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero está compuesto por ensayos narrativos breves, organizados mediante un diseño neurológico (defectos, excesos, arrebatos, reminiscencias), que rinde homenaje al padre de la neurología británica, Hughling Jackson.

 

Veo una voz es un inspirado ensayo académico de investigación, que medita, reflexiona, y contempla el despertar semiótico de los sordos. Perdí ese libro en un avión mientras viajaba a San Francisco, para conocer personalmente al doctor, y desde entonces no he terminado la lectura (pues así no deja de acompañarme).

 

La isla de los ciegos al color es una apuesta formal: conjuga el testimonio, la autobiografía, la investigación reflexiva, como un antiguo libro europeo de viajes: aquí se da un encuentro de palabras, esquemas, mapas, dibujos naturalistas, todo perfectamente organizado dentro de un planteamiento estético que trasciende el relato científico convencional, y dialoga con los libros de aventuras, de viajes intelectuales, geográficos y antropológicos. ¿Tal vez el éxito de O.S. entre los escépticos ilustrados consiste en la fabricación de una estética propia, bien definida, ingeniosa y auténtica, como de pieza científica labrada con diseños étnicos, sociológicos, históricos? Sin duda esa propuesta estética es la vasija correcta para transmitir un contenido clínico inédito en la historia de la literatura, fuera del mundo especializado de las neurociencias clínicas.

 

Musicofilia es un gabinete excesivo, obsesivo, exhaustivo y disfrutable: su libro más fetichista, tal y como puede ser fetichista un libro científico sobre el cerebro.

 

Los ojos de la mente presenta una colección de ensayos, relatos, diarios, organizados en torno a la neurología cognoscitiva de la visión, que anticipa la muerte: como sabemos, el melanoma que separó a Sacks de este mundo aparece en el diario titulado La persistencia de la visión.

 

Oliver Sacks, ante todo, es el narrador eficaz de fábulas realistas de las mil y una noches en el país de las neurociencias, un portador de extravagancias capaces de conmover a los intelectuales duros de roer: lo consigue porque el efecto no descansa en artificios sino en la propia trama; las historias recrean viejos mitos filosóficos de la consciencia, la percepción, la memoria, lo real y la libertad, pero lo hacen mediante anécdotas experimentales, que no estaban codificadas de forma alguna en el mundo de la escritura creativa hasta la primera mitad del siglo XX, aunque los problemas de Sacks se han tratado en el ambiente clínico desde el siglo XIX, por autores como Sergei Korsakoff, Giles de la Tourette, Karl Wernicke, Paul Broca, Jean Martin Charcot, Jules Cotard, Jules Seglás, A.R. Luria, por mencionar algunos. He oído que solamente podemos repetir cánones clásicos y repetir historias arquetípicas con variaciones mínimas, que sólo podemos plagiar autores del pasado. Sin embargo, es obvio que ningún escritor de ficción imaginó casos como los de Oliver Sacks antes de la publicación de Un antropólogo en Marte, o El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, lo cual también contradice la idea de que basta la lógica, pura y aguda, para deducir todos los estados de experiencia y las historias posibles que dan cuenta del comportamiento humano: se requieren décadas de trabajo (clínico) para conocer y escribir los estados mentales del ser enfermo. Supongo que ocurre lo mismo con las demás áreas de la actividad humana: desde la gastronomía hasta la aviación, podemos escribir relatos originales si develamos dimensiones nuevas de la experiencia humana en esos campos. Contra la tesis de que todo arte nuevo es plagio, puedo decir esto: si una persona relata una vida en la que profundiza en su propio campo de experiencia, no puede plagiar el pasado, porque los cambios históricos y sociales se encargan de dotar de originalidad la historia: el mundo actual es siempre inédito; por eso nos llena de angustia: nadie sabe realmente si nuestra historia es un poema dramático de Calderón de la Barca o un guión malévolo de Spike Lee.

 

Tras una lista fragmentaria de autobiografías, O.S. ha entregado On the move, su autorrelato panorámico, así como una carta donde anuncia su retiro por cuestiones de salud. Este compromiso de llevar el análisis de sí hasta el límite impuesto por la muerte, es el regalo final de su conciencia para la nuestra. Nos presenta la circunstancia inusual de una persona capaz de entregar conocimientos empíricos a la escritura creativa, y sentimientos artísticos a la ciencia, que desarrolla todas sus áreas de pasión, incluyendo las que trascienden la neurología, pero que tiene, ante todo, la oportunidad de presentarse durante la senectud al examen final, en forma lúcida: el examen de una vida.

 

 

*Foto:  Fallecido el 30 de agosto, Oliver Sacks se despidió públicamente desde el 19 de febrero con una carta en donde escribió sobre su enfermedad y sobre el hecho de estar “cara a cara con la muerte”/ Archivo El Universal.

 

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