Un aperitivo de frutos secos

Oct 31 • Reflexiones • 3157 Views • No hay comentarios en Un aperitivo de frutos secos

POR FERNANDO FERNÁNDEZ
Autor de Ni sombra de disturbio (2015) 

 

A la pregunta de cómo comenzó su interés por la escritura de relatos, Gerardo Deniz respondió en un cuestionario publicado al aparecer Alebrijes (1992), su primer libro del género, que “desde siempre” los había escrito. El poeta, que iba a cumplir 58 años, abundó así en el tema: “Diversas páginas de mis primeros libros [de poesía] Adrede y Gatuperio, proceden, por ejemplo, de un largo relato mío, prehistórico. Claro, al igual que con todo, la mayor parte de lo escrito lo fui tirando oportunamente a la basura. No obstante, aunque limitado a la última década, o así, están guardadas muchas páginas, muchísimas, entre autobiográficas y literatúricas [sic]”. A continuación, refiriéndose siempre a la escritura prosística, confesó que tenía “distintos proyectos” y “múltiples intenciones”, al grado de describir aquel primer libro nada menos que como “un aperitivo de frutos secos”.(1)

 

Seis años antes, en respuesta a otro cuestionario, había dicho algo parecido: “En prosa escribo —y tiro— sin cesar y cada vez más. Reflexiones, recuerdos, análisis —70 páginas escarbando en un sueño, p. ej.—”. Más abajo: “[…] a veces me entretengo en darle forma de cuento a algún pasaje o en pulir algo hasta dejarlo presentable. A lo sumo, regalo de ello un par de copias por ahí, pero el destino habitual de estas páginas es, tarde o temprano, la basura”.(2)

 

“Un aperitivo de frutos secos”: cuando se echa un vistazo a la prosa reunida de Deniz no puede sino pensarse que el tiempo le dio ampliamente la razón. De entrada, resulta notable que ocupe un volumen un poco más extenso que el de su poesía reunida (Erdera, 2005), unas cien páginas más. Pero acaso más notable sea el que, si bien De marras complementa, ahonda y corre en paralelo a sus poemas, como uno esperaría en principio, las más de las veces representa un orbe independiente y autónomo. De ninguna manera es eso que algunos narradores llaman, quizás no sin alguna arrogancia, “prosa de poeta”; hay un vigor, una originalidad y un sentido del mundo y el lenguaje genuinamente prosísticos que compiten sin ninguna desventaja con el cuerpo que hasta ahora ha sido central en nuestra valoración de su trabajo. Y hay, sobre todo, una enorme riqueza; más allá de la cantidad de las páginas que abarca, la del género de los materiales que la componen, la de la amplia lista de los recursos narrativos de que echa mano su autor y la de su inmensa diversidad temática.

 

Tres decisiones fundamentales

Si bien el proyecto de reunir su prosa se originó en los meses inmediatamente anteriores a su muerte, ocurrida el 20 de diciembre de 2014, por lo que ya no pudo verlo terminado, Gerardo Deniz participó en tres decisiones fundamentales: dio título al conjunto, decidió el criterio del orden de los textos y dejó fuera algunos materiales. Aunque es bueno no olvidar la resistencia general del poeta a “explicar” nada —a que alude en la “Advertencia” de Visitas guiadas, libro recogido en este volumen—, es posible decir algunas cosas sobre la expresión que sirve de título a esta prosa reunida y el sentido que arroja sobre los trabajos que aparecen en ella, y lo mismo haremos, más abajo, con cada uno de los títulos que la conforman. Si como adverbio, “marras”, palabra que según la Real Academia de la Lengua proviene del árabe, señala algo pasado (“antaño”), la expresión “de marras” es una locución adjetiva que se refiere a lo que “es conocido sobradamente”. El diccionario se sirve de estos ejemplos: “Ha contado mil veces el episodio de marras. Vino a verte el individuo de marras”. No es aventurado decir que en el caso de Deniz se trata de un recurso para señalar una referencia a la obra propia, como cuando tituló una plaquette con el nombre de Op. Cit., (3) “obra citada”, en latín: lo reunido en aquel fascículo, parecía decirnos su autor, tenía algo de alusivo y de contextual, quizás hasta de repetitivo. En otras palabras, para ubicar plenamente su contenido habría que acudir a la obra que fue citada con anterioridad, aquélla de la que ya hablábamos. Muy al tanto de volver a pisar una y otra vez terrenos propios, ese “de marras” tiene que ver con la conciencia de volver a lo expresado previamente. Pero el diccionario consigna un tercer uso en la expresión “lo de marras”, “locución sustantiva de uso coloquial”, como la define, que se utiliza “para designar despectiva o humorísticamente algo consabido por el hablante y el oyente, ahorrando la necesidad de mencionarlo explícitamente” (las cursivas son mías), que casa bien con la ironía, dirigida incluso a sí mismo, característica de nuestro autor.

 

Por último, fuera ya del ámbito del significado, la expresión “de marras” guarda cierta relación con la voz vasca erdera —todo aquello que no es vasco y, por extensión, lo que está fuera, podemos decir, de un cuerpo, de un conjunto o una realidad determinados; dicho de otra manera: lo que resulta ajeno respecto de alguna otra cosa—, palabra que Deniz usó para titular el volumen de su poesía reunida: al menos al oído, esta palabra y aquella expresión comparten una naturaleza gruesa, si se puede decir de este modo, cruda, algo áspera, y ninguna de las dos parece estar relacionada con el lenguaje poético, o no al menos con el que era común hasta antes de que se iniciaran los grandes cambios en la poesía y las artes en el siglo xx. En “de marras” hay algo de libresco, quiero decir de cultura leída, y aunque la Academia la marque como de uso coloquial, suele utilizarse menos en la expresión oral que en la escrita.

 

Qué reúne y de qué manera

De acuerdo con la voluntad de su autor, el corpus narrativo de Deniz que se presenta reunido aquí por vez primera ha sido dividido en dos grandes partes: por un lado, la prosa que el poeta mismo juntó y publicó en forma de libro (siete títulos a lo largo de veinte años, entre 1992 y 2012); por el otro, los materiales que, si bien aparecieron en diversos lugares (diarios y revistas nacionales, e incluso una que otra antología), nunca fueron recogidos editorialmente y por lo tanto estaban dispersos hasta el día de hoy. Como verá quien se asome a las páginas que siguen, hay de todo en ellas: relatos, varios géneros de evocaciones y memorias, crítica, anotaciones de lectura y comentarios al margen, semblanzas, poemas en prosa, reflexiones sobre la propia poesía, pies de foto, diálogos “teatrales”, respuestas a diversos tipos de cuestionarios, parodias, un singular género de texto inventado por él llamado “literales”, las palabras que dijo al recibir un premio, las entregas para las tres columnas que mantuvo con fortuna diversa en ese mismo número de publicaciones periódicas, un par de prólogos, recreaciones mitológicas e incluso algunos inéditos.

 

Cada una de las dos partes está armada de manera cronológica; en el caso de los libros, el asunto no necesita aclaración; en el de los textos antes no reunidos, hemos organizado los materiales por publicaciones, aquéllas en las que vieron originalmente la luz. Al final, adosados a la segunda parte, incluimos tres inéditos: primero, una verdadera curiosidad: un texto escolar de 1948 en el que un jovencísimo prosista de catorce años, inscrito en el Colegio Luis Vives, escribe sobre los esquimales; las afirmaciones que hace las ha sacado mayormente de las novelas de aventuras que ha leído, y que cita con toda propiedad en una serie de casi treinta notas que conducen a algunas obras de escritores como Julio Verne, Emilio Salgari o Rudyard Kipling.

 

El segundo inédito es un largo texto del género de los que entregaba a sus amigos, según contaba él mismo en una de las citas de más arriba, por cierto en fotocopias a veces casi ilegibles de apretadas cuartillas mecanografiadas, y que escribía, al principio, sin la pretensión de que se publicaran, o al menos no de inmediato. “Bibliografía de un poeta recién casado”—en cuyo título hay una evidente alusión al Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez— es un recorrido minucioso por las lecturas que hizo antes y después del 24 de abril de 1961, fecha de su matrimonio con Josefina Rodríguez Campa, madre de sus hijas Laura y Elsa —recorrido que llega hasta marzo de 1965—. Escrito en dos partes, la segunda de ellas titulada “Otro trecho”, el texto resulta interesante porque muestra las lecturas de Deniz de los años inmediatamente anteriores a la escritura de la parte esencial de su primer libro de poemas. No menos que eso, es interesante porque da detalles de sus desencuentros finales con el ámbito científico institucional, hecho que fue determinante para la aceptación definitiva de su vocación poética.

 

La sección de inéditos concluye con una suerte de adenda escrita para uso de su amigo Pablo Mora, “Suplemento ad usum Paoli Morae”, que tiene la intención de añadir algunos comentarios acerca de los procedimientos de Ramón López Velarde, poeta sobre el que Deniz escribió un extenso artículo aparecido en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, “Curiosidades velardianas” (1985), y al que ya le había hecho un añadido en la revista Vuelta, “Más curiosidades velardianas” (1988), el primero de ellos firmado como Gerardo Deniz y el segundo como Juan Almela, todo lo cual está recogido en la segunda sección de De marras.

 

Durante algunos años, Deniz contempló con seriedad el proyecto de dar a conocer algunos de sus textos en prosa como Juan Almela, su verdadero nombre. En el cuestionario más antiguo de los dos que cité más arriba, que es de 1986, ya había advertido que eso podía suceder: “Desde hace tiempo, lo confieso, me rondan las ganas de lanzar al ruedo también al literatillo Juan Almela; a lo mejor lo hago un día de estos, a ver qué pasa […] Por supuesto, ni de lejos me propongo cultivar ‘otra personalidad’ ni nada por el estilo: uno de los hechos más establecidos del mundo es que todo lo que escribo será bueno o malo, pero es inequívocamente mío”. (4)

 

No sólo lo dijo: desde la segunda mitad de los años ochentas y hasta poco antes de la aparición de su primer libro de prosa, firmó diversos trabajos literarios con su nombre real, por ejemplo cuando publicó los relatos “Ascenso” y “Alebrijes” en Vuelta (abril de 1987 y septiembre de 1988, respectivamente), o uno de los “Literales”, el que parte de una cita de Karl Jaspers, en El Semanario Cultural de Novedades (marzo de 1990), y eso a pesar de que en la entrega misma en la que aparece este último texto concede una larga entrevista como Gerardo Deniz. Al final, sin embargo, cuando hubo de entregar Alebrijes a la imprenta, acabó recurriendo a su seudónimo.

 

Alebrijes

Es significativo que la primera publicación en forma de libro de los trabajos en prosa de Deniz haya sido tardía, en un autor que fue ya tardío desde la primera vez que se dio a conocer como poeta, al menos en comparación con el desarrollo común de sus congéneres en México. Si Adrede (1970), su primer libro de poemas, apareció el año que cumplió 36 años, el primero de prosa no salió, como ya dijimos, sino cuando empezaba a acercarse a los sesenta. Significativo, quiero decir, de los largos rodeos que dio antes de instalarse definitivamente en la literatura, primero en la poesía y después en la prosa —sin que eso supusiera, desde luego, abandonar la escritura de poemas.

 

Aquel primer libro, Alebrijes, incluye un par de relatos en los que aparecen esos simpáticos animalejos de la artesanía mexicana que Deniz describe como “seres adragonados y multicolores de cartón piedra […] cada uno de los cuales constituye […] un ejemplar en su género”. (5) En el primero de los relatos, un grupo de necrófilos asiste a una tétrica velada en el Chopo, en los últimos días en que ese edificio hizo las veces de Museo de Historia Natural de la Ciudad de México, tal como Almela lo conoció de niño y lo visitó durante años; en el segundo, una grieta pavorosa abierta en el centro de cierta ciudad amenaza con la destrucción de la urbe: un alebrije protagoniza esos relatos —e incluso, en el segundo caso, pone remedio a la situación, de acuerdo con la naturaleza de aquellos seres consagrados “al bien común”, como los describe nuestro autor—. Si Deniz vio esos cuentos como el corazón de su primer libro al grado de llevarlos a figurar en su título, la serie, que en palabras de Pablo Mora representa el “punto de partida revelador de un cuentista en sentido estricto de la palabra”(6), es un estupendo muestrario de sus recursos e intereses como narrador. Por esa razón resulta fructífero ver su contenido con detenimiento.

 

La frase inaugural del libro, la que abre el primer relato, titulado “Necroforia” —palabra que significa algo así como “portación del muerto”—, es una buena presentación de esos intereses y recursos: “Cuando Fulgencio, aún joven, murió de asco, Tomasa —la viuda— y sus pocos amigos, tan pobres como él, lo vistieron con su único traje y afrontaron la situación con realismo”. El relato trata de un hombre paupérrimo que muere, como se va viendo, y sus familiares, al verse sin recursos para trasladarlo, deciden llevarlo como si estuviera vivo en un viaje en metro rumbo a la estación Mictlan —estación que no existe en la realidad y que ha sido bautizada de esa manera por ser el nombre de la región de los muertos en la mitología náhuatl—: la situación absurda, el ritmo de la narración, el sentido de la ironía y la presencia del humor representan perfectamente al Deniz prosista.

 

Pero en ese libro aparecen otros recursos que, con el tiempo, Deniz no hará sino llevar a su máximo desarrollo. El segundo relato, “Braulio”, tiene como punto de partida la cita de un par de investigadores que consignan que entre 1965 y 1970 desapareció la “única persona ocupada sin remuneración” de la industria de “la fabricación de chicles”. El dato, extravagante en sí mismo, fascina al Deniz acostumbrado a recrearse en las situaciones absurdas de este “mundo mongoloide y pendejo”, como lo llama en algún poema, mucho más cuando provienen de las instituciones o las autoridades que se dedican a “administrar” el conocimiento. El dato lo invita, primero, a imaginar cómo procede esa industria y a continuación a elucubrar sobre las maneras en las que pudo desaparecer aquel último trabajador no remunerado, en un final abierto con cuatro posibilidades que se exponen de manera eslabonada y sucesiva. Es notable, por poner un solo ejemplo del tipo de imaginación que prefiere Deniz, el estado en el que llegan a la fábrica las masas irregulares del chicle, entre las que vienen “hojas, palos, piedras, latas de cerveza vacías y, con frecuencia, animales diversos, vivos: insectos, gusanos, lagartos, serpientes, uno que otro mico de noche”.

 

Un caso distinto es el que está detrás de “Circulación cerebral. Sotie”. Nunca se cansó Deniz de fustigar a José Emilio Pacheco, si bien por escrito lo hizo sólo en un puñado de textos que vieron la luz en forma de libro en Anticuerpos —título al que me referiré más abajo y que también forma parte de esta prosa reunida—. Pacheco, en No me preguntes cómo pasa el tiempo, volumen que reúne la poesía que escribió entre 1964 y 1968, dio a conocer a dos poetas “apócrifos” a quienes adjudicó biografías y poemas; de la vida de uno de ellos, llamado Fernando Tejada, Deniz entresacó ciertos datos específicos, principalmente el que naciera en Tulancingo, Hidalgo, participara en el movimiento estudiantil de 1958, fuera a Europa a estudiar “circulación cerebral” y, finalmente, el que su muerte ocurriera en Florencia “en circunstancias no aclaradas”.(7) La referencia funciona como la pieza maestra que permite entender el relato, en realidad una “sotie”, como se anuncia desde el título,(8) que parodia algunas actitudes que a nuestro autor le parecían inseparables del pensamiento y la imaginación de una de figuras más exitosas y premiadas de la literatura nacional.

 

Para entender a fondo el relato “¡Capturado! Homenaje a la lucidez”, hay que saber que el crítico Evodio Escalante hizo una lectura de los poemas de Deniz a partir de una visión excesivamente rígida de la poesía. En ese trabajo, que acaso pretendía más provocar que intentar la reflexión o el entendimiento, y que su autor no dejó de matizar en un ensayo posterior, Escalante escribió entre otras cosas que, al no ser propiamente poesía la de Deniz, por estar sustentada en “ingeniosidades”, “enigmas” y “retruécanos”, su obra estaba condenada al “desierto de los signos”(9). A Almela ese señalamiento le vino como anillo al dedo porque le permitió manifestarse, a partir de entonces con una referencia concreta, como radicalmente ajeno al paisaje poético y literario —y la cosa llegó tan lejos como para llamar Erdera al conjunto de su poesía reunida—. A lo largo de los años afirmó, cuantas veces le fue posible, que lo que él hacía no era poesía, como ya habían probado —añadía irónicamente— algunas autoridades del tema. (El lector de este libro encontrará ese género de comentario, aquí y allá, y es conveniente que esté prevenido al respecto.)

 

Pero si reaccionó de esa manera, en cierto modo provechosa, la más memorable de sus respuestas al artículo de Evodio Escalante está en este relato: Deniz se imagina convertido en “una alimaña grotesca”, un cacomixtle (Bassariscus astutus) que ha sido capturado por un personaje llamado Cuitlayo —que sale a escena acompañado de un par de criados que tienen los nombres de Sempronio y Pármeno, como los que hablan en La Celestina—, y que lo va acusando, de manera magnificada por la lupa paródica, de todos y cada uno de los reproches que aparecen en el artículo de marras. Así, Deniz arroja sobre sí mismo, con crueldad si es necesario —el cacomixtle, por ejemplo, tiene un “hocico repugnante”—, todos los dardos que a su vez le ha dedicado el crítico. El texto de Escalante es relevante dentro del conjunto ensayístico dedicado a la obra de Deniz siquiera por ser el único de signo negativo de los que se han publicado; no menos que eso, porque revela los reparos que un estudioso de la poesía pudo plantear a un autor como el que ahora reunimos, y no cualquier estudioso sino uno preparado y sensible. En particular se antoja reproducir la frase con la que Deniz alude a sus relaciones con la revista de Octavio Paz, a las que no deja de referirse Escalante: “Ni cuando en los aniversarios de la revista maldita lo hacían bailar sobre un barril, a son de zampoña, se había sentido tan sobajado”.

 

También en Alebrijes puede leerse por vez primera una de esas singulares narraciones —un pasaje de Karl Jaspers, en este caso— que nuestro autor llama “literales”, que han sido ya comentadas por Pablo Mora (10) y que no consisten más que en llevar hasta las últimas consecuencias de la literalidad ese tipo tan ampliamente extendido de metáforas a las que acudimos al expresarnos. Deniz volvió al ejercicio en diversas ocasiones, y tanto este texto como seis más aparecieron reunidos en Carnesponendas, su libro de 2004, a partir de citas de Ramón de Campoamor, Adolfo Salazar, José Enrique Rodó, Amado Nervo, Martin Heidegger y Otto Mayer Serra. Pablo Mora los describe diciendo que “en ellos, el pasaje citado —algunos de sus ingredientes— se materializa, a través de la ficción o la parodia, cobrando o revelando una realidad distinta. Los epígrafes, sintomáticamente, proceden de dos literatos prolíficos y cinco pensadores eminentes y se refieren a actividades o expresiones ‘espirituales’ del hombre”.(11) Para José Homero se trata de “una especie de escenificación, de exhibición —en sus dos sentidos, denotativo y connotativo de la propensión a la metaforicidad, al dislate, a la fantasía, lo que en cierto modo sugiere una imaginación de niño—”. A este último comentario, hecho en el primero de los cuestionarios citados en esta presentación, Almela contestó que conoció esa experiencia infantil y que la empezó “a cultivar intencionalmente”, para rematar diciendo: “Continúo en ello”.(12)

 

Los demás cuentos de Alebrijes ofrecen otras vertientes del narrador Deniz: en “Ascenso” ensaya una versión irónica del mito de Orfeo y Eurídice para burlarse del matrimonio; en “Diálogo del exilio”, dos de los meteoritos que descansan en el vestíbulo del Palacio de Minería platican animadamente sobre su viaje galáctico; en “Colmo. In Memoriam”, el autor, que cuenta en tercera persona su muerte y su llegada al mundo de ultratumba, se encuentra allí con un viejo conocido que en vida no dejó de manifestarle una intensa envidia, sentimiento que acabó traspasando los límites de la muerte física. En este relato es interesante descubrir a Octavio Paz bajo el nombre de Augusto Lozano —Lozano era, como todo el mundo sabe, el segundo apellido del autor de Libertad bajo palabra—, a quien el recién fallecido había mandado sus poemas con éxito, como le ocurrió realmente a Deniz, cosa que el envidioso nunca creyó, sin que por eso dejara de intentar algo parecido, con muy distintos resultados. En un cuento más, “Experimentum crucis”, un crítico demuestra de manera “científica” la relación que hay entre el fondo y la forma en la literatura: toma un verso por ambos extremos y lo estira hasta romperlo, con el resultado de que sus partes se vuelven ilegibles, cosa que prueba que el fondo y la forma están, en ese caso, mal compenetrados.

 

Acopio de particulares sustancias reactivas

No en balde el segundo libro prosístico de Deniz se llama Anticuerpos (1998). Primero de sus volúmenes misceláneos, recoge treinta y seis trabajos de dimensiones irregulares y temas diversos. El título, que procede de la química orgánica, una de las disciplinas más queridas de Deniz —a la que dedicó intensas e inacabables lecturas, en particular en sus años de juventud—, se refiere a los anticuerpos con los que nuestro organismo responde a la aparición de elementos extraños. En este sentido, el título señala la inclusión de algunos de los textos más reactivos de Deniz, si los puedo llamar así, ya sea porque son el resultado directo de sus reacciones a determinados estímulos o porque producen las más vivas reacciones en quienes se enfrentan a ellos por vez primera.

 

Pero antes de decir algo sobre esos trabajos, hay que advertir que el libro incluye también algunos de sus ensayos más entrañables e incluso elogiosos: nostálgicos, sobre algunos lugares perdidos —la vieja colonia San Rafael, en la que el narrador vivió parte de la infancia y la adolescencia, o la biblioteca Franklin, en la que en buena medida acabó de formarse como lector—; dotados de su entusiasmo sobrio, lleno de razones por partes iguales intelectuales y vividas, acerca de algunos de los personajes que más admiró —Verne, por supuesto, cuya imaginación se proyectó sobre su manera de ver la realidad a lo largo de toda su vida; Georges Dumézil, uno de los principales conocedores de la mitología en el siglo xx, a quien tradujo y con el que mantuvo correspondencia epistolar; el científico Linus Pauling, uno de sus “héroes”, como lo llama en el ensayo que dedica a su figura; Antonio Gómez Robledo, de quien Deniz decía que era uno de los escasísimos mexicanos de su tiempo de los que podía afirmarse que sabía de lo que hablaba; perplejos y gozosos, sobre ciertas lecturas —como las que dedica a la Gazeta de Antonio de Alzate, el lejano familiar de sor Juana Inés de la Cruz que encarnó una peculiar Ilustración mexicana…—; apasionados, sobre algunas de sus convicciones más arraigadas —como el texto en que cuestiona la supuesta relación entre la música y poesía, y señala la infinita superioridad de aquélla sobre ésta.

 

Y desde luego, sus reacciones, propiamente los anticuerpos que trabajaban en su interior ante las que le parecían estupideces, farsas e imposturas del medio cultural, y que tan bien representó en palabras e imágenes ya en tiempos relativamente tempranos en el poema “Cultura”(13). Sin duda una de las reacciones más sintomáticas es la que se desarrolla en la serie que dedicó a José Emilio Pacheco, y a la que aludí en párrafos anteriores, en particular los dos ensayos que vieron la luz en las revistas Milenio y Viceversa (14). El primero de ellos es su comentario al artículo que Pacheco publicó en la revista Proceso para defenderse de los ataques de José de la Colina; el segundo, un despiadado análisis de un poema de Pacheco. (15) No es necesario abundar en esos textos, más allá de decir que son inusitados para el medio literario mexicano y quizás para cualquier otro; también, que nunca fueron respondidos: tal fue la impresión que causaron que el silencio que produjeron se prolonga hasta el día de hoy. Pero no sólo los anticuerpos de Deniz reaccionan contra ese escritor: Freud, al que leyó con admiración en sus años formativos, no tiene una suerte diferente, y ni siquiera el exilio político español, al que Juan Almela pertenecía, y que influyó tan positivamente en tantos ámbitos en México, pero que fue, en sus palabras, responsable de una “funesta influencia” sobre las editoriales del país.

 

 

Notas:

1. José Homero, “La diversión de la parodia”, El Semanario Cultural de Novedades, 11 de octubre de 1992.

2. Eduardo Mateo Gambarte ,“Posible ficha (con excursos)”, ca. 1986. Inédito.

3. “Margen de Poesía”, Casa del Tiempo, núm. 12, UAM, México, 1992.

4. “Posible ficha (con excursos)”, op.cit.

5. Almela pensaba que la palabra “alebrije” proviene de “alifrit”. Hablando del verso “el alifrit está frito, nadie frota” de su poema “Lámpara maravillosa” (Erdera, p. 83), dijo: “Alifrit es la forma árabe, un efrit con artículo. O sea, ‘el efrit’ en árabe es ‘alefrit’. Mi teoría secreta es que de ahí viene el nombre de ‘alebrije’” (conversación telefónica grabada, 1 de septiembre de 2010. Inédita).

6. Pablo Mora en el prólogo a Carnesponendas, colección Confabuladores, Coordinación de Humanidades, UNAM, México, 2004, p. 7. Así describe Mora la prosa de Deniz: “precisa y categórica, de hallazgos rítmicos y sólidas articulaciones” (p. 9).

7. José Emilio Pacheco, Tarde o temprano (poemas 1958-2009), Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 109.

8. “Sotie”, en palabras de Juan Almela: “Es un género clásico francés medieval en que todos los personajes están locos. Son de esas confusiones muy a la antigua, muy medievales, donde habla la Locura, habla la Embriaguez, habla la Bondad. Sot quiere decir ‘loco’ en francés. Actualmente ya no es ‘loco’, sino ‘tonto’. Sotie es una tontería. Dumézil se lo puso a un texto suyo.” (Conversación grabada, 27 de enero de 2011. Inédita.) Aquí la primera parte de la entrada de “sotie” que ofrece el The Oxford Companion to French Literature (compilado y editado por Sir Paul Harvey y J. E. Heseltine, Oxford, The Clarendon Press, 1959, p. 681) que formaba parte de la biblioteca de Almela: “Sotie, or Sottie, a kind of satirical farce, closely akin to the satirical moralités of the same —later medieval— period. Soties were played by those sociétés joyeuses (q.v., and see Enfants sans souci) who were also confréries des sots, secularized descendants of the earlier celebrants of the Fête des Fous (q.v.). The actors always wore fool´s costume and took full advantage of it to give mordantly satiric parodies of society, manners, and political events. The characters were usually the Prince of Fools, the Mother Fool (played by a man), and their supporters.”

9. Evodio Escalante, “La textualidad narrativa y estrambótica de Gerardo Deniz”, Sábado, Uno más uno, núm. 665, 30 de junio de 1990. El texto posterior se llama “De la vanguardia militante a la vanguardia blanca (los nuevos trastornadores de la poesía mexicana de nuestros días: David Huerta, Gerardo Deniz, Alberto Blanco y Coral Bracho)”, separata de la serie “Perfiles. Ensayos sobre literatura mexicana reciente”, ed. Federico Patán, Society of Spanish and Spanish-American Studies, sin fecha, ca. 1996.

10. Pablo Mora, op.cit. pp. 14-18.

11. Ibídem, p. 14.

12. José Homero, op.cit.

13. Erdera, p. 195

14. Respectivamente: núm. 5, septiembre-octubre de 1991, y número 1, noviembre-diciembre de 1992.

15. El artículo de Pacheco en respuesta a José de la Colina se llama “La injuria, la calumnia y la impunidad”, y apareció en el número 760, 27 mayo de 1991, de ese semanario; empieza con estas palabras: “Pido perdón a quienes leen y hacen Proceso por manchar sus páginas con un descenso a las cloacas del hampa infraliteraria”. El poema es “Pornoágrafo (una sátira)” y está en Tarde o temprano, p. 282. Para la versión definitiva del poema, Pacheco, que solía hacer cambios en su obra poética, desechó varios de los versos que Deniz comenta y ridiculiza.

 

 

*FOTO: Según él mismo aclaró en entrevistas, buena parte de la obra en prosa  de Gerardo Deniz data de su juventud/Archivo Fondo de Cultura Económica.

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