Fabrizio Cossalter : “Fragmentos de la edad de en medio”
En su libro Frammenti dell’età di mezzo, el autor italiano plantea aforismos que revelan las derivas a las cuales suele llevar la fugacidad del pensamiento. La traducción es del propio autor
POR FABRIZIO COSSALTER
Hoy en día ya no se puede confiar ni siquiera en la estupidez de la gente.
Damnosa hereditas: no sabemos ni cómo debemos gastar el legado de nuestros antepasados, que solemos desperdiciar con mal disimulada indolencia. Encadenados a las ruinas de una civilización letárgica y residual, que de prometeico no tiene nada, hemos renunciado incluso al arte de la disipación espiritual.
Somos, a todos los efectos, los risibles vencidos de la macabra ilusión del «fin de la Historia».
Tengo un temple de moralista flojo, de pensador asténico.
«La incredulidad es un lujo terrible» (Antoine de Rivarol).
Los hombres en carrera hacia la nada cultivan una excesiva nostalgia de sí mismos.
Creía ser servicial, en el amor como en las otras pasiones, y en cambio era solamente servil.
Siempre he llegado tarde a todo: a las ideas, a las formas, a las ideologías, hasta a las modas juveniles… – la procrastinación involuntaria ha sido mi salvación.
¿Cómo puedo pensar que me hagan caso, si también las comas se rebelan contra mis razonamientos?
Cercado por las erratas, intentaré resistir entre líneas, sin derramar demasiada tinta.
No me molestaría rematar mis días con este epitafio: «No hizo gran cosa en la vida, pero poseía cierta abstracta integridad».
El fútbol, como todos los grandes monoteísmos, se ha secularizado demasiado pronto.
Mi religión es la duda de otra.
Las profecías gnósticas de Giorgio Agamben y los chistes revolucionarios de Slavoj Žižek han satisfactoriamente logrado recoger el testigo del malicioso colportage subversivo de Toni Negri y de sus discípulos.
Pero cuánto hubiéramos deseado experimentar la refinada fatuidad de una revolución derrotada…
Demasiado a menudo el reconocimiento de un derecho, aunque legítimo, es acompañado por las insufribles ocurrencias de quienes lo han reivindicado.
Parecía todo tan falso, y era espantosamente verdadero…
Natura non facit saltus, y, en la socarrona involución de la filogénesis, no deja de retroceder en zigzag, trastabillando a cada paso.
En esta existencia de acarreo, cada uno de nosotros no hace sino llevar de paseo con sumo desparpajo su propia ceguera selectiva.
¡Aquí haría falta un buen tropel de serísimos pregoneros dedicados a recorrer nuestras ferias literarias y a dispensar al respetable las recetas y los lunarios del doctor Destouches!
Sobre las evanescentes novelas de mis coetáneos no se me ocurre nada, probablemente porque no existen de verdad.
La autoficción suele traducir la egolatría en un audaz gesto de brutal empatía.
«…es cada vez más difícil, para todos nosotros, distinguir las victorias de las derrotas» (Filippo La Porta).
Savoir-vivre: recordar a quien no nos recuerda y ser recordados por quien no recordamos.
Cómo son pequeños, ciertos grandes hombres…
«No tengo ideas, en este momento, tengo solamente antipatías» (Leo Longanesi).
¡A cuántos jocosos profesionales de la bancarrota de la civilización occidental, a cuántos lúdicos viajantes del nihilismo he tenido la oportunidad de conocer!
¡Vil raza de especuladores y de lotófagos, que invierten en el abismo para arrancar al presente la meliflua emoción de una extrema columna!
Gozo del privilegio de la soledad. Que es una forma – vertiginosa – de libertad.
Hay quien está solo como un perro, hay quien está solo con dos perros.
Leer mucho, traducir bien, escribir poco y publicar aún menos. En fin, «limitar el deshonor», como escribió un gran «maestro involuntario», Piergiorgio Bellocchio.
Todo lo demás se lo dejo con gusto a las contrafiguras de profesión, que por aquí abundan.
Redes sociales: quisiera tanto encontrar una acción que se me asemeje, pero nunca lo consigo. Hay solamente reacciones, hoy en día.
Mi única coartada es la pusilanimidad.
Cuando tenía veinte años, leía a Kraus sin entenderlo. Ahora que tengo muchos más, y lo releo desde hace al menos dos décadas, quizás lo comprenda mejor, pero no saco ningún provecho de ello. Excusatio non petita…
El amor es – por decirlo con Ernest Renan – «un plebiscito de cada día» en el cual, sin embargo, es extremadamente arduo alcanzar el quorum.
Aprenderé a despedirme de la vida sin haber aprendido a vivir.
Si sólo todos libros que he leído me hubiesen servido para algo…
Tengo cuarenta y ocho años y todavía no he entendido bien quién soy. Por otro lado, tampoco tengo demasiadas ganas de conocerme en serio; prefiero, por temor a lo que podría ocultarse en lo profundo, las mínimas astucias del cabotaje cotidiano.
Mi problema es que busco la lógica en la vida y la vida en la literatura.
Una última añoranza: no haber sabido vivir a la altura de mi ignorancia.
FOTO: Pexels/ Arifur Rahman Tusha
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