Felipe Gálvez y la travesía genocida

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Los colonos entreteje un western violento que relata el genocidio y la colonización del pueblo Selk’nam en la Tierra del Fuego, en Chile

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Los colonos (Chile-Argentina-Dinamarca-Francia-RU-Suecia-Taiwán para Mubi, 2023), eminente debut del editor chileno santiaguino de 41 años Felipe Gálvez (cortos previos: Silencio en la sala 09, Yo de aquí te estoy mirando 11, Rapaz 18), con guion suyo y de Antonia Girardi y del rollerísimo realizador argentino de culto Mariano Llinás (La flor 18), el hermético joven peón mestizo chileno levantador de cercas Segundo (Camilo Arancibia) es seleccionado por su buena puntería para formar parte en 1893 de la cuadrilla integrada por el brutal falso teniente inglés de la asiática guerra de los Boers veterano MacLennan (Mark Stanley) y el mercenario cowboy excombatiente contra los comanches Bill (Benjamin Westfall) para recorrer y tomar posesión administrativa del inexplorado vastísimo territorio “de océano a océano” concedido en la Tierra del Fuego por el gobierno chileno al poderoso estanciero español don José Menéndez (Alfredo Castro), pero durante el desolado itinerario magnífico, luego del encuentro con el obcecado capitán argentino Ambrosio (Agustín Rittano) y con el estoico topógrafo humanista Moreno (Llinás en un cameo) y sobre todo después de una sanguinaria matanza gratuita de hospitalarios habitantes originarios onas o selkmans, el aterrado mestizo toma conciencia de que la verdadera misión del trío era la cacería humana de los propietarios ancestrales del lugar que estorban el dominio total del terrateniente, por lo que huye al lado de la subsumida nativa Kiepja (Mishell Guaña magnéticamente bella), mientras el gringo Bill es acribillado por un oficial chileno que también manda violar al bestial soldado raso MacLennan, antes de proseguir juntos su labor letal, hasta que siete años después un nuevo gobierno cuestiona las inhumanas masacres realizadas y tanto el ahora pescador Segundo como su mujer Kiepja rebautizada Rosa son convocados para atestiguar sobre los atropellos cometidos en aquella imperdonable travesía genocida.

 

La travesía genocida se caracteriza como un insólito y erizado antiwestern pampero que no sólo explota visionariamente la mala leche crítica del maestro satirista soviético Kulechov, al convertir Las aventuras extraordinarias de Mr. West en el país de los bolcheviques (1924) en una suerte de Las desventuras ominosas de Mr. East en el país de los terratenientes homicidas y los liberales falaces, sino también ha extraído, revolcado perversamente y vuelto en contra suya las mejores cualidades del western más clásico de los clásicos, el western de itinerario de los gigantescos pioneros hollywoodenses Ford/Vidor/Hawks, resonando aún con su Eco de tambores (Walsh 51) de feroces pieles rojas diezmables a placer en la inmensidad gloriosa de sus Horizontes de grandeza (Wyler 58), pero arrastrando en su relectura genérica y en su inaplazable resignificación desde adentro las agudas virtudes señeras del western político adulto, tales como la áspera pugna por el botín humano (El precio de un hombre de Anthony Mann 53) o contra los abusos asesinos del oficial fascista (El tirano de la frontera del mismo Mann 55) o de la caballería conquistadora en sí (Soldado azul de Melson 70), para acabar celebrando el romance redentor con una indígena, desde el ruptura representada por La flecha rota (Daves 50) hasta las ambigüedades depredadoras raciales de Los asesinos de la luna (Scorsese 23), tan tardías como contundentes, sólo cambiando a los navajos, sioux y apaches por onas y mapuches, a quienes las nuevas versiones de El bueno, el malo y el feo (Leone 66) envenenan o balean por centenas, para cortarles una oreja muy redituable.

 

La travesía genocida demuestra a cada momento saber perfectamente y provocar ostentosamente la diferencia entre la observación y la visión apasionada, pues en el trazo de todos sus personajes, en el espacio abierto o en el constreñido, ya en la cima del nuevo poder aristocrático o en el subsuelo de la plebe, predominan aquellas cualidades narrativo-poéticas que Baudelaire señalaba a propósito de los héroes las novelas épico-burguesas de La comedia humana de Balzac, o sea, buenos, malos o pésimos, esos seres se hallan “dotados de ardor vital y avidez para la existencia”, son “activos y astutos para la lucha” (y para el doble juego y la traición súbita), son “pacientes en la desdicha y voraces para el gozo” (esa triple competencia de tiro/vencidas/pelea salvaje con el patanesco capitán en despoblado, esa sodomización brutal para sellar el pacto devastador), y “más que angelicales en la abnegación” (esa abstinencia de Segundo en la masacre al amanecer pero apuntando contra sus compañeros, esa solidaridad instantánea con la criada nativa pronto amada), más de lo que “la comedia del verdadero mundo llega a mostrar”, ya que “todas las almas están cargadas de voluntad hasta la médula”.

 

La travesía genocida forma codo con codo pionero de manera involuntaria/voluntaria con la luminosidad atroz del Blanco en blanco de Théo Court (19), un valioso díptico sobre el exterminio de nativos chilenos, cuyos tentáculos se prolongan aún hoy día, conjuntando cuatro racismos en uno: el antichino, el antipieles rojas, el colonial hispanoamericano y el idealizado perdonavidas patagónico, cual homenaje al cine desde la fotografía fija y el precine documentador, con sublimadoras imágenes de Simone D’Arcangelo, cosmogónica música percutiva de Harry Allouche y ese MacLennan a modo de irónico remedo de un Martín Fierro invasor.

 

Y la travesía genocida culmina como un homenaje al ético-existencial titubeo buñuelesco conclusivo ante la piña de Nazarín (59), en la figura impenetrable de la aborigen Kiepja/Rosa rehusándose en dignificante close-up a salir tomando una taza en la “fotografía móvil” de un cineasta con cámara de manivela, cuyos testimoniales fines se dicen positivos y de integración patriótica, aunque en el fondo sean exhibicionistas y normalizadores, sin siquiera el consuelo de los ensordecedores tambores de Calanda.

 

 

 

FOTO: Los colonos fue nominada a Un Certain Regard, del Festival Cannes 2023, como “Mejor película”. /Especial

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