Fernando Guzzoni y la mentira justiciera

Jul 22 • destacamos, Miradas, Pantallas • 2777 Views • No hay comentarios en Fernando Guzzoni y la mentira justiciera

 

En Blanquita, basada en el Caso Spiniak que sacudió a la sociedad chilena por las revelaciones de pederastia de una alta cúpula en 2003, el realizador ofrece un thriller sobre la maquinación de la perversidad

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Blanquita (Chile-México-Francia-Luxemburgo-Polonia, 2022), duro cuarto largometraje del celebrado autor total santiaguino especializado en temas sociopolíticamente polémicos de 39 años Fernando Guzzoni (La colorina 08, Carne de perro 12, Jesús 16), con base en hechos verídicos, la exprostituta infantil sexoabusada paterna y festivamente desde pequeña ahora vuelta devota madre soltera de 18 años Blanquita (Laura López) trabaja como sirvientita-asistenta en la casa hogar para jóvenes exdelincuentes/exdrogadictos/exsexovictimados donde residió hasta los 14 años y que aún sigue regenteando el severo cura pelón Manuel (Alejandro Goic) quien hoy, cuando un patético pupilo llamado Carlos (Ariel Gordon) gritonee de noche viejos ultrajes padecidos, debe calmar con acre verba a los demás muchachos (“Ustedes no son nada, son mierda humana, cállense”) y luego desespera rabioso contra las autoridades por declarar también a ese chico, como de costumbre, psiquiátricamente incapaz de sostener ningún juicio legal (“Ustedes son los culpables de la impunidad”), pero al estallar un escándalo que involucra a poderosos empresarios y políticos pinochetistas en orgías pederastas con tortura incluida, la tranquila Blanquita dice reconocer como violentador suyo a uno de los inculpados y, con el decidido apoyo del vindicativo padre Manuel y la enjuta senadora democrática Piedad (Amparo Noguera), logra dar curso jurídico a su denuncia, se le somete a todo tipo de estresantes exámenes expertos físicos y mentales y, contando con la anuencia de la fiscal de avanzada Lagos (Daniela Ramírez), la inusitada Blanquita se convierte en testigo clave de un sonado juicio, pasto de los medios sensacionalistas y centro de protestas del nuevo feminismo, donde se entrecruzan grandes intereses, dudas, careos en que los acusados afirman contundentemente jamás haber visto a Blanquita y mil presiones que, entre otras graves consecuencias, provocan la represión del sacerdote Manuel por parte de un cardenal furioso por haber involucrado a la Iglesia (Jaime Vadell), la pérdida de la casa hogar y, como relevo al frente del caso, el nombramiento de un sagaz y estricto fiscal Herrera (Marcelo Alonso) que se vale de la discrepancia entre las declaraciones de la chica y las de su exmaridito pobrediablo vuelto fanático religioso Marco (Nicolás Duran) para restablecer una soterrada verdad y la exhibición de Blanquita como embustera punible, así sea por hacerse vehículo de una bien urdida mentira justiciera.

 

La mentira justiciera concede tanta importancia a los meandros laberínticos de un conato de oscuro thriller psicológico casi tribunicio, como al contexto sincrético en que se desarrolla la trama, basada en el Caso Spiniak que en 2003 sacudió a la sociedad chilena, y reubicada de manera premonitoria en el marco de las protestas feministas de 2019, lo que permite remover el edificio desde sus cimientos hasta sus últimos bordes visibles, como el papel distorsionador de los medios y de las redes sociales en última instancia al servicio del poder y de las contradicciones entre los intereses personales y las exigencias políticas.
La mentira justiciera se mueve con suma habilidad en un territorio de ambigüedades que, en un principio por lo menos, admiten dos lecturas opuestas del relato, como un martirologio ejemplar que glorifica negativamente a la heroína alucinada como a tantas otras semejantes suyas (algunas desaparecidas como una Margarita vista por Blanquita en un bosque donde aún se le busca ), y como una perversa maquinación que intenta lograr el imperio de la justicia por caminos torcidos y mendaces, tal como lo hacía el comisario sapo fabricapruebas en Sombras del mal (Welles 58), hasta que salgan a relucir las contradicciones flagrantes y hasta un video erótico con la protagonista en acción no sólo en fiestas sexuales, que sin embargo sólo refuerzan los afanes temerarios del realizador con admirable lucidez en los propósitos mediáticos de su gesta y “gesto extra-moral”, para el que “Blanquita es una indagación sobre el estatuto de la verdad, sobre la impunidad, sobre la ética difusa, la instrumentación, la interpretación de la verdad, la impugnación al poder”.

 

La mentira justiciera persiste en el gusto de Guzzoni por las situaciones límite, que arrancan desde las primeras secuencias del film en apariencia tan fragorosas cuanto inconexas: la riña nocturna en el dormitorio juvenil, la fiera represión verbal del cura y la histérica acusación de solapar la impunidad que se lanza cara a cara contra las autoridades presuntamente impotentes para juzgar crímenes de pederastia con frágiles víctimas desintegradas, en contrapunto con las imágenes extáticas o de trayectos o funerales del fotógrafo virtuosístico Benjamín Echazarreta, al ritmo sístole-diástole o vértigo/stasis que marcan tanto la edición del polaco Jaroslaw Kaminski como la música de Chloé Thévenin a base exclusiva de campanillas y ecos metálicos sombríos.

 

La mentira justiciera prosigue así el discurso sin salida del realizador sobre personajes solitarios dentro del grupo/masa/familia, vulnerables a rabiar e impredecibles al enfrentar la hostilidad dominante que el realizador inició en torno a un torturador pinochetista en vías de comenzar otra vida (en Carne de perro) y un incomunicado joven golpeador brutal que así lograba abrirse a los demás (en Jesús), referido ahora a la figura sinuosa y ambivalente de esa mártir laica y aberrante Blanquita, intimidada perpetua, pasiva carismática en tono ínfimo, con “doble vida, o sin vida porque la suya fue usurpada por la calle, instituciones o por la violencia estructural que la aloja” (Guzzoni dixit), valerosa y una y otra vez revictimizada.

 

Y la mentira justiciera culmina con la impávida mediática e imperturbable chica enigma relativo que simplemente luchaba por la justicia y ahora sin cejar camina aprehendida in situ por dos carabineros (“Ellos pueden violar, pero yo no puedo mentir”).

 

 

 

FOTO: Blanquita fue nominada a “Mejor película” en el Festival de Venecia 2022. Crédito de imagen: Especial

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