Festival Distrital, Campusano y el Cine Bruto
POR JORGE AYALA BLANCO
En Fango (Argentina, 2012), deliberadamente irritante cuan irresistiblemente seductor cuarto largometraje del polémico exinvestigador documental cinesociológico vuelto autor completo quilmense por entonces de 48 años José Celestino Campusano (Legión, tribus urbanas motorizadas 06, Vil romance 08, Vikingo 09) e indiscutible obra maestra de ese iniciador de la divisa latinoamericana del Cine Bruto (debe hablarse de éste como antes en artes plásticas de Art Brut a lo Jean Dubuffet) a quien se le ha dedicado el primer encuentro del siempre formidable Festival Distrital en un nuevo revelador formato de exhaustivas retrospectivas-encerronas con heterogéneos realizadores de avanzada, el veteranísimo lumpenroquero melenudo apodado El Brujo (Óscar Génova) logra, con la indispensable colaboración de su leal segundón padre abandonador El Indio (Claudio Miño también autor de la música del filme), llevar a buen puerto, dentro de un antro marginal, su innovador espectáculo Fango de tango-trash metalero que sólo desea exasperar la melancolía hasta la rabia extrema del rencor social, en tanto que su jovencísima novia Érica (Érica Palucci) lo humilla ante amigos de edad tempranera y mientras, en largo paralelo cruento, su ajada y deleznada esposa adúltera Beatriz (Olga Obregón pelona) pasa varios días encadenada y ultrajada en el camastro de un cuartucho miserable donde la ha confinado la fortachona exconvicta golpeadora Nadia (Nadia Batista), lideresa de un grupo invencible de hembras malandras que, secundada física y moralmente por la impasible vecina boca de chancla Paola (Paola Abraham), se ha hecho vehículo la correctiva vengadora encomienda de separar a esa zorra de un marido mujeriego, si bien la prolongada situación insostenible del cautiverio se enreda hasta la desarmonía de la pandilla masculina y femenina antes confinadas a sus propios territorios, la implicación de matarifes colosales, la degollina del torvo cabecilla de extrorsionadores cobradores de peaje callejero Pablo (Eliseo Sánchez), los regueros de sangre de la parentela inmediata, la deserción cobardona de los amigos del estoico envejeciente Brujo, y el inevitable lance a cuchilladas entre éste y Nadia, cual reivindicadora maldita del desprotegido género humano.
El cine bruto propone un neonaturalismo que nada explica ni enfatiza, conectando salvajada tras salvajada sin espantarse ni sensacionalismo ni regodeo ni gusto por lo sórdido, un poco en tributo al mejor Buñuel mexicano o a lo Fassbinder, con una sequedad absoluta, una inquietante crudeza visceral, una especie de sublimado amateurismo superior, un snobismo sofisticado vuelto exactamente del revés, una enconada irregularidad límite en las antípodas de toda pornomiseria (véase Navajazo), una incómoda conjunción de interpretaciones disparejas-signo, una fascinante absorción del ser por el espectáculo infracultural más agresivamente pobre y semidocumentalista, donde las cosas simplemente suceden con escrupulosa autenticidad social marginalista a rajatabla, aunque sus personajes primarios (periféricos motociclistas agrupados en Legión, un pasional gay arrinconado y un clandestino vendedor de armas en Vil romance, otro motociclista conurbano bonaerense y un joven narcotraficante en Vikingo, y aquí decrépitos roqueros de quinta más expresidiarias golpeadoras más patibularios extorsionadores suburbiales) todavía sean capaces de reflexionar y, por cortesía del excelente sistema educativo argentino, verbalizar en chispeante lengua coloquial (“Vamos a tener que lavourar al ful”/“Te dejó sola, a brazo frío”) el reconocimiento de sus impulsos, sus emociones (¿acaso prefigurando Intensa-mente?) y sus reacciones (“Todo eso influye y suma”/“No te metás en problemas que te superen”), antes de actuar de nuevo con decidida brutalidad inflexible.
El cine bruto finge sólo conocer los planos cerradísimos sobre rostros tensos casi convulsos en campo-contracampo al burdo desnudo y los planos demasiado abiertos, sin nada en medio ni respeto alguno por los planos sonoros, para que la fotografía sin efectos ni florituras de Leonardo Padín enmarque en un anticlímax constante las reacciones más elementales y bárbaras, trátese de los continuos enfrentamientos orales invariablemente agrios, las adúlteras cópulas bestiales, la placentera violación lésbica a lengüetadas, las fieras luchas a cuchilladas o revolcones en el traspatio, el perdonable ataque de exprimida impotencia machista (“Mejor lo dejamos para después”), la extorsión descarada bajo la distante tutela del intimidante desfigurado facial Pablo, los avances de la némesis troglodita provista de una especie de grotesca bazooka remendada, o el escondite de la traidora Paola debajo de un tinaco.
Y el cine bruto consuma finalmente el prodigio de que la muerte fulminado a quemarropa por la espalda del hijo malandro de la desavenida pareja Brujo-Beatriz concite atisbos grandiosos de tragedia helénica de cámara, y que el acre combate a cuchilladas entre Nadia y El Brujo mutuamente homicidas/suicidas durante cierta celebración onomástica, cual titanes temibles de un duro festín remordido, tenga visos de drama shakespeariano tanto como de duelo al atardecer tipo deshilachado western urbano, así nomás, por la vía de los rechazos a lo inauténtico y asfixiándose con su propia libertad formal voluntariamente esclavizada en lo disforme.
*FOTO: La cinta Fango (2012), del realizador José Celestino Campusano, está protagonizada por el actor argentino Óscar Génova./Especial.