FIC II: la medianía

Oct 24 • Miradas, Música • 2440 Views • No hay comentarios en FIC II: la medianía

POR IVÁN MARTÍNEZ

 

Decía en mi anterior entrega que lo que a un festival como el Cervantino debía caracterizar era el balance entre tradición y vanguardia, lo que de una u otra forma está cumplido en la programación de esta edición, y dos aspectos que si no se vieron reflejados desde el anuncio de su programa, tampoco se confirmaron en los conciertos a los que he asistido: la novedad o la excepcionalidad; mejor si ambas.

 

Primero con los conciertos para piano (Barry Douglas en 2013) y luego con las sonatas para piano (Rudolph Buchbinder en 2014), el festival se ha propuesto dedicar un ciclo amplio a Beethoven. Este año tocó el turno a las nueve sinfonías y éstas corrieron a cargo de la Anima Eterna Brugge, una orquesta residente en Bélgica y varios festivales europeos dedicada a la ejecución de instrumentos y técnicas “de época”, fundada por Jos van Immerseel, quien estuvo al frente de la gira.

 

Con este ensamble, para el que dice de sí mismo ser esencial “el entusiasmo, el profesionalismo y la preparación óptima”, me sucedió lo mismo que suelo pensar al momento de escuchar sobre nuevas grabaciones: o se propone un repertorio nuevo o desconocido, o se presenta una versión excepcional. Para qué, si no. No sobra aclarar tampoco que conocida es mi posición en torno a las prácticas historicistas, tanto como –escribí aquí hace unos meses– el asombro que puede ofrecerme una ejecución milagrosa como la de John Elliot Gardiner (Confabulario no. 73). Para qué, entonces. No lo calificaría como despropósito, pero –tras escucharle tres de las nueve a Gardiner– tampoco las de von Immerseel aportan algo, ni siquiera una ejecución de alto nivel, o impetuosa y con vigor, como uno espera siempre de este compositor aun por ensambles limitados en recursos como las copias de instrumentos antiguos de aliento.

 

Escuché en el Teatro Juárez (sábado 10) las sinfonías Cuarta, op. 60, y Tercera, Heroica, op. 55. Mucho de entusiasmo, algo de profesionalismo, pero no una óptima preparación. Desde la Cuarta fueron obviadas las cualidades del ensamble: una cuerda de sonido rústico pero sólido, aunque no siempre unificada, metales y timbales correctos pero sin poder de protagonismo cuando es necesario, y una sección de maderas muy desigual, con poco control de su sonido y de su afinación, aunque de buenas intenciones para intentar hacer largos fraseos en dos de sus principales (el flautista Georges Charles y la clarinetista Lisa Shklyaver). Esta Cuarta fue ejecutada con tempi más bien sosos, pero regulares, mientras que la Tercera pecó de manierismos, en general en sus movimientos intermedios y particularmente en los motivos principales de los movimientos primero y cuarto que ocasionaron ciertos desfases de articulaciones en el tutti. Cosa rara, hacer esta sinfonía, a la que la tradición le brinda suficiente con limitarse a tocar las notas correctamente, con tales extravagancias; ya en ejecuciones modernas, con mayor extrañeza en un grupo perteneciente a tan “ortodoxa” corriente de interpretación.

 

Un día antes había presenciado ahí mismo el recital que ofrecieron los pianistas Alice Sara Ott y Franceso Tristano, bajo el título de Scandale. El programa comenzó con la versión del propio Tristano al Boléro de Ravel: una joya de exposición técnica, de recursos para la ejecución de matices, desde el casi imperceptible pianísimo hasta el tempestuoso final; de colores, para imitarle las texturas a la versión orquestal; de precisión rítmica. Sin necesidad de nada más, fue lo mejor en el programa.

 

A él siguieron la versión para dos pianos de Ravel a los Tres nocturnos de Debussy, a los que faltó la delicadeza de las primeras repeticiones del Boléro, sobrándoles el exceso de articulaciones incisivas.

 

Ello, en ocasiones llegando a la tosquedad innecesaria, y una master class de poderío y “escándalo” sonoro, caracterizaron el resto del programa: La Valse de Ravel y La Consagración de la Primavera de Stravinsky. Un despropósito, claramente en este concierto, incluir la anodina A soft Shell Groove, de Tristano: una cátedra de limitaciones tanto musicales como técnicas que no brindan siquiera la posibilidad de mostrar las mejores cualidades de este dúo, el sonido posible.

 

Ya de regreso en la ciudad de México, asistí en el Palacio de Bellas Artes (jueves 15) al concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional del Perú, dirigida por su titular Fernando Varcárcel. Tan inenarrable el desfile de estrellas de la música popular en la segunda parte como la selección, dedicada a la música clásica, de la primera, en la que sólo destaca el Nocturno de Roberto Carpio como dulcecito pianístico entre Ponce y Ruiz Armengol bien orquestado por Rodolfo Holzmann: todo ejecutado en un desfile de estridencias en la que ninguna sección está bien cuidada ni se percibe, de parte de Varcárcel, un ápice de intención para lograr dibujar con claridad una línea, un color, un aroma.

 

¿Dónde quedó lo mejor de la música peruana representada en la ópera por Juan Diego Flórez, en la tradición instrumental por la herencia de los Castro-Balbi o en la vanguardia de los ensambles de Marco Antonio Mazzini? Mal diseño, el de la curaduría ofrecida por el Ministerio de Cultura del Perú.

 

 

*FOTO: Luego de su particiáción en el FIC, la Orquesta Sinfónica Nacional del Perú se presentó en el Palacio de Bellas Artes. En la imagen, la cantante Eva Ayllón y el director Fernando Varcárcel/Cortesía FIC.

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