“Florencia en el Amazonas”: ¿condenada al naufragio?

Oct 15 • destacamos, Miradas, Música • 2991 Views • No hay comentarios en “Florencia en el Amazonas”: ¿condenada al naufragio?

 

Desaciertos en la producción, confusión en el libreto y algunas interpretaciones cuestionables marcaron el estreno de la ópera

 

POR LÁZARO AZAR
Hace una semana, tuvo lugar en el Palacio de Bellas Artes la primera función de Florencia en el Amazonas, título con el que Daniel Catán logró su anhelada consagración internacional como compositor de óperas en nuestro idioma. Un idioma que, si aquí disfrutamos como en ninguno de sus otros títulos, es gracias al diestro manejo que, en el libreto, hizo de él Marcela Fuentes-Berain, quien más allá de su cercanía con Gabriel García Márquez —a quien rinde explícito homenaje—, abrevó desde la cuna con la primera gran guionista de la televisión mexicana, Doña Fernanda Villeli, su madre.

 

La oportunidad de escuchar el Concierto para violín de Stravinsky en el Teatro de las Artes del Cenart, también el domingo 8 y a la misma hora, me hizo reconsiderar las cosas y postergué mi asistencia a la ópera hasta el martes 10. Lo celebro. Además de disfrutar de una contundente versión de esta endemoniada partitura a cargo de Nana Babaeva, la Orquesta Sinfónica del Estado de México ofreció también una sólida versión de la Cuarta Sinfonía de Bruckner, “la Romántica”, a cargo de su titular, Rodrigo Macías González. Vaya coincidencia, hace siete años, el 12 de octubre de 2016, en este mismo foro y al frente de la Orquesta Sinfónica Mexiquense, Macías concertó la primera escenificación de Florencia en el Amazonas en la Ciudad de México, ya que el estreno anunciado en 1999 de la coproducción entre las óperas de Houston, Colombia y Bellas Artes, fue un fracaso mal disimulado con una versión “en concierto”, pues se enviaron mal las medidas del escenario, y la escenografía que llegó, no cabía ni con calzador.

 

Que la Ópera de Bellas Artes presente Florencia en el Amazonas, me pareció un doble acierto: ya era justo que montara la ópera mexicana más exitosa escrita en el último cuarto de siglo. Además, hacerlo antes de su estreno en la Metropolitan Opera House minimizaría la penosa comparación del “cómo se atrevieron” ante un referente de primera línea. Lamentablemente, refrendamos que “el camino del infierno, está lleno de buenas intenciones”.

 

Empecemos por “lo que se ve”. No dudo que, en maqueta o foto fija, la propuesta escenográfica de Philippe Amand —el creativo con el currículum más amplio de todo el programa de mano— resultara atractiva. Era lo suficientemente aparatosa como para justificar un presupuesto que involucraba plataformas que subían y bajaban, además de un video diseñado por Pablo Corkidi que, idealmente, abonaría al “realismo mágico” de la trama y brindaría profundidad a la escena. Nada más lejos del resultado final. La recreación de El Dorado no sé si fue más burda, o absurda: además del cuarto de máquinas, los camarotes y hasta el cuarto de mando estaban por debajo de ese oleaje “de caricatura”, y más que un vapor fluvial, parecía submarino ruso.

 

Lo peor no fue eso. Amand ignora cosas básicas del medio para el cual fue contratado: poner tan atrás el barco y tan arriba a los cantantes hizo que, ni gritando, estos se escucharan plena y claramente. Y entre eso y que Enrique Singer realizó un trazo chabacano, sin definir acciones ni caracteres y con las escenas mal pegadas con saliva, no faltó el espectador que saliera tan confundido como Rosalba tras su encuentro con Florencia en la escena 16. Una escena que, según marca el libreto, ocurre en cubierta, a mediodía… no en el pasillo que lleva a los camarotes.

 

Estela Fagoaga firmó un vestuario pleno de imprecisiones y errores garrafales: déjense ustedes de que la pésima iluminación (también de Amand) aplanara cualquier textura, tal profusión de gondoleros venecianos y marineritos de Cocteau nada tienen que ver con las tripulaciones amazónicas, y más que una misteriosa diva, Florencia parecía la versión rascuache de María Antonieta Pons en Teatro del crimen y Rosalba, la hija de Kalimán.

 

Hablemos ahora de “lo que se oyó”. Al parecer, el costo de la producción propició, una vez más, aducir la buena intención de “foguear” varios becarios del Estudio de la Ópera de Bellas Artes. ¿En un montaje que se pretende profesional? Si a esas vamos, musical y escénicamente, los resultados del México Opera Studio están muy por encima de lo ahora cometido. ¿Por qué, si María Katzarava cantó una Florencia referencial en la puesta de 2016 no darle el papel? Que yo sepa, sigue siendo directora del EOBA. En su lugar, padecimos una Dhyana Arom engolada, falta de proyección y con notorios problemas en el registro agudo. Chillona. Como Arcadio, Evanivaldo Correa cumple con reservas: tiene un bello timbre y habría pensado que su falta de volumen se debía a lo adverso del diseño escenográfico, de no ser por cuán bien se escuchaba a Armando Gama como el Capitán. Algo similar les pasó a Carlos Arámbula (Álvaro) y Óscar Velázquez (Riolobo): se oían cuando cantaban en primer plano, no así cuando lo hacían desde la cubierta.

 

Mucho mejor estuvieron las coprotagonistas femeninas: como Paula, Gabriela Flores cosechó más de un “bravo” al finalizar su aria “Lo único que pido es morir un segundo después que él”, y quien conquistó al público gracias a la belleza de su voz, sonora y plena de sutilezas, fue Denis Vélez, como Rosalba. En cuanto al coro, más que para lograr un efecto envolvente, pareciera que lo colocaron en los palcos laterales para evitar el esfuerzo de marcarles el menor trazo escénico. Si al menos hubieran trabajado a detalle la parte musical, no habría habido objeción alguna. El problema, fue que todo sonó fuerte. Gritado. Falto de matices y relieves.

 

Como director huésped del coro, tache a Luis Manuel Sánchez, quien a la par de su titularidad al frente de la OCBA, se ha convertido en el “milusos” que le saca las chambas a Iván López Reynoso, el director de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes que sigue sin pararse en el podio durante las funciones de la Compañía Nacional de Danza desde aquel penoso incidente que, torpe y turbiamente, pretendieron callar, pero esa, es otra historia. Aquí, el problema, es que a saber si por ello no se atreve a exigirle a los músicos, si fue por no estar debidamente preparado, o nada más por su falta de sensibilidad, que su desempeño pecó de burdo y ramplón. Lo plano y falto de dinámicas podría pasar, no así el no seguir a los cantantes. Cada vez me convenzo más de que, más que por su talento, está ahí porque se deja mangonear por Alonso Escalante.

 

En fin, que es lo que hay. Ya en 2016 se probó que esta ópera no está condenada al naufragio, así que tomaré las palabras de Florencia Grimaldi para pensar que, esta puesta, no fue más que “una aparición en la profana selva de apariencias”.

 

 

 

FOTO: Florencia en el Amazonas, de Daniel Catán, es considerada la ópera mexicana más exitosa escrita en el último cuarto de siglo. Crédito de imagen: Especial

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