Francia, un año de postergamientos

Feb 27 • Conexiones, destacamos, principales • 2210 Views • No hay comentarios en Francia, un año de postergamientos

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Al igual que en muchos otros países de Occidente, la sociedad francesa comienza a mostrar el cansancio del confinamiento por el Covid-19, lo que se ha reflejado en las cifras de contagios y defunciones

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POR INGRID DE ARMAS
París. La primera muerte en Francia (y en Europa) causada por el Covid fue la de un turista chino de 80 años, el 14 de febrero de 2020, en París. El hombre, procedente de Hubei, una de las regiones más infectadas de China, declaró la enfermedad el 25 de enero y permaneció hospitalizado en cuidados intensivos por tres semanas. Fue uno de los primeros pacientes contaminados; de allí en adelante el mal se propagó y los contagios se multiplicaron de manera exponencial. Este deceso marcó el inicio de la pesadilla de la que aún no hemos despertado.

 

 

Negación, perplejidad y fantasmas
Ver a los vecinos de Italia arrasados por una ola letal no bastó para alertar al público en su totalidad. Hubo quienes estimaran que tal cosa no podía suceder en Francia, un país cartesiano, organizado, con un eficaz sistema de salud pública. El incremento de los contagios plantó la duda, el estupor cundió, las especulaciones de toda suerte prosperaron y un enjambre de preguntas quedó en el aire. Las autoridades respondieron con medidas excepcionales desde inicios de marzo. Cuestión de atajar lo que claramente era una crisis sanitaria como no se había vivido desde hacía un siglo. En ausencia de tratamiento, se instauraron restricciones de presencia en sitios públicos, que rápidamente terminaron por cerrarse.

 

La necesidad de frenar la epidemia y de evitar el colapso de los hospitales condujo al confinamiento de la población, única acción preventiva posible. El escenario se clarificó de una vez por todas. Una enfermedad desconocida, incontrolable y mortal imponía una salida tan vieja como el mundo, azotado por pestes irrefrenables desde la más remota Antigüedad: desde el 16 de marzo el presidente Emmanuel Macron decretó la suspensión de actividades y el enclaustramiento obligado de todos. Sólo se permitió salir por comida o medicamentos y hacer un poco de ejercicio durante una hora a lo sumo a un kilómetro del domicilio. Las calles se vaciaron y el teletrabajo se implantó en una gran cantidad de sectores de la vida activa.

 

La ignorancia de la naturaleza de la enfermedad obligó al uso de un remedio medieval. La situación exhumó del fondo del imaginario colectivo imágenes que se creían olvidadas, recordando nuestra vulnerabilidad. La no aceptación del mal dio paso al miedo colectivo y a la reaparición de reflejos de aislamiento, adormecidos en los vericuetos de la memoria, para luchar contra una nueva versión de la peste.

 

 

Estupefacción general
Un sentimiento extraño, desconocido, en el que se entrecruzaban emociones contradictorias, se impuso. En el asombro del primer momento se imbricaron un pánico ancestral, la reactivación de diversos mecanismos de protección personal, la percepción del otro como un enemigo potencial y comportamientos solidarios. Fraternidad y culpabilidad se entrelazaron y de este abrazo contra natura brotó cierta paz, incluso pasividad. Un estado de ánimo que condujo a la resignación del encierro y la pérdida de libertades fundamentales durante un largo período, 59 días.

 

Se creó un denominado Consejo de Defensa, integrado por el Primer Ministro, ciertos ministros, científicos reputados y el presidente de la república. El organismo asumió la dirección de la crisis, instauró un estado de emergencia sanitaria y dejó de lado el Parlamento. Se establecieron medidas económicas, aún vigentes, para amortiguar garantizar los ingresos de los asalariados, a un costo de decenas de billones de euros. Una coraza financiera que respondía a la política del “cueste lo que cueste”, preconizada por Macron. Con la garantía de ingresos seguros, todos, poco a poco, comenzaron a acostumbrarse a vivir con el virus.

 

Cuando el presidente, siguiendo consejos médicos, quiso impedir la salida de los mayores de 75 años, se produjo un revuelo. Circuló además la información de que ese cuadro duraría hasta diciembre del 2020. La protesta de los afectados (9,5 % de la población) fue a la medida de su indignación. Apelaron a las instituciones jurídicas y la resolución se declaró inconstitucional. El gobierno se vio obligado a retroceder.

 

El primer confinamiento fue bastante estricto y a fuerza de alimentar el terror con diferentes anuncios oficiales y multas de 135 € se prolongó hasta el 11 de mayo sin problemas. La angustiante voz del Director General de la Salud, desgranando todos los días el número de muertos, fue recordatorio suficiente para mantener la incertidumbre y asegurar el acatamiento.

 

La cercanía de las vacaciones (se pensaba que la plaga era menos virulenta con el calor), el desaliento general, el enervamiento y la necesidad de dar esperanzas indujeron a poner fin al encierro. Se abrieron los comercios, las terrazas de cafés y restaurantes se llenaron y las playas acogieron a más gente que nunca. La explosión del turismo interno compensó al sector de la deserción de visitantes extranjeros. Todos respiraron y gustosos olvidaron el Covid. Por algunas semanas.

 

 

Descrédito del discurso oficial
Durante los largos días de confinamiento, Macron precisaba en sus intervenciones radiotelevisadas sobre la evolución de su política para frenar la epidemia y sus consecuencias. El primer ministro y el titular del Ministerio de la Solidaridad y de la Salud se encargaron de reglamentar la aplicación de la línea definida por el jefe del Estado. Los miembros del Consejo Científico dejaron oír sus opiniones de especialistas en los medios. Las contradicciones en los planteamientos de estas instancias no se hicieron esperar.

 

Ciertamente, el estallido de la epidemia tomó por sorpresa a todo el mundo. Las carencias logísticas evidenciaron que el gobierno, pese a que una de sus funciones es prevenir situaciones extremas, no estaba bien armado. De la noche a la mañana, se reveló su imposibilidad de proporcionar mascarillas a la población. La administración precedente no había renovado los stocks estratégicos y la actual tampoco. La población improvisó, las confeccionó en casa y se embozó con bufandas. El discurso oficial se plegó a la carencia y se llegó a afirmar que el uso de máscaras médicas no era necesario. Cuando se fabricaron de diferentes tipos y se importaron en masa de China, el discurso oficial cambió de manera radical. De pronto se redescubrió su utilidad y se decretó su obligatoriedad. Las voces oficiales incurrieron en errores graves. La población no olvidó y muchos no perdonaron. De allí a afirmar que los altos funcionarios mentían no hubo sino un paso.

 

Por si fuera poco, con los tests sucedió algo semejante. La campaña de su aplicación fue un fiasco: ante la enorme demanda, los laboratorios tardaron días para comunicar los resultados. Entre tanto, los que estaban contaminados seguían contagiando, al tiempo que el gobierno proclamaba que la campaña era un éxito.

 

La oposición no se abstuvo de las críticas, de acusarlo de autoritarismo, de dar la espalda a las instituciones de la 5ª República en la toma de decisiones. Pero el “cueste lo que cueste” macroniano resultó ser un escudo defensivo para el presidente. Aunque no ha faltado quien se pregunte cuándo se detendrá la danza de billones y si el contribuyente terminará por financiarla al menos en parte. ¿Nuevos impuestos en perspectiva? El ejecutivo asegura que no.

 

 

Segundo confinamiento
Tras la liberación desde vísperas del verano, la actitud colectiva fue de disfrutar de lo que estuvo prohibido durante dos meses. En esta etapa, los gobernantes se centraron en el relance de la economía. Contagios y decesos disminuyeron, se respiró una atmósfera de normalidad y flotó en el ambiente una voluntad de creer que el virus se había volatilizado. Luego del reinicio de clases, en septiembre, de manera paulatina, la situación epidémica se intensificó de nuevo y la ilusión se desvaneció. En medio de una ola de rumores, Macron decretó un segundo confinamiento nacional, del 12 de octubre hasta el 1° de diciembre. Según se comentó, para salvar la Navidad. Pese a que los comercios “no indispensables” (teatros, salas de concierto, cafés y restaurantes) permanecieron cerrados, se flexibilizaron las normas, lo que hizo más llevadera la reclusión.

 

Las recomendaciones de cautela llovieron, fueron oídas y la prudencia marcó las celebraciones de fin de año. En enero, contra todas las predicciones, el pico de contaminaciones no aumentó.

 

 

La esperanza en suspenso
A finales de diciembre, empezaron a llegar las vacunas de ARN mensajero de dos laboratorios y se inició la campaña de inmunización de los más vulnerables: los mayores y las personas aquejadas de enfermedades graves. Pronto, desde los primeros días del 2021, la lentitud del aprovisionamiento y las vacilaciones gubernamentales frenaron el optimismo. Aunque se invocó la llegada inminente de los productos de otras marcas, las fechas establecidas para la vacunación general se han ido aplazando.

 

Si bien el público fue prudente, los contagios se incrementaron, al tiempo que se detectaba la presencia de los mutantes inglés y sudafricano del virus. Mientras, los signos de impaciencia frente a las restricciones se agudizaron. El descontento por el cierre de las estaciones de sky en las vacaciones de fin de año y de febrero fue mayúsculo, tomando en cuenta que el sector representa entre 250 mil y 400 mil empleos directos e indirectos. Así, crecieron las tensiones generadas por el toque de queda, el cierre prolongado de restaurantes, cafés, bares, centros comerciales, cines, museos, salas de concierto y teatros. La nostalgia de una vida normal y el claro deseo de no acatar las normas se dejaron sentir.

 

Ante la fronda, los políticos reorientaron el rumbo: si durante meses Macron apoyó sus decisiones en las opiniones de los especialistas del Consejo Científico, en esta fase decidió desoír sus recomendaciones y declaró que no contemplaba un tercer confinamiento. La popularidad del presidente aumentó, alcanzando 50% de opiniones favorables y, a un año de las elecciones, es una cifra que cuenta. Sin embargo, las variantes del Covid complicaron las cosas en Dunkerke (noroeste), el departamento de Moselle (noreste) y la región de Niza.

 

Al contrario de lo que el calendario invernal hacía suponer, el frío cesó de la noche a la mañana. Durante dos semanas las temperaturas habían descendido muy por debajo de cero, como es normal en febrero. El pasado fin de semana, que coincidía con las vacaciones de invierno en París, el termómetro subió hasta 17 y 18°C en el norte. Multitudes invadieron las playas normandas y las calles parisinas o de otras ciudades, ignorando olímpicamente las restricciones de circulación y la presencia policial.

 

En Niza y otras ciudades de la Costa Azul, la zona más afectada por la recrudescencia de la crisis (contaminación casi cuatro veces mayor que la media nacional), se decretó un confinamiento sólo en los dos próximos fines de semana. Asimismo se expidieron a la región más lotes de vacunas.

 

Aunque la presión social se acentúe, de momento la perspectiva de una flexibilización de las medidas se aleja. La amenaza no ha perdido vigencia.

 

FOTO: Un grupo de paseantes enfrente de la Torre Eiffel en octubre de 2020, uno de los meses con mayor índice de contagios de Covid-19 en Francia./IAN LANGSDON/ EFE

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