François Ozon y la agonía fértil
En un país donde la eutanasia se encuentra penada, una mujer luchará por dar a su padre una muerte digna después de que éste sufra un fatídico accidente cerebrovascular que lo deje en mal estado
POR AYALA BLANCO
En Todo saldrá bien (Tout s’est bien passé, Francia, 2021), temerario film 20 del estilista gay francés de 54 años François Ozon (8 mujeres 01, Tiempo de vivir 05), con guion suyo y de Philippe Piazzo basado en la novela autobiográfica homónima de la ya fallecida escritora Emmanuèle Bernheim, la equilibrada novelista cuarentona parisina Emmanuèle (la exdiva comercial Sophie Marceau como alter ego de la autora literaria) interrumpe abruptamente su trabajo al enterarse por teléfono de que su prepotente padre el exindustrial bon vivant melómano y divorciado coleccionista de arte con pretéritos devaneos homosexuales de 85 años André (el donoso veteranísimo André Dussollier) ha sufrido un accidente cerebrovascular, corre en su auxilio y poco después, apenas apoyada por su buñueliano marido director de un museo fílmico Serge (Éric Caravaca) y por su hermana cooptada por sus dos hijos Pascale (Géraldine Pailhas), ambas mujeres ajenas a su hermética madre escultora invalida en depresión perpetua Claude (Charlotte Rampling en plan de diva intocable hasta por ella misma), la sensible narradora de súbito dejada a sus propias fuerzas queda al frente de los cuidados de esa piltrafa humana que todavía es su padre, con la boca chueca y un ojo gacho, que divaga lastimosamente y, sin poder recuperar aquella plenitud vital alguna vez alcanzada, comienza a errar semiparalizado o seudorrecuperado de hospital en hospital, y a quien ahora la sensible Emmanuèle, de pronto endurecida, debe proteger de todo mundo, para poder cumplirle la idea fija que lo obsede, lo posee, y de la que ha hecho depositaria con terca voluntad inconmovible: agenciarse una muerte digna asistida, algo que está penalmente prohibido en la éticamente atrasada Francia, por lo que la complaciente aunque aterrada Emmanuèle debe contactar por internet a una serena dama exjueza suiza (una septuagenaria Hanna Schygulla aún tan fassbinderiana como las Gotas de agua sobre piedras ardientes de Ozon 00), entrenada para llevar a buen término en Berna ese género de ansiosas demandas, tarea que esta vez sólo podrá concretarse tras varios meses de arrostrar un sinfín de dificultades y peripecias que obstaculizan una prácticamente imposible, pero hecha tan titánica cuan sorprendentemente posible, agonía fértil.
La agonía fértil despliega con egregia soltura, ligereza y elegancia, un virtuosismo escénico, muy potenciado por las mejores películas recientes de Ozon con orígenes más o menos teatrales (En la casa 12, Joven y bella 13), que permite al relato en primera persona mutar de tono en forma incesante e inesperada, como cambiar de camisa expresiva, por arte de magia cómplice, o por sordo soplo de contratiempos narrativos, adoptando un tono de caricatura cruel cuando las hermanas defienden a brazo partido a su padre de los acosos de un voraz examante gigoló cínico y vulgar Gérard (Grégory Gadebois) que sólo desea quedarse con un valioso reloj pulsera suyo y habrá a lograrlo con la venia paterna antes de que el rufián lo denuncie ante la policía supuestamente para salvarlo de sí mismo, un tono de comedia doméstica ñoña cuando las hermanas discuten una y otra vez aplazamientos de la fecha fatal por compromisos inoportunos o por coincidir con alguna fiesta de cumpleaños, un tono de irremediable tragedia preluctuosa cuando cualquier rasgo de humanidad se estrella contra la lividez británica de la inafectiva madre inabordable que a la depresión suma el Parkinson, un tono de sainete pomposo con bitácora al parecer interminable donde el esperado arrepentimiento en los numerosos y repetidos últimos minutos nunca llega si bien el anciano se toma un paréntesis-respiro para asistir a un recital de clarinete del nieto favorito, un tono de antithriller deliberadamente aguado cuando la heroína debe comparecer ante las autoridades policiales en la comandancia, un tono de sátira popular cuando los trámites y asesorías legales se ven obligados a confesar su solapamiento del crimen por venir y revelar su impotencia ante el rigor grandilocuente de la ley, un tono de comedia negra azabache y astracanesca con su ejercicio boxístico donde la heroína descarga toda su furia y su ritual de inservibles mensajes grabados de adiós y la magna despedida en el restaurante de superlujo, y un tono de farsa benévola cuando el suspenso impera a la hora de abordar clandestinamente la ambulancia hacia la capital suiza porque el ascensor se descompone y el enfermo se desploma: son intempestivos cambios de tono asistemáticos, pero jamás contradictorios.
La agonía fértil lleva la introspección de la novelista testigo y protagónica hasta sus últimas consecuencias, confirmando poco a poco la idea borgeana de que los únicos seres que realmente pueden hacerte daño son aquellos a los que quieres, magníficamente apoyada por una fotografía de Hichame Alaouie que abre con la femenina redacción solitaria en un casero espacio fractal y luego hace latir los two-shots cerrados al igual que las body cameras rabiosas, en una ausencia total de música de acompañamiento, más una edición de Laure Gardette que sabe valorar la mano soltada de sopetón, porque aquí todos deben saber que “Hay muchos colores en el gris”.
La agonía fértil se plantea ante todo beligerante, al poner por encima de la carrera de impedimentos legales o morales/inmorales el derecho a una muerte digna, no como una defensa e ilustración de la eutanasia en abstracto (tipo Mis últimos días-Las invasiones bárbaras del canadiense Arcand 03) o en el límite (tipo la plañidera Mar adentro del chileno-español Amenábar 04), sino como un valeroso arrasamiento de prejuicios, ya que incluso los ambulantes se descubren medrosos por motivos de religión.
Y la agonía fértil desemboca en el alivio bárbaro de un final de guillotina, tras los atisbos de un viaje solitario por los Alpes hacia la felicidad de una suerte de respetuosa decisión-autocreación existencial destructiva/constructiva, pues “Todo salió bien”.
FOTO: El director ofrece una mirada ecuánime sobre la muerte digna, sin caer en el drama, e incluso se permite momentos de humor negro/ Especial
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