Ginebra
Ciudades de papel
Ciudad de la adolescencia de Borges, que esboza las siluetas de Juan Jacobo Rousseau y Juan Calvino, la modernidad corona su fulgor
POR LEANDRO ARELLANO
Se oculta, retorna, va conmigo, me revira. Tatuada de paciencia infinita, parece no ufanarse de nada. Es sólo apariencia. En su quietud, en su sosiego es difícil concebir que ha sido la cuna y el hogar de un revolucionario implacable y denodado y de un clérigo contumaz y contestatario. Ni la población ni los turistas repiten sus nombres, pero las sombras tutelares de Juan Jacobo y Juan Calvino mantienen su ascendencia.
Hay quien afirma que Ginebra resguarda el recato y el engañoso apocamiento de los suizos, así como los atributos reposados de los franceses. Ordenada sin ahogos, recatada sin dobleces, discreta sin hipocresías, temperada sin limitaciones. Una residencia propicia a la felicidad. Borges se forjó allí en no pocos aspectos, en ella transcurrió su adolescencia. Dijo de Ginebra que no es una ciudad enfática. Un bello título de gloria.
“De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias…”.
La población local transita en las aceras quietamente uniformadas. La cercanía de la campiña acentúa la presencia de la naturaleza en el paisaje. Una ciudad de imágenes que sobreviven tercamente y de árboles que exigen transitar cada mañana. El incauto puede equivocarse en la confianza.
La engalanan las mejores virtudes de la modernidad. Es una ciudad adelantada, pacífica —en tiempos atroces como los del presente— y sensata. Una ciudad en la que el rumor del tiempo transcurre inadvertido. Donde el mundo parece más exacto. Quien tiene ojos lo advierte. Entallada en la discreción, Ginebra se halla a la vanguardia en casi toda medida de avance y de progreso, sin ruido ni estridencia.
El TGV la enlaza con París desde hace años. El modernísimo armatoste parecería contrastar con la calma y temporalidad de Ginebra. Ese tren encabeza las señales que la modernidad de la ciudad va adoptando y adaptando. Coronan su serena exaltación: el orden, la puntualidad, la limpieza, la tranquilidad, la discreción, el buen sentido. ¿Demasiados atributos?
El arte supremo del viajero sagaz radica en la experiencia de las sensaciones, antes que en la especulación. Y no le movamos más, que así es la rosa.
FOTO: Una tormenta de nieve en Ginebra, Suiza, el 9 enero de 2024. Crédito de imagen: Salvatore Di Nolfi /EFE
« Lucia Berlin y las metamorfosis de una vida ordinaria Los sonidos acariciadores »