Creer o descreer en la ciencia en los tiempos del Coronavirus
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La crisis mundial provocada por la nueva mutación de la especie de los coronavirus, lleva a este reconocido médico y ensayista a reflexionar sobre el menosprecio que los líderes populistas tienen contra la ciencia, una actitud riesgosa frente a los retos de salud pública que se avecinan
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POR FRANCISCO GONZÁLEZ CRUSSÍ
A primera vista, parecería que no hay dos hombres más diferentes entre sí que el presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, y el primer mandatario de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Aquel es hijo de un millonario, nació entre los oropeles y privilegios del dinero, y llegó a la política al azar, sin una postura ideológica definida, tras haber navegado dando bandazos en los mares de las finanzas y la industria del entretenimiento. Éste, por el contrario, tiene una larga trayectoria en la política, en la cual dio prueba ─independientemente de cuanto pueda decirse en su loor o en su descrédito─ de inconmovible adhesión a una ideología de izquierda. Aquél, Trump, impresiona como un ferviente devoto del despiadado dios Dólar, dispuesto a sacrificar todo en aras de la riqueza material. Éste, AMLO, sean cuales fueren sus flaquezas, la codicia no parece figurar entre ellas. En fin, el primero es la encarnación misma de la prepotencia, del abuso aplastante e intimidatorio del poder; el segundo, en cambio, si bien la sinceridad de sus actitudes es cuestionada por sus detractores, es conocido por salir a la calle sin guardias, por vestir sin afectación, vivir sin lujo, viajar en clase económica, y ¡el colmo en las turbias efemérides de la política nacional!, haber reducido el salario de encumbrados funcionarios públicos.
Pero, a pesar de estas obvias diferencias, hay perturbadores puntos de convergencia. Ambos mandatarios ascendieron al poder apoyados por grandes sectores de la sociedad cuyas aspiraciones habían sido vergonzosamente ignoradas por sucesivos gobiernos, y ambos son mantenidos a flote por un movimiento social teñido de populismo. El populismo, según se entiende por lo menos desde la década de los 1970, es un movimiento social que pretende defender los intereses del “pueblo” oponiéndose a los métodos democráticos tradicionales y a los representantes de las élites en el poder (el establishment). Ahora bien, la manera de proceder del populismo es demagógica, nacionalista y con frecuencia (como es obvio en Europa y en los Estados Unidos) xenófoba. Característicamente, estas prácticas del populismo son enarboladas por una figura carismática ribeteada de mesianismo.
Grandes masas ven a cada uno de estos jefes de Estado como el Mesías. He oído decir (no es broma), que Trump es un “enviado de Dios,” y estoy seguro que asertos de este tenor no faltan en referencia a AMLO. No olvidar que 60 millones de estadounidenses votaron a favor de Trump en la elección presidencial de 2016, y que AMLO llegó al poder tras una votación favorable de casi el 53%: algo inaudito. Las declaraciones de ambos presidentes son el Evangelio para sus respectivos seguidores.
Desgraciadamente, una displicente semejanza entre los dos mandatarios es su desatención a los preceptos derivados de la ciencia. Cundía ferozmente la epidemia en Asia en enero de 2020, y Trump bromeaba minimizando el peligro. Epidemiólogos de primer orden advertían del rápido avance de la epidemia en febrero, y el líder estadounidense insistía que el coronavirus era una farsa, una añagaza más inventada por sus enemigos, frustrados al no poder destruirlo con otras tretas. En marzo, la enfermedad azotó a la nación, y el presidente declaró: “Yo desde el principio sabía que tendríamos una seria epidemia.” Apenas se había identificado la primera decena de casos, cuando un Trump boyante afirmaba que cinco serían curados, quedando sólo cinco, los cuales sin duda se resolverían favorablemente. De modo que quedaría “un total de casi cero” para pasmo y maravilla de quienes observan las portentosas hazañas de su gobierno. ¡Triste sino! Escasamente un mes después, los Estados Unidos se han convertido en el epicentro de la pandemia con más de 104 mil casos confirmados (más que en Italia, más de los registrados en China en el ápex de la pandemia) y más de mil 200 muertes debidas al coronavirus1. La curva de incidencia sigue subiendo empinadamente; nadie sabe hasta dónde llegará. Hay expertos que opinan que la crisis actual va a durar 18 meses.2 Hay casi medio millón, o 446 mil personas infectadas en el mundo, y muchas más no conocidas aún. Un reporte de científicos ingleses dice que, sin tomar rígidas precauciones para retardar el contagio, la epidemia de Covid-19 podría causar hasta 2.2 millones de muertes tan sólo en los Estados Unidos.3
La actitud de AMLO no fue más juiciosa. Madrid, Nueva York, Milán y otras importantes ciudades se habían cerrado al mundo en acato a las admoniciones de expertos epidemiólogos, mientras el presidente mexicano afirmaba que “no pasa nada”; que no había motivo de alarma. Empero ya se habían documentado cuatro casos de enfermedad por Covid-19 y un hombre había muerto tras asistir a un gran concierto musical (las aglomeraciones masivas aún no se habían prohibido): evidencia prima facie de que el padecimiento existía y se difundía en la comunidad. Está probado científicamente que un individuo infectado por el Covid-19 puede transmitir el virus a otra persona antes de tener síntomas. La transmisión se efectúa principalmente a través de minúsculas gotitas de saliva o expectoración emitidas al toser o estornudar. Estas pequeñas gotas llevan el virus, el cual se mantiene viable al caer sobre los objetos del entorno. La infectividad persiste durante horas en algunos materiales porosos, pero puede durar un día entero o más sobre plástico, vidrio, cerámica y superficies metálicas, como los picaportes de puertas y ventanas. El mayor riesgo es la transmisión inmediata de persona a persona. De ahí la importancia de evitar la proximidad, y sobre todo el contacto físico con otras personas durante la epidemia. Sin embargo, el presidente mexicano afirmaba el 4 de marzo que no hay que sucumbir a la “psicosis” del miedo y que “hay que abrazarse.” Coherente hasta el final con sus propias alocuciones y proclamas, él mismo se entregaba con feliz abandono a los abrazos, besos y apretones de manos de sus muy numerosos admiradores.4 El país, decía, está preparado para enfrentar la epidemia con médicos capaces y suficientes hospitales para cuidar a las víctimas. Pero, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, con 36 países miembros, hizo un estudio y concluyó que México cuenta con menos enfermeras, ventiladores mecánicos y camas per capita que Italia, Corea del Sur y los Estados Unidos.
Afortunadamente, el gobierno mexicano empezó a tomar medidas apropiadas en previsión de la pandemia. El 20 de marzo inició una campaña de distanciamiento entre personas. Se exhortó a la gente prescindir de abrazos y besos; diversas autoridades locales adoptaron medidas muy estrictas; en la Ciudad de México éstas incluyeron el cierre de cines, teatros, escuelas, museos, bares y gimnasios.
Abrazos, besos, contactos físicos entre amigos y familiares son costumbres profundamente arraigadas en la cultura de los países latinos. Esto es un hecho estudiado por antropólogos que han escrito tratados al respecto.5 Según una hipótesis, cada uno de nosotros vive en su “territorio personal”; como si estuviéramos dentro de una burbuja que los otros deben respetar. Este espacio está “programado culturalmente.” Hasta se ha pretendido estimar la dimensión de este “espacio privado” en las diversas culturas. Se mide en unidades hipotéticas o “proxémicos” (de proximidad). Claramente, en los países nórdicos dicho espacio es amplio: la cercanía del “otro” es mal tolerada. Escribió el poeta inglés W. H. Auden (1907-1973): Some thirty inches from my nose / The frontier of my person goes / And all the untilled air between / Is private pagus or demesne. (“Unas 30 pulgadas más allá de mi nariz / Está la frontera de mi persona / Y todo el aire baldío que queda en medio / Es fija propiedad mía.”). En los países del sur el espacio privado es estrecho. La gente está familiarizada con las apreturas, los estrujones, los roces. No es un azar, ni algo puramente fortuito o circunstancial: aquí, como observaba un antropólogo: “si estás en una fila y dejas un espacio libre, alguien de seguro se va a ‘colar’ en él.” El anglosajón defiende con ahínco su “privacidad”; siente las intromisiones a su espacio personal como actos de hostilidad que atentan contra su libertad. Los latinos nos apiñamos, nos amontonamos, nos aglomeramos; hay como una necesidad de “sentir” el otro.
De ser ciertas, estas elucubraciones explicarían la resistencia a abandonar la costumbre de abrazarse, de besarse, de aferrarse del brazo y estrecharse las manos. Pero la estatura moral e intelectual de un ser humano se reconoce por su capacidad de hacer a un lado usanzas acomodaticias y hábitos placenteros, para dejarse guiar por la razón, aun si ésta va contra sus más entrañables convicciones.
La experiencia de otros países puede servir en México. Al ver la terrible devastación de la economía estadounidense, el desplome de la bolsa de valores, el alza de la tasa de desempleo, etc., hombres en el poder han sugerido abandonar las precauciones sanitarias recomendadas por científicos y permitir que la gente regrese a trabajar. Que se olviden del distanciamiento; que asistan a espectáculos; y que compren, ¡sobre todo que compren!, para reanimar el comercio y revigorar la abatida economía nacional. Protejamos, dicen, a los más vulnerables ─ancianos, enfermos─ y dejemos que los más jóvenes regresen a trabajar; la enfermedad en éstos tiende a ser más leve. La implicación (nunca abiertamente confesada) es que unos pocos morirán, pero serán los más débiles; los fuertes sobrevivirán, y la nación muy pronto recuperará toda su inmensa potencia previa. Es un “darwinismo” erróneo desde el punto vista médico y moral. Lo primero, porque no siempre es posible estimar el grado de riesgo de un enfermo: ¿quién pudo anticipar que la población “de bajo riesgo,” i.e., de pacientes relativamente jóvenes sería capaz por sí sola de desbordar la capacidad de los hospitales, como ha sucedido en Nueva York? Y desde el punto de vista moral, toda la sofistería en que se envuelve la propuesta no basta para esconder el hecho de que valora más la economía que la vida humana. Es, en rigor, una abyección, un sacrificio al temible dios Dólar.
Una lección de la terrible experiencia presente es que debemos educarnos, informarnos, y atender las recomendaciones de los científicos. Los políticos, aun suponiéndolos honestos y bien intencionados, mienten por ignorancia o porque miran la vida con el color del cristal de su “agenda.” Para cuestiones de hecho, no hay mejor guía en la vida que la ciencia. La ciencia no puede responder a las grandes interrogantes. No puede decirnos si nuestra venida al mundo tiene una finalidad, o si existe, o no, un alma inmortal. Estas no son cuestiones fácticas: la ciencia nada puede decir al respecto. Pero el coronavirus es un hecho, y haríamos bien en buscar las respuestas a los problemas que plantea en la ciencia, y no en otra parte. En ello nos va la vida.
Notas:
1. Periódico The New York Times: “We are sharing coronavirus case data for every U.S. county.”Número de marzo 28, 2020 https://nyti.ms/2Uvq3m9 Ver taimbién: Elena Renken & David Wood: “Map:Tracking the Spread of the Coronavirus in the U. S.” Reporte de National Public Radio transcrito en el periódico New York Times de Marzo 27, 2020. (https://n.pr/2xHhfk1)
2. Juliette Kayyem: “The Crisis Could Last Eighteen Months. Be Prepared.” The Atlantic magazine Marzo 21, 2020.
3. Neil M. Ferguson et al.:“Impact of non-pharmaceutical interventions (NPIs) to reduce COVID-19 mortality and healthcare demand.” Imperial College COVID-19 Response Team. DOI: https://doi.org/10.25561/77482
4. [Marquelia Guerrero] Pedro Villa y Caña: “Pese a medidas de Salud, AMLO cotinúa repartiendo besos y abrazos.” Texto y video-reportaje para El Universal del 15 de marzo de 2020.
5. Véase, en particular, Edward T. Hall: The Hidden Dimension. New York, Anchor Books, 1966. Publicado en (texto México por la editorial Siglo XXI, bajo el título de La Dimensión Oculta, traducción de Félix Blanco. 1972.
FOTO: Un empleado de la Central de Abasto en labores de sanitización de este mercado de alimentos./ Pedro Pardo /AFP
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