Gonzalo Rojas en su prosa

Oct 24 • destacamos, principales, Reflexiones • 4310 Views • No hay comentarios en Gonzalo Rojas en su prosa

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

Clásicos y comerciales

 

“Ustedes leen muchos libros”, me dijo Gonzalo Rojas en Puerto Montt en el otoño de 1999 durante aquel fin de semana cuando, con el automóvil averiado, nos quedamos solos e conversando en el fin del mundo. “Yo sólo leo mucho”, aclaró. Se refería el poeta chileno a sus muy eruditos, en su opinión, jóvenes amigos de Vuelta y se presentaba él mismo como el lector vasconceliano que fue, es decir, adicto a los “pocos pero doctos libros” quevedianos, libros para leerse de pie una y otra vez a lo largo de la vida. Examinando Todavía (FCE, 2015), la inesperadamente voluminosa prosa de Rojas que con amor constante ha preparado Fabienne Bradu, compruebo lo selecto de su biblioteca. Salvo Pedro Páramo, que consideraba un poema en prosa como la Ilíada y la Odisea, al surrealista disidente, como a su adorado Octavio Paz, a quien descubrió tempranísimo, no le interesaban las novelas por lo que tenían de novedades. Lo de Gonzalo era Heráclito de Éfeso, con el que  enseñó a leer a los mineros al norte de Chile cuando se hartó de los enredos del grupo La Mandrágora en 1942. Y Ovidio, Catulo, Baudelaire y algunos otros pocos autores de poemas leídos, releídos, recitados y memorizados durante su larga vida. Poemas que fueron para él cotidianos alimentos terrestres.

 

Todavía, más que un libro, es un archivo. Están las reseñas que el ya no tan joven poeta se vio obligado a escribir, la papelería del funcionario universitario que fue en Concepción de Chile, ávido de que más allá de la cordillera, contra la conocida resignación chilena, había mundo y para demostrarlo, Rojas hizo ir a su país, en los años sesenta, cuando los encuentros literarios era una rareza y no una rutina, desde Ferlinghetti y Ginsberg hasta muchos de los hispanoamericanos, con quienes no dejó de dialogar, vivos o muertos, detalle apenas fenoménico, pues para él los poetas no mueren sino quedan encantados. Los críticos no le gustábamos tanto. Despreció al “Sainte–Beuve de Chile”, Alone y puso por encima de él a Alfonso Reyes.

 

Hay un par de diarios de viaje en Todavía, los por fuerza repetitivos discursos de gratitud por los premios ganados (sólo le faltó el Nobel), los mensajes políticos de quien no asumió como embajador de Chile en La Habana porque el golpe de 1973 se le cruzó, sangriento, llevándolo al exilio en la inhóspita RDA de la cual este hombre libre salió huyendo hacia la cálida Venezuela de aquellos buenos años, páginas autobiográficas, un par de cuentos de estupenda factura surrealista y mucha poética pues Gonzalo era dado a interrogar, en público y en privado, al fenómeno poético con énfasis heideggeriano. Recuerdo que en Puerto Montt en algún momento me cansaron sus divagaciones y se lo dije cortésmente. “Vete a dormir entonces con tu prosa”, me ordenó. Me ha de ver considerado una nulidad a la altura de Matilde, la de Neruda. Mejor me dirigí subrepticiamente a la recepción y dejé pagadas las noches de hospedaje. Al día siguiente Gonzalo pretendió hacerlo y al enterarse de la cortesía, se enfadó conmigo y el obsecuente recepcionista rompió mi voucher. Al final nos fuimos sin pagar pues apareció el gerente proponiendo la paz universal con el argumento de que en Puerto Montt no se le cobra ni la cama ni el desayuno a los poetas.

 

Acaso lo más interesante en Todavía sea observar como Rojas va estableciendo su propia jerarquía poética lo cual es una gran aventura pues no hay país del mundo donde las guerras literarias sean tan violentas como en Chile. Simplifiquemos: él se coloca junto a Gabriela Mistral y Pablo de Rokha contra Pablo Neruda y Nicanor Parra. Mistral –a la que lo unió el paisanaje por el lado materno en el “norte chico” de Chile– es para Rojas, como lo fue (y me ha sorprendido saberlo, para Paul Valéry), lo elemental, lo ctónico, el verdadero sabor de la tierra. No folclorismo, sino naturaleza cruda: frío, alimento, noche, estrellas, tierra infértil. Contra Neruda, lo une su adhesión a Huidobro, su archienemigo y la creencia, apenas musitada pero firme, de que todo el Neruda posterior a Residencia en la tierra (1935) es un poeta traicionando su obra. Los unió, al final, la desgracia infame del cuartelazo de Pinochet. Y su histórica enemistad con Parra, durante algunos años puesta bajo camuflaje,  viene de lejos, desde el reticente reconocimiento de Rojas frente a Poemas y antipoemas (1954), de Nicanor. Allí queda marcada la frontera intransitable: Parra hace la poesía con los hechos; Rojas, con las palabras. La vanguardia en Parra es una suerte de neoclasicismo mientras que la raíz romántica en Rojas es profundísima e indestructible.

 

Queda la política. Antes de conocerlo, en mi plazo (diría Gonzalo) de niño–adolescente crecido entre jerarcas de la Unidad Popular en el exilio mexicano, escuchaba yo que el poeta Rojas no era de fiar, “allendero” sí, pero cada vez más seducido por el “aventurero” MIR. No, no era de fiar. Fue a China y la Revolución cultural lo fascinó. Bastaba, en efecto, con las palabras y cuando el también poeta Mao le dijo que aspiraba a medirse con los dioses,  Gonzalo desechó los hechos: los multitudinarios crímenes de los guardias rojos. Después huyó de la Alemania estalinista y apoyó al poeta Armando Valladares, liberado tras veinte años en los presidios de Castro. Eso en 1982. Pero más allá de sus noventa años, decidió morir reconciliado con la Revolución cubana en 2008. Homenajeado, en su discurso, no toca a la dictadura ni con el pétalo de una rosa. Poco antes, en su fiesta de cumpleaños en Santiago (hoy sabemos, gracias a Bradu, quien prepara su biografía, que nació en 1916 y no en 1917) hizo que ella y yo nos levantáramos de la mesa reservada al viejo comisario Roberto Fernández Retamar. Tampoco negó nunca su amistad entrañable con Miguel Serrano, jefe, nada menos, que del partido nazi de Chile. Y es que  Gonzalo Rojas, aún con sus debilidades, se lo podía permitir todo. Fue nuestro super poeta y anda errando en las galaxias con Heráclito y Celan.

 

 

*FOTO: Todavía, publicado en 2015 por el Fondo de Cultura Económica, recoge reseñas, discursos, ensayos y diarios de viaje, entre otros textos de Gonzalo Rojas/DPA.

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