Guillermo Tovar de Teresa : El espíritu barroco
POR ANTONIO ESPINOZA
Guillermo Tovar de Teresa (1956-2013) fue uno de los grandes estudiosos de nuestro arte
virreinal. Desde su primer libro: Pintura y escultura del Renacimiento en México (INAH,
México, 1979) ya denotaba un profundo interés por el arte de aquella época. Son numerosos los
libros que escribió sobre el arte novohispano, todos de consulta obligada para los interesados
en el tema. Menciono sólo algunos: México barroco (1981), La ciudad de México y la utopía
en el siglo XVI (1987), Bibliografía novohispana de arte, siglos XVI, XVII y XVIII (1988), Los
escultores mestizos del barroco novohispano: Tomás Xuarez y Salvador de Ocampo (1673-
1724) (1991), Pintura y escultura en Nueva España (1557-1640) (1992), El Pegaso o el mundo
barroco novohispano en el siglo XVII (1993) y Miguel Cabrera, pintor de cámara de la reina
celestial (1995).
Hispanista convencido, Tovar de Teresa rechazaba la historia oficial: un conjunto de mitos que
ocultaba nuestra verdadera realidad histórica. Sabía que la Historia de Bronce había propiciado
en gran medida la aversión al pasado virreinal, considerado por muchos como un periodo oscuro
de tres siglos y no como el periodo histórico en el que se formó la nación mexicana, con su
diversidad cultural y racial. No está de más recordar esta historia mítica. México fue conquistado
por los españoles en 1521. Hernán Cortés fue el villano de la historia: un aventurero cruel y
despiadado. Por el contrario, Cuauhtémoc, el guerrero derrotado, el último tlatoani mexica, es
el primer héroe del panteón cívico nacional. Los mexicanos fuimos sojuzgados por el imperio
español durante una larga noche de tres siglos. Pero el país recobró su independencia en 1821.
Los mexicanos nos liberamos de las cadenas de la esclavitud, alumbrados por la antorcha
libertaria de Miguel Hidalgo.
Tovar de Teresa siempre cuestionó el antihispanismo. De hecho, no aceptaba el término
“colonial” para referirse a nuestro periodo novohispano. En El Pegaso…, libro en el que vio al
caballo alado como un emblema de la historia tricentenaria de Nueva España, señaló la figura
de Cortés como el origen del problema de nuestra identidad: “Ese conflicto aún se vive. Se
expresa en la negación de la época novohispana, en la censura oficial e ideológica que pesa en
México sobre esa etapa y en el desdén que recibe de fuera […] La incomprensión acerca de ese
pasado es el vértice de nuestra angustia histórica y el resorte de nuestras elevaciones y caídas”
(Renacimiento, México, 2006, p. 77).
Para Tovar de Teresa los tres siglos del virreinato eran el epicentro de nuestra historia. En
aquella etapa formativa de la nación, encontró en el barroco una suerte de esencia del ser
nacional. Su gran pasión fue el barroco: el barroco como un estilo artístico, pero más que
eso: como una forma de ser. Coincidía con Irving A. Leonard, el célebre hispanoamericanista
norteamericano, en que el barroco era un estilo de vida, un conjunto de actitudes e ideologías
que rebasaban con mucho un concepto puramente estético. Siempre se refería al barroco con
admiración: “El arte barroco (retórica, discurso demostrativo, método de persuasión) cumple
perfectamente su función en México. Para comprobarlo basta admirar la riqueza e intensidad
expresiva de fachadas, retablos y pinturas que encantan y fascinan con su profusión decorativa
y su colorido, siempre sin olvidar su misión de fomentar las creencias religiosas, las cuales
resultan imprescindibles” (México barroco, SAHOP, México, 1981, p. 42).
México es uno de los países que más ha atentado contra su patrimonio cultural. La
destrucción delo pasado novohispano se inició en el XVIII. Los artistas neoclásicos que
se formaron en la Real Academia de San Carlos fueron enemigos acérrimos del barroco y
destruyeron cientos de obras de arte de los siglos XVII y XVIII. Pero fue el liberalismo, con
las leyes que dictó para destruir el poder de la Iglesia, el que inició en serio la devastación. La
ley de nacionalización de los bienes eclesiásticos (12 de julio de 1859) estableció que todos
los bienes administrados por el clero debían pasar al dominio de la nación y ordenó el traslado
de los libros y obras de arte de los recintos religiosos a las bibliotecas y museos nacionales. El
anticlericalismo liberal destruyó numerosos monumentos coloniales, al tiempo que condenó a
otros a cumplir nuevas funciones.
La destrucción del patrimonio arquitectónico continuó con el porfiriato y el régimen
posrevolucionario. El siglo XX fue testigo de la peor devastación desde tiempos de la
Reforma. México perdió gran parte de su patrimonio arquitectónico. Pero un espíritu barroco
como Tovar de Teresa no podía ser indiferente ante tal situación. Por eso escribió: La Ciudad
de los Palacios: crónica de un patrimonio perdido (1990), para denunciar la gravedad del
problema, para decirnos que la destrucción de la ciudad novohipana fue un crimen. En su
libro más conocido y celebrado, Tovar se revela como el gran humanista que fue y nos
explica nuestra triste realidad: de la ciudad que impresionó al barón de Humboldt, trazada y
construida bajo los parámetros del urbanismo renacentista, siguiendo las reglas del tratado
de arquitectura de Leon Battista Alberti, que trajo consigo el primer virrey, Antonio de
Mendoza, nos queda muy poco.
Ahí denunció que el peso de la historia oficial había sido decisivo en la destrucción de
monumentos coloniales (casas, colegios, conventos, hospitales y templos, de los que sólo
queda el recuerdo). Y acusó: “Los mexicanos sufrimos una enfermedad, una furia, un deseo
de autodestruirnos, de cancelarnos, de borrarnos, de no dejar huella de nuestro pasado y de
un modo de ser en el que creímos y al que nos consagramos. Somos actuales a costa de negar
nuestra vocación barroca y adoptamos un supuesto ‘buen gusto’ a costa de nuestra verdadera
riqueza artística. […] Los mexicanos tenemos la mala costumbre de autodevorarnos a partir
de la conquista y olvidar la costumbre, que ejemplifica el Templo Mayor de Tenochtitlan,
de construir sin destruir lo que ya existía. Los mexicanos creemos todavía que es necesario
destruir el pasado para disponer del presente. Más que una mala costumbre, es un serio
problema de identidad nacional” (La Ciudad de los Palacios, Vuelta, México, 1991, pp. 13-
14).
*Fotografía: Guillermo Tovar de Teresa, 2012/ESPECIAL