La Norma de la Bartoli
POR LUIS PÉREZ SANTOJA
Para A. M. Sánchez Garza, callista irremediable
Es difícil saber quién es la verdadera protagonista de esta grabación trascendental que hoy nos ocupa: si Norma, la atormentada sacerdotisa druida de la ópera de Vincenzo Bellini, o la mezzosoprano Cecilia Bartoli, gran artista de nuestro tiempo, inclasificable e incomparable por sus enormes posibilidades virtuosísticas.
¿Por qué puede ser tan importante el personaje cuando habitualmente lo que nos mueve hacia una obra o grabación es el compositor o los intérpretes? Esta vez estamos ante parámetros tan inusitados que la perspectiva crítica tiene que modificarse.
El concepto historicista, mal llamado “de instrumentos originales”, que en las últimas décadas se ha impuesto en la interpretación de la música de los siglos XVII, XVIII y parte del XIX, alcanza en esta nueva grabación uno de sus momentos más aventurados y trascendentes.
El compositor siciliano Vincenzo Bellini (1801-1835) murió de una repentina y aguda crisis intestinal antes de cumplir los 34 años, dejando un legado que, además de algunas obras vocales y sacras y de música de cámara y orquestal, incluye menos de una docena de óperas, la mayoría muy poco conocidas y, si acaso, cuatro de ellas con mayor difusión en discos. Norma, una de las últimas, con un creíble libreto de cierta altura filosófica y poética, es la más representativa de su estilo musical aunque su popularidad casi masiva se deba a una única aria, la inolvidable Casta Diva.
Estrenada en la Navidad de 1831, Norma fue escrita para la voz grave de Giudita Pasta, una de las cantantes más famosas de la época junto con la legendaria Maria Malibran, ambas con la tesitura de una mezzosoprano con facilidad para los agudos —recordemos que en esos tiempos las tesituras no estaban tan definidas respecto de sus límites; la música se adaptaba al cantante y se componía pensando más en el carácter de la mancuerna personaje/cantante—. Por otro lado, el personaje de Adalgisa, la joven novicia, fue interpretado en el estreno por una soprano ligera. De más está decir que el principal personaje masculino era también para un tenor ligero, el calificado como “tenor rossiniano”, intérprete ideal de los intrincados adornos del bel canto.
Como sucedió con mucho del repertorio operístico del bel canto barroco, clásico y prerromántico, Norma sufrió algunas de las usuales transformaciones estéticas del romanticismo decimonónico. La necesidad de que el personaje principal estuviera en manos (o en boca) de una voz más brillante y con mayores posibilidades de virtuosismo al gusto de la época, hizo que se invirtieran los papeles y hacia fin del siglo XIX, Norma ya era cantada por una soprano lírico y Adalgisa pasó al terreno de las mezzosopranos… sin importar las extremas dificultades que implicaba interpretar dichos roles si no se hacían las respectivas transposiciones. En cuanto a Pollione, pasó a ser para un tenor dramático o un Heldentenor wagneriano.
En el siglo XX, Norma se volvió un papel de gran atractivo para las principales sopranos: sobre todo, María Callas, gloria de la ópera que aportó un concepto moderno de interpretación, eternamente “verista”, pero por el realismo e intensidad (“moría en escena cada noche”, diría un admirador) hizo de Norma su personaje y fue la intérprete más expresiva de Casta Diva; Montserrat Caballé le restó algo de intensidad dramática pero depuró la pieza con sus delicados pianissimi, mientras que Joan Sutherland intentó recuperar parte del estilo belcantista. Además, la obra padeció diversos cortes para poder adecuarse a las nuevas tesituras e, incluso, se hicieron cambios de tempi y de la dinámica sonora para corresponder a los conceptos musicales del romanticismo y a la sonoridad de la aumentada orquesta posromántica.
Norma es una mujer normal a la que ya no debemos asumir sólo como una poderosa sacerdotisa, sino que, aun en el primitivo contexto druida, lleva una vida cotidiana afectada por su entorno sociohistórico y religioso, que se enfrenta a una problemática que hoy es vigente —el engaño de su esposo— y el dilema de cumplir con un deber humano, matar a sus propios hijos, aunque ello implique una traición a su pueblo; Norma pasa de la furia a la fragilidad humana, ante un destino que no puede cambiar y que anteriormente sólo era captada así en la prodigiosa pero dramática y sobrehumana interpretación de Callas.
La grabación de Cecilia Bartoli (más que nunca, hay que mencionarla primero por ser la principal propiciadora musicológica de este proyecto, aunque éste incluye la investigación y edición crítica de Maurizio Biondi y de Riccardo Minasi, así como la dirección musical de Giovanni Antonini, al frente de la orquesta de instrumentos y técnica de la época, La Scintilla) nos enfrenta nuevamente a “la” Norma de Bellini, con la partitura total, las dinámicas y texturas sonoras que escuchó Bellini en el estreno y las tesituras originales con sus ornamentos vocales, que Bartoli hace suyos como nadie, además de cambios de tempo que ofrecen una obra menos contemplativa, pero con un gran sentido trágico y dramático.
Sin duda, un gran logro discográfico, para algunos insuperable, por su valor histórico, pero… ¡seguimos extrañando mucho a La Divina Callas!
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