Hablemos de Juana y María…
Reseña de Giovanna d’Arco, en el Palacio de Bellas Artes, ópera cargada de contrastes: entre deslices y aciertos
POR LÁZARO AZAR
No es un secreto para nadie. Nunca habíamos estado tan mal en seguridad, economía y salud. Lamentablemente, nuestro ámbito cultural está peor. Esta administración ha sido cínica y omisa. Ha devastado cuanto ha podido y el primer síntoma que percibimos los melómanos fue el injustificado despido de Srba Dinić, quien llegó a México a invitación de Ramón Vargas y logró elevar el nivel de la Ópera que se presentaba en Bellas Artes.
Tras esta absurda decisión, vino otra peor: darle a morder la manzana envenenada a Iván López Reynoso al brindarle una encomienda para la cual no estaba preparado: sus burdos resultados han desdibujado su imagen de joven prometedor y evidenciaron a un oportunista ambicioso que no dudó en ponerse al servicio de las pretensiones de Alonso Escalante, sin cuestionarle la pésima elección de títulos y repartos que acabó correteando a un buen número de asiduos al Blanquito ya que, como sabiamente decía José Antonio Alcaraz, “no hace falta probar la cicuta para saber que es veneno”.
Aun así, presencié un par de títulos durante esa gestión que fue peor que la pandemia: Madama Butterfly –corroborando una vez más las limitaciones de Julieta Faesler como directora de escena- y Florencia en el Amazonas, de cuyos tropiezos di cuenta en estas páginas. Hubo, también, la posibilidad de presenciar un tercer título, anunciado para septiembre del año pasado en versión concierto, que acabó postergado porque priorizaron ceder el escenario a la entrega de los Arieles. Se trataba de Giovanna d’Arco, que originalmente iba a ser protagonizada por María Katzarava, nuestra extraordinaria soprano verdiana, en la que sería su cuarta incursión en dicho rol.
En el ínterin, Katzarava se sacó al tigre de la rifa al ser nombrada Directora de la Ópera de Bellas Artes y el proyecto acabó cambiando de protagonista. Este domingo 11, cuando al fin Giovanna d’Arco fue repuesta –ya no en versión concierto, sino con todo lo que implica-, María me confió que “mientras esté en el cargo, jamás me verás incurrir en el error de programarme”, cosa que le celebro, pues a la par de aciertos incuestionables como la creación del Estudio de la Ópera y traer a Dinić, si por algo fue muy criticado Ramón Vargas cuando cobró por el mismo cargo, fue por auto programarse. Además de por pretender dirigir a distancia e invitar a sus favoritas en turno…
Conformada por un prólogo y tres actos –y no por cuatro actos, como se proyectó en el escenario de Bellas Artes y se desinformó en el programa de mano del día del estreno- en esta ópera de Verdi llama la atención lo absurdo de su argumento. En su Guía Universal de la Ópera, Roger Alier señala que “pocos dramas verdianos han tenido un libreto tan poco afortunado como el que Temistocle Solera le dio a Verdi para su nueva ópera de 1845. Solera sólo funcionaba en un aspecto: el de sacar tajada patriótica en pro de la Italia del Resorgimiento, fuera cual fuese la acción escogida… (por ello, y) aun siendo musicalmente más interesante de lo que pueda parecer a primera vista, Giovanna d’Arco sufrió el ostracismo de los escenarios mucho antes que otras óperas verdianas de menor interés”.
Por otro lado, la música, siempre suena “muy bonita”, festiva, aún en los momentos más álgidos de la trama, con lo cual ésta pierde fuerza, abonando la creencia popular de que Verdi es puro “chun-ta-tá” ramplón y pueblerino, ante el desconocimiento de páginas más profundas de su catálogo. La salva lo lucidores que son los roles de sus tres personajes principales: como Giacomo, el padre de Juana, el barítono Mihai Damian realizó un inmejorable debut en nuestro país. De timbre cálido y sonoro, lució particularmente durante su aria “Ecco il luogo… Speme al vecchio” y en el dúo “A lui pensa… Tu che all’eletto Saulo… Ord al padre benedetta”, en el que alternó con Karen Gardeazabal, impecable protagonista que estuvo a la altura de los demandantes desafíos vocales que este rol implica. Quede para la memoria su brillante cabaletta “Pronta sono! Son guerriera”. Lástima que, con el vestuario que le pusieron, más que pensar en Juana de Arco, acabáramos viéndola como una tortuga Ninja.
A diferencia del coro que dirigió Rodrigo Cadet, con poco cuidado en el detalle (durante “Tu sei bella”, aquello más bien sonó a puros demonios y nos faltaron los ángeles), Alejandro López y Alberto Galicia estuvieron muy correctos en sus pequeños roles de Talbot y Delil, pero, si había expectativas por escuchar a alguien, ese era Ramón Vargas, quien interpretó a Carlo VII. Hasta ahora, siempre me había quejado que, a diferencia del nivel con que se presentaba en el extranjero y salvo algún memorable Elíxir, Vargas nada más venía a hacernos el favor de foguear sus papeles, dándonos kilos de 600 gramos. Este domingo, mi impresión fue muy distinta. Sí, es cierto que el tiempo es inclemente y batalló con sus agudos, particularmente al inicio de la función, durante “Ai fidi itene tosto… Sotto una quercia parvemi… Pondo è letal martiro”, y que la orquesta lo tapó constantemente, pero, más que bien aprendido, ahora su canto no pudo ser más honesto ni él, más entregado. Este es el Ramón con el que me quedo, aunque no faltaran quienes lamentaron que “cuando pudo, no lo hizo y hoy que quiere, ya no puede”.
Volviendo a la orquesta, y fuera de las proverbiales desafinaciones de sus metales, esta fue encomendada a Félix Krieger, quien aletargó los tempi al grado de romper la (escasa) tensión dinámica de la escena, pero… pues ya sabemos que también es parte de The Nu Opera, la agencia que dirige Ingrid Novoa, tan cercana a María, y ha correspondido a esta invitación programándola para cantar Le Villi bajo su batuta en Berlín el 2 de junio.
Hasta aquí, lo que escuchamos, pasemos, brevemente, a lo que vimos: Juliana Vascoint firmó la puesta en escena y diseño de video (créditos compartidos con Fabiano Pietrosanti), la escenografía y, con Erika Gómez, el vestuario. Cierto es que el libreto no da para mucho, pero el trazo no pudo ser más elemental. Eso sí, gracias a la iluminación de Rafael Mendoza “se veía bonito”, como para una foto, pero no pasaba nada y la resurrección de la protagonista en la escena final, fue de risa loca.
A 167 años de haberse escuchado por última vez en México, así fue la exhumación de Giovanna d’Arco y el inicio de la gestión de María Katzarava. Hago votos porque mantenga y mejore el nivel de lo que ahora vimos, y porque este tan cuestionado gineceo demuestre tener la capacidad para la encomienda, y no está nada más por la complacencia con que Lucina Jiménez les ha dado luz verde.
FOTO: Karen Gardeazabal como Juana de Arco y Ramón Vargas como Carlo VII, durante la ópera Giovanna d’Arco.
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