“Hay mucho que observar en México”: entrevista con Bob Schalkwijk
El fotógrafo neerlandés radicado en el país desde 1958 habla de su fascinación por la cultura mexicana, pasajes y sitios históricos. El Centro de la Imagen expondrá una muestra de su trabajo el próximo 23 de mayo
POR LEONARDO DOMÍNGUEZ
A sus 90 años su mirada continúa siendo muy inquieta. Te contempla minuciosamente como si algo estuviera a punto de suceder, da la impresión de que sus ojos no descansan. Sonríe, ya tiene identificado su objetivo: “Tus lentes están chuecos, ¿cómo puedes ver así’”, me cuestiona.
Bob Schalkwijk es un fotógrafo de origen neerlandés, pero mexicano por convicción. Desde 1958 vive en nuestro país documentando los colores y la vida cotidiana que tanto le causaron impresión y de los que aún se siente cautivado.
Su trabajo fotográfico fue cómplice de una época de efervescencia cultural y cambios sociales en la capital mexicana. Ha sido testigo de la vertiginosa transformación de la ciudad, el avance hacia la modernidad y su torrente poblacional, pero también de momentos funestos como la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco y el terremoto de 1985.
Recientemente, el Festival Internacional de la Imagen, que se celebra en Hidalgo, realizó un homenaje a la trayectoria de Schalkwijk. Además, el 23 de mayo, el Centro de la Imagen inaugurará la exposición Desde dentro y hacia afuera, un recorrido por las seis décadas que él ha dedicado a la fotografía.
“Aquí empezó todo y aquí sigo. México me sorprendió por sus colores, el cariño de su gente y su impresionante cultura. La gente me pregunta si regresaré a Holanda: ‘De visita, con mucho gusto, pero para vivir, no’”, sentencia.
Mi amor por la fotografía —recuerda Schalkwijk— comenzó cuando tenía 17 años, por esa época le hice un retrato a Louis Armstrong durante un concierto que tuvo en Amsterdam. Pero era muy difícil que nos pagaran por hacer fotos, en especial en Rotterdam, donde nací. Así que decidí estudiar Ingeniería Petrolera y me mudé a Estados Unidos para mis estudios universitarios.
Bob consiguió trasladar su vocho gris en un barco, sospechaba que sería imprescindible para sus próximas aventuras. Durante un receso escolar decidió visitar México, pues le llegó el rumor de que por 150 dólares era capaz de vacacionar tranquilamente durante un mes. Él y un amigo, invadidos por una especie de espíritu beatnik, manejaron sin parar hasta comprobarlo.
“En la Ciudad de México descubrí que tenía que entregarme por completo a la fotografía, a lo mejor no pagaban tan bien, pero sería una vida mejor. También tuve suerte porque cuando me asenté en México había una gran cantidad de artistas, escritores, pintores y, claro, fotógrafos. Manuel Álvarez Bravo fue muy amable conmigo, por sus charlas y enseñanzas; también Félix Leonelli, quien me enseñó a revelar a color, una práctica que requiere mucha exactitud”, recuerda Bob.
El trabajo de Schalkwijk es el registro de una ciudad que el tiempo modificó, no sólo por sus alteraciones físicas, ahora poblada por una serie de rascacielos, sino también por los usos y costumbres que la permeaban: las posadas en la Alameda, las familias “acarreando” guajolotes por la avenida Cuauhtémoc y los señores que buscan la sombra de un árbol para alejarse del cansancio físico de una jornada laboral. Y entre el ritmo frenético de la capital, el mérito del fotógrafo era capturar la cotidianidad sorpresiva.
“Hay que entrenar el ojo desde muy temprano. Uno no dice ‘voy a ser fotógrafo’ y luego ejercita el ojo, es al revés. Hay que aprender a ver y observar, que son dos cosas diferentes. Observar es absorber lo que pasa enfrente de ti, es algo más profundo; en México hay mucho que observar”, detalla.
No hay que olvidar —insiste Bob— que actualmente la Ciudad de México tiene más de 8 millones de habitantes, creció muchísimo. Por ejemplo, en la década de los 60, en Revolución había bastante ranchos y ahora hay edificios de más de 20 pisos. Además, los Juegos Olímpicos del 68 impulsaron un cambio radical, la construcción de complejos deportivos y la Villa Olímpica. Tengo fotos en las que se ve cómo en Periférico Sur había chozas, de verdad chozas, y ahorita pasas por ahí y ya no hay ni un pedazo vacío, todo es concreto.
A pesar del contexto político que vivía el país y la profesión que desempeñaba, Bob decidió no retratar los sucesos del 2 de octubre de Tlatelolco. “Soy apolítico, no quiero tener nada que ver con la política; aunque, claro, me afecta. No fui a fotografiar el 2 de octubre. No quise ir. Yo pasé por una guerra en la que casi muero de hambre y quiero estar lo más lejos posible de esos conflictos, lo que sucedió en Tlatelolco fue una guerra civil”, aclara.
Schalkwijk recuerda que en mayo de 1940 el ejército nazi atacó la ciudad de Rotterdam, bombardearon el centro, se calcula que alrededor de 80 mil personas se quedaron sin hogar y más de mil murieron.
Otro suceso que lo marcó amargamente fue el terremoto de 1985 que sepultó una parte de la capital mexicana. “La pared se movía como una serpiente. Fue un shock enorme”, recuerda. Según las cifras oficiales, 371 edificios colapsaron y 3 mil 192 personas fallecieron. “Tome la bicicleta y la cámara. Había muchos heridos, la población estaba asustada, los patios de los hospitales estaban llenos de lesionados. Fue un momento terrible e impresionante. Más allá de la destrucción, también hubo una atmósfera de solidaridad. Fue increíble ver cómo la gente se unió”.
Aunque Bob confiesa que su lugar favorito en la capital es Coyoacán, uno de los sitios que más destacan en su obra fotográfica es el Bosque de Chapultepec. Un archivo que nos transporta a la inocencia, el juego, a la memoria familiar; una especie de confidente silencioso de las anécdotas que brotan del Zoológico, los lagos y sus lanchas de remos de madera, el nacimiento del Auditorio Nacional, la instalación del monumental Tláloc en el Museo de Antropología.
“Me fascina la historia del Bosque, sus ahuehuetes milenarios. El gobierno debe cuidarlos, pero no siempre lo hace. Fue un gran honor exponer en sus rejas porque yo también me siento parte de la historia de Chapultepec. Se exhibieron más de 100 fotografías de gran formato, que retratan a niños y viejos, toda la gente está feliz en ese parque; puedes ir hoy a Chapultepec y el ambiente es el mismo de hace 50 años”, dice.
Hay que saber que soy un hombre muy curioso —añade Schalkwijk— y si no entiendo qué sucede lo observó con detenimiento. Me sorprende la gente que no lo hace, pero para mí es normal. La vida es demasiado corta para conocer todo, pero la curiosidad es la piedra mágica.
Bob continúa trabajando en la fotografía, desde su estudio en Coyoacán, y en compañía de su hijo Adriaan, y un par de colegas trabajan en la digitalización de más de 500 mil fotos. “No quiero que se pierda mi acervo, me ha costado mucho trabajo, años de trabajo. Es valioso ver cómo era la vida de México hace 50 años. Aún quiero hacer un libro muy, muy, grande con mis fotografías”.
FOTO: Bob Schalkwijk en su estudio fotográfico, en Coyoacán. Crédito de imagen: Germán Espinosa /El Universal
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