“Hay un síndrome de adoración a los malvados”: entrevista con Alonso Salazar

Sep 16 • Conexiones, destacamos • 519 Views • No hay comentarios en “Hay un síndrome de adoración a los malvados”: entrevista con Alonso Salazar

 

A 30 años de la muerte del capo, el autor de La parábola de Pablo rememora la fama del colombiano y la narrativa que ha crecido en torno a su figura

 

POR SONIA SIERRA
La imagen del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria se reproduce en las rutas callejeras que miles de turistas visitan cuando llegan a Medellín; lo raro de ese fenómeno que ha ido aumentando al paso de los años, es que su imagen se ha multiplicado por fuera de Colombia, y ha llegado a los rincones más lejanos, repetida sin cansancio. Su figura es muy conocida por las plataformas de streaming mientras que Internet parece otro de sus dominios, pese a que este 2023 se cumplen 30 años de que cayó ultimado en esta ciudad.

 

Es en el contexto de ese aniversario que la editorial Penguin Random House reedita La parábola de Pablo, de Alonso Salazar, la mayor investigación periodística sobre el capo, que antecedió a muchos otros libros como los de personajes involucrados con Escobar —su viuda y su hijo, su amante, otros familiares, policías que participaron en su captura—. La parábola de Pablo es también el libro en el que se basó la exitosa serie de televisión El patrón del mal; incluso, series que vinieron después, en buena medida, partieron de las escenas descritas por Salazar, para armar nuevas versiones que siguen siendo vistas por millones en el mundo.

 

Alonso Salazar (Pensilvania, Colombia, 1960) es periodista, escritor y exalcalde de Medellín (2008-2011). En entrevista, Salazar comparte algunas reflexiones que hace en torno de ese personaje, la sociedad, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. De eso escribe en los dos textos adicionales que incluye al inicio y al final de esta nueva edición del libro, que cuenta, además con un prólogo del actor Andrés Parra, protagonista de El patrón del mal.

 

Pasados más de 20 años de la publicación del libro, Salazar concluye que Escobar fue mucho más perverso de lo que él había conocido; asegura que a tres décadas de su muerte, y tantos libros, series, documentales e influencers de por medio, el mito, el fantasma persisten, y advierte: “Combatir al fantasma sin que se construyan otros mitos, referentes, relatos fuertes en la sociedad, yo creo que es imposible”.

 

 

Alonso, escribes que a partir de una serie de productos, en particular de las series de televisión, lo que ha pasado con el caso de Pablo Escobar es un poco la potenciación de lo mítico que acaba por limpiar la historia de maldad.

 

Sí, lo de lo de Pablo Escobar es un fenómeno muy universal, es impresionante el fenómeno porque al mismo tiempo es el gran bandolero mítico del mundo virtual, totalmente establecido, y ese mundo genera unas inercias y unas lógicas muy propias. Sin embargo en esta relectura que intenté hacer me encontré con Monsiváis, siempre tan atento a los fenómenos masivos mediáticos, populares; él propone que parte del mito que se genera en América Latina alrededor de los narcos es porque la vida entera de ellos está exhibida públicamente. Entonces, la gran masa se ve ante una especie de narrativa casi de telenovela donde unos marginados se convierten en seres poderosos. Creo que Escobar se volvió un Robin Hood, en el sentido genérico y amplio de la palabra; pero es precisamente por su oscuridad y su violencia que entró en ese mundo. Y creo que Escobar es el primer bandido del reino universal de Internet.

 

Citas a Monsiváis cuando decía, además, que este tipo de figuras en un momento dado dominan en el imaginario de las ciudades…

 

El poder real de lo narco surge en unos márgenes que son geográficos, a veces sociales, o un margen también al pie de las instituciones donde captan mucha gente y eso permite un control cada vez más totalitario de la sociedad, porque es un control que se basa en seducción, pero también en un sometimiento implacable de la fuerza. El problema pienso yo es que antes era marihuana, coca, amapola, heroína, ahora ese universo de los químicos va creciendo, además las organizaciones se han transformado y ya, independientemente, de la cosa que trafiquen —personas, armas, drogas o de la modalidad de control que tienen en las sociedades con extorsiones masificadas—, se han convertido en una especie de empresas muy sofisticadas que logran permanecer y trascender en el tiempo y se han transnacionalizado. Siguen siendo los más representativos, tanto en México como aquí; sin embargo, en el caso colombiano entramos a la era de los anónimos, es más visible hoy en Colombia la presencia de carteles mexicanos que de capos colombianos. El mundo criminal se estructura de manera compleja en todas partes, y los Estados, yo creo, van muy lentos.

 

¿Qué es lo que ha hecho Internet para visibilizar y exponenciar esa figura de Pablo Escobar?

 

Es un reino de la libertad con todo lo que eso implica de positivo y de negativo; y es un reino también de la de la arbitrariedad, que lo están aprovechando mucho más los criminales y los malos políticos, que las buenas personas, diría yo. Escobar es un hombre que empezó a estar en la crónica roja del mundo desde 1984 y sucesivamente, por años, en todo el mundo, con una universalidad impresionante, y con unas novedades en el mundo criminal: su excesiva violencia, es decir un criminal que desafía el Estado con tal dosis de violencia, eso no se conocía; sus facetas sociales, que tienen la ventaja de los mitos. Esos elementos positivos se multiplican, al mismo tiempo que la gente diluye sus aspectos negativos. Es decir, él tenía una serie de ingredientes de lo contemporáneo que lo hacen casi que una especie de bandido posmoderno, aunque tenía esos otros elementos básicos como el machismo, la dominación, la violencia…

 

¿Cómo explicas el creciente interés por él?

 

Escobar reúne características que lo hacen muy seductor para gente que anda buscando en el mundo, y son millones según parece, esas especies de ídolos que sean anti no sé cuántas cosas. Y él es un anti fundamental, sobre todo porque la gente cree que él fue un hombre que desafió a los poderosos, que derrotó a todos aquí, derrotó a Colombia, a Estados Unidos… Pero él después se derrotó a sí mismo.

 

 

¿Quién limpia su imagen, los medios, Internet, la sociedad?

 

Creo que la limpian esencialmente las audiencias, la gente que está en el Internet, en las redes, que accede a los medios masivos, porque si uno analiza los productos, incluidas las series, también muestran todas sus facetas terribles. Ni siquiera una serie como “Narcos” excluye esas crueldades. Pasa un poco como se veía antes las películas de gangsters, uno como audiencia tiende a cierta inclinación a favor de esas figuras y a no importarle demasiado sus crueldades y excesos. Yo creo que ese no es un problema de los medios tradicionales, hay una frase que repito mucho, y es que todo lo peor sucedió antes de cualquier serie o de cualquier libro, que ahí no está el origen del problema. Por ejemplo, en Colombia sí se ha intentado pensar mucho que eso nos determina, pero no hablamos de narcotráfico, que está aquí y ahora más multiplicado que nunca.

 

A 30 años de la muerte de Pablo Escobar, cómo estamos procesando eso o cómo no lo hemos procesado, o lo hemos puesto en el olvido, sí ha habido, por ejemplo, monumentos, acciones, ¿pero de qué maneras estamos procesando esto?

 

Es que estamos peleando con un fantasma, pelear con los fantasmas es muy difícil, ponerlos en un sitio específico es casi imposible, nos obsesionamos con el fantasma quizá porque nos sirve de chivo expiatorio. Es una figura de la vida eterna de la humanidad encontrar en quien se depositan todos los males, o es el personaje o son las series… Pero, por ejemplo, en Colombia no hay hoy en día centros de investigación sobre el Narcotráfico; no hay información cualificada ni reflexión; creo que el tema aparentemente está agotado, quizá porque es insoluble, porque no hay una manera de resolverlo. Colombia, 40 años después de Europa y casi 20 años después de Estados Unidos, apenas está intentando hacer algo de un mercado abierto, regulado, con la marihuana, pero la marihuana no es nuestro problema esencial, tenemos una perspectiva todavía muy lejana de una solución. Siempre pienso que será una regularización, no una legalización de la coca; antes de que otros productos sustituyan todo esto.

 

Sí, porque el problema necesita otras formas de análisis…

 

Por ejemplo, en general, para la gente que tiene influencia de un pensamiento de izquierda, esos no son temas sustanciales. O cuando pensábamos que este era un fenómeno exclusivo de Medellín o de esta cultura, resultó que todo lo que sucede en este conflicto social urbano, fue un anticipo de lo que hoy está en todas las grandes metrópolis de América Latina y que se asoma a metrópolis europeas. No hay no hay interés de trascender la reflexión en algunos campos porque si eso descuadra mucho los discursos no tiene sentido.

 

 

Al reeditar el libro, ¿cómo fue volver a verlo?

 

Esa reportería yo la hice entre 1995 y 2000, fue extensa porque era muy difícil tener la información. Una primera diferencia constatable es que si en ese tiempo la información era escasa, el problema ahora es la cantidad de información y en ese mar de escritos y de publicaciones que hay, hay que hacer un esfuerzo real por decantar. Por ejemplo, en ese hecho simbólico de quién disparó a Pablo Escobar la munición definitiva, eso es un objeto de disputa; la familia opta por decir “él se suicidó”, pero es una manera de decir algo como “estamos reclamando el triunfo final, era su decisión de suicidarse”, aunque la evidencia muestre exactamente lo contrario. En esa dosis de información lo que veo es un personaje mucho más perverso de lo que yo había conocido, porque al revelar los temas más privados, más íntimos, se ve allí también de ese machismo atroz. Se declaran violadas tanto su amante, Virginia Vallejo, como su propia esposa que incluso publicó hasta su psicoanálisis para decir —y creo que tiene parte de razón— que era simplemente una mujer que desde muy pequeñita empezó a ser controlada y que estuvo en una especie de prisión. Cada que se revela una faceta privada de Pablo Escobar aparece peor como ser humano.

 

Entiendo al final también que no era un gran estratega militar, sino que inventó una manera de actuar, que podríamos resumir en la figura esta de sicarios suicidas frente a los cuales la sociedad se fue quedando paralizada porque no era cuestión de operativos muy sofisticados, sino de reacciones muy primarias. La gente lo va a seguir idealizando; creo que es inevitable, pero veo otra vez a este personaje como ser humano y veo como una cosa un poco abominable.

 

¿Qué decisiones sobre qué incluir o no tomaste para esta edición?

 

El libro, en general, tiene o tenía una gran vigencia. En lo que lo que más esfuerzo hice fue incluir ciertas entrevistas que nunca había utilizado, como a Luzmila, una prima de él, que lo acompañó las últimas semanas. Es un relato tremendo muy fuerte porque es la única persona que vio directamente ese deterioro físico que es muy obvio, pero también su deterioro mental; lo decía en términos diminutivos: “andaba perdidito”, “estaba como malito”… A este personaje ultra poderoso también le tocó vivir la decadencia y fragilidad de la soledad como ser humano.

 

Te detienes en el tema universal del amor por los bandidos.

 

En las indagaciones para esta revisión me enteré que hay un síndrome de adoración a los malvados que se llama hibristofilia, del que se acusa —y no sé si es un tema machista—, sobre todas las mujeres, y es el amor por los bandidos. Empecé a rastrear con más juicio a los ídolos gánsters de Estados Unidos, a inicios del siglo 20, historias como la de Bonnie and Clyde que se vivían con un fervor extraordinario. Lo otro que creo es que en Colombia hemos sido un poco parroquianos para el tema de estos gánsters colombianos; la industria, el mundo de comunicación sobre el crimen se inventó hace décadas, hoy se están produciendo series sobre la criminalidad en casi todos los lugares del mundo, se volvió una cosa de consumo, y entre más local —volvemos a nuestro Monsiváis—entre más empatía por la cercanía genere, tienen mucho más poder de audiencias.

 

Son dos los personajes que me sorprenden más, uno es el de Virginia Vallejo, la amante, su libro está bien escrito, no sé quién sería su Ghost Writer; ella, al mismo tiempo que es capaz de ser extensa en narrar las crueldades de Escobar, es capaz de perdonarlo, narrar sus reconciliaciones y justificarlo por el acceso al consumo. Hay una frase que usa: “Toda mujer civilizada y brutalmente honesta confesará que uno de los mayores deleites que existen sobre la faz de la Tierra es salir de compras por la Quinta Avenida de Nueva con un presupuesto espléndido”. Es una ambigüedad total y es la que tiene en general la sociedad que, a veces, tiene ansias y en otras tiene desprecios, pero no logra terminar de resolver exactamente qué hacer con estos personajes…

 

El otro personaje es Popeye, no lo entrevisté, pero sí me sorprendió su fenómeno mediático porque él decidió, primero que cualquier otro, explotar su cercanía con Escobar; predicaba en voz alta que había sido el sicario preferido, el brazo derecho del mayor criminal del mundo. Las redes, Internet, lo exalzaron y es un personaje que exhibe una ambigüedad moral y ética. Cada pequeña historia la fue convirtiendo en productos que empezó a vender y se creó un mercado en Internet, sobre historias de Pablo Escobar.

 

A ese fenómeno se fue sumando su propio hijo, Juan Pablo Escobar, que explota esa cercanía desde un punto de vista curiosamente contrario al decidir condenar al papá como paradigma. Pero las disputas, las versiones, los videos de hermanos, sobrinos y se reprodujeron por millones. Yo, en realidad, quedaba atolondrado ante eso. No tengo suficientes elementos, ¿qué es lo que la gente ve cuando ve un personaje de estos? No sé, pero sí me inquieta mucho que la sociedad —y ya no es un tema colombiano porque estamos hablando del reino universal del Internet— que esas masas tengan esa condición de ser seducidas por parámetros de una maldad extrema.

 

Entonces, ¿más es la sociedad que los medios?

 

En alguna medida los medios son víctimas de esas circunstancias porque las grandes audiencias han ido cada vez más sometiendo a los medios a unas maneras de informar y a unos temas que han empobrecido mucho la calidad de lo que se hace. Desde luego los medios tienen una responsabilidad, pero visto el mundo actual como va, los medios están marchando condicionados por esa marea.

 

¿Quedará mucho por decir?

 

Sí, yo creo que todavía hay un mundo relacionado que son los grandes beneficiarios de Escobar y del narcotráfico, hubo una cantidad de personas que capitalizaron rápidamente, se volvieron empresarios prósperos, dirigentes sociales, lograron limpiar su imagen.

 

¿La manera como se veía el mito hace 20 años es distinta a la de hoy?

 

Yo creo que ese exceso de violencia y sus lados más oscuros fueron el pedestal por el que ingresó a ese mundo de los Robin Hoods, sumado al tema de su supuesta caridad social. Sin la maldad, Escobar no estaría en el en el reino de los Robin Hoods, pero este es un Robin Hood que salta la regla de las violencias moderadas. En su caso, el exceso de la violencia es la primera condición que lo volvió un personaje universal. No hay ninguna nueva información posible que pueda resquebrajar esas admiraciones extrañas, porque la gente siempre dice “ah, pero es que lo obligaron, era un hombre bueno”. Y en realidad él era malo desde chiquito y mató desde muy joven y mató siempre a sus amigos.

 

¿Cuáles diferencias ves con respecto a figuras del narco en México?

 

Si nos miramos aquí y miramos México al mismo tiempo vemos que estas organizaciones están penetrando la base del Estado, pero también las candidaturas las presidenciales, es una capacidad de someter al conjunto de la institucionalidad que me sigue sorprendiendo.

 

Una de las cosas que a mí me llaman la atención, lo abordaste ahorita, es el tema de la mujer.

 

Una revolución extraordinaria de estos tiempos, y revolución no violenta, ha sido la revolución de las mujeres que han hecho presencia en casi todos los escenarios. Hay algo que sigue siendo un tema de reflexión interesante y es que la mujer es menos propensa a los comportamientos más violentos, a las mayores ilegalidades, pero la complejidad está ahí, y no podemos eximirla de responsabilidad y no puede, simplemente ya explicarse como sometida indefinidamente. Hace parte de procesos sociales muy complejos de los fenómenos culturales en los que están envueltas, y al mismo tiempo que esos hombres probablemente ejercen un dominio basado en violencias sobre ellas, hay algo que las codifica y las vuelve fieles de manera casi permanente con estos personajes.

 

Alonso, en la ciudad de Medellín, en tu gobierno se creó el Museo de la Memoria, pero en la ciudad, en el resto, ¿qué tan presente está el trabajo de la memoria sobre estos hechos?

 

Algún alcalde inició una campaña, Medellín Abraza su Historia. Sin embargo, para mí el tema es más complejo, se necesitan otro tipo de hechos. Si el mundo público sigue tan cuestionado por los procesos de corrupción, y muchos de los gobernantes lo han sido, ¿qué capacidad se tiene de generar un discurso moral o un discurso ético que genere nuevas empatías, que genere admiración? Yo creo que nada. Combatir al fantasma sin que se construyan otros mitos, referentes, relatos fuertes en la sociedad, yo creo que es imposible.

 

Hablas de la guerra contra las drogas como una guerra perdida.

 

Es muy explícito que los cultivos ilícitos crecieron a tal punto que ya hay sobreproducción de hoja de coca, pero en cuanto a los procesamientos, ya no están tanto en la selva sino más en los ámbitos suburbanos o incluso en las ciudades con pequeños laboratorios, mucho más sofisticados y todo esto ayuda a la invisibilización; de tal manera que es en el mundo rural donde se ve el narcotráfico, de ahí para adelante se pierde del panorama. El fracaso de la política antidrogas es cada vez más evidente; yo, que no soy amigo de las teorías de las grandes conspiraciones, me pregunto por qué ese fracaso. Los objetivos no se logran ni en la reducción de cultivos ni en la reducción de la exportación ni en los consumos. Y, al contrario, lo que se ha ensayado en el mundo por fuera de ese campo de estricta prohibición, por lo menos, va mostrando otros resultados. ¿Por qué con la cocaína no es posible? No lo entiendo. Creo que la influencia de las agencias policiales —especialmente la DEA— y de quienes tienen que tomar decisiones sobre la drogas es tan importante que no les interesa la prohibición, implicaría desmontar unos aparatajes inmensos que manejan cifras extraordinarias, y veo cómo es más fácil para Estados Unidos negociar con cada narcotraficante, recibirle millones de dólares, convertirlo en ciudadano -en una en una cosa absurda frente a la manera como aquí nos exige que combatamos ese crimen- y no una solución digamos más global.

 

 

 

FOTO: Pablo Escobar ve un partido de futbol en la ciudad de Medellín, Colombia, en 1983. Crédito de imagen: AP

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