Historias infantiles para cualquier edad

May 3 • destacamos, principales, Reflexiones • 5733 Views • No hay comentarios en Historias infantiles para cualquier edad

 

POR PERLA HOLGUÍN

 

La discusión en torno a la literatura infantil existe porque al ser humano le gusta encasillar las cosas del mundo para darle orden y sentido a lo que le rodea. Es evidente que Cien años de soledad, de García Márquez, y El globo, de Isol, no están ni estarán nunca en el mismo cajón, a pesar de que ambas son excelentes obras literarias. Lo que no se argumenta de manera clara es por qué libros como el primero pertenecen a lo que llamamos la literatura (a secas) y ejemplos como el segundo a la literatura infantil. Podría suponerse que el segundo lleva tal adjetivo porque se le piensa escrito para niños. Pero no creo que un escritor (como García Márquez) piense que lo que escribe es para “adultos” o “no niños”. Las etiquetas, sin embargo, parecen hacernos sentir cómodos.

 

En detrimento de la literatura infantil hay quienes dicen que esta, a diferencia de la otra literatura, se encarga de aleccionar. Si bien es cierto que existen títulos escritos con el objetivo de educar y moralizar, el cajón de los libros infantiles es uno muy grande, tanto como un armario; o en todo caso un cajón como los de Decur, de los que salen historias, libros, árboles, animales, la vida misma. La literatura infantil es un inmenso mundo en el que caben todas las historias para todos los lectores posibles, adultos o niños. Otro argumento en detrimento de este género es que, si viene acompañado de “dibujitos”, habrá de ser un libro para niños.

 

La literatura infantil no es exclusivamente para niños y la literatura a secas no lo es tampoco para adultos. Incluso, desde mi experiencia como lectora, conozco más adultos que leen literatura infantil que niños; al respecto ya se han expresado escritores y críticos literarios de muy diversos temperamentos, como David Almond, Margaret Atwood, Oliver Jeffers, María Baranda, Eduardo Huchín Sosa o Jaime Alfonso Sandoval. Lo que sucede es que, cuando niños, leemos lo que hay en nuestras casas (si tenemos la suerte de que haya libros) o lo que otros nos dan a leer, y pocas veces se trata de libros infantiles. Esta podría ser una de las razones por las que muchos niños abandonan el camino de la lectura, antes siquiera de haberlo recorrido plenamente.

 

Asociar la lectura con alguna figura importante de nuestra infancia —el papá o la mamá, por ejemplo—, alguien que nos ama o a quien admiramos, tendrá que ver a futuro con nuestro interés de seguir o no leyendo. Sobre esto, Margaret Atwood dice: “El placer de leer empieza en la infancia, cuando los padres u otras personas amorosas leen a los niños. Esto crea un lugar seguro en donde, sin embargo, los peligros se pueden explorar, y en los libros para niños, con suerte, vencer. Pienso que la función de mis libros para niños es la de servir como un lugar protegido. Observo temas oscuros con frecuencia, pero los libros para niños que escribo son luminosos y ligeros, y tienen finales felices. Eso es un alivio cuando puedo manejarlo”.

 

Lo que señala Atwood tiene que ver sin duda con esa relación íntima entre el niño y el adulto, y al mismo tiempo con el lugar protegido que brinda la experiencia lectora en nuestro hogar. La literatura infantil ofrece al niño un mundo sin censura —aunque a veces los adultos lo censuren—, en el que será capaz de experimentar un universo repleto de “riesgos” en su propio refugio. Desde los cuentos clásicos como “Caperucita Roja” y “Hansel y Gretel”, que muestran los peligros que hay una vez se traspasa el umbral del hogar, hasta los más novedosos libros de nuestro tiempo.

 

Atwood reconoce en la literatura infantil la función de resguardar al niño sin sobreprotegerlo, mostrándole todos los colores con los que está teñida la vida. Y aunque ella prefiera los finales felices, la literatura infantil contemporánea, me parece, es más similar a sus orígenes —recordemos los finales trágicos de muchos de los cuentos clásicos—. Actualmente, numerosos libros infantiles que ganan premios literarios tienen historias en las que el niño enfrenta experiencias de vida que son, en la mayoría de los casos, inevitables; la muerte, por ejemplo.

 

El álbum ilustrado El corazón y la botella (FCE), de Oliver Jeffers (Port Hedland, Australia, 1977), ilustra perfectamente el tema de la muerte de un ser que con amor ha acompañado a la protagonista en una gran parte de su vida. Una simpática e inquieta niña, “una niña como cualquier otra niña […] tenía la cabeza llena de curiosidad por todas las maravillas del mundo”. La niña aparece acompañada siempre por un hombre, probablemente su padre. En las primeras escenas, ella luce sobrepasada de tanta curiosidad por lo que la rodea: flores, animales, el ser humano, libros, el universo, mientras que el hombre, que está a su lado, satisface sus inquietudes con respuestas. Pero un día él ya no aparece más. En cambio, aparece su sillón vacío. El mundo de la niña cambia en un instante, pues esa persona que la amaba ya no está más a su lado. ¿Qué hacer con un corazón que ama y que no puede dar más ese amor? La historia de Jeffers ofrece una respuesta posible ante algo tan doloroso como la pérdida de un ser querido.

 

Acompañar en este tipo de lances a los niños, a través de lecturas con personajes que viven algo similar, aunque sean diferentes a ellos —a veces, incluso si son grotescos, crueles o malvados y con quienes, sin embargo, se identifican— es lo que hacen los mejores narradores e ilustradores. No hay velos en estas historias. Son honestas con los niños, quienes merecen la mayor sinceridad. Sobre esto, David Almond —quien ganó en 2010 el que se conoce como el Premio Nobel de la literatura para niños, el Hans Christian Andersen— dice en una entrevista por qué terminó dedicándose a la literatura infantil: “Sólo pasó. Después de años escribiendo para adultos, me encontré escribiendo un libro para niños, Skellig. Fue muy emocionante estar de pronto escribiendo para lectores que tienen una mente mucho más flexible y quienes consideran todo tipo de posibilidades. Sentí que me encontraba en mi hogar como escritor”.

 

Creer que un niño no puede entender algo “serio” es casi tan absurdo como creer que la mente de un adulto es mucho más abierta sólo porque ha vivido más que el niño. La mente del niño, flexible como señala Almond, es a la que la literatura infantil busca llegar. Con esa libertad como condición, el escritor infantil no alecciona; exhibe un problema y dota las herramientas para que el niño lo resuelva, para que cubra ese vacío; además, lo hace de forma entretenida.

 

Otro título de Jeffers, Perdido y encontrado (FCE), cuenta la historia de un niño que un día, al abrir la puerta de su casa, se encuentra con un pingüino. El niño, que no tiene idea de dónde ha salido el visitante, nota que este está triste. ¿Andará perdido?, se pregunta. Así, decide emprender la aventura de ayudarlo a volver a casa. Va a la Oficina de Objetos Perdidos, pero sin suerte: nadie lo ha reportado. Sin saber qué hacer para ayudar al pingüino, lee sobre su lugar de origen. Hacen un viaje rumbo el Polo Sur. Llegan. Al llegar, se despiden y cuando se aleja se da cuenta de que el pingüino está más triste que antes, porque “el pingüino no estaba perdido… ¡Se sentía solo!” ¿Qué hará el niño ahora que se ha dado cuenta de su error? ¿Será demasiado tarde? ¿Habrá perdido a su amigo para siempre? Jeffers trata la diferencia entre ser de un lugar y sentirse en casa, entre sentirse solo y tener cerca a un buen amigo que te hace sentir siempre acompañado. La soledad y la ausencia de una persona son situaciones a las que los niños y los adultos se enfrentan por igual a lo largo de la vida.

 

Existe otro libro ilustrado por Oliver Jeffers, El niño que nadaba con pirañas, una historia escrita por el ya mencionado David Almond. Un niño huérfano se ve obligado a vivir bajo el resguardo de sus tíos. El niño, quien de alguna forma siente no pertenecer a su nueva familia, vive la pérdida no sólo de sus padres, sino también de sus peces dorados, sus mejores amigos, cuando el tío, obsesionado por hacer dinero, convierte su casa en una fábrica de enlatados y los cocina. La aventura de Stanley, quien busca un lugar al cual pertenecer, termina en la historia de cómo se convertirá en la leyenda de una feria.

 

Los anteriores libros, como hemos visto, tratan la pérdida o ausencia de un ser querido. Ilustrados los tres por Oliver Jeffers, son ejemplos que sirven para mostrar cómo la ilustración en la literatura infantil contemporánea no se trata de “dibujitos” que sólo acompañan al texto; lo dotan de pleno sentido pues la imagen cumple una función narrativa al mismo nivel que el texto. El sillón vacío de El corazón y la botella le indica al niño la muerte de un ser querido sin que el texto mencione ni mucho menos explique este hecho una sola vez. En Perdido y encontrado, así como en El niño que nadaba con pirañas, observamos cómo el sentimiento de exclusión, soledad y tristeza se expresa gráficamente con gran intensidad cuando los niños que habían creado lazos de amistad con el pingüino, en el primer caso, y con los peces dorados, en el segundo, los ven perdidos.

 

Cuando le preguntaron a Jeffers si disfrutaba ilustrar más para niños que para adultos, respondió: “No siento que mis ilustraciones vayan dirigidas a un grupo de edad determinada. También creo que una de las razones por las que funcionan, es que no están demasiado encasilladas. Hay una sencillez natural y una curiosidad que parece que atrae tanto a los adultos como a los niños”.

 

Los autores de literatura infantil le hablan al niño como ojalá lo hiciéramos todos, como esos seres inteligentes que son, a quienes hay que amar y acompañar en la vida, y no como inferiores por el hecho de que vienen en caja pequeña. Tenemos frente a nosotros la posibilidad de recuperar, a través de estos libros, esa mente libre que, cuando éramos niños, nos hacía tan sabios.

 

*Fotografía: Ilustración del álbum Perdido y encontrado, del autor australiano Oliver Jeffers. / FCE

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