Princesas de negro, robots con flores

May 3 • destacamos, principales, Reflexiones • 8256 Views • No hay comentarios en Princesas de negro, robots con flores

 

POR GABRIELA DAMIÁN MIRAVETE

 

Hace algunas semanas Katy Guest, editora literaria del periódico inglés The Independent, publicó una declaración que, en suma, anunciaba lo siguiente: “no vamos a reseñar libros explícitamente comercializados como para niños o para niñas. Cada ejemplar de El Libro de las Princesas Aburridas Para Niñas se irá a la pila de reciclaje junto con cualquiera de El Estupendo Gran Libro de los Mocos Para Niños. Si usted es un editor que tiene la confianza suficiente en su nuevo libro como para creer que atraerá a todos los niños, estaremos felices de saber de usted”. Cabe aclarar que, desde luego, ambos ejemplos son libros ficticios titulados con ironía, emulando a los repetitivos volúmenes que ofrecen las editoriales al periódico para promoverlos. Las reacciones a esta decisión fueron en su mayoría positivas, pero generaron una serie de inquietudes que la editora tuvo que responder, pregunta por pregunta, en otra carta. Por ejemplo: “¿Estoy tratando de hacer que la identidad de un niño y de una niña sea la misma? No: estoy tratando de que se reconozca que todos los niños son diferentes”.

La intención de Guest forma parte de la iniciativa Dejemos a los libros ser libros (Let Books be books), derivada de la campaña original Dejemos a los juguetes ser juguetes (Let toys be toys). Su finalidad es señalar cómo las etiquetas que clasifican lo que es apropiado para un género e inaceptable para el otro limitan gravemente las elecciones de niñas y niños. Los acuerdos sociales han establecido arbitrariamente que el rosa es el color de ellas y el azul el de ellos; que las primeras deben jugar con muñecas y los segundos con cochecitos. Esto, desde luego, alcanza a las temáticas literarias: las princesas son para las pequeñas, también las tramas románticas o los saberes iniciáticos de la cocina, mientras que los pequeños… al parecer, pueden interesarse por muchas más cosas, desde las historias de piratas hasta las de robots, pasando por los planetas o los dinosaurios, siempre y cuando no haya vestidos, flores o Barbies involucradas.

 

Aunque los vendedores de argumentos pseudocientíficos vociferen lo contrario, ni las capacidades ni las aficiones están programadas por la genética. Es la combinación de muchos factores —sobre todo, culturales— la que nos construye como mujeres y hombres desde la infancia, por lo que no es natural e ineludible que las niñas pidan carreolas y los niños pistolas a los Reyes Magos. Para comprobarlo, basta echar un vistazo honesto a la memoria de nuestras propias preferencias infantiles. A mí, por ejemplo, me maravillaban los robots, las naves espaciales o los dragones tanto como las miniaturas de las casas de muñecas, que también encantaban a mis primos varones… siempre y cuando nadie se los hiciera notar en público. Porque la sociedad respira tranquila al ver que se cumplen cabalmente las expectativas de estos roles hasta que algún espontáneo rompe con la dinámica. ¿Qué sucede a la hora de que una niña se sube a la patineta o un niño escoge pintar su habitación de color rosa? Los padres se alarman, piensan que esta elección es la antesala de una serie de calificativos que le harán más difícil la vida en comunidad (marimacha, mariquita) y, en el peor de los casos, de una futura orientación sexual contraria a la que —se supone— está destinada, por lo que se encargan de corregir esa “desviación”: Esto no es para niños, esto otro . La presión social es la que determina en gran medida que las preferencias originales de los niños desaparezcan para poder adaptarse a lo que el entorno espera de ellos. El resultado no deja de ser triste: desde pequeños, a las niñas y niños se les obliga a reproducir estereotipos de género injustos y obsoletos que no sólo minan su individualidad, sino que cortan de tajo un montón de posibilidades para su vida adulta, sobre todo, en el caso de las niñas. Es probable que futuras paleontólogas, astronautas o ingenieras se hayan quedado enterradas bajo montañas de tutús y glitter. Autores de libros para niños como Ian Falconer o Nathalie Hensen se han dedicado a explorar con sencillez y buen humor la oposición a estos roles desde el punto de vista de los mismos niños. En Olivia y las princesas, Falconer muestra cómo Olivia, la famosa cerdita, está fastidiada de que todas sus amigas quieran ser princesas rosas, ¡si las hay también chinas, africanas o indias!, protesta en un refrescante episodio de interseccionalidad al criticar, de paso, los estereotipos de belleza racistas y clasistas de la sociedad occidental. Y además, ¿por qué conformarse con ser princesa, pudiendo ser reina?, concluye. En Harta del rosa, Hensen echa un vistazo a la vida cotidiana de una niña que prefiere el color negro, los dinosaurios, las grúas y trepar a los árboles. A pesar de que sus mismos padres la llaman “niño frustrado”, ella sabe que sigue siendo niña, así como sus amigos Carlos y Augusto no dejan de ser niños aunque a uno le guste coser ropa a sus muñecos “de niño” y, a otro, dibujar flores o catarinas en sus cochecitos. En “La teoría de los colores” (http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/la-teoria-de-los-colores/), una interesante investigación sobre la recepción de este libro, Laura Lecuona (quien fuera gerente editorial de literatura infantil y juvenil de la editorial SM) expone los comentarios que se hicieron sobre Harta del rosa al ser traducido y publicado en México. Los adultos opinaron que “el público no está preparado para temas tan fuertes”, y que “fomenta la homosexualidad”; mientras que los niños se entusiasmaron al comprender que no es obligatorio cumplir con los estereotipos. Como dice Dana, una de las niñas: “No importa que te guste el rosa aunque seas niño o que te guste el negro aunque seas niña porque siempre vas a ser niña o niño. Si eres niña vas a ser niña aunque te gusten las cosas de niños”.

 

En nuestro país, abordar explícitamente la cuestión de los roles de género en contenidos infantiles resulta, por lo menos, polémico. Hay cierta disposición a pensar que es un asunto de política, una cuestión feminista, y el feminismo, a pesar de que trabaja por aumentar la calidad de vida de las mujeres y ofrecer más opciones vitales a los varones, no tiene muy buena fama en México. Pero eso no ha impedido que varios autores rompan con estos esquemas tradicionales a través de la ficción.

 

Las sirenas sueñan con trilobites (SM, 2011), de Martha Riva Palacio Obón, es una historia conmovedora que puede leerse a partir de los nueve años. Sofía, su protagonista, ha decidido que es una sirena y que las personas que la rodean son seres marinos de distintas clases: cuando estornuda, su maestra es como una ballena que exhala agua, su abuela, un dragón marino, y el novio de su madre, una barracuda… la elección no es gratuita. Las fantasías de Sofía le provee el capital simbólico necesario para lidiar con el maltrato junto a otras cómplices femeninas, como su abuela y su amiga Luisa. Es un libro que destaca por el tratamiento sutil de temas como la violencia doméstica, las profesiones socialmente reprobables de los padres (la madre es stripper), y la imaginación científica de su protagonista, fascinada por la bioluminiscencia.

 

Otro libro para niños de la misma edad es Clubes rivales (SM, 2004) de Javier Malpica, que narra con frescura y humor la típica competencia entre niños y niñas, pero conforme avanza la historia unos y otros se percatan de que tienen más razones para jugar juntos que para enemistarse. Es un libro que aboga por la cooperación y la amistad entre los sexos que echa un vistazo sensible a un tema difícil: la enfermedad de los padres.

 

El mismo autor publicó el que quizá sea el libro más arriesgado publicado para los lectores jóvenes (que no niños): Para Nina (Ediciones El Naranjo, 2012) es la prueba viviente de que el público mexicano sí está preparado para “temas fuertes”, como la transexualidad. Escrito en forma de diario, Javier Malpica dibuja un relato entrañable que acerca a los chicos al universo de quienes toman valientes decisiones para encontrarse plenamente consigo mismos.

 

Al parecer, es en la literatura juvenil donde es más evidente este afán de redefinir los roles de género, de explorar las posibilidades que los adolescentes tienen para construirse. Vale la pena echar un vistazo a Vida en peligro (Castillo, 2012) de Hortensia Moreno, donde se explora el tema de los derechos de las mujeres y las feministas, que suelen ser vistas como “especímenes extraños”; las obras de teatro de Berta Hiriart (Una historia de gemelos en sólo una entre varias historias construidas con perspectiva de género), la serie Mundo Umbrío (SM, 2011 y 2013) de Jaime Alfonso Saldoval, donde la vampírica heroína, Lina Posadas, no tiene ningún problema con su fealdad; la comunidad femenina, llena de entereza, creado por Ana Romero en Puerto libre (SM, 2012) que pone en la mesa temas dolorosos como la separación de las familias a causa de la migración hacia Estados Unidos o las muertas de Ciudad Juárez (también presentes en otra obra de Javier Malpica, Hasta el viento puede cambiar de piel —SM, 2006).

 

Aunque el hecho de que una chica sea la protagonista de una historia no necesariamente trastoca los roles de género (Bella de Crepúsculo es la nueva portavoz de un viejo conservadurismo religioso), es importante que las nociones de lo femenino en la literatura cuenten con representaciones más variadas. De la misma forma, los chicos pueden conocer otras formas de vivir la masculinidad.

 

En la extraordinaria novela Loba de Verónica Murguía (SM, 2013), el entrañable mago Cuervo se gana el afecto de los lectores precisamente por su vulnerabilidad, mientras que la princesa Soledad, insoportable en las primeras páginas, se transforma en una figura poco frecuente en la literatura mexicana: la mujer que predica el amor universal desde la sabiduría y el conocimiento del mundo natural (dos premios que no pocas jovencitas valoran, y con los que Murguía siempre recompensa a sus personajes). En Ojos llenos de sombra (SM, 2012), una novela divertida y emocionante, Raquel Castro ridiculiza a los típicos galanes mediocres, que palidecen ante el talento y el ingenio de la gótica Atari, cuya disyuntiva no parece tan complicada para los ojos adultos (enamorarse o viajar a Rusia para iniciar una carrera musical), pero que precisamente define el nuevo rumbo de las heroínas: la posibilidad de construir una vida para sí mismas. Tanto en esta novela como en Frecuencia Júpiter (SM, 2013), también de Martha Riva Palacio Obón, hay personajes homosexuales que se desenvuelven con naturalidad y son plenamente aceptados por sus pares.

 

Quizá para la salud de la literatura infantil y juvenil en México una iniciativa como la de Let books be books sea riesgosa, pues no posee aún la solidez de la industria editorial inglesa, amén de que hay propuestas interesantes de autores nacionales que tienen que promoverse detrás de portadas rosas y azules. Además, la crítica de libros para niños y jóvenes en México aún tiene que fortalecerse, ganar espacios y retroalimentar de forma significativa la producción editorial, la distribución y la recepción de estos libros antes de tomar medidas como la de Katy Guest. Pero sí es urgente que, por lo menos, cuestionemos desde estos espacios los enfadosos límites que a niñas, niños y jóvenes de ambos sexos imponen las demandas del mercado. No es una exageración afirmar que la ficción y la realidad se alimentan y reproducen la una a la otra, por lo que luchar contra los estereotipos en la ficción es otra forma de combatirlos en la vida cotidiana. Por fortuna, son cada vez más los autores y, sobre todo, lectores, que demandan más princesas independientes que vistan de negro, o más robots sentimentales que recojan flores. Un destino diferente para los personajes de los libros que harán a niñas y niños adentrarse en la lectura para siempre e imaginar su propio futuro sin límites.

 

 

La autora agradece a Libia Brenda Castro y a Laura Lecuona su apoyo en la escritura de este ensayo.

 

 

*Fotografía: Verónica Murguía, autora de la novela Loba. / Fotografía tomada del blog www.lashistorias.com.mx

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