Homenaje coreográfico deslucido a Virginia Woolf
POR JUAN HERNÁNDEZ
Asistimos, con gran expectativa, a ver la obra dancística Un viento llamado Virginia Woolf, de Leticia Alvarado, con el grupo Tándem, que se presentó en el Teatro de la Ciudad el 19 de septiembre. El entusiasmo inicial se fue desvaneciendo al mismo tiempo que la coreografía se desarrollaba sin ofrecer ningún elemento relevante como propuesta escénica, interpretativa y, mucho menos, como resultado de la inspiración de la novela Las olas, de la escritora inglesa.
Leticia Alvarado es coreógrafa, bailarina y compositora. Su quehacer coreográfico lo inició a finales de la década de los años 80, ha compuesto alrededor de 40 coreografías, y música original para el extinto Ballet Nacional de México y la Compañía Nacional de Danza. Nacida en Monterrey, Nuevo León, en 1958, la creadora ha gozado de estímulos a la creación otorgados por el Estado y reconocimientos varios; además de realizar trabajo docente sobresaliente.
Sin embargo, en Un viento llamado Virginia Woolf no se reflejaron los años de experiencia. El resultado fue una puesta en escena sin riesgos, basada en estereotipos de la danza contemporánea, en un código de movimiento resuelto con la técnica, olvidando la búsqueda de un vocabulario único y preciso para ofrecer una figuración dancística inspirada en una de las más importantes escritoras inglesas y, específicamente, en su novela Las olas.
El montaje reveló uno de los males que parece afectar a la danza contemporánea mexicana en general, a saber: la existencia cada vez menos frecuente de compañías estables, que trabajen día a día en la búsqueda de un lenguaje, para consolidar proyectos artísticos de largo plazo. No obstante que el Estado ha buscado, con becas como México a escena, que esto ocurra, la realidad es que el padecimiento de lo que se ha llamado “proyectitis” sigue siendo lo que prevalece en el campo de la danza de concierto en el país.
Los proyectos se sostienen en el nombre de un coreógrafo con trayectoria y no en el trabajo de un grupo estable que se relacione creativamente dentro de una infraestructura que le permita hacer discursos artísticos sólidos y, con ello, obras de danza entrañables.
Volviendo a la obra Un viento llamado Virginia Woolf podríamos decir que el homenaje a la escritora inglesa devino en una deslucida función dancística, en la que prevaleció el caos, pero no como discurso, sino como producto de la prisa en la hechura que reflejó la puesta en escena; la cual fue presentada con poca limpieza formal. Parecía que estábamos en un ensayo y no en una función cabal. Hubo fallas técnicas desastrosas, como dejar a un bailarín sin luz durante una secuencia completa.
Los bailarines Eréndira López, María Gracia Velázquez, Casandra Solano, Sergio Villegas, Vanesa Gutiérrez, Alejandro Álvarez y Óscar Reyes se aferraban a su técnica para evitar perderse, toda vez que las carencias estructurales de la obra dejó sobre ellos el peso completo de la representación. Se notaba el esfuerzo tremendo que hacían para sacar adelanté el montaje, sin embargo, su desesperado desgaste físico no pudo llenar el vacío de una interpretación profunda, sentida, proyectada desde un entendimiento de lo que se quería decir y de una claridad de cómo decirlo.
Las imágenes sólidas que se obtuvieron en la puesta en escena se esvanecieron en la poco clara composición coreográfica. En la obra no vimos a Virginia Woolf por ningún lado, lo que más se acercó a una evocación de la literatura de la escritora inglesa fue la utilización de unos libros que se colocaron en la cabeza de una bailarina, o la bailarina misma caminando por el escenario en la obvia acción de la escritura (con una pluma y un cuaderno sobre la mano). Mientras que la música de Vivaldi –grabada y editada- parecía ir por un camino que no tenía un punto de intersección con lo dancístico.
Asistir a una función coreográfica y salir diciendo que lo más disfrutable fue la música, resulta claramente un juicio poco favorable para la danza. En esta ocasión, hay que decirlo, Vivaldi brilló como nunca.
*Fotografía: Un viento llamado Virginia Woolf, de Leticia Alvarado, con el grupo Tándem, se presentó en el Teatro de la Ciudad, en la capital del país, el 19 de septiembre/OCTAVIO NAVA/SECRETARÍA DE CULTURA DEL DISTRITO FEDERAL.