¿Literatura o didáctica?

Sep 21 • destacamos, principales, Reflexiones • 21453 Views • No hay comentarios en ¿Literatura o didáctica?

POR JAVIER MUNGUÍA

 

Repartidos en escuelas de todo México por la Secretaría de Educación Pública, los actuales libros de texto gratuito de primaria son producto de una reforma fraguada en 2008 que pretendía transformar el sistema educativo nacional bajo el modelo vasconceliano de universalidad. Si bien la SEP presumió de amplios consensos y nutrida participación de profesores, especialistas, autoridades educativas y padres de familia en la elaboración de estos libros, en una fecha tan temprana como octubre de 2009 un grupo de 200 académicos de instituciones de educación superior pidió dar marcha atrás con la reforma y afirmó que los primeros libros en los que se aplicaba estaban plagados de errores y fomentaban una educación defectuosa. Centremos nuestra atención en los libros de Español lecturas, que constituyen el primer acercamiento con la literatura para millones de alumnos de primaria en nuestro país. ¿De qué manera se reflejan en su contenido la orientación ecuménica vasconceliana y la participación amplia de docentes y especialistas?

 

A decir verdad, no es universalidad el concepto que permea en estos seis volúmenes, sino, por el contrario, el más rancio provincialismo. En primer término, en vez de abrevar de la rica tradición literaria mundial, estas selecciones se limitan a incluir una muestra del trabajo de autores mexicanos recientes. Son pocas las excepciones: una fábula de Iriarte en el libro de primer grado, una de Samaniego en el de cuarto, un poema de Santos Chocano en el de tercero y la adaptación de un cuento de Perrault en el de sexto les han parecido a los hacedores de las antologías suficiente cuota de clásicos extranjeros. En cuanto a los clásicos nacionales, solo dicen presente Juan de Dios Peza en el libro de cuarto y Manuel Acuña en el de sexto. En un país en el que los índices de lectura son tan bajos y en el cual el único contacto con lo literario para la mayoría se da en la escuela, ¿podemos darnos el lujo de excluir de los libros escolares las obras clásicas, esas que, según Italo Calvino, nunca terminan de decir lo que tienen que decir y constituyen una riqueza para el que las ha leído y amado? Si se trata, como afirma la presentación de estos libros de texto, de formar nuevos lectores, ¿por qué no acudir, sin atender nacionalidades, a aquellas obras literarias de probada relevancia, que además de seducir a los lectores, enriquecerán su bagaje?

 

En su ensayo Clásicos, niños y jóvenes (2002), la destacada escritora brasileña de literatura infantil y juvenil Ana Maria Machado afirma, luego de consignar que el primer contacto con un clásico no tiene que ser a través del original, sino que puede darse a través de adaptaciones atractivas y bien hechas, que “no hay razón para dejar de leer los clásicos desde temprano. Están a nuestra disposición, con toda la opulencia de su acervo y la generosidad de su oferta. Abstenerse de ellos por ignorancia sería una pérdida muy grande”. ¿Qué motivo válido puede ocurrírsenos para dejar fuera de los libros escolares mexicanos semejante patrimonio intelectual y emotivo?

 

El limitarse casi por completo a los autores nacionales recientes no es el único problema de estos libros. También está la promiscuidad de las selecciones. Desfilan lo mismo, y sin mayores explicaciones, un instructivo para saber cómo actuar en caso de incendio, un exhorto a cuidar el medio ambiente, un cuento, un texto informativo de astronomía, un refrán y un poema, y a menudo se confunden la naturaleza y los fines de estos géneros. Los textos se van volviendo más largos y complejos conforme avanza el grado escolar, pero su ordenamiento extraviado no varía gran cosa. Esta mezcolanza impide que se distingan bien los textos literarios de los expositivos, y que aquellos queden asociados al placer y no al deber. Además, los textos expositivos bien podrían incluirse en los libros de las materias que mejor se adecuen a su contenido. ¿No tiene la literatura la suficiente importancia como para merecer que se le dedique al menos uno de los libros de texto por grado?

 

Si los rasgos anteriores son pesados lastres para los volúmenes en cuestión, el mayor de ellos es, por mucho, la pobre concepción literaria que rezuman: la literatura no tiene mayor mérito que el ser vehículo de valores y enseñanzas prácticas. Más que elaborados por especialistas, estos libros parecen concebidos por aquellos escritores primerizos que se aventuran a escribir para pequeños convencidos con que basta dar a estos un “buen mensaje” para seducirlos. Según la SEP, uno de los fines de estos libros es “el fortalecimiento de temas de relevancia social, como educación ambiental y promoción de la salud”. Loable propósito, sin duda, pero reducir la literatura a esa tarea o valerse de la literatura para esos fines inmediatos es de una pasmosa miopía y delata un absoluto desconocimiento de los logros y alcances de la literatura escrita para niños y jóvenes.

 

La apuesta de estas lecturas escolares no es contribuir a la formación de lectores que reflexionen y se interroguen, que comprendan mejor su entorno y a sí mismos, que sean críticos, sino de futuros ciudadanos modelo, que cuiden el medio ambiente, sepan qué hacer en caso de un incendio y amen su patria. No es que los libros carezcan de textos de buen nivel. Los hay, y ya hablaremos de ellos como ejemplo de lo que podrían haber sido estas selecciones. Sin embargo, parecen accidentes en un conjunto regido por las buenas intenciones que se traducen en bodrios literarios contundentes.

 

Revisemos, por ejemplo, el trabajo de Estela Maldonado Chávez. Entre los autores que participan en los seis tomos de Español lecturas, Maldonado es la única que aparece en todos y cada uno de ellos, por lo regular con más de una colaboración. Nos enteramos por las fichas de autores de que se trata de una profesora de amplia trayectoria que además funge como revisora técnico-pedagógica de los libros de texto gratuito. Tal vez su trabajo en esa área sea notable, pero está visto que sus credenciales no la capacitan para escribir literatura valiosa y que la abundante inclusión (¿autoinclusión?) de sus escritos en estas lecturas no está justificada.

 

La mayor parte de sus textos son poemas, o al menos tienen formato de tales, en los que la literatura hace el triste papel de un par de muletas para que la didáctica se apoye y ande. Las preocupaciones de Maldonado no son estéticas, sino pragmáticas: quiere motivar a sus lectores (“si te dicen que no puedes,/demuéstrales lo que tú eres”), concienciarlos respecto del cuidado del agua (“agua clara,/cristalina,/que todos nos quita/la sed;/regalo/que se termina/si no/la cuidamos bien”) y de la naturaleza (“Desde luego no es un sueño…/es una estricta verdad./Si cuidamos la natura,/el mundo feliz será”), y fomentar el amor por su escuela (“Escuela de mis amores,/fuente de luz y alegría, cada rincón de tus patios,/¡trae recuerdos a mi vida!”). La afectación, la ingenuidad y el desconocimiento de la tradición poética parecen definir estos intentos literarios que modelarán la idea de la literatura de los alumnos y serán percibidos como modelo: no Neruda, no Vallejo, no Borges, no Paz, no Lorca, no Pessoa, no Kavafis. No la bella y sensible poesía para niños de María Baranda.

 

Una de las tendencias más irritantes de estos libros de Español lecturas es la de permitir que instituciones como el Inegi o la Profeco utilicen la literatura para promoverse y adoctrinar a los lectores. Léase como ejemplo el seudocuento “Las bicicletas”, incluido en el volumen de quinto grado y atribuido a la Profeco. Valeria y Diego reúnen sus ahorros para comprar una ingente cantidad de comida chatarra y así obtener como regalo una bicicleta. Cuando están a punto de cerrar el trato con un tendero, se aparece un superhéroe de nombre Consumán, quien les advierte que están por caer en un ardid publicitario, que se enfermarán del estómago por comer porquerías y que la bicicleta que recibirían está dañada. De inmediato los niños comprenden, dan las gracias a su salvador y agregan: “Evitaste que tiráramos nuestro dinero y que comiéramos cosas que no son sanas. ¡Ahora seremos más cuidadosos cuando queramos comprar algo…”. Como se ve, la intención del texto es grosera y la forma de exponerla, aún más. No hay desarrollo del conflicto, sino soluciones tan inmediatas, casi mágicas, como las expuestas en La Rosa de Guadalupe.

 

Habrá que aclarar aquí que no son los “mensajes positivos” el problema. Como la leída por adultos, la literatura dirigida a los pequeños no está exenta de disyuntivas morales y de tomas de postura ante ellas. Hay buenas novelas ecológicas, por ejemplo. Léanse dos novelas excluidas de estos libros: El dedo mágico, de Roald Dahl, y S. O. S. La odisea de los búhos, de Carl Hiaasen. Es claro que ambos libros están a favor del respeto por la naturaleza y los animales, de la convivencia armónica entre los distintos seres que pueblan la tierra, pero no hay énfasis torpes en el mensaje: en el centro está el designio de contar una historia de manera eficaz, y para ello se valen del humor, de una convincente caracterización de los personajes y de una trama bien construida. El mensaje se desprende de manera natural de las historias, sin necesidad de explicitarse, y nunca es el mérito mayor de las obras, sino un elemento más, y su transmisión resulta más eficaz que si estuviera en primer plano.

 

Muestra de cómo en estos libros de texto la literatura se asume como una sirvienta de la didáctica sobran: un corrido de nombre “Cuidemos el ambiente”, de Pedro Joel Carmona Rodríguez, en el libro de segundo; un relato llamado “Una gran lección”, de Aurora Consuelo Hernández Hernández, en el libro de cuarto; otro titulado “El misterioso espejo”, de Montserrat Cifuentes Mar, en el libro de quinto; y uno más llamado “Sacarina y Sacarosa”, de Carlos Ramos Burboa, en el libro de tercero. La lista podría ser larga. También gravita sobre más de estos escritos una exaltación anacrónica de los héroes nacionales, que aún se presentan como seres sin mácula, sin fisuras: revísense las hagiografías dedicadas a Pancho Villa, en el libro de primero, y Emiliano Zapata y Leona Vicario, en el libro de segundo. En “La catrina”, de Montserrat Cifuentes Mar, se aborda el difícil tema de la muerte, pero de una manera folclórica y superficial, no desde el temor a la desaparición y el desgarramiento emocional que significa la pérdida del ser querido, sino desde el estereotipo: a los mexicanos la calaca “nos pela los dientes” y la celebramos cada 2 de noviembre con “mucha festividad y abundante comida”.

 

Hay también, sin embargo, otro tipo de exponentes literarios en estos libros: aquellos que le apuestan al goce, a la sugerencia, a posibilitar la reflexión. Esos que debieron hacer sido la regla y no la excepción en las seis antologías. Quiero referirme a dos de ellos: “La recompensa de Nefru”, de Enrique Serna, y “Prohibido bailar”, de Jaime Alfonso Sandoval. En el cuento de Serna, un joven egipcio escapa de su casa durante la noche para conocer la tumba de algún faraón por dentro. En medio de su correría, se expone a un peligro impensado y, por accidente, evita que se perpetre una infamia. Su buena acción será recompensada. Es cierto que este relato elogia implícitamente la virtud y critica el vicio, pero lo hace de manera discreta por medio de una historia rica en tensión y con un final sorpresivo. Por su parte, Sandoval, armado con su buen humor habitual y a punta de hipérboles desternillantes, narra la historia de un pueblo en el que está prohibido bailar. Sin burdas interpelaciones apenas veladas dirigidas al sentido del deber del lector, el autor lo invita a reflexionar sobre el valor de la libertad, pero no reflexiona por él, y a la vez lo divierte con su ingenio.

 

Otros textos dignos de elogio: los poemas de Mijail Lamas, las calaveras de Francisco Hernández, una breve pieza teatral de Javier Malpica, un cuento de Cristina Rivera Garza, la “autobiografía veloz” de Francisco Hinojosa y algunos más. Pese a ello, estas buenas piezas no alcanzan a salvar un conjunto regido por una visión muy estrecha de la literatura para niños y jóvenes, al grado de considerar que en este rubro artístico es más importante lo que tengan que decir el Inegi o la Profeco que Kipling, Barrie, Tolkien, Twain, Nöstlinger y Bornemann, por poner algunos nombres.

 

Este desastre sostenido a base de didactismo ramplón parece más grave si recordamos los libros de lecturas de texto gratuito distribuidos en los setenta y ochenta, verdades joyas en las que un relato de Julio Cortázar alternaba con un poema de Pedro Salinas, y unos versos de Prévert lo hacían con cuentos de María Elena Walsh, Laura Devetach y Astrid Lindgren, y se sumaban historias de las mitología griega y algunos de las mejores narraciones orales mexicanas. Ante el panorama actual, no es extraño que la literatura sea para la gran mayoría de nuestros compatriotas una actividad soporífera a la que no vale la pena dedicarle tiempo, ni que la imaginación de los niños y jóvenes con inquietudes literarias a menudo parezca constreñida por la obligación de la moraleja.

 

La subestimación de los pequeños y jóvenes lectores que está implícita en los libros de lecturas actuales de la SEP no tiene ningún sentido. Como bien señalan Bransford, Brown y Cocking en La creación de ambientes de aprendizaje en la escuela, obra editada justamente por la SEP, los antiguos puntos de vista que consideraban a los niños incapaces de razonamientos complejos han sido reemplazados por evidencias de que son capaces de lograr niveles sofisticados de pensamiento y razonamiento cuando tienen el apoyo necesario para hacerlo. La visión de estos libros, en cambio, se puede resumir en unos versos del atroz poema de Juan de Dios Peza incluido en el volumen de cuarto: “Juan y Margot, dos ángeles hermanos/que embellecen mi hogar con sus cariños/, se entretienen en juegos tan humanos/que parecen personas desde niños”. Asumidos los niños como infrahumanos o larvas de humanos, no es extraño que se les ofrezcan textos literarios para minusválidos mentales.

 

Por fortuna, la literatura infantil y juvenil sí ha entendido las amplias capacidades de los niños y se ha vuelta osada temática y formalmente. Hoy, esta literatura habla de homosexualidad, transexualidad, violencia intrafamiliar, abuso sexual, divorcio y secuestro, entre otros temas peliagudos, y se vale de distintas de técnicas narrativas complejas, como planos narrativos alternados y procedimientos metaficticios, para retar y seducir a su lector. No es que estos temas y estas técnicas tengan presencia obligada en la literatura orientada en los pequeños y jóvenes, lo que no sería deseable, pero que formen parte de su corpus nos habla de su diversidad y libertad. De todo esto no se han enterado los perpetradores de las referidas antologías, que son también, por desgracia, las obras literarias con mayor difusión en el país.

 

Por si la mala selección de textos no fuera suficiente disuasivo, a ella debe sumársele la lectura rápida, una patraña que la SEP ha adoptado en sus programas y a través de la cual los alumnos acceden a los escritos antologados. Ya en 2011 afirmaba la experta en lectura Eva Jánovitz, en entrevista con La Jornada, que los niños perderían el entusiasmo por la lectura ante una medida de presión inadecuada y sin ningún sustento pedagógico. Pero quizá los mejores argumentos contra la lectura rápida los tenga el escritor y difusor cultural Juan Domingo Argüelles en su libro Escribir y leer con los niños, los adolescentes y los jóvenes (2011): “¿Más rápido es mejor? Cada género, y aun cada libro, exige su propia velocidad de lectura. En cuestión de lectura, ¿por qué tendría que ser la lentitud un defecto? (…) Leer con deleite casi nunca tiene que ver con la celeridad. La angustia de la urgencia mata casi siempre el placer de toda actividad, y aniquila incluso nuestra inteligencia emocional”.

 

En suma, los libros de Español lecturas actuales, repartidos a millones de alumnos a lo largo y ancho del país, así como sus estrategias de lectura, parecen fraguados no por especialistas, sino por personas que desconocen el área que debía ser de su competencia y, al parecer, también el amor por la propia lectura. No se extrañe nadie, pues, de que la lectura siga siendo una actividad muy minoritaria en un país que suele bailar al son premeditado que le tocan los medios audiovisuales.

 

*Fotografía:  Ilustración del cuento “Las bicicletas”, atribuido a la Profeco e incluido en el libro “Español lecturas” de quinto grado.

 

« »