Nosotros éramos los pelados

Ago 25 • Conexiones, destacamos, principales • 11240 Views • No hay comentarios en Nosotros éramos los pelados

Entre 2000 y 2001, estudiantes de la UAM Xochimilco visitaron a Huberto Batis los viernes para entrevistarlo. Efraín Salinas, uno de esos muchachos que hoy es periodista, resume esas charlas que ahora presentamos en primera persona, como las columnas de “Memorias de un editor”, publicadas en Confabulario

 

POR HUBERTO BATIS

Siempre ha existido la duda sobre si un artista nace o se hace. Miguel Ángel entró al taller de Donatello y durante muchos años pintaba como él, y de pronto empezó a poner algunas cosas propias. Entonces Donatello se enojó y le dijo que si quería ser líder pusiera su propio taller.

 

Yo quería ser escritor, pero desde que tenía 20 años mis maestros me dijeron: “tú no eres escritor-creador. Puedes ser un magnífico investigador o crítico, pero como creador no la vas a hacer. Les creí y casi me suicido. Me dieron en la madre. Por poco cambio de carrera y me dedico a la Medicina. Muchos años después, Juan García Ponce me dijo: “tú pudiste ser un gran escritor-creador, pero te llevaron por otros caminos”.

 

No me dejaron ser lo que quería. No por falta de talento, porque pude haber tenido el talento de un escritor mediocre. Me dijeron que me dedicara a enseñar o a editar, y como tal me he sentido satisfecho porque he conseguido que mis alumnos sean creadores. Los estimulo y los ayudo publicándoles para que crean en su talento… o para que no crean.

 

Roberto Vallarino, uno de mis reporteros en el unomásuno decía que yo publicaba en sábado a puros estúpidos, que lo hacía adrede para exhibirlos como idiotas. Yo no tenía esa intención. Elegía un mínimo de talento para publicarle a la gente. Los dejaba ser. Los dejaba atacar al gobierno, salir del clóset o alabar a Dios.

 

Yo eché mano también de los locos, como Fernando Nachón, como el famoso Diablo, que se llamaba Jorge R. de los Reyes, como Lulú Uruchurtu, como Guillermo Fadanelli o Miguelángel Díaz Monges. Eran alcohólicos anónimos, gente de camisa de fuerza, farmacodependientes. En una ocasión publicamos un poema que terminaba “caca, caca, caca”. Entonces los directivos del periódico me reclamaron: “¿Qué no bastaba con una caca? ¿Por qué tres?”

 

Los escritores ignorantes abundan más que los escritores cultos. Todo el mundo cree que ahora se escribe con grabadora. Entonces se van a una cárcel o con unas prostitutas, les preguntan su vida y luego eso lo medio pulen en un lenguaje pasable y se convierten en best-sellers. Irónicamente a los escritores que más he apoyado son los que menos han triunfado porque son los más serios y terminan de investigadores, maestros o editores.

 

Muchas veces ni siquiera leía los textos por temor a asustarme y no publicarlos. Yo prefería recibir después el regaño del director o el cese, que autocensurarme. Publiqué muchas cosas temblando de miedo. Pero ellos eran la literatura del submundo, de los dañados, los publiqué porque tenían talento. Me decían una y otra vez: “¿Qué necesidad tenías de exhibir a los sidosos, alcohólicos y reventados en el suplemento?” ¡Es que eran escritores! Es decir, no eran sidosos cualesquiera, incapaces de expresarse, que nada más chillan”.

 

Recuerdo a José Rafael Calva Pratt. Por un tiempo fue nuestro crítico de ópera. Radicaba en Washington y había escrito en el suplemento que los frijoles gringos enlatados Green Giant eran magníficos para combatir el sida. Desató una compra frenética en México. Recibí su última colaboración y al lado puse la noticia de su muerte y una carta de su madre. Fue terrible, pero era lo que estaba ocurriendo entre los colaboradores de sábado.

 

Procuré que el suplemento fuera un organismo vivo, que existiera espontáneamente y que fueran surgiendo las cosas, y así fue. Pero también éramos los culpables de lo sobrenatural. La sección Eros, de Rocío Barrionuevo, provocó la ira de un sacerdote que mandó una carta a sábado. Decía que había sido su culpa el terremoto del 1985. Por supuesto fue publicada: “¡Por estar hablando de esas cochinadas!” De verdad, así. “Rocío Barrionuevo, ¡maldita! Por ti Dios ha castigado a la Ciudad de México, porque leyó una columna de sábado y dijo: ‘¿Qué es esto?’ y mató a 20 mil personas”. Entonces dijimos: “este es un loco impresionante”. También decía que era cómplice de Ricardo Rocha, quien también tenía un programa en televisión donde hablaba de temas sexuales. Decía que Rocha, Rocío y todos los que trataban estas cochinadas eran los que habían atraído el flagelo divino.

 

Y si no eran las “buenas conciencias”, eran los políticos. Varias veces estuvimos al borde del despido o de la desaparición. Gustavo García escribió un artículo donde decía que en la Cineteca, en vez de pasarles películas a los críticos de cine, se las pasaban a unas burócratas nalgonas. Yo le dije: “caray, cómo hacen eso, hay que denunciarlo”. Lo publicamos y poco después llegó una carta de Manuel Bartlett, secretario de Gobernación, al director del periódico. ¿Quiénes eran esas gordas nalgonas a quienes les pasaban las películas? Paloma de la Madrid, fulanita de Bartlett, fulanita de no sé qué… ¡eran las esposas de los secretarios de Estado! Y Gustavo lo sabía perfectamente. Qué tremendo, ¿no? Becerra Acosta, director del periódico, me dijo: “no quiero que dejes entrar a ese cabrón ni al estacionamiento”. Pero me las arreglé para que siguiera publicando.

 

Nosotros éramos los pelados. No éramos ni de derecha ni de izquierda. El grupo de Paz también estaba peleado conmigo. Seguía enojado porque cuando Fernando Benítez dirigía el suplemento, una vez me habló Enrique Krauze de parte de su jefe para preguntarme quién nos dio un poema de Borges que había traído Guillermo Schavelzon en un periódico bonaerense, porque ellos ya habían pagado los derechos e iba a aparecer en el siguiente número de Vuelta. “Lo tenemos impreso, pero ustedes nos madrugaron”.

 

“¿Nosotros no tenemos los derechos?”, le pregunté a Benítez, quien me respondió: “No tenemos nada. Yo he hecho mis suplementos recortando con tijeras de aquí y de allá, sin ningún afán de lucro. No hay dinero detrás, no hay negocio. Sólo una mente mercantil como la de Krauze puede pensar en términos de regalías y derechos”. Y efectivamente, no había negocio. Nadie se ha hecho rico haciendo suplementos culturales. Paz mandó una carta inmediatamente al periódico. De ahí esa famosa caricatura de EKO, que publicamos en primera plana, donde Paz aparece como Júpiter, echando rayos, y abajo Benítez como un pirata acompañado por mí, llevando el ritmo con un tambor en el barco medio hundido.

 

Entonces Paz ordenó: “Nadie publica en sábado”. El único que se rebeló fue Juan García Ponce porque era mi amigo. Además, porque Gabriel Zaid y Enrique Krauze convencieron a Paz de que un artículo de Juan contra Mario Vargas Llosa, en donde le decía que no sabía de erotismo, iba a ofender a Vargas Llosa. Lo publiqué en sábado y Mario respondió el artículo diciendo que era una maravilla que García Ponce se ocupara de criticar sus textos. En Vuelta se dieron de frentazos.

 

Soy una dualidad: maestro, compañero de escritores jóvenes y discípulo de escritores de primer rango. Ellos me permitieron un lugar en sus publicaciones: el de crítico literario. Yo hice la primera reseña que hubo en el mundo de Cien años de soledad. No me gustó. Dije que era como del siglo XIX, anticuado, de croniquitas de pueblo y es lo que sigo pensando. Pero el mundo se encargó de contradecirme. Lo tradujeron en todos los idiomas y le dieron el Premio Nobel porque hizo una literatura que pegó en ese momento y fundó toda una corriente literaria en donde se metieron en bola un montón de escritores y se hizo un fenómeno comercial.

 

He leído desde los 10 años o sea que he leído algunos miles de libros. Hace unos años me preguntaron si tenía todos los libros de la literatura mexicana de 1950 al 2000. Querían 10 mil libros y pensé que no los iba a tener. Pero como la literatura mexicana es muy breve, como Pedro Páramo, resulta que tenía 30 mil libros de literatura mexicana de estos 50 años.

 

No fui escritor de tiempo completo y me quedé en la enseñanza y en el periodismo cultural. Eso me permitió una vida muy difícil, muy arriesgada y pobre. Mis familiares, mis mujeres y mis hijos sufrieron. Decían que abandonara esto y que me pusiera a hacer algo útil. Después de mi renuncia a la Imprenta Universitaria por la salida de Juan Vicente Melo de la Casa del Lago por presiones de Gastón García Cantú, me mandó a llamar el regente de la Ciudad de México, Ernesto P. Uruchurtu. Me preguntó: “¿qué pasa aquí?” Le conté todo lo que había sucedido y me dijo: “yo creía que eran un grupo político contrario a Barros Sierra, pero veo que son unos pendejos, porque ustedes solos se queman”. Y a mi renuncia le pusieron las “Batirrenuncias”, como el Batimóvil (porque estaba de moda Batman), y me decían: “Qué pendejo. Dejas de ser director de Publicaciones con buen sueldo por un puto”.

 

No es sino hasta que soy un viejo que me pagan bien. Me dediqué 50 años a la enseñanza. Me han dado varios reconocimientos y premios. Pero esos los deberían de dar cuando eres joven, no para preparar mausoleos o comprar un cajón de cedro. Está muy mal planeado este sistema. Si quieren tener buenos maestros deberían pagarles bien desde jóvenes y darles estímulos para tener familias normales.

 

FOTO: Batis, adelantado a su época, haciéndose una selfie en los años 70 con una cámara como la que lo acompañó por décadas. / Archivo personal Huberto Batis.

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