El humor en los tiempos del virus Delta

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En la historia de México, la caricatura política y otras expresiones satíricas se han visto amenazadas por tentaciones autoritarias que ven en la crítica un atentado. Hoy, el proyecto político autodefinido como Cuarta Transformación deja clara su intolerancia al disenso y su debilidad por el aplauso oficialista

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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
Delta es la cuarta letra del alfabeto griego y es, hasta ahora, el virus más peligroso de esta pesadilla llamada Covid-19.

 

Coincidentemente, hoy en México, al pronunciar esta palabra nos referirnos a un proyecto político que ofrecía esperanzas de cambio pero, las estadísticas lo confirman, ha resultado un retroceso, es decir, un cambio verdadero, pero hacía atrás ya que una de las características más notorias que se han gestado dentro de la llamada 4T, es el regreso del presidencialismo mexicano, que durante décadas disfrazó el sentido democrático de autoridad, con el autoritarismo absolutista.

 

Cuando Vargas Llosa habló de la dictadura perfecta, no destacó el presidencialismo como característico de esa concepción donde el presidente es todo poderoso, infalible, perfecto y encarnaba una suerte de caudillo sexenal y nadie podía criticar o cuestionar, ni sus allegados, mucho menos sus críticos.

 

Durante décadas, el periodismo tuvo vetada la crítica al presidente en turno; la caricatura, como parte de la prensa, mantuvo ese veto. Difícilmente se encuentran cartones críticos de los presidentes de México durante varias décadas del siglo XX. Incluso, el humor político desapareció de la prensa cotidiana, al contrario de la segunda mitad del siglo XIX y durante la Revolución. Juárez, Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz y Madero, fueron caricaturizados en cantidades superiores a estos años que vivimos.

 

Para revisar los tiempos actuales, vale la pena recordar la historia de un caricaturista militante: Santiago Hernández, a quien considero el mejor caricaturista de nuestra historia, liberal y juarista convencido, defendió a los reformistas no sólo con la caricatura, también con las armas al convertirse en guerrillero durante la invasión francesa. Hay que decir que su militancia no le impidió criticar a un presidente engolosinado con el poder, como lo fue don Benito. No le bastó soñar con ese gobierno para ver que no era lo que creía y lo cuestionó como muchos otros caricaturistas de su época y entendió que había que hacerlo y no comportarse de manera sumisa ni convencerse de que, aunque no lo entendía, Juárez siempre tenía razón. Santiago Hernández, es el mejor ejemplo de que uno debe tener dignidad, convicción y profesionalismo sin importar la simpatía que le tenía a Juárez. (Hace unos días leí que Alarcón, un monero contemporáneo, escribió: el caricaturista sólo agacha la cabeza cuando dibuja).

 

Armando Bartra, en su ensayo La tijera nacional. Airados, frívolos e inclemente, señala: “La caricatura, lo dice Michel Melof, es subversiva por naturaleza; es desmesura y exceso; es virulencia inmisericorde y crueldad; es, como decimos por acá, chimiscolera, leperuna, argüendera y salidora; es, pues, básicamente iconoclasta, desacralizadora y destructiva; es, por esencia, una gráfica de oposición. Y si la crítica a las torpezas de Santa Anna, al imperialismo de Maximiliano, al autoritarismo de Juárez y Lerdo, a la represión porfirista y a la imperfecta dictadura del PRI, nos parecen políticamente más correctas que la crítica a las debilidades de Madero, excluyamos a la generación de Multicolor y El Ahuizote de la corriente progresista y revolucionaria de nuestra historia, pero no la excluyamos de la saga de nuestra caricatura contestataria. Y no debemos hacerlo, entre otras cosas, porque dejaríamos fuera una de las series más brillantes y plásticamente revolucionarias se nuestra gráfica satírica; la que forman las crueles caricaturas que José Clemente Orozco dedicó al vituperio de Pancho el corto”.

 

El humor siempre ha sido perseguido pues es, en esencia, cuestionar al poder. Brozo, el personaje que ha sacado canas verdes al presidente AMLO, ha dicho que “al poder no se le aplaude, se le revisa”. Pero el poder, siempre solemne y sordo, persigue, acosa, repele y rechaza a quienes le cuestionan.

 

La dictadura perfecta, que ahora se encuentra en proceso de recomposición, carece de humor, aunque asume la burla al contrario con cinismo y desdén.

 

Con el nacimiento del PNR, el bisabuelo de MORENA, en 1929, el humor político inició una evaporación: Plutarco Elías Calles, cacique fundador de esta primera transformación, confiscó publicaciones como El Turco, y persiguió cualquier crítica a su maximato.

 

Revistas de gran calidad estética, como Fantoche, prácticamente omite cartones presidenciales (a lo más que llegó, fue hacer retratos caricaturizados de los presidentes Pascual Ortiz Rubio o de Emilio Portes Gil).

 

Durante esas décadas el presidente se convirtió en el gran intocable. Cabe decir que, aunque nunca se aplaudió de manera burda, hay ejemplos de cartones que rayaban en la ignominia.

 

Mercurio López rescató de la revista Ambiente, un cartón llamado “Caricaturistas en conflicto”, donde Freyre, entre sus colegas se pregunta: “¡Verdad que es una lástima que Adolfo López Mateos sea tan fotogénico?”

 

Otro ejemplo sucedió durante la campaña electoral de Miguel Alemán donde el joven Abel Quezada presenta cuatro cuadros: en el segundo, un peluquero le corta la oreja al cliente; en el tercero le reclama y el peluquero se justifica diciendo que está pensando en las elecciones del 7 de julio y en el cuatro, remata, “y quiero votar por el licenciado Miguel Alemán”, a lo que el parroquiano responde, entusiasta: “eso si es una buena disculpa. Yo también votaré por el licenciado Alemán. ¡Corte la otra oreja para emparejar!”

 

Los chistes y el humor sólo sobrevivían en las calles, en las pulquerías, cafés, cantinas y en las carpas de barrio a través de chistes o hasta de albures. Tres ejemplos:
1. ¿Te gustan los deportes? Si. ¿Los de
Portes Gil?
2. Ávila Camacho fue presidente porque lo reconoció Delano Roosevelt.
3. Durante el campeonato mundial de futbol de 1958, México perdió frente al País de Gales. Más tarde, un asistente de la esposa de Ruiz Cortines le comentó: “Señora, perdimos con Gales”. “No te apures, le llamo a Adolfo al rato y los recuperamos”, respondió.

 

Personajes como el Panzón Soto, en los años veinte, contaba chistes apoyado por el propio presidente Obregón, quien sí tenía un gran sentido del humor; después Palillo se convirtió en el gran personaje que desde la carpa lanzaba dardos al poder y ahí se mantuvo muchos años, inventando, repitiendo y reciclando chistes que la genialidad mexicana creaba. Su Adiós a López por pillo fue una de sus últimas obras.

 

La radio, el cine y las revistas eran ajenas al humor político, mientras que las publicaciones marginaban cualquier crítica al presidente.

 

En los orígenes de la TV, Héctor Lechuga y Chucho Salinas realizaban tímidas observaciones al poder, con personajes como Juan Derecho, y cada que se iba a realizar una denuncia, el comentarista decía “no diga nombres, no diga nombres”.

 

De cualquier manera, la mano dura se dio de abrupta manera cuando Manuel el Loco Valdés se refirió al presidente Juárez como “don Bomberito” y que le costó la expulsión, ipso facto, de la televisión mexicana. La investidura y el respeto al presidente era fundamentales y parte del control político.

 

Tampoco la revistas de humor circulaban tan profusamente como en otras épocas aparentemente más represivas, como el Porfiriato, donde existieron más de veinte publicaciones; durante el proceso de la segunda transformación (PRM) y tercera transformación (PRI) el humor político en revistas era escaso y, cuando había, trataba de chistes blancos, de crítica social y si se mencionaba una causa política, nunca se hablaba del presidente: los culpables eran otros.

 

En Don Timorato, la gran revista de los años cuarenta-cincuenta, es imposible encontrar un cartón criticando al presidente o al candidato oficial. De hecho, cuando se pretende utilizar la revista para apoyar la candidatura de Miguel Alemán, se da una desbandada y los grandes maestros del humor gráfico abandonan la revista; otras publicaciones, como Presente, fueron creadas para denostar y aplastar a la oposición.

 

En los años sesenta, Vadillo y Rius empezaron a desacralizar la figura presidencial y eso les costó el ostracismo; en el caso de Vadillo, de quien hoy poca gente se acuerda, y el despido incesante de Rius de varias publicaciones (hasta que encontró en la historieta una veta que no sólo le permitió sobrevivir a la caricatura diaria, le dio un prestigio y una fama con la que gozó toda su vida).

 

Todavía, en noviembre de 1968, en La Garrapata. El azote de los bueyes, la última gran revista de humor que ha existido en México, en su presentación, el editor Guillermo Mendizábal Lizalde publica una carta abierta dirigida al presidente Gustavo Díaz Ordaz, donde comienza afirmando la existencia de la libertad de prensa pero, dice, “algunos funcionarios de baja jerarquía de su gobierno pretenden hacerle a usted un flaco servicio amedrentando de diferentes maneras a impresores, distribuidores y editores”. En otra parte dice: “tenemos la certeza de que usted ignora, por razones de su elevado cargo, las presiones que algunos editores sufrimos”.

 

El discurso del presidencialismo es más que obvio, de hecho, prácticamente no aparece ninguna caricatura del presidente en toda la primera época de la revista; sin embargo, en el penúltimo número, lanzan un ejemplar que habría de ser la señal del cambio que vendría al dedicarle el número a los precandidatos a la presidencia, Luis Echeverría y Emilio Martínez Manatou, en donde ambos aparecen caricaturizados en la portada y la característica es que la silla les queda grande.

 

No se puede desligar el humor de la situación política. Con gobiernos autoritarios, donde la caricatura es vetada, el chiste brota como hongos en la lluvia y corre de boca en boca. Es una descarga inevitable, como los sueños, en donde se evade la realidad o se le otorga una intencionalidad. Ya Freud escribía acerca de esas similitudes. Ello explica por qué el humor prohibido es una necesidad y se expresa a pesar de la represión.

 

En regímenes autoritarios, que prohíben la caricatura, florece el chiste y trasciende (y se recicla), cuando rompe con la época o que queda ahí para ser explicado por la propia historia. (Por ejemplo, cuando ocurre un atentado al presidente Pascual Ortiz Rubio, al preguntar quién fue la respuesta era: Cállese la boca, pórtese bien y el martes santo lo sabrá. (Se refiere a cuatro personajes del poder: Calles/Portes Gil/Marte R. Gómez/Gonzalo N. Santos).

 

 

El autoritarismo presidencial mexicano comenzó a quebrarse en 1968 y una década después, la reforma política gestó el reconocimiento, ¡al fin!, de que somos un país con una diversidad que tenía que expresarse y abrirse, a pesar del autoritarismo ortodoxo priista.

 

Durante la siguiente década nacieron nuevas publicaciones y la propia prensa histórica impulsó nuevas miradas. El Universal, por ejemplo, desde 1972 contó con los dos más importantes caricaturistas del último medio siglo (Naranjo y Helioflores), mientras que los nuevos diarios que emergieron, en la siguiente década, abrieron espacios de crítica como no había sucedido en las décadas anteriores. Unomásuno, después La Jornada, El Financiero, Reforma, Milenio, etc., se sumaron a la fiesta democrática con nuevas y saludables críticas, ocultas hasta entonces, y los caricaturistas mostraron una presencia inusitada y una calidad que no se veía en décadas.

 

No se trataba de un complot, ni de campañas de descrédito para desestabilizar a esos gobiernos, como mencionan los personeros que defiende la 4T, sino de la necesidad de criticar al poder autoritario, de mostrar la diversidad, de intentar corregir los errores cometidos.

 

La caricatura mexicana fue un aguijón en este proceso; sin su crítica al gobierno, al presidencialismo autoritario no se hubiera desquebrajado. De ahí la importancia de no quedar callados como momias, ante los errores de quienes están en el poder y de sus otros datos.

 

El siglo XXI nos despertó con una alternancia presidencial y una crítica feroz, como nunca al presidente Vicente Fox. La televisión, hasta entonces callada y sumisa, mostró un rostro desconocido con el programa El privilegio de mandar, donde se parodiaba al presidente, su gabinete y, lo insólito, a su esposa, Martha Sahagún, quien era ridiculizada semana a semana. Lo inédito de esta situación es que nunca se supo de censura ni lloriqueo de parte del presidente Fox o de sus funcionarios.

 

Los siguientes dos presidentes, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, debieron aguantar el cuestionamiento, pues los caricaturistas se despacharon con la cuchara grande. Curiosamente, ningún presidente ha sido tan quejumbroso como AMLO, quien se siente víctima del pecado… neoliberal, a pesar de estar muy lejos, de la caricatura y chistes generados a los anteriores presidentes.
A finales del siglo XX parecieron renacer las revistas de caricatura, con publicaciones como El Chahuistle, El Chamuco, Lapiztola o Chocarrero. Hoy, en 2021, sólo sobrevive El Chamuco pero la diferencia entre su crítica al poder presidencial es abismal, como veremos más adelante.

 

“¿Por qué voy a criticar a un gobierno con el que estoy de acuerdo?”, esta frase, pronunciada por el artista Antonio Helguera, quien lamentablemente falleció hace unos meses, retrata una concepción, más política que estética, que ha sido expresión y bandera de un grupo de artistas al que pertenecía Helguera, y ha quedado plasmada en diversas publicaciones, así como en los programas que transmite la televisión pública, Canal 22.

 

Nunca en la historia de México fue tan notoria esta relación pública entre el poder presidencial y un grupo de artistas gráficos, ni mucho menos el beneplácito del presidente mexicano, que en sus “Mañaneras” ha dado muestra de gratitud ante ese apoyo al que, agradecido, los recibe a comer en Palacio, como a los viejos ideólogos, consejeros y a los bufones de príncipes y reyes. (Sólo Porfirio Díaz premió a uno de sus incondicionales, José María Villasana, un caricaturista xalapeño, a quien el dictador nombró diputado por Chiapas en agradecimiento por su apoyo durante varias décadas).

 

Leer la frase de Helguera evoca el discurso de David Alfaro Siqueiros, en 1945, cuando pronunció la sentencia “No hay más ruta que la nuestra”, una expresión que denotaba una visión absolutista y de no injerencia de otra mirada, que omitía la diversidad del mundo (y por ende, del arte) y su pluralismo; o el discurso castrista “dentro de la revolución, todo, fuera de la revolución, nada”.
La caricatura en estos tiempo de la llamada 4T, o del Covid Delta, se debate entre la mirada al pasado (hay que decir que es la visión del presidente) y el cuestionamiento al presente. La nostalgia del pasado la asumen como dijo el vocero oficial, “una demagogia sin adjetivos”.

 

Tras varias décadas de que los caricaturistas y la sociedad, ejercieran una lucha por la democratización y en contra del presidencialismo autoritario y del partido único; pareciera que hay una añoranza, esa sí, por el regreso del peor PRI de nuestra historia, ese que ejercía la política de aplastar al contrincante, de no permitir, siquiera, que el presidente fuera cuestionado.

 

Basta ver un ejemplo sencillo: si uno revisa las portadas, hasta antes de 2018, de la revista El Chamuco (la única revista de humor que existe hoy y que no sólo sobrevive a la crisis, sino que se ha convertido en una publicación todopoderosa que cuenta con la publicación en papel, en formato digital, en línea, con un programa de televisión y una fuerte campaña a favor de las acciones del gobierno), se encontrará que más del 70% de ellas son dedicadas criticar al presidente en turno (no sin razón, diría yo). Sin embargo, en relación a 2018- 2021, sucede un fenómeno curioso: buena parte de las portadas están dedicadas a criticar a los presidentes… de otros sexenios. Pareciera que viven en otras épocas y que al actual mandatario no se le toca. (De hecho, en una entrevista publicada en El Universal, al preguntarle a Rafael Barajas (miembro de la nomenclatura de MORENA) ¿Qué le critica al presidente? “Está en mis caricaturas, en mi trabajo. Abrimos debates, yo sigo haciendo círculos de estudio, ahí discutimos hablamos abiertamente de todo. Déjame hacer las críticas cuando yo quiera”.

 

Del número 408 al 418, ninguna portada tocó, ni de lejos, al presidente de la república; la mayoría eran caricaturas contra los opositores o contra los expresidentes, especialmente Felipe Calderón pero, curiosamente, casi nunca a Enrique Peña Nieto; hubo dedicadas al general Cienfuegos o a Genaro García Luna. Es decir, la nostalgia del pasado o la evasión del presente.

 

En el Chamuco-TV, que transmite la televisión pública, en el 99% de los casos sus invitados suelen ser militantes o simpatizantes del partido oficial, sólo en una ocasión invitaron a Paco Calderón, un humorista gráfico que el presidente solía calificar “de derecha” y quien en el programa les dijo, ante sus caritas de asombro: “Este señor que, por cierto, de todos los que están aquí, es el único al que no lo ridiculizan, no lo ponen como loco, no lo ponen con pantalones de brinca charcos, no lo ponen como bebé, es un niño agradable o es apenas un retrato que se asoma”. (En la escenografía del programa aparecen puros “malosos”, sólo un personaje noble y “perfecto”, un muñequito dibujado por José (García) Hernández y que se ha convertido en el ícono al que adoran, literal, miles de mexicanos).

 

Me he referido a la revista El Chamuco pues, como mencioné, es la única revista de humor y caricatura que existe actualmente.

 

Pero hay que señalar que esta época de la Delta ha visto madurar a una generación de caricaturistas que han provocado la molestia al poder, es decir, ha logrado incomodar y generar una crítica constante y, de alguna manera, han socavado el presidencialismo o por lo menos han mostrado que el humor sobrevive. Autores como Alarcón, Garcí, Chavo del Toro, Paco Baca, Rictus, Nerilicón, Qucho o Pacasso, entre otros, además de quienes mantienen vigente su visión desde hace décadas, como Magú o Paco Calderón.

 

Pero la caricatura en la prensa no es sólo uno de los referentes del humor. Desde hace unos años se observa una nueva tendencia humorística tan vertiginosa y, por ende, frágil y efímera: el meme.
En el texto “¿Qué son los memes? Breve historia de los reyes del humor en internet”, Alberto Payo señala que la palabra “proviene de la grafía mimeme, que a su vez está constituida por la raíz mim (de mímica o mímesis) y el sufijo eme (en castellano ema, referente a una unidad en la estructura del lenguaje) y que puede traducirse como “aquello que es imitado”.

 

El meme, como todos los conceptos contemporáneos, es efímero, a veces bastan unas horas para que desaparezca; a diferencia de la caricatura, que suele tener autor y una calidad estética, el meme es anónimo y, aunque existen algunos de gran calidad, la mayoría son muy burdos y no pasa mucho tiempo para que desaparezcan como llegaron.

 

Como una suerte de Fuenteovejuna, se han convertido en una poderosa arma a pesar de lo efímero, y cuando dan en el blanco provocan un gran malestar, sobre todo por la impunidad con la que se muestran en este novedoso mundo digital.

 

Difícilmente pueden compararse con la caricatura, pero sí tienen rasgos de humor, muchas veces ácido, otras veces insignificante y otras, ninguna trascendencia.

 

Otra fuente de humor, magistral, por cierto, son los sketches de comediantes en las redes, capaces de trastocar a políticos inseguros y autoritarios, como sucedió, hace unos meses, en Monterrey, cuando el comediante Marco Polo parodió a la candidata Clara Luz, de MORENA, el partido oficial, quien lo demandó por “violencia de género”.

 

Otro humorista genial es @champsanchez, quien destaca por su acidez, desde las mismas entrañas del poder imperial. Sus montajes son de una gran calidad y su presencia actoral destaca por su gran talento. El tercer ejemplo es de Carlos Chavira, sus parodias son extraordinarias, la imitación que hace del presidente es excepcional. Es muy recomendable cuando AMLO pide a dios que se disculpe por extinguir a los dinosaurios mexicanos.

 

El fenómeno del chiste político público también ha desaparecido pues la respuesta masiva de granjas de boots o de simpatizantes seducidos por el poder, en cuanto se enteran de una crítica, estas hordas se lanzan a aplastar al contador de tal osadía. Un ejemplo atroz ocurrió hace unos meses cuando el “Costeño”, un cómico de TV, recicló un chiste dedicado al presidente Echeverría y se lo aplicó a AMLO. La respuesta fue tan ruda que, incluso, tuvo amenazas de muerte. Eso provocó, sin duda, que los contadores de chistes se comporten como en las viejas épocas cuando, vuelvo a Palillo, portaban un amparo para no ser detenido por contar un “inocente chiste” que molestaba e incomodaba a los hombres del poder.

 

La disyuntiva en nuestro país es clara: o nos disciplinamos o cuestionamos la cuarta; nos reímos o quedamos dañados por otras décadas más; nos vacunamos contra el autoritarismo o seguimos padeciendo al virus de la cuarta; del DELTA hasta que, como Sísifo, volvamos a empezar de nuevo a cargar la pesada piedra del autoritarismo, y cuando llegamos, de nuevo a la utopía de a la democratización, el dedo del señor nos derrumba y tenemos que volver a empezar. O sea, tengan su 4T, para que aprendan la lección.

 

El humor está en el aire. No es una pompa de jabón, es una dura loza que hay que sostener, pues aunque la risa no derrumba gobiernos, si los retrata, los ridiculiza, los muestra tal cual son, y ellos, esos hombres poderosos cuyos aduladores dicen que son como dioses, al mirar una caricatura se encuentran con la realidad, tal como la fábula del traje del emperador. Esa es la labor del humor: desnudar, develar, revisar, cuestionar, quitar el falso oropel y mostrar que, nosotros, también, podemos tener otros datos.

 

FOTO: “Burbujas”, cartón de Paco Baca publicado en El Gráfico en agosto de 2021, en vísperas del tercer informe presidencial de López Obrador./El Universal

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