I Puritani en Bellas Artes

Jun 4 • Miradas, Música • 2704 Views • No hay comentarios en I Puritani en Bellas Artes

POR IVÁN MARTÍNEZ

 

Es probable que el año 2016, para una Ópera de Bellas Artes sin presupuesto pero más importante, sin planificación, haya concluido ya la semana pasada con la temporada que se presentó de la ópera I Puritani (Los Puritanos), de Vincenzo Bellini, en el Palacio de Bellas Artes, con la presencia, musicalmente avasalladora, del tenor Javier Camarena en el elenco, y con el debut en este recinto del director de escena Ragnar Conde.

 

Enorme reto para ambos: proponer un diseño acorde a la estatura vocal del primero, y, para éste, presentar el mismo nivel técnico en un papel un tanto más pesado vocal y dramáticamente que los roles que le han brindado tanto éxito en algunos de los principales teatros del mundo.

 

Presencié la tercera función, la del jueves 26 de mayo; segunda del tenor xalapeño (o segunda y media, si se toma en cuenta que hubo de entrar al quite ante la imposibilidad del alternante en la segunda para concluirla).

 

No hay manera de no sumarse a la alabanza general hacia el tenor. Su paleta de recursos vocales resultó suficiente para tomar vocalmente el papel de Lord Arturo Talbot en el nivel técnico por el que suele elogiársele. Su voz se ha escuchado sólida y su fraseo consistente y amplio. Y aunque puede concederse a sus críticos que no sea el mejor actor o que su voz se haya escuchado con menos peso que el ideal, sobre todo en momentos del final del tercer acto cuando se transmitió un dejo de cansancio (y un imperceptible “gallo”), son minucias que, como soltaron varios miembros de la orquesta en pasillos y redes sociales, no importan cuando el puro canto transmite el drama, la odisea de su personaje: “Durante tres funciones y media nos tuvo al borde del amor y del quebrando con su interpretación. Y eso que ni siquiera lo veíamos desde el foso. Guardé la compostura porque había que seguir tocando”, soltó la flautista Alethia Lozano, y poco más hay que decir acerca de él.

 

A Camarena le acompañaron en el elenco tres reconocidos cantantes de diferente nivel de trayectoria, de quienes, me atrevo a generalizar, todos cuantos presenciamos alguna de las funciones, esperábamos otro resultado. La sorpresa la ofreció la soprano Leticia de Altamirano, como Elvira, de quien se llegó a decir que escucharíamos un resultado indigno. Para nada fue así: su voz ha crecido, es más sólida y su canto más completo, con mayores posibilidades musicales que cuando se le escucharon en este mismo teatro papeles protagónicos en La Traviata o La hija del regimiento. No cabrían cuestionamientos ahora estilísticos, si acaso un par de pasajes de dudosas fiorituras, olvidados luego con fraseos elegantes. Hay que decir, sin embargo, que no siempre una sorpresa positiva es suficiente: que se haya superado a sí misma no quiere decir que estuviera al nivel de su pareja dramática. Dos yerros obvios: la proyección de su voz y la dificultad del regista Ragnar Conde por hacerla actuar, más allá de las escenas de inocencia (actuadas con simpleza), las de locura dejaron mucho qué desear.

 

Por su parte, el bajo Rosendo Flores, como Sir Giorgio Valton, fue escuchado con solvencia menor a la conocida, no sólo en potencia sino en musicalidad, con fraseos cortos, de poca firmeza, y una presencia escénica incómoda y estática. Mientras que Armando Piña, conocido barítono entre las generaciones más jóvenes y próximo a debutar en el Festival de Salzburgo, se sintió inmaduro no sólo en presencia en su papel de Riccardo Forth, sino también vocalmente forzado; me atrevo a decir, para este función, ya cansado.

 

Entre los secundarios, hay que destacar para el registro a la mezzosoprano Isabel Stüber Malagamba, becaria del Estudio de la Ópera de Bellas Artes, como Enrichetta de Francia, en su escasa presencia durante el primer acto; de resultado mejor que el sonido producido por el Coro del Teatro, esta vez dirigido por Christian Gohmer, de emisión heterogénea y descontrolada.

 

Desde el foso, Srba Dinic no ha brindado tampoco la mejor de sus actuaciones. Si bien ha seguido con corrección a sus cantantes, cuidando siempre de no tapar incluso a quienes su poca proyección no ayuda, pudo pecar de tempi lentos en algunos pasajes y sobre todo, tema del que este reseñista esperaba mucho, de no ofrecer una lectura más rica a la que quizá sea la partitura orquestal más vasta de Bellini.

 

Quizá no haya sido la mejor ocasión que tuvo Ragnar Conde de debutar en este recinto. No sólo tuvo pocas oportunidades de resaltar el trabajo actoral de sus personajes principales, la estorbosa e inmutable escenografía de Luis Manuel Aguilar, representada por las ruinas de un castillo que más parecía un viejo cementerio de elefantes, le permitieron muy poco a su trazo, choques entre escenas y choques incoherentes entre la masa coral. Sin hablar del desastre de iluminación diseñada por Carlos Arce, desenfocando personajes en sus momentos de brillo vocal o trayendo colores más propios de una discoteca, o de la peluquería, toda mal colocada, de Gabriel Ancira; elementos que poco o nada ayudaron a Conde en su lectura de un drama que merecía la mejor puesta.

 

*FOTO: La ópera I Puritani, pieza clásica en el repertorio de Vincenzo Bellini, contó con la participación de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes/ Cortesía INBA.

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