La vida como explosión de vacíos
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Casas vacías, de Brenda Navarro, y Chernóbil, de Iliana Olmedo, son dos novelas caracterizadas por su frescura, en torno a la vida familiar en el México contemporáneo
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POR ETHEL KRAUZE
El panorama no puede ser más desolador. Por donde quiera que uno mire, el mundo tiene una mueca de espanto y de tristeza incapaz de maquillar con buenos deseos y esperanzas de bolsillo. En casa, los padres no funcionan como padres, apenas sobreviven para sí mismos fugándose del caos que los persigue; los hijos deambulan entre los las moronas de cariño que creen haber atrapado en alguna palabra, en alguna mirada que apenas recuerdan.
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En la escuela hay un cúmulo de soledades que sólo se comparten en forma de burlas, castigos y deberes. La calle es un desierto de almas y un conglomerado de cuerpos que viajan de un lado a otro sin solución de continuidad. El trabajo es el espacio del hastío que se paga como impuesto por haber nacido.
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Las noticias sólo son espejo de esta realidad. Y la multiplican a lo largo y a lo ancho. Para que a nadie le quepa la duda de lo que es el mundo. Los proyectos se convierten en fracasos. Las ilusiones se quiebran como vajilla de porcelana, eran hermosos mientras sólo adornaban las vitrinas del pensamiento, pero no sirven para servir la sopa de la cotidianidad. Los ideales se transforman en botín para el enemigo, la confianza es signo de debilidad y la mentira es el mejor instrumento para la negociación.
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No, esto no está sacado de las novelas que comento. Está “metido” en ellas, es el barro de la realidad con el que se han edificado, y por eso resulta aún más sobrecogedor. Sus autoras son muy jóvenes y en ambos casos es su primera novela publicada. Son el México de hoy. El mundo de hoy en su mirada primordial, aquella terrible mirada inocente del que contempla sin escándalo las cosas, sin prejuicio, sin experiencia previa, sin adjetivos grandilocuentes, sin cátedra, sin oratoria. Los ojos casi niños que lo expresan todo sin necesidad de argumentos.
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Casas vacías, de Brenda Navarro, aparece en formato electrónico en Kaja Negra Ediciones, 2018. Es un texto a dos voces que confluyen en un mismo acontecimiento, atroz por su desenlace, pero más atroz porque era perfectamente evitable. Si no fuera por la realidad. La realidad del mundo, éste, que está afuera, y que irrumpe sin permiso en el talento de la escritora para conducirla a escribir una historia impecable, irremediable y perturbadora de dos personajes cuya intimidad habita en alguno de los secretos de todos nosotros.
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El centro de la historia es un hijo que se tiene y que no se tiene, que se pierde y que se arrebata, que se rechaza y que se extraña, el que se pare y el que se mata. Pero el verdadero magma está en la interioridad de las dos mujeres por las que transitan las contradicciones y los impulsos que sólo la obra literaria es capaz de poner en palabras. Las casas vacías están llenas de palabras no dichas. Pero la autora las ha recogido y aquí las enlaza para sus lectores.
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Chernóbil, de Iliana Olmedo, publicada por Siglo XXI como el 15º Premio Internacional de Narrativa, en 2018, es una historia construida barajando cartas y soltándolas al vuelo para que cada una encuentre su posición en la dislocada vida de su protagonista. Trenzando páginas de diario, la narradora, en una sola voz creciente y decreciente entre sus años escolares, los viajes adolescentes y el encuentro con la profesión de fotógrafa, parte de la explosión del reactor nuclear en Chernóbil, en 1986, como la gran alegoría de su propia vida.
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Acompañándola, los lectores terminamos preguntándonos si no es también una alegoría de la historia de nuestro país, y más aún, si no lo es de la historia de nuestras familias. Padres que desaparecen, madres que se desmoronan. Abuelos que abusan, hermanos que sucumben. Familias cuyos secretos explotan y deben ser cubiertos con un sarcófago para contener la radiación que habrá de durar por lo menos 24 mil años más.
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La autora sigue la mirada y el tono de cada uno de los tiempos en los cuales su personaje se desdobla. Así nos asomamos desde varios frentes a la misma realidad. Con la pesadilla y la esperanza de la niña, la impaciencia y el resentimiento de la adolescente, la sensación de fracaso de la joven, la indiferencia vacía y desconcertante de la mujer que queda.
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El mundo pues, nos dicen las jóvenes que escriben, no es otra cosa sino esto. Abramos los ojos. Aprendamos a enfrentarlo como ellas lo han hecho. Sus textos, a pesar de ello, no son sombríos, están plenos de frescura, como el agua transparente que no juzga aquello que refleja. Está ahí, para que abrevemos en ella. Como manantial en un desierto. La vida puede ser una explosión de vacíos. Pero la literatura permite llenarlos de sentido. Por eso alimenta y redime. Por eso la realidad se vuelve tolerable y, acaso, comprensible. Por eso, hay que seguir leyendo y escribiendo.
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Pensemos, las generaciones que las anteceden, nuestro papel en esta realidad, nuestro protagonismo en sus historias. Tratemos de construirnos algunas respuestas que enderecen el rumbo para todos.
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FOTO: Chernóbil, Iliana Olmedo, UNAM-Siglo XXI-Solsin, 2018, 178 pp. / Casas vacías, Brenda Navarro, Kaja Negra, Edición digital disponible en este link.
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