La ilustración en la memoria mexicana
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La historia de la ilustración de libros infantiles y juveniles ha sido un largo camino hacia la profesionalización de un gremio que ha reflejado la pluralidad y diversidad mexicanas a través de la imagen. Hoy enfrenta nuevos retos, como la aplicación de proyectos nacionales, desde los ámbitos estatal y social, que permitan un mayor ejercicio del trabajo intelectual y creativo
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POR REBECA CERDA
En este libro se presenta una retrospectiva de la ilustración de libros infantiles y juveniles: Las imágenes cuentan en los libros infantiles mexicanos. Puede parecer que el nombre se debe a la asociación casi natural que guarda la idea social de reunir a un niño con el placer de escuchar un cuento. Sin embargo, esa vinculación puede ser sólo el principio. ¿Por qué cuentan? ¿Cómo cuentan? ¿Para quiénes cuentan? ¿Cuándo cuentan? ¿Quiénes cuentan? Son preguntas básicas. El título tiene implicaciones más complejas y es preciso exponerlas para dar una visión más amplia y provocar la valoración del arte de la ilustración editorial así como reconocer la necesidad de su estudio y conservación.
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Hoy la ilustración ha encontrado en la literatura infantil y juvenil (LIJ) un espacio de experimentación artístico y comunicativo que se proyecta más allá de sus lectores naturales. Y a pesar de que la clasificación “para niños y jóvenes” nos sugiere que están destinados por su forma y contenido a un cierto tipo de lectores, en las últimas décadas públicos de muy diversas edades los disfrutan y aprecian, se han acercado a ellos porque les presentan nuevas propuestas visuales y literarias.
Es más evidente, también, valorar la capacidad que tiene la ilustración en un libro para narrar una historia como efecto de la extraordinaria fuerza y preponderancia que en las sociedades mediáticas adquiere el lenguaje gráfico, y su protagonismo para ser consideradas objetos de arte a través de los cuales se estampa la imaginación creadora de los artistas.
¿Por qué cuentan las imágenes? Mirar la ilustración en un libro implica una experiencia estética: la capacidad de comprender lo que se narra a través de los colores, la luz y la sombra; valorar las formas que se logran con líneas, composición y tonos; apreciar características de los personajes, los ambientes. También es responder a una incógnita, a un reto que plantea la ilustración; actitud de inquietud y búsqueda que empuja al lector a estar abierto a la imagen en sí y al asombro de las sensaciones y sentimientos que ésta le genera; se necesita mirar no sólo lo que presenta, sino todo lo que representa por sí misma, el cómo y el qué. Howard Gardner, investigador de la Universidad de Harvard, enfatiza que el poder y la fascinación del arte —en este caso el de la ilustración— residen precisamente en que el individuo participa en dos planos, el sensomotor y el simbólico. Al ver una ilustración se despiertan, en quien observa, sensaciones y evocaciones que ponen en marcha los pensamientos y experiencias adquiridas. No obstante, y contrariamente a lo que pudiera parecer a priori, la interpretación de una imagen está sujeta a convencionalismos que deben ser aprendidos para poder apreciar su significado. El lector, cualquiera que sea su edad, necesita aprender a mirar para lograr la comprensión e interpretación. La imagen aclara un tema, es una idea para ejemplificarlo mejor, para ampliar su significado, para extender su comprensión más allá de la palabra misma.
Por otro lado, la obra artística que llamamos ilustración en los libros infantiles y juveniles se concibe y se crea para el placer tanto de los lectores, como de su creador. Los observadores viven en una época determinada y están rodeados de una realidad cultural y social precisa que cambia constantemente y afecta su forma de mirar; a la par de este vaivén histórico, las ilustraciones sumergen al lector en un proceso de incorporación, a una intencionalidad que responde a demandas sociales y culturales definidas. Así, la lectura de la ilustración dependerá, entre otros puntos, de la asimilación por medio del lenguaje cultural de la imagen. La ilustración es capaz de contar, de narrar porque es vehículo cultural de la memoria.
¿Cómo cuentan las imágenes?, los ilustradores lo logran al conmover, cautivar, expresar y transmitir ideas a través de su estilo propio, con la forma individual de expresarlo. El artista que crea ilustraciones para un libro es un autor que produce un mundo susceptible de ser interpretado por cada lector que mira la obra. Su trabajo es una práctica específica que inicia a partir de una historia; él no crea en el vacío, elabora una interpretación artística sobre una estructura narrativa que le es absolutamente propia con su técnica, experiencia, visión y sentimientos.
Las propuestas gráficas que se muestran en los libros infantiles son muy diversas, porque el ilustrador obtiene su información al observar la conducta de la naturaleza humana que lo rodea y asociarlas a sus propias experiencias. Cada artista organiza el tema mediante un trabajo intelectual y técnico que va a sostener su creación: su imaginación creativa. Esta capacidad indispensable que une en el creador al conocimiento con el afecto, pensamiento y sentimiento, es la materia primordial para construir otras realidades, “mundos secundarios” que dan origen a las imágenes narrativas. La imaginación le permite a la persona darse cuenta de cómo podrían ser las cosas.
¿Para quiénes cuentan las imágenes? A través de la narración visual el lector, cualquiera que sea su edad, se acerca a la representación de una idea. Cada imagen que mira y selecciona le permite aprender, aumentar y fortalecer sus pensamientos; pero siempre la observará con la base a su propia experiencia (edad, comunidad, sexo, etc.). Esto quiere decir que para cada lector que se acerque a leer una ilustración específica, habrá una narración diferente, una lectura diferente. Igualmente, cada título ilustrado propone formas valiosas y diferentes para apreciar la realidad e imaginar mundos alternos que están contenidos. Su lectura promueve en el que las mira una formación intercultural, valiosa para el desarrollo de la persona. Para niños y jóvenes estas imágenes son primordialmente los primeros productos artísticos que pueden llegar a conocer, obras culturales que facilitan las relaciones con el arte de representar deseos y necesidades a través de un vehículo estético.
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En Las imágenes cuentan las obras se ordenaron por etapas con el fin de que el lector pudiera apreciar el paso del tiempo. Este conjunto de ilustraciones tiene un valor único, por el número de artistas que representan cuatro generaciones, por su estructura para poder apreciar la variedad y riqueza: exponen la evolución en cuanto a las formas, estilos, escuelas, técnicas de creación y producción, de cuándo y por quiénes se crearon. El conjunto propone una forma de ver, una opción de reflexión.
Los libros son espejo de la época en que fueron realizados; nacen de necesidades sociales, su función es la de facilitar una asimilación de la realidad que los crea y los consume. La exhibición Las imágenes cuentan: Retrospectiva 1979-2010, que da origen a este libro, fue una muestra antológica en donde se reivindica a ilustradores mexicanos que han trabajado en la creación de narraciones visuales para los libros infantiles. Las más de 193 obras realizadas por 103 artistas plantean diferentes miradas sobre los modelos representados, construyen un repertorio de formas: animales, ambientes, paisajes y personajes que se convierten en figuras reconocibles e identificables ligadas a la pluriculturalidad de la sociedad mexicana; muestra lo bello, lo bueno y valioso de las diferentes formas de expresión.
Discursos y formas que dan fundamentos
Para comprender el progreso de la ilustración en la literatura infantil y juvenil en el periodo que abarca Las imágenes cuentan: retrospectiva 1979-2010 es importante conocer algunos movimientos artísticos y escuelas de arte que influenciaron los estilos y el manejo de técnicas en la primera mitad del siglo XX; los antecedentes e influencias de donde partieron muchos de los artistas que se exponen. Cada ilustrador mostró dedicación en la búsqueda por encontrar una expresión propia, que le permitiera aportar soluciones formales nuevas, introducir nuevos temas en sus creaciones y en la búsqueda por democratizar la utilización del arte pictórico y gráfico en México.
En las primeras tres décadas del siglo XX el movimiento posrevolucionario del muralismo mexicano, con representantes como Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, se enfocó en recuperar una identidad nacional, se realizaron trabajos en donde los temas en su discurso plástico retoman el pasado precolombino y el arte popular como herencia, el mestizaje, la geografía del país y las luchas sociales. En lo que se refiere a la ilustración de material dirigido a niños, Diego Rivera realizó algunos trabajos. Según cuenta Loló de la Torre en su libro, el mismo Rivera le comentó que a pesar de que: “En su primera entrevista con José Vasconcelos (Secretario de Educación) lo nombró consultor y dibujante del Departamento de Bibliotecas (…) lo cierto fue, que la primera aportación plástica de Rivera no fue la pintura mural sino el diseño gráfico y el dibujo ilustrativo”. Su estilo al ilustrar fue muy sintético, expresando formas en sus escenas y figuras con un carácter mexicano; en él se reconocen elementos indo-americanos de la vida cotidiana; imágenes compuestas de líneas suaves, sin elementos complicados.
A la par del movimiento muralista existía otro grupo de artistas como Rufino Tamayo, Manuel Rodríguez Lozano y Roberto Montenegro, entre otros, cuya exploración plástica estaba centrada en el tema de la estética en sí, ponían énfasis en una concepción más internacionalista; dieron soluciones al problema artístico con el manejo del contraste de los colores y las líneas, unidos a la esencia del paisaje y a personajes mexicanos de una forma más estilizada y atemporal.
Las Escuelas de Pintura al Aire Libre fundadas por el maestro Manuel Ramos Martínez, tuvieron una influencia crucial para la ilustración, emergieron como una propuesta frente a los sistemas de enseñanza de la Academia. Se establecieron en zonas rurales a las afueras de la Ciudad de México y se enfocaron en la educación artística de niños, jóvenes y trabajadores. Las técnicas que se enseñaron eran sencillas y promovieron la observación directa de la naturaleza que los rodeaba; su objetivo era renovar las formas gráficas a través de una total libertad creativa.
Estas corrientes comprometidas con la sociedad, a través de sus formas de ver tan diferentes, participaron en el desarrollo de códigos plásticos que correspondieron a las necesidades culturales de las décadas posrevolucionarias. En ellas lo prehispánico, lo popular, los rasgos étnicos, costumbres y vida cotidiana fueron los elementos claves compositivos de sus obras.
En la búsqueda de nuevos procesos artísticos, pedagógicos y políticos que permitieran el surgimiento de estilos propios con una expresión un tanto universal, la xilografía, fue la técnica redescubierta y adaptada con más fuerza; la fuerza expresiva que se lograba a través de sus diferentes manejos y las modalidades de reproducción le dieron un lugar predominante en el campo artístico mexicano de la ilustración.
Al nuevo interés generado hacia el grabado se agregó la revaloración del trabajo de autores como José Guadalupe Posada y Antonio Vanegas Arroyo. En el proceso la influencia del artista Jean Charlot y su obra fue fundamental para el trabajo de sus compañeros de la Escuela de Pintura al Aire Libre de Coyoacán, que comenzaron a experimentar con la técnica. Francisco Díaz de León, Gabriel Fernández Ledesma, Roberto Montenegro consideraban al grabado en madera como una gran solución para los problemas de edición e ilustración. Hicieron bellos libros para niños con propuestas muy interesantes de estilo e impresión. Se cuenta con una gran cantidad de obra ilustrada por estos artistas dedicada al público infantil y juvenil.
Una corriente más que va a tener igualmente influencia sobre los estilos que se utilizaron posteriormente es, el llamado por algunos, la Generación de la Ruptura, que se origina en los años 1950-1969. Presentaban en sus trabajos propuestas vanguardistas de acuerdo a su tiempo y al mundo internacional del arte, desligados del arte oficial de ese momento. Algunas de sus características plásticas fueron el manejo de las figuras humanas, en algunos casos desarticuladas, en otros sin referirse a un personaje en especial, eran hombres anónimos; temas más intimistas, introspectivos, se acercaban a la abstracción y a la geometría como forma de expresión; representaban imágenes del mundo indígena, pero no del pasado, sino del presente, representaciones simbólicas, mágicas, figurativas, componentes maravillosos. Algunos de estos artistas son José Luis Cuevas, Manuel Felguérez, Vicente Rojo y Francisco Toledo. Los movimientos y escuelas de entonces influyen para que se organizara una agrupación vital para la ilustración: el Taller de la Gráfica Popular (TGP), “semillero” de nuevos estilos no sólo en lo que respecta a la creación formal sino también en la conformación del trabajo comunitario. Fundado por Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins, Luis Arenal y Jesús Ortega, el grupo crea un espacio de producción artística con un marcado sentido social; hacer asequible al público la adquisición de estampas, permitir a los artistas gráficos una oportunidad para que ellos mismos impriman y puedan controlar su producción. De este lugar de instrucción salieron varias generaciones de artistas que trabajaron ilustrando libros para niños.
La ilustración en los libros para niños, una forma importante de comunicación en el México moderno
En los años 70 el 50% de los habitantes del país eran menores de quince años, esta situación provocó replantear y generar nuevas ideas que impulsaran las actividades educativas y culturales, así como generar proyectos en donde se revalorara la visión del niño. A fines de la década, entre los lineamientos básicos de la acción pedagógica ya se incluía la promoción del libro como vehículo de cultura, así como impulsar las tareas de preservación de la identidad y la cultura mexicanas. Estas políticas gubernamentales estuvieron apoyadas por programas de publicaciones infantiles; el concepto de los libros dirigidos a este público comenzó a modificarse, se hizo mucho más activo, se recapacitó sobre la idea de que estos objetos culturales debían de formar parte del desarrollo infantil, no sólo con conceptos o narraciones sino también con estilo y belleza. Los niños podían aprender a pensar, pero también a soñar y a usar la imaginación, ahora se contaba con presupuestos establecidos para la contratación de escritores e ilustradores.
Las inquietudes que producían los cambios en diferentes sectores como el educativo, editorial y cultural, provocaron eventos que ayudaron a dar pasos firmes para propuestas novedosas e interesantes que repercutieron en la calidad y cantidad de obras ilustradas. Aparecen publicaciones periódicas como la Enciclopedia Infantil Colibrí. En su edición se desarrollaron temas de ciencias naturales y sociales, literatura y tecnología. Reunió un amplio grupo de artistas plásticos reconocidos, como Alberto Beltrán, Felipe Dávalos, Carlos Dzib, Leticia Tarragó, Leonel Maciel, Vicente Gandía, Irene García, Felicity Rainnie, Elena Climent, Odile Herreshmidt, Arnold Belkin, Arnaldo Coen. Además, se invitó a participar a distinguidos académicos y escritores. Algunos de los fascículos se tradujeron a lenguas mexicanas: maya, náhuatl, otomí y purépecha. Coeditada por la Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas-SEP, Salvat y Fonapas fue un trabajo intenso y extenso que fijó un parteaguas en el campo de los libros infantiles mexicanos.
Los años ochenta: apertura a nuevos discursos estéticos
La Primera Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ) fue el punto de engarce para que ideas, trabajos y equipos culturales motivaran un movimiento contemporáneo de acuerdo a las necesidades e intereses sociales, para desarrollar editoriales y colecciones dedicadas al libro infantil, tanto para el mercado interno de librerías y bibliotecas públicas, como para los apoyos dentro del sistema escolar con la producción de las llamadas hoy, lecturas de prescripción. El mercado del libro infantil, pese a la crisis económica por la que atravesó el país, tuvo un arranque tan fuerte que sus posibilidades hicieron que editoriales extranjeras establecieran sus casas en México para participar de la oportunidad. Estas condiciones aunadas a las iniciativas de premios nacionales y la difusión en el extranjero de títulos mexicanos, iban enriqueciendo la forma de trabajo y los espacios para los autores gráficos que se dedicaban a la ilustración. Las diferentes editoriales seleccionaron para publicar historias que provenían de plumas nacionales y extranjeras, los libros estaban más cuidados en su producción, traducción y edición. Se motivó la creación de textos originales promoviendo a nuevos autores de narrativa. El Consejo Nacional para el Fomento Educativo (CONAFE) realizó una labor muy interesante de recopilación de cuentos tradicionales, adivinanzas y poesía en las comunidades rurales donde tienen, hasta la fecha, centros educativos. Estas recopilaciones se publicaron en colecciones donde participaron ilustradores como Felipe Ugalde, Gerardo Suzán, Claudia de Teresa, Laura Fernández, Bruno González, Antonio Helguera, Carlos Pellicer, Blanca Dorantes, Rafael Barajas, Marisol Fernández, Fabrizio Vanden Broeck, Sergio Arau, Rosario Valderrama, Gloria Calderas, por mencionar sólo algunos.
En aquel momento cada ilustrador comunicaba sus ideas a través de la descripción de su propio mundo local y a la vez tan universal. Comenzaron a aparecer formas nuevas que se alejaban de lo popular y nacionalista, había mayor expresión personal en los trabajos. En la búsqueda de un lenguaje visual algunos ilustradores recuperaron las formas mexicanas, las de las tradiciones y costumbres, colores e ideas rastrearon lo novedoso y extraordinario sin dotarlo de falsedad. Esto se puede apreciar en el manejo que hicieron de los colores, la versatilidad, el empleo de nuevas técnicas y la combinación de los elementos gráficos. Otros ilustradores trataban de establecer una relación de complicidad afectiva con el lector; en esos casos se puede ver cómo se suavizaron el manejo de colores, trazos, contornos y medios, sobre todo eran trabajos que se veían en narraciones dedicadas a los lectores muy pequeños.
Comenzó a profesionalizarse y definirse el tipo de trabajo de la ilustración para los diferentes libros infantiles y juveniles, aquellos que eran trabajos más libres y fantásticos para las obras de ficción, y para los libros de no-ficción, el trabajo de crear y recrear escenas sobre temas como el medio ambiente (ecosistemas, flora y fauna mexicana), arqueología, ciencias, historia, etc. En el medio editorial ya se hablaba de la especialización en la ilustración de libros infantiles, un trabajo al que se unieron profesionales provenientes del diseño gráfico, la caricatura y diferentes áreas de las escuelas universitarias de arte. Los estilos de las ediciones fueron diversos y las empresas participaron en la incursión de formas plásticas nuevas, según sus propios intereses y del cómo visualizaban a los nuevos lectores, tratando de experimentar y encontrar discursos estéticos que le dieran al niño la posibilidad de encontrar en las ilustraciones estímulos para despertar su interés, lo invitaban a observar y leer.
Los años noventa. La consolidación de un lugar para la ilustración del libro infantil y juvenil
La política estatal y mundial empujan a que el país se incorpore a una marcha de cambios forzados con el fin de modernizar a la nación, medida que afectó sobre todo el campo de la producción de los libros infantiles. Se reestructuraron las direcciones gubernamentales que tenían a cargo las políticas y proyectos editoriales infantiles, por un lado el recién creado Conaculta tenía la atribución de establecer criterios para las políticas editoriales del subsector de cultura, con el objetivo de democratizar la lectura, “que la lectura y libros fueran para todos” creando sus propios programas. Por otro lado, el programa editorial de Libros del Rincón, se reubicó y se integró a la Unidad de Publicaciones Educativas de la SEP, con este cambio se propuso el estímulo y desarrollo de la lectura en los salones de clases del sistema de educación primaria, en un sistema más amplio que el anterior.
Los espacios destinados para el trabajo de los proyectos editoriales para niños, tanto en las instituciones gubernamentales como en las empresas privadas, se habían consolidado, se implementaron departamentos dentro de los organigramas empresariales, los libros infantiles ya no eran un proyecto casual. En los espacios donde se lograba hacer un equipo de trabajo entre el editor, el escritor e ilustrador se produjeron trabajos interesantes de gran calidad.
En esta realidad, se destacaban algunos autores gráficos por su versatilidad e investigación de técnicas para expresar las ideas, alejándose de los modelos convencionales. Este interés llevó a los ilustradores a voltear la mirada hacia los estilos y formas que se trabajaban fuera del país, abriendo las posibilidades del juego plástico.
Uno de los estilos que se distinguen en ese momento, es el de un realismo con rasgos estilizados en donde el creador atiende las inquietudes psicológicas de los personajes y del tema que trata, su interés se concentra en estilizar y componer las imágenes con pocos elementos visuales, una gran ambientación sin distorsionar las proporciones de los elementos y figuras; el trabajo de dibujo es nítido y preciso. Son los casos de los trabajos de Heidi Brandt, Luis Fernando Enríquez, Guillermo de Gante, Mauricio Gómez Morín, Tania Janco, Damián Ortega, Ricardo Peláez, Rapi Diego y Enrique Torralba.
Otra forma estilística es la de un grupo que manifiesta una mayor expresión subjetiva para el manejo del tema que trabajan, motivan a los lectores a ser más perceptivos y a buscar asociaciones no convencionales para poder leer las ilustraciones; son más analíticos y exponen las cosas desde varios puntos de vista; sus representaciones de personajes y figuras son planas o casi planas, en muchos casos cambian las proporciones para acentuar los caracteres. Ejemplos del estilo son las obras de Carmen Cardemil, Francisco Nava, Carmen Arvizu, Manuel Monroy y Olivia Rojo.
La aparición de nuevos premios de ilustración, narración y edición aunados a la creación e institucionalización de la publicación del Catálogo de ilustradores de publicaciones infantiles y juveniles del Conaculta fueron plataformas que promovieron y aglutinaron los intereses de alumnos y artistas que querían trabajar en el campo.
Años 2000: primera década. De frente a los nuevos horizontes
Los grandes programas dedicados a la producción del libro infantil y a la promoción de la lectura se consolidaron en la primera década del siglo XXI; además se formalizaron programas federales en diferentes estados de la República que apostaron por la creación de proyectos editoriales infantiles, trabajaron en títulos con temas locales y en una producción pequeña de ediciones en lenguas mexicanas.
El avance acelerado de las tecnologías en la era digital impactó en la forma de crear, producir, así como en la circulación del libro. Estos cambios de la era de la globalización, estaban presentes e impactaron definitivamente el resultado final del trabajo, pero la capacidad de expresión y del manejo de las técnicas mediante el trabajo y la expresión del estilo propio son, sin lugar a duda, los factores que permiten crear obras con alta calidad estética y comunicativa.
En la primera década del siglo XXI se puede ver en los trabajos de los ilustradores estilos estéticos empleados con cierta regularidad, provocado por un acceso constante a la información internacional de la red. En México, un grupo de ilustradores aplica un lenguaje más introspectivo, en donde el creador muestra al lector su visión personal sobre el tema que trata; hay una forma intimista de ver el mundo del libro para ilustrar la idea principal y complementarlo con espacios secundarios llenos de imaginación y magia. Se puede decir que las imágenes muestran el universo interior del ilustrador. Estas ilustraciones sorprenden al lector, provocan que reflexione y estimulan su imaginación, ejemplos son los que han realizado Gabriel Pacheco, Fabián González, Richard Zela, Iker Vicente, Allan Gerardo Ramírez.
Hay un segundo grupo de ilustradores de esta década que comparten su ingenio franco con el lector, son imágenes compuestas donde el lector encuentra pequeños juegos visuales, exigen del que mira perspicacia para descifrar el mensaje; los autores distorsionan la perspectiva de las figuras, presentan un conjunto de elementos con asociaciones no siempre lógicas. Son las obras de Silvana Ávila, Eloísa Alcaraz, Paulina Barraza, Cecilia Rébora, Julián Cicero, Aurora Escobar, Mónica Miranda.
Un tercer grupo crea las ilustraciones a partir de un estilo de representaciones planas, donde manejan códigos de color para acentuar a personajes o situaciones; las figuras y ambientes carecen de una perspectiva, pero mantienen una comparación visible de tamaños entre los elementos; juegan con la técnica de collage (pastiche), así logran crear una relación entre las figuras y los fondos. Podemos encontrar este tipo de discurso en el trabajo de Valeria Gallo, Ana Paula Rosales, Ixchel Estrada, Víctor García, Jazmín Velasco (JV).
En esta última etapa los lineamientos de las políticas editoriales y el apoyo de los grandes programas estatales que permanecieron por años para el refuerzo al libro infantil en México presentaron impactos que son importantes valorar para sopesar un sano crecimiento, en lo que se refiere a la producción nacional de narrativa y arte en este campo, así como de la democratización del acceso a la lectura. La circulación del libro a través de los canales habituales como las librerías requiere de trabajo y cuidado para tener un mercado interno más fuerte, independiente del circuito escolar. Es necesaria la búsqueda, propuesta y aplicación de proyectos nacionales estatales y sociales que permitan mayor ejercicio del trabajo intelectual y creativo de los autores e ilustradores mexicanos.
Un gran reto social pendiente es el de convertir a un creador aficionado de la ilustración en un autor profesional. Con la revaloración de la memoria histórica del arte de ilustrar, se crea una formación que permite acumular experiencias desde donde proyectar nuevos discursos estéticos que vayan de acuerdo a los nuevos géneros que se presentan en el panorama internacional y en el trabajo de la escena nacional; se consolidan también espacios editoriales y legales que permiten el desarrollo de obras con valor artístico y patrimonial, y se crean espacios sociales y académicos especializados.
El campo de la ilustración para obras de literatura infantil y juvenil no es nuevo, pero las formas de preparación, de diálogo y trabajo tienen que ser más alternativas y originales para poder responder al desarrollo de las nuevas generaciones, esto es primordial. Hay que profundizar en soluciones frente a necesidades de expresión, formación y consolidación de la profesionalización del ilustrador como autor creativo y propositivo. Es oportuno que el trabajo “solitario” del ilustrador cambie a ser más “solidario” para poder intervenir socialmente con una postura creativa y participativa que ayude a mantener lazos entre las diferentes experiencias y generaciones.
Las imágenes cuentan que en México sí hay una historia de la ilustración en continuo movimiento y donde participan, al mismo tiempo, elementos del mundo real y fantástico, que permiten al observador mirar de distintas perspectivas las formas y a los personajes que ilustran las narraciones infantiles y juveniles.
FOTO: Ilustración de Manuel Monroy./ Especial
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