In memoriam Penderecki
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El compositor polaco, quien falleció el 29 de marzo, fue el preferido de directores como David Lynch y Stanley Kubrick para musicalizar sus obras cinematográficas
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Mi primer acercamiento a Krzystoff Penderecki (1933-2020) fue como ejecutante. El compositor, que murió a los 86 años el pasado 29 de marzo tras una larga enfermedad, fue prolífico escribiendo para el clarinete.
Primero fueron las Tres miniaturas para clarinete y piano (1956), de apenas tres minutos en la que, si bien forma parte de sus primeras obras (etapa que muchos diferencian de su lenguaje posterior), establece una escritura idiomática para el instrumento que le fue muy particular y se adaptó a su lenguaje característico posterior: los intervalos establecidos, lo percusivo de sus articulaciones, los sonidos filados, la obscuridad de sus texturas.
Es una pieza muy rítmica y de armonías “accesibles” (como dicen algunos cuando se refiere a sus obras maduras, como si el Treno por las víctimas de Hiroshima no fuese accesible a las emociones humanas) que siempre que la toqué provocó entusiasmo en el público.
Vino luego en los 80 una adaptación de su Concierto para viola (1983) y su Preludio para clarinete solo (1987), la pieza que realmente me enamoró de su lenguaje: un expresionismo muy abstracto y personal, que no podía ni debía ser caracterizado en alguna vanguardia. Un tipo de modernismo obscuro, que quizá le debe un poco a Lutoslawski y a Bartok, pero que supo desarrollarse a su propia manera.
Y que, me atrevo a decir contraviniendo las convenciones establecidas, no era ni una respuesta a su lenguaje juvenil, ni la contraparte al camino que siguieron otros como Boulez, ni una intención de desmarcarse de la academia, sino el resultado natural de su propia madurez y, si acaso, un descubrimiento personal de su poder de comunicación que ciertamente alcanzó públicos dentro y fuera del academicismo, donde nunca perdió un lugar de respeto, y del grueso del público de la música clásica.
Una madurez que, por cierto, era reflejada en la misma manera en que abordaba, en su labor de director, obras de otros compositores. O en su concepto sonoro orquestal, que se manifestaba cuando dirigía otros ensambles que no fueran la Sinfonia Varsovia, la orquesta de cámara con la que hizo alguna de sus visitas a México y de la que fue director artístico.
(Urgando en youtube y/o vimeo, por ejemplo, puede redescubrirse su resultado al frente de la Filarmónica de la UNAM; en este mismo espacio, Luis Pérez Santoja recalcaba, reseñando uno de esos conciertos, la manera tan especial de hacer sonar las violas en la Séptima de Dvórak.)
Siguió una de sus obras de cámara más representativas, el Cuarteto para clarinete y trío de cuerdas (1993), que puede buscarse en internet en un videoclip protagonizado por la clarinetista Sharon Kam, con quien trabajó cercanamente y a cuya inspiración se debe alguna de esta música, y su versión orquestada al año siguiente. Para ella misma, con quien grabó en distintas ocasiones, preparó enseguida otro Concierto (1995), partiendo del que había escrito en 1992 para flauta (y que funciona mejor con el timbre más obscuro del clarinete, en cuyos colores reposa mejor esa sobriedad suya, suele decirse).
En el 2000 presentó en un concierto, desde varios ángulos histórico para la Musikwerein de Viena, la premiere de su Sexteto, que me parece es la obra cumbre de su música de cámara; ciertamente la más completa en términos de sus formas extensas y de sus contenidos expansivos. Gratificante como el concierto para violín, Metamorphoses, que se ha recordado mucho en estos días y que tocó mucho su destinataria, Anne.-Sophie Mutter, pero no extenuante como alguna de sus sinfonías.
Escrito para violín, viola, violonchelo, clarinete, corno francés y piano, en esa ocasión tocaron Julian Rachlin, Yuri Bashmet, Mtislav Rostropovich, Paul Meyer, Radovan Vlatkovitc y Dimitri Alexeev, quienes quedaron registrados en un video que se ha transmitido mucho desde entonces en prácticamente todas las televisiones culturales del mundo (y que está disponible en youtube).
Con una revisión y edición posterior que quedó pendiente, todavía en 2004 presentó con la Sinfónica de Madrid su Concerto Grosso no. 2 (el no. 1 es para tres violonchelos) para cinco clarinetes solistas y orquesta, que en esa ocasión reunió a Paul Meyer, Michel Lethiec, Martin Frost, Emilio Ferrando y Vicente Alberola.
Esa obra, y otras en ese espectro clasificadas como de largo aliento, sinfonías, óperas, múltiples conciertos para distintos instrumentos, e incluso la que se utilizó en cine, suele ser la recordada a su partida. No quiero dejar de mencionar el apartado íntimo, para muchos erroneamente modesto, de su creación: la música de cámara; los cuartetos de cuerda (especialmente el Segundo, de 1968) o el Trío de 1991. Es sublime en tanto su sabiduría formal y la contención de sus mensajes sonoros en los espacios reducidos.
Tampoco sobra, supongo, en un relato dedicado a su memoria, mencionar detalles personales de su figura pública, que para muchos nos es importante al caracterizar –también– su música: su catolicismo expreso y devoto pero modesto, su defensa y simpatía por la comunidad judía (reflejada en mi favorita de sus sinfonías, la Séptima), su parsimonia.
FOTO: Penderecki obtuvo el Premio de Compositores de la UNESCO por su obra./ Diego Azubel/ EFE
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