“Incorporar a Ucrania a la OTAN es una provocación”, entrevista con el filósofo Noam Chomsky
El profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts y voz crítica de los gobiernos estadounidenses comparte su lectura de la actualidad mundial: el conflicto bélico, el aumento de la desigualdad, el ascenso de la extrema derecha y la relación bilateral entre México y Estados Unidos
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
El anarquista número uno de los Estados Unidos te ve a los ojos. Te hace sentir entre iguales. Desde Tucson, Noam Chomsky (Filadelfia, 1928), quien revolucionó el estudio de la lingüística y que por décadas ha lanzado dardos envenenados a la agenda imperialista de su país, se conecta a la sesión de Zoom. A sus 93 años, tampoco pierde el sentido del humor ni deja de reconocer el razonamiento sensato en los otros, incluido Henry Kissinger, a quien Chomsky tanto criticó en la década de los 70 y quien hace unos meses llamó a la negociación para resolver la guerra en Ucrania.
Dice sobre las palabras que expresó el ex secretario de Estado en el Foro Económico de Davos: “Decirlo se considera una traición, pero es elemental. Las guerras terminan con acuerdos diplomáticos o continúan hasta que un lado se rinde. Es mera lógica”.
Durante casi una hora, el profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts comparte su lectura de la realidad mundial: la guerra en Ucrania, las tensiones entre la OTAN y la Federación Rusa, las causas de la inflación global y la actualidad doméstica de Estados Unidos, en la que ve un avance cada vez más alarmante de la extrema derecha.
Son las nueve de la mañana del 13 de julio. Un día antes, se han reunido los presidentes Andrés Manuel López Obrador, de México, y Joe Biden, de Estados Unidos. Dos días después de esta entrevista, el gobierno mexicano anunciaría la detención del narcotraficante Rafael Caro Quintero —uno de los más buscados por la justicia de Estados Unidos— en un operativo poco creíble en su versión oficial de tan inocente. Lo que sí tiene claro Noam Chomsky, es que las instituciones de seguridad de Estados Unidos funcionan para defender los intereses de las corporaciones, no de la población.
Hoy, Chomsky asegura que sí existe una crisis del modelo neoliberal pero nada asegura que ésta vaya a ser sustituida por un escenario favorable para los estratos más desfavorecidos. No teme hablar de lucha de clases en un momento en el que la ideología neoliberal la reduce sólo como una expresión del resentimiento: “Los programas neoliberales en su totalidad deberían ser reconocidos como una forma encarnizada de la lucha de clases porque están diseñados para beneficiar a los grandes inversionistas, las grandes empresas”.
Es el Noam Chomsky de toda la vida, con sus mismas ideas, sus mismas batallas, descifrando una nueva guerra.
La guerra desató el interés de países europeos en fortalecer su poder militar, lo cual ha beneficiado a la industria armamentista estadounidense. ¿A Estados Unidos le interese que este conflicto se solucione de forma pacífica?
La postura del gobierno estadounidense es clara y explícita. Se anunció con claridad en una reunión de la OTAN, convocada por Estados Unidos en la base aérea Ramstein, Alemania, hace un par de semanas, y luego fue reiterada más formalmente en la cumbre de la OTAN que tuvo lugar apenas la semana pasada. Fue en esa cumbre que la OTAN, incluyendo a Europa, adoptó la postura oficial de Estados Unidos. Dicha postura es que la guerra debe continuar para debilitar a Rusia lo suficiente como para que sea incapaz de volver a emprender acciones militares de esta magnitud. Si lo pensamos bien, eso es justo lo que significa, que hay que debilitar a Rusia más de lo que se debilitó a Alemania en Versalles en 1919, pues eso no bastó para impedir que Alemania emprendiera agresiones posteriores. Entonces hay que debilitar a Rusia por encima de ese nivel, hasta el punto en el que no pueda haber negociaciones, diplomacia. Si ahondamos en ello, es la receta para un volado inaudito, suponiendo que se puedan continuar la guerra en Ucrania, las muertes y los bombardeos; tener a decenas de millones de personas pasando hambre en el mundo entero; revertir los intentos por combatir el cambio climático; enfrentar la amenaza de una guerra nuclear terminal. Y hay que hacerlo con la esperanza de que, si es posible derrotarla, Rusia no recurrirá a las armas que posee, que todo el mundo sabe que posee y que podrían devastar Ucrania y sentar las bases de una guerra nuclear. Ese es un volado inaudito. Pero es una postura casi universal, y cuestionarla se considera traición. Ahora bien, lo interesante sobre la cumbre de la OTAN es que ahora Europa la secunda. Había sido la política estadounidense desde siempre, pero Alemania y Francia habían estado ideando algún buen proceso diplomático alterno. Sin embargo, en esta cumbre simplemente aceptaron la postura de Estados Unidos.
A finales de mayo, Henry Kissinger declaró que Europa y Estados Unidos debían apelar a iniciar negociaciones con Rusia para ponerle fin a la guerra. ¿Qué opina de lo que dijo el ex secretario de Estado?
Kissinger es uno de varios que han señalado que eso es básicamente una obviedad. Decirlo se considera una traición, pero es elemental. Las guerras terminan con acuerdos diplomáticos o continúan hasta que un lado se rinde. Es mera lógica. Ahora bien, ¿qué es un acuerdo diplomático? Un acuerdo diplomático es algo que ambas partes pueden tolerar, aunque no les agrade. Eso significa que en un acuerdo diplomático ninguna de las partes obtendrá todo lo que quiere, pero pueden aceptarlo por tratarse de la menos mala de las alternativas. Eso es un acuerdo diplomático. Y, tal como han señalado Kissinger y muchos otros, eso significa que cualquier acuerdo diplomático conllevará una especie de ruta de escape para Putin. No tendrá que escabullirse tras una derrota absoluta, al final de su carrera y posiblemente de su vida. De otro modo, no habrá acuerdo diplomático. Bueno, pues a Kissinger lo atacaron amargamente por eso. Pero es lógica elemental. O llegas a un acuerdo diplomático que brinde cierta escapatoria o sigues adelante con la guerra y con todas las consecuencias que implicará para Ucrania y el mundo, mientras albergas la esperanza de que Rusia no use las armas que todos sabemos que tiene para ponerle fin a la guerra: devastando Ucrania, pues tiene la capacidad de hacerlo. Nótese que hasta ahora Rusia no ha incurrido en el tipo de ataques que Estados Unidos hace de forma rutinaria, que cuando bombardea Siria, Libia, Irak o cualquier otro país, lo primero que hace es destruir los sistemas de comunicación y energéticos, y asegurarse de que el lugar deje de ser funcional. Rusia no ha hecho eso. Kiev sigue funcionando. Rusia no ha atacado las vías de suministro de armas ni ha usado el armamento pesado que tiene para provocar una destrucción masiva. Pero bueno, ¿seguirá así? Esa es la moneda que Estados Unidos está tirando al aire, ahora con el apoyo de Europa. Lo que Kissinger señaló es que es un volado inaudito y que la alternativa de una solución diplomática no dejará satisfechas a todas las partes.
¿Qué ha hecho Estados Unidos para fomentar las tensiones dentro de Europa al apoyar el ingreso de Ucrania a la OTAN?
Ese es el principal dilema. Es decir, Rusia ha dejado en claro desde hace 30 años, mucho antes de Putin, que el ingreso a Ucrania a la OTAN, una alianza militar hostil, implica cruzar una línea que ningún líder ruso aceptará. Ni Gorbachov. Ni Yeltsin. Ni Putin. Y varios altos funcionarios estadounidenses lo han entendido: George Kennan, Henry Kissinger, Jake Madlock, el jefe de la CIA William Burns. Está sobreentendido desde hace mucho tiempo. Y, desde los años noventa, ellos llevan advirtiéndoles a los funcionarios estadounidenses que tratar de incorporar a Ucrania a la OTAN es una imprudencia y una provocación. Nos guste o no, Rusia no lo aceptará. Es parte de su postura geoestratégica central. Si ves un mapa topográfico o estudias su historia, se ve claramente por qué. No obstante, Estados Unidos sigue presionando para integrar a Ucrania a la OTAN. En 2008, George W. Bush invitó oficialmente a Ucrania a la OTAN, pero lo vetaron Alemania y Francia. Sin embargo, Estados Unidos tiene tanto poder que el tema sigue estando en la agenda. Desde el Euromaidán, en 2014, Estados Unidos ha estado abiertamente proveyendo armamento pesado a Ucrania. No es ningún secreto. Realizan ejercicios militares conjuntos. Entrenan oficiales ucranianos. Todo con la intención de crear lo que la milicia estadounidense denominaría una membresía de facto a la OTAN. No es ningún secreto. Lo hacen abiertamente. De hecho, en septiembre pasado, antes de la invasión, Biden anunció que se escalaría ese programa. Y se llevó a cabo una operación militar de gran magnitud entre Ucrania y las fuerzas armadas estadounidenses. No es ningún secreto. Y no es que justifique la invasión de ninguna forma, pero sí ayuda a explicarla. Es muy interesante observar la retórica de los medios estadounidenses. De forma rutinaria se refieren a la invasión de Ucrania como “la invasión no provocada de Ucrania”. La única razón por la que alguien se tomaría la molestia de decir eso es porque sabe que fue una invasión provocada. Así que hay que seguir intentando suprimir lo evidente con la etiqueta de “invasión no provocada”. Nadie usa ese mismo término para referirse a otras invasiones. Si buscamos en Google la frase “invasión no provocada de Irak”, veremos que nadie le llama así. Sin embargo, en el caso de Ucrania, se le debe llamar así para disimular el hecho de que claro que fue provocada de forma consciente. Esto no es una justificación, pero al menos sirve de explicación. Si queremos entender las cosas y no sólo seguir ciegamente a los líderes con consignas patrióticas, necesitamos examinar las explicaciones tanto como las justificaciones.
¿La guerra en Ucrania ha permitido a Estados Unidos evadir su responsabilidad acerca de las causas de la inflación global?
La guerra ha tenido cierto efecto en el incremento de las presiones inflacionarias, pero no es su causa. Hay un gran debate entre economistas sobre la fuente de la inflación, pero al parecer es principalmente un problema del lado de la oferta. Los principios neoliberales han tenido muchos efectos muy dañinos para la gente. De hecho, han representado un ataque devastador en contra de la población. Y, entre otras cosas, han producido cadenas de distribución mundial sumamente frágiles. Cualquier afectación provoca un desastre. Se supone que debe ser un modelo de negocios eficiente, que no hay indolencia, sino sólo producción en tiempo y forma. Digo, está bien si estás produciendo automóviles, pero no si estás tratando de dirigir una sociedad. Lo hemos visto en varios sentidos. Cuando empezó la pandemia de Covid, los hospitales estadounidenses, que se supone que deben funcionar eficientemente, no tenían camas sobrantes ni capacidad adicional, pues para los modelos de negocios eso representa un desperdicio. Tendría sentido tenerlas si estás dirigiendo una sociedad. Alemania pudo emprender medidas para contener la pandemia porque tenía capacidad adicional. En fin, volviendo a la inflación, tenemos un sistema internacional manejado bajo un modelo de negocios con fines de lucro, lo que implica que no hay capacidad adicional. Ninguna. Si algo sale mal, todo colapsa. Hemos tenido bloqueos masivos en las cadenas de distribución, montones de barcos de contenedores atorados en un puerto sin que podamos hacer algo al respecto. Eso ha provocado escasez de mercancías que, a su vez, deriva en inflación. Ese es un factor. Otro factor son las inmensas ganancias que producen los conglomerados cuasi monopólicos que rigen la economía mundial. Ese es otro efecto del neoliberalismo. Cuando se desregularon las economías, el Estado no pudo seguir interviniendo. Primero que nada, eso no tardó en provocar repetidas crisis financieras, así como una tendencia hacia la monopolización. El pez grande se come al pequeño. No hay regulación. Pero lo que sí hay son ganancias infladas y una competencia de precios prácticamente nula. Ese es otro factor que causa la inflación. Hay otros factores más, y la guerra de Ucrania es uno de ellos. Pero no parece ser el principal.
¿Ante esto considera que las nuevas manifestaciones del proteccionismo económico causado por la guerra reflejan una crisis del modelo económico neoliberal?
Hay muchos tipos de proteccionismo. Y una de las formas más extremas de proteccionismo está integrada al sistema de globalización neoliberal. Pensemos en la Organización Mundial del Comercio (WTO) y sus reglas. Volvamos a tiempos de Clinton. Las reglas de la WTO bridan una inmensa protección sin precedentes a la industria farmacéutica, y quizá también a los corporativos mediáticos, etcétera. Se trata de los insólitos derechos de propiedad intelectual incorporados a las leyes de patente vigentes, que jamás habían alcanzado esas dimensiones y que en pocas palabras brindan a las grandes empresas poder para promover los monopolios. Esa es una de las razones por las cuales los medicamentos son tan brutalmente costosos. Están protegidos. Las medidas sumamente proteccionistas de la WTO garantizan que unas cuantas empresas farmacéuticas mantengan control total sobre la producción. Otras no pueden… Las nuevas patentes que fueron instituidas en la WTO no sólo son patentes de procesos, sino también de productos. Todo esto es nuevo. Implica que si algún productor de medicamentos mexicano encuentra una mejor forma de producir algo, no puede hacerlo. Y las restricciones duran décadas. Ese es un nivel elevado de proteccionismo. Ahora bien, se están introduciendo nuevos tipos de proteccionismo para tratar de proteger a los países de los efectos de la avalancha neoliberal. No es un buen sistema. Deberíamos tener un sistema internacional sensato que se ocupara de las necesidades de la gente, no de las ganancias de las grandes empresas. Por ende, si recordamos el sistema de Bretton Woods, el que prevaleció desde finales de la segunda guerra mundial hasta bien entrados los años 70, sabemos que distaba mucho de ser perfecto y tenía muchos problemas, pero, por ejemplo, permitía que los países controlaran los flujos de capital. La extracción de capitales es una terrible agresión al bienestar de la sociedad. Significa que, por ejemplo, si México y Brasil quieren emprender programas para beneficiar a la población, los ricos pueden decidir destruir la economía exportando su capital. Y esa es una forma de garantizar que la lucha de clases triunfe. De hecho, los programas neoliberales en su totalidad deberían ser reconocidos como una forma encarnizada de la lucha de clases porque están diseñados para beneficiar a los grandes inversionistas, las grandes empresas. Y se nota. Veamos el caso de Estados Unidos. The RAND Corporation, una empresa cuasi gubernamental de gran prestigio, realizó un estudio sobre la transferencia de riqueza. En cuatro décadas de neoliberalismo, la transferencia de riqueza ha sido del 90% inferior de la población —es decir, las clases obreras y clases medias— al 1% superior. RAND estima que la cifra asciende a 50 billones de dólares. ¡50 billones! No es vil morralla. Es un auténtico atraco en despoblado, producido por los programas neoliberales que fueron diseñados justamente con ese propósito. Y cosas similares han ocurrido en el resto del mundo. Es una de las razones detrás de la ira, el resentimiento, el desprecio hacia las instituciones, la descomposición social y las revueltas que vemos en el mundo entero. Es decir, estas cosas tienen consecuencias.
¿Por qué los sistemas de seguridad estadounidenses no han catalogado a los cárteles mexicanos como grupos terroristas?
No estoy al tanto de los detalles, pero, para empezar, el sistema de seguridad estadounidense tiene poco que ver con la seguridad en realidad. Es una larga historia y no nos alcanza el tiempo. Pero, si le echamos un vistazo, veremos que lo que se denomina seguridad no se refiere a la seguridad de la población, sino a la seguridad de los intereses dominantes que controlan el gobierno y que con frecuencia dañan gravemente a la población. No conozco este caso en particular, pero supondría que funciona igual. Tenemos que preguntarnos quién sale beneficiado por las acciones que se están emprendiendo. Y supongo que recibiríamos la respuesta típica: que los beneficiados son los que están en la cúpula de la toma de decisiones, los que crean sistemas estrechamente integrados con las grandes corporaciones y los más ricos. Así funcionan las sociedades. Consideremos lo que decíamos antes sobre la política en torno a Ucrania. La política estadounidense con respecto a Ucrania, entre otras cosas, aumenta de forma significativa la amenaza de una guerra nuclear. Y una guerra nuclear sería terminal. No sobreviviríamos a ella. Una guerra nuclear entre grandes potencias representaría el final. Ahora bien, ¿esa política contribuye a la seguridad de Estados Unidos? En realidad incrementa el peligro de una guerra nuclear terminal. Es lo típico. Lo vemos en incontables casos.
El 24 de junio, la Suprema Corte de Estados Unidos derogó el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo con respecto al aborto, decisión que contrasta con la defensa republicana de la libre adquisición y posesión de armas. ¿Será un reflejo del proceso de encumbramiento de la extrema derecha?
En las últimas semanas, la Suprema Corte tomó una serie de decisiones muy importantes, todas ellas de extrema derecha. Es interesante observarlas. La decisión sobre el aborto la redactó el juez Alito. El juez Thomas redactó una opinión que lo respaldaba, diciendo: “Tenemos que trascender a otros temas, como el derecho a la anticoncepción, el derecho a la libre elección de pareja sexual, el derecho al matrimonio gay”. Veamos todas esas cosas. Todas esas cosas son intentos por garantizar que se impongan los principios nacionalistas cristianos de la ultraderecha. Esto está impulsando a los estados con legislaturas de derecha, a los estados republicanos, a aprobar leyes que permiten que la gente demande a otras personas en otro estado por el simple hecho de decidir abortar. Es interesante observar el razonamiento de Alito y de Thomas. El argumento es que, según dicen, el aborto no está mencionado en la Constitución. Claro que no lo está. Dicen que no está mencionado en la decimocuarta enmienda. Pues sí, pero todo el mundo sabe que la legislación no funciona así. Sin embargo, el punto adicional que enfatizan es que no hay nada en la historia y la tradición estadounidense que sustente esos derechos de las mujeres, lo cual es verdad. La historia y la tradición de los derechos de las mujeres son terribles. Si vemos la historia de cerca, las mujeres eran propiedad de los fundadores. La Constitución no las consideraba personas, sino propiedad. Se adoptó el derecho anglosajón de Blackstone que determina que la mujer es propiedad de su padre, la cual luego le es transferida al marido. Y literalmente no fue sino hasta 1975 que la Suprema Corte reconoció de forma oficial a las mujeres como iguales, como personas dignas de derechos. Así que, en cierto modo, Alito tiene razón. La supresión de los derechos de las mujeres es una tradición terrible, pero le permite concluir que no hay historia ni tradición, que no es un tema al que le hayamos prestado atención. En el caso de la posesión de armas, lo que hizo la corte fue derogar una ley neoyorquina de 1913 que decía que, si querías salir en público con un arma escondida, debías tener razones para hacerlo. No podías hacerlo libremente. Pero la corte la derogó. Ahora todo el mundo puede salir a la calle con armas escondidas. Incidentalmente, tomaron esa decisión justo después de la masacre de Uvalde. El tema de las armas es muy interesante. Aquí no es necesario ahondar en la historia y la tradición. La historia y la tradición demuestran que todo ese asunto de la segunda enmienda que se usa de argumento es un anacronismo implementado en el siglo XX y que eludió a los padres fundadores. Lo que en realidad dijeron los padres fundadores fue que, para mantener una milicia bien organizada, el derecho a portar armas no sería abrogado. Pero ¿para qué necesitaban una milicia bien organizada? En primer lugar, porque no había un ejército permanente y le temían a los británicos, la principal amenaza en ese momento. En segundo lugar, tenían que matar a los indios. Tan pronto los británicos se fueron, los colonos se expandieron hacia los territorios de las naciones indígenas y necesitaron milicias y armas para masacrar a su población. En tercer lugar, había que controlar a los esclavos. Había revueltas de esclavos, y en estados como Carolina del Sur había más esclavos que gente blanca. Por eso necesitaban milicias para controlarlos. Pero nada de eso sigue vigente en el siglo XX. De hecho, la segunda enmienda es un anacronismo. Si observamos la historia y la tradición, no es procedente. Estados Unidos era un país agrícola, así que los campesinos podían tener un viejo mosquetón para ahuyentar a los coyotes y cosas así. No es que quisieran las sofisticadas armas que se producen en estos tiempos. Ese deseo fue creado por una enorme campaña propagandística hecha por los productores de armas a finales del siglo XIX. Es muy interesante. Construyeron una imagen totalmente artificial del salvaje oeste, con la mano del alguacil lista para empuñar la pistola, vaqueros nobles cabalgando al rescate y todas esas imágenes con las que crecimos. Puros inventos. Nada de eso realmente ocurrió. Pero el mensaje era: “Tu hijo necesita un rifle Winchester o de otro modo no será un hombre de verdad”. ¿Me explico? Y tuvo mucho éxito. Yo también fui víctima de ello. De niño, jugaba a los vaqueros y los indios. Todos creíamos esos disparates. Y ese es el trasfondo de la cultura de las armas. No tiene fundamento histórico ni tradicional, pero no importa. Así se logra que la derecha o todo un electorado vote por los republicanos. Hay mucho que decir al respecto. Es un tema complicado. Y lo mismo pasa con el aborto, por cierto. ¿Por qué los republicanos se volvieron tan extremistas con el tema del aborto? Viéndolo en retrospectiva, no siempre fue así. En los años 60, Ronald Reagan estaba a favor de la libre elección. Cuando fue gobernador de California, aprobó una sólida ley proaborto. Lo mismo George H. W. Bush y otros líderes republicanos. Pero lo que pasa es que, a mediados de los 70, los estrategas republicanos se dieron cuenta de que, si aparentaban estar en contra del aborto, podrían atraer el voto de los grandes sectores evangélicos y católicos, así que abandonaron la postura proaborto. Les importaba muy poco en realidad. Era una forma de obtener votos para un partido que no lograba atraer votos con sus programas, porque sus verdaderos programas apoyan la riqueza corporativa y el poder, y afectan al resto de la población. Esos programas los podemos observar en el único logro legislativo de Trump, que en pocas palabras es una reducción tributaria sumamente regresiva que brinda inmensos beneficios al sector corporativo y a los más ricos, y que afecta al resto de la gente. Pero no se puede ganar votos así, diciendo que eso es lo que son. Así que, para ganar votos, recurren a lo que se conoce como cuestiones culturales: las armas, el aborto, el racismo, la supremacía blanca… cualquier cosa que desvíe la atención de sus verdaderas políticas. De ahí viene la histeria en torno al aborto, a las armas y todo lo demás. Es una situación muy peligrosa. De hecho, la peor decisión que tomó la corte fue la de Virginia Occidental contra EPA, en donde la corte derogó el derecho de esa agencia ambiental a monitorear emisiones. Es una auténtica catástrofe de la destrucción del medioambiente. La única forma de lidiar con ella es reduciendo el consumo de combustibles fósiles y regulándolos para disminuir su efecto letal. Pero la corte dijo que no se puede hacer porque el Congreso no lo legisló explícitamente. Y claro que el Congreso no puede legislar explícitamente cada decisión específica; sólo provee lineamientos generales y conforma agencias administrativas que lleven a cabo la investigación y el análisis para determinar cómo ponerlos en práctica. Así funciona el Estado moderno. El Congreso no puede llevar a cabo una investigación sobre el control de emisiones de una planta de carbón de Virginia Occidental. Así son nuestros representantes. La Suprema Corte simplemente dijo: “No se puede”. Y con eso elimina toda autoridad regulatoria. Vuelca al país contra sí mismo. Pero no podemos decir que es una jungla porque eso sería un insulto para las junglas.
Ayer hubo una reunión entre el presidente López Obrador y el presidente Joe Biden en la que acordaron invertir en infraestructura fronteriza, principalmente energética, así como reducir los aranceles, regular la migración, entre otros temas. ¿Cómo podemos entender estos acuerdos a la luz de la crisis mundial?
Bueno, debería haber una reducción significativa e inmediata de los combustibles fósiles. Deberíamos reducir cierta cantidad cada año hasta básicamente eliminarlos en un par de décadas. Pero vamos en sentido contrario. Es decir, en este momento Joe Biden está en Medio Oriente. Uno de sus objetivos es lograr que Arabia Saudita incremente la producción de petróleo. Además, en Estados Unidos abrió nuevos campos de exploración para aumentar la producción de combustibles fósiles. Y mucho de esto es una reacción directa a la guerra de Ucrania, aunque sea meramente teatral y no tenga efecto alguno. Si abres nuevos campos de producción, no rendirán frutos sino hasta dentro de varios años. No tiene nada que ver con los precios de la gasolina. Uno de los efectos más peligrosos de la invasión a Ucrania es que estamos retrocediendo los pocos pasos que se habían dado para lidiar con la gravísima crisis ambiental. Alemania está volviendo al carbón. Europa decidió que el gas natural es una fuente de energía sustentable, aunque en realidad no lo sea. Estados Unidos está emprendiendo acciones urgentes para aumentar la producción de combustibles fósiles. Sea cual sea la retórica, esas son las acciones. Es justo lo contrario de lo que debería hacerse. Es decir, la preocupación inmediata de Biden en Medio Oriente es el precio de la gasolina en Estados Unidos. Le está pidiendo a Arabia Saudita que extraiga más petróleo para reducir los precios de las gasolinas, pero también que destruya la posibilidad de una vida digna en el planeta. Hay otras formas de reducir los precios de las gasolinas. Podrían cobrar impuestos sobre las exorbitantes ganancias que obtienen las empresas productoras de combustibles fósiles. Podrían cobrarles impuestos a los bancos que las financian, entre otras cosas. Esas ganancias son elevadísimas. Se podrían cobrar impuestos sobre beneficios extraordinarios y distribuir lo recaudado entre la gente que sufre, la gente que no puede pagar la gasolina, la gente de clase obrera que no puede pagar la gasolina para llegar al trabajo. Que ellos reciban esas ganancias. Sería perfectamente plausible y se podría hacer en un santiamén. Pero políticamente es imposible. La derecha jamás lo permitiría. La pobreza republicana no permite aumentar la tributación de los ricos. Es una línea imposible de cruzar. Los demócratas, por su parte, son ambivalentes. Algunos lo harían, otros se opondrían. Pero, si quieres reducir los precios de la gasolina, esa podría ser una opción. Lo que deberíamos hacer es usar esta oportunidad para acelerar la eliminación de combustibles fósiles y hacer nuevas inversiones en energía renovable, entre otras cosas. La energía renovable no lo es todo. El transporte masivo debe ser eficiente. Estados Unidos es una sociedad dependiente de los automóviles, y su transporte masivo es muy limitado. Es un acto suicida. No podemos tener más autos y embotellamientos si queremos lidiar con la crisis ambiental. Entonces, no es sólo la energía renovable. Habría que rediseñar las aerolíneas para tener un transporte masivo eficiente. Deberíamos proteger los hogares de las inclemencias climáticas, en lugar de desperdiciar energía en calefacción. Hacer cambios en la producción de alimentos, en la agricultura. Eliminar la producción industrial de carne. Se debe hacer muchos cambios, cambios sociales, si queremos salvar el medioambiente para que nuestros hijos y nietos tengan un mundo habitable. La energía renovable es una opción. Pero lo peor que podemos hacer es incrementar la producción de combustibles fósiles, que es básicamente lo que se está haciendo.
Por último, a la luz de la situación mundial actual, ¿considera que México y Latinoamérica en general son un tema importante en la agenda internacional estadounidense?
Bueno, supongo que conocen la Doctrina Monroe. En 1823, Estados Unidos anunció su intención de dominar el hemisferio entero, aunque en ese entonces no fue posible. No era lo suficientemente poderoso todavía. En ese entonces, Reino Unido frenó los intentos estadounidenses de anexar Cuba y ampliar su influencia. Pero los padres fundadores sabían que el poder de Estados Unidos incrementaría y el poder británico decaería. Con el tiempo, Estados Unidos reemplazaría a Reino Unido y extendería su poder a todo el hemisferio. A mediados del siglo XIX, Estados Unidos atacó México y conquistó la mitad del territorio. Por ejemplo, el lugar donde vivo, Tucson, Arizona, era parte de México. Luego siguió extendiéndose, hasta 1945, que terminó la guerra. Estados Unidos convocó a las potencias del hemisferio occidental a una reunión en México, en Chapultepec, y entregó la denominada “Carta Económica de las Américas”, la cual se oponía al llamado “nuevo nacionalismo”, que era la idea de que los primeros beneficiarios de los recursos de un país fueran los habitantes de ese país. Ya no se podía. Brasil tenía permitido producir acero, pero no a nivel competitivo con Estados Unidos. Sólo podía ser acero barato. Esa es la Carta Económica de las Américas. En fin, Latinoamérica ha tratado de zafarse de varias formas, pero siempre ha enfrentado una represión brutal que la obliga a someterse de nuevo. Está ocurriendo de nuevo con la “marea rosa” y los gobiernos de izquierda moderada que empiezan a buscar cierto grado de independencia de Estados Unidos. Y en el caso latinoamericano el problema no es sólo Estados Unidos, sino que también es interno. Latinoamérica es un caso inusual en el sistema mundial, puesto que los ricos no tienen responsabilidades. No están obligados a pagar impuestos. Pueden exportar su capital. No tienen responsabilidad para con su país. El contraste entre Latinoamérica y el este de Asia es impactante. Una de las razones por las cuales hay crecimiento extenso en el este de Asia y estancamiento y decadencia en Latinoamérica es la inequidad extrema, la brutal pobreza. Latinoamérica tiene inmensas ventajas por encima del este de Asia. Riqueza de recursos. Falta de enemigos. Pero se está quedando atrás por su estructura interna. Y también por la fuerza opresora de una potencia foránea, Estados Unidos, y de la comunidad de inversionistas internacionales que representa. Por ende, la agenda de Latinoamérica debería ser zafarse de esto. Ha habido varios intentos por hacerlo. Pensemos, por ejemplo, que hubiera un intento por formar una Latinoamérica internacional libre de Estados Unidos y Canadá. Bueno, pues las elecciones colombianas recientes representan un paso en esa dirección. En unas semanas podría ocurrir también en Brasil. Ya lo veremos. Pero es un problema ancestral que se remonta a hace más de un siglo. Debemos señalar que, a principios de los sesenta, Kennedy y Johnson impusieron sanciones graves a Cuba. No olvidemos que Estados Unidos hizo eso. Y sus motivos eran explícitos. En palabras del Departamento de Estado, “Cuba está implicada en una oposición exitosa a las políticas estadounidenses desde tiempos de la doctrina Monroe”. Era intolerable. Por eso Cuba ha sido torturada de forma inenarrable durante los últimos sesenta años. No puede independizarse del poder estadounidense, mucho menos oponerse a sus políticas con éxito. Esa es la agenda para Latinoamérica. Es tanto interna como externa. Como dicen en México, su problema es que están demasiado cerca de Estados Unidos y demasiado lejos de Dios. Bueno, dejando a Dios de lado, eso habla de los problemas internos. México y Latinoamérica están demasiado cerca de Estados Unidos y demasiado lejos de lidiar con la grave opresión de clases que sufren. Esa es la agenda para Latinoamérica: lidiar con esos dos problemas.
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Traducción de Ariadna Molinari
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FOTO: Noam Chomsky no ha sido ajeno a las problemáticas latinoamericanas. En la imagen, durante una visita a Santiago de Chile, en octubre de 2006/ EFE/ Marco Mesina
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