Infantilización y taquilla: los años del superhéroe
¿Cómo explicar el éxito de las películas de superhéroes en la taquilla mundial?
POR MAURICIO GONZÁLEZ LARA
@mauroforever
El 11 de julio de 2013, en el marco de un panel organizado por CNBC y la USC School of Cinematic Arts, los realizadores Steven Spielberg y George Lucas predijeron el fin del cine como lo conocemos, o expresado en sus propios términos apocalípticos, la “implosión de Hollywood”.
Irónicamente, el cuadro clínico que en su opinión amenaza con aniquilar a la fábrica de sueños proviene de un virus que ellos mismos inventaron. Como sabe cualquier persona que acostumbre consumir cine, la criatura que domina el mundo del entretenimiento fílmico es el “blockbuster”, ese monstruo de presupuestos estratosféricos y narrativas de héroes y villanos que está obligado a recaudar entre 800 y mil millones de dólares en la taquilla global (Estados Unidos más el resto del mundo) para ser percibido como todo un ganador por la industria hollywoodense. Existen, claro, otras vías en que estas producciones generan dinero en el mediano y largo plazo (derechos de reproducción, streaming, copias digitales, Blu-Rays), pero lo cierto es que la cifra mágica de los mil millones (one billion dollars!) es considerada como la piedra de toque sobre la que se pueden construir sin cuestionamientos otros proyectos basados en la tracción monetaria del filme original: secuelas, spin offs, videojuegos, merchandising, etcétera.
Spielberg y Lucas filmaron las cintas que son reverenciadas como los pilares del “blockbuster” veraniego: Tiburón (1975) y La guerra de las galaxias (1977). Hollywood siempre ha girado en torno al interés monetario, pero no fue sino hasta que Tiburón rebasó en apenas dos meses los 100 millones de dólares –el equivalente a 450 millones de dólares de hoy– que el cine dejó de ser un asunto pequeño para el capital de ligas mayores. Gracias en buena medida a Tiburón, prácticas como los estrenos nacionales (ahora simultáneos a escala global) y la publicidad masiva en diversos medios son hoy el estándar a seguir por una cinta de alto presupuesto. La guerra de las galaxias, por otro lado, es el ladrillo fundacional de un imperio que ha generado más de 30 mil millones de dólares a lo largo de cuatro décadas. En octubre de 2012, Disney le compró la marca a Lucas por 4 mil millones de dólares. Algunos analistas señalaron que el precio era demasiado alto; a la luz del éxito de La guerra de las galaxias: el despertar de la fuerza (2015), queda claro que la adquisición fue una ganga. No en vano Disney ya notificó que estrenará anualmente una cinta de La guerra de las galaxias durante los próximos 10 años.
El costo colateral de esta lógica ha sido la marginación cada vez más pronunciada de cintas que aspiren a ser vistas por un nicho cuyos intereses rebasen las batallas intergalácticas u observar cómo unos hombres con mallas salvan por enésima ocasión la ciudad de Nueva York. La película de mediano presupuesto orientada a un público adulto comienza a ser una rareza en Hollywood, sobre todo si no se ubica en las coordenadas de la comedia promedio o el drama cursi confeccionado para estrenarse en épocas decembrinas y así poder competir por una nominación al Oscar.
Según Spielberg y Lucas, la consecuencia predecible de esta dinámica es que la exhibición cinematográfica se transforme en una plataforma similar a la que el teatro sigue en Broadway: un circuito que se circunscriba a presentar “blockbusters” pensados para lucir en complejos altamente tecnificados cuyo costo de entrada podría oscilar entre los 25 y 100 dólares, dependiendo de las características específicas de cada sala (3D, Imax, 4D). El resto de la producción se destinará, casi en su totalidad, a televisión y streaming, como estuvo a punto de sucederle a Lincoln, obra que, confiesa Spielberg, casi termina siendo una propiedad de HBO: “De no haber sido copropietario del estudio (Dreamworks), jamás se habría estrenado en salas”.
No todo está perdido. De continuar esta tendencia, vaticinaban los directores, basta con que tres o cuatro de estos megaproyectos fracasen en taquilla para que el sistema “implote” y los estudios resientan el golpe. Sólo así se podría generar un cambio de paradigma que orille a los inversionistas a repensar el rumbo. No fueron pocos los analistas que en su momento tildaron estas hipótesis de histéricas y catastrofistas. Sin embargo, la curva que separa el fenómeno taquillero del desastre es tan cerrada que imaginar el peor escenario posible dista de ser irracional. La pregunta, obvio, es quién sería el responsable de producir el bodrio que iniciara la cuenta regresiva de la quiebra financiera.
Hasta hace apenas unas semanas, todo parecía indicar que Batman vs. Superman: el origen de la justicia iba a adjudicarse el dudoso honor de ser el detonador la hecatombe hollywoodense. La razón: el aparente rechazo unánime que la cinta despertó días antes de su estreno.
El apocalipsis que no fue
Dirigida por Zack Snyder, Batman vs. Superman: el origen de la justicia no sólo fue destrozada por publicaciones de “renombre” (The New Yorker, Film Comment, The New York Times, The Guardian), sino por medios que incluso tienden a simpatizar con las sagas de superhéroes: “Sin coherencia, claridad o propósito que la haga mínimamente visible, es el blockbuster más aburrido de la historia”, apuntaba Robbie Collin en The Telegraph; “Tan olvidable como la filosofía barata que lo anima”, Bilge Ebiri en The Village Voice; “El peor Batman hasta ahora”, Matt Goldberg en Collider.com; “Pese a que son demasiado jóvenes para verla, sólo a los niños de cuatro años que disfrutan con la destrucción de sus juguetes podría divertirles algo de esta película”, Matt Pais, de Red Eye.
Frente a esta clase de perlas, el pánico que exhibían los altos ejecutivos de la Warner Brothers días antes del estreno (y que derivó en el rumor del inminente despido del CEO, Kevin Ken Tsujihara) y el poco entusiasmo del público (la cinta registra una tímida B –el equivalente a un 7– en Cinemascore, un termómetro que mide la opinión de la audiencia una vez que sale de las salas), ¿cómo explicar que haya recaudado casi 500 millones de dólares en sus primeros tres días de exhibición y se encamine a superar, sin complicaciones, la cifra mágica de los “mil millones”?
Todo “blockbuster” aspira a consolidarse en franquicia; a construir personajes, espacios y situaciones que puedan ser explotados en subsecuentes entregas. En el caso específico de los superhéroes, las franquicias poseen un atractivo adicional: su capacidad para rebasar las mera “serialización” y crear universos con múltiples tonos y protagonistas. Marvel, propiedad de Disney desde 2009, ha ejecutado una estrategia que le permite intercalar vehículos individuales para sus superhéroes con cintas donde puedan interactuar y construir un mundo. Los estudios Universal intentaron algo similar con sus monstruos en los treinta y cuarenta (Drácula, El hombre invisible, Frankenstein, El hombre lobo), aunque fracasaron al carecer de un plan maestro para edificar una narrativa general. Marvel, en cambio, cuenta con un calendario de estrenos programados para los próximos cinco años.
Batman vs. Superman: el origen de la justicia es la respuesta de Warner Brothers, propietaria de DC Comics, al avance de Marvel. Vista estrictamente en términos mercadotécnicos, la película cumple con tres objetivos: es una secuela rentable de El hombre de acero (2013), relanza al personaje de Batman en un mundo distinto al establecido por Chris Nolan en la trilogía de The Dark Knight e integra la plataforma para lanzar una serie de películas que puedan competir contra el universo Marvel, incluida, desde luego, La liga de la justicia.
Vinculación mercadotécnica
El debate en torno a la calidad cinematográfica de Batman vs Superman resulta estéril en un contexto donde la expectativa por el estreno de un filme se ha convertido en el propio entretenimiento. El fenómeno es casi religioso. La feligresía se reúne en Internet para esperar el debut del tráiler que anuncia la llegada inminente de su dios. Una vez lanzado el tráiler, Facebook y Twitter se llenan de miles de reaction videos, delirantes piezas audiovisuales que muestran la respuesta orgásmica de los fans cuando observan el adelanto de la película. Algunos gritan, otros lloran, pero todos desdoblan la “borrachera espiritual” propia de un templo cristiano. La entrega obedece al deseo de recobrar la niñez perdida: a fin de cuentas, el individuo que mira las reacciones extasiadas de los demás para amplificar su histeria busca el retorno a un estadio infantil donde la felicidad era posible. La película es lo de menos si parte de la base de que el espectador posee un afecto instalado por los personajes. La intención no es despertar interés en función de conceptos nuevos, sino reciclar recuerdos infantiles concretos. En el caso de Batman vs. Superman, las viñetas nostálgicas están por todos lados: el traje robótico, la pelea misma con el hijo de Kriptón y el Bruce Wayne cansado e irritable de The Dark Knight Returns (el cómic de Frank Miller que popularizó al “hombre murciélago” en los ochenta); los guiños a la historia de Injustice, el videojuego estilo Street Fighter en que Superman se convierte en el dictador de un mundo alterno; el recurso de la supuesta muerte de Superman como cliffhanger (tomado de las historietas de The Death of Superman, de 1992); la lluvia de imágenes iniciáticas recicladas ad nauseam (el asesinato de los padres de Wayne, las perlas de la madre que caen al suelo tras ser abatida, Bruce rodeado de murciélagos, etcétera).
Las historietas han dejado de ser la inspiración de las películas para fungir como comerciales de las mismas. Como vinculación mercadotécnica, la idea es inspirada: el cómic de hoy es el anuncio publicitario de la cinta que veremos en 10, 20 o 30 años. El hombre de 2016 no se olvida de sus juguetes, sino que juega con los monitos con los que se divirtió de niño. El margen de maniobra es engañosamente amplio: si bien la lucha de absolutos (bien versus mal) funciona como el centro gravitacional de estos universos, la creciente variedad de personajes permite la exploración de distintos géneros bajo una misma superestructura. Así, los superhéroes de Marvel cuentan con cintas de aventuras estilo Star Wars (Guardianes de la galaxia), thrillers de tímidos tintes políticos (Capitán América 2: el soldado del invierno), comedias románticas con elementos de espionaje (Ant-Man) y alucinadas versiones Lego.
No existe, empero, un cambio de narrativas: el cuento que enajenaba al infante lo cautiva ahora como adulto. Eso, por sí mismo, no necesariamente es algo nocivo o condenable. La frustración, como bien resaltaban Spielberg y Lucas, radica en que la supremacía de estas películas presuponga la cancelación de otras opciones de entretenimiento. ¿O se puede hablar de alternativas cuando Batman vs. Superman se exhibe en más de la mitad de las salas? No tiene nada de malo revisitar la feria en la que alguna vez nos divertimos, el problema es asumir que no existe otro lugar donde podamos buscar la felicidad.
*FOTO: En sus primeros tres días de exhibición, Batman vs. Superman: El origen de la justicia recaudó casi 500 millones de dólares/ Especial.