Los Stones en Cuba: no es sólo rock and roll

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POR LEONARDO TARIFEÑO

 

La Habana. Las tiempous están cambiando, ¿verdad?” preguntó Mick Jagger en perfecto spanglish, desde el escenario especialmente montado en la Ciudad Deportiva de La Habana, tal vez sin saber que dentro de la isla hay pocas preguntas más difíciles de responder. Entre el público asistente al show, los cubanos que me rodeaban no se animaron ni a asentir ni a negar. Adelante hubo un “uhhh” que tenía bastante de abucheo. Y a un costado se limitaron a aplaudir, sin dejar del todo claro si lo hacían para darle la razón a Mick o porque reconocían los primeros acordes de “Midnight rambler”. Si la reciente visita de Barack Obama y la mismísima presencia de Sus Majestades Satánicas demostraban que una nueva era amanecía en esta parte del mundo, ¿por qué los cubanos no se unían en una ovación unánime a la frase con la que Jagger los invitaba a derribar el último muro congelado de la Guerra Fría?

 

Días antes, el lunes 21, otra pregunta formulada públicamente por un extranjero en un rincón de La Habana había resultado igual o más incómoda. “¿Hay presos políticos en Cuba?”, le espetó un periodista a Raúl Castro durante la conferencia del prensa que Obama y el presidente cubano brindaron juntos. “Esta es la última pregunta que te voy a permitir –respondió Castro, visiblemente molesto–. Dame la lista de los presos políticos ahora mismo, para soltarlos. Menciónala ahora. Si hay esos presos políticos, antes de que llegue la noche van a estar sueltos”. Y, sin mirar al reportero, dijo “ya”, e hizo un inequívoco gesto con la mano para cortar el aire y zanjar el asunto. Quizás no sea del todo arriesgado suponer que la pregunta que Jagger haría al final de esa misma semana había sido respondida pocos días antes de ser formulada. Respondida, además, no con los titubeos que encontraría en el concierto, sino de una manera definitiva y concluyente. Tan concluyente como la lista de 89 perseguidos políticos que el día siguiente, martes 22, presentaría Elizardo Sánchez, portavoz de la ilegal Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN), a quien por cierto la policía local había detenido el sábado 19 en La Habana, junto con decenas de mujeres de la organización Damas de Blanco.

 

“Muchos de esos hijos de burgueses andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos, con una guitarrita en actitudes elvispreslianas, y han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides”, dijo Fidel Castro en 1963, en un discurso ante jóvenes universitarios. Hoy es posible afirmar que, así como los Stones de Bridges to Babylon (1997) no son los de Aftermath (1966), la Cuba del siglo XXI que se dejó fascinar por la aparición de los Rolling Stones no es la misma que aquella de 1963 en la que el Comandante aseguraba que “la sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones”. En un sentido amplio, tan biológico como político y cultural, el paso del tiempo siempre implica transformaciones y evolución, un proceso inevitable que entre sus pasos incluye la vejez. El desafío impuesto por la naturaleza consiste en intentar que la vejez, sinónimo de merma de fuerzas, no suponga una degradación humillante y decadente. En el caso de los Stones, a partir de Steel wheels (1989), Jagger y compañía vivieron el milagro con el que pasaron de abuelos torpes (en Undercover, de 1983, y Dirty work, de 1986) a ancianos encantadores. Dicho con otras palabras: los Rolling Stones envejecieron bien. Tal vez por eso, y al amparo de su notable ejemplo de glamour geriátrico, la visita de la banda a la isla desató las comparaciones y obligó a preguntarse si de una de sus grandes coetáneas, la Revolución Cubana, se puede decir lo mismo.

 

Ese viernes, mientras me preparaba para dirigirme a la Ciudad Deportiva, un vecino del Vedado, el moreno Ousmany Rodríguez, de 27 años, me daba su versión de los trascendentales cambios de los últimos e históricos días. “Fíjese, caballero, si usted tuviera un dron podría seguir todos los pasos de Obama en La Habana –me dijo, sentado en una mecedora a las puertas de su casa–. ¡Sólo tiene que seguir la ruta de las calles recién asfaltadas para darse cuenta por dónde estuvo! Pero mire, fíjese bien, en esta esquina de la calle M, se ve que había un camión estacionado y asfaltaron todo menos ese rincón. Así es en Cuba, ¡todo tarde, mal y por la mitad!”. ¿Y los logros de la medicina? ¿Y la educación gratuita? ¿Y que no haya un solo mendigo por las calles? “Una ya no sabe qué pensar –intervino otra vecina, Maribel, de 54 años–. ¿Será veldá que, como nos dicen siempre, en Cuba tenemos la vacuna para el cáncer? Si es cierto, ¿entonces por qué no curamos al Hugo Chávez ese? Y le digo: aquí pobres somos todos. ¿O no es pobre un médico que gana 40 dólares por mes?”.

 

De camino al concierto, tras una larga caminata por el Vedado hasta el Paseo de los Presidentes, el conductor de un Pontiac modelo 1958 se ofreció a llevarme por cuatro dólares. En el coche había tres españoles y dos italianos, así que por el trayecto de 15 minutos ganaría más de la mitad del salario mensual de un doctor. Pero para que el negocio no terminara ahí, a todos nos ofreció cigarros, drogas y mujeres. “Si van a querer marihuana, nos tenemos que desviar aquí –alertó–, pero yo sé lo que les digo: mejor vamos por unas amigas. ¡Háganme caso, no se van a arrepentir!”. A ambos lados de la avenida, camiones y camiones repletos de policías vestidos de gris que también se dirigían a la Ciudad Deportiva nos dejaban atrás. Sin dejar de señalarlos, le pregunté al conductor:

 

–¿Y qué pasa si ellos me ven con la marihuana o las chicas que me dices?

–Mi hermano, ¿ves la luz velde del semáforo? Tú eres extranjero. Eso tienes aquí, luz velde para lo que quieras.

 

¿Cómo identificar un momento único e inolvidable? Esa tarde de Viernes Santo, bajo la tibia cadencia del sol tropical, la sensación predominante decía que los verdaderos acontecimientos históricos se producen cuando la gente se siente (o se cree) libre. Rubias ataviadas con vestidos estampados con la bandera inglesa, morenas dispuestas a compartir el itacate familiar con gente llegada del otro lado del mundo, negrazos orgullosos de portar una camiseta con las franjas y estrellas del enemigo (“apenas termine el concierto, me la cambio”, me confesó el enorme Rubén, mesero en Centro Habana), punks cincuentones y familias enteras con bandadas de niños se transformaron en los auténticos protagonistas de la jornada, y entre todos organizaron un debate político y social espontáneo con los miles de extranjeros que se les cruzaban. En el aire flotaba la certeza de que ese diálogo, fresco a la manera de un amor a la primera vista, era tan insólito en Cuba como la presencia de los Rolling Stones. ¿Valieron la pena tantos años de atraso y privaciones? ¿Los cambios visibles en la Cuba actual, como el cuentapropismo incipiente y el germen de cierta apertura cultural, realmente expresan una evolución? “Nosotros queremos mejorar, pero sin que nos dominen –decía Evelyn, de 54 años– ¡Coño, caballero, que el bloqueo no lo pusimos nosotros! Aunque es cierto que podríamos mejorar si nos enfrascáramos más en el trabajo”. Y a su lado, el cuarentón Raúl, de Villa Clara, le explicaba a un canadiense que no haber salido nunca de la isla no le resultó tan duro como se podría creer. “Los cubanos ya estamos adaptados a esas cosas –decía–. Si no está permitido, ¿para qué sufrir por algo que no se puede hacer?”.

 

Poco después de las 20.35, cuando los Stones comenzaron a incendiar La Habana al ritmo de “Jumpin’Jack Flash”, la magia del instante se apoderó de mis piernas, me agarró del alma y me dejé llevar. Bailé sin parar “It’s only rock and roll”, la piel se me erizó con “Gimme shelter” y sólo contuve mi emoción cuando vi que a mi alrededor no se movía nadie. Los cubanos no conocían ninguna de las canciones que durante décadas acompañaron a varias generaciones del resto del planeta. Miraban al escenario con asombro y respeto, el tipo de sorda admiración que atravesaría a uno si en la esquina aterrizara una nave alienígena. Cuando me calmé y recuperé el aliento, recordé a Brenda, de 24 años, la mesera de la “paladar” donde había cenado el día anterior. “Me encantaría ir, pero el viernes trabajo hasta las 6 de la mañana del sábado –me había dicho–. Además, la verdad, no estoy muy de ánimo. Hace dos semanas un primo mío se fue en una balsa, y gracias a Dios llegó a Estados Unidos. Y por eso, como le fue bien, mi novio también se animó y se fue con unos tíos. Pero ellos no llegaron. Estuve cinco días sin saber nada de ellos, sentí una angustia como nunca en mi vida. Luego ya supe que a los dos días se les rompió el motor de la balsa, y se tuvieron que volver. Mi novio pasó una sed terrible, vio pasar a su lado a los tiburones y regresó insolado. Ahora está traumatizado, dice que no piensa pasar por algo parecido nunca más. Y yo tampoco quiero, pero entonces me pregunto cómo vamos a seguir”.

 

Tras “You can’t always get what you want” y “Satisfaction” (la más conocida por el público), la banda se despidió con una de las ovaciones más grandes que Jagger, Richards, Wood y Watts deben haber recibido jamás. “Esto fue magnífico, único, no me esperaba algo tan fenomenal –me dijo entonces el moreno Carlos, de 29 años, mientras se secaba las lágrimas–. Los conocía por mi padre, pero nunca tuve un disco de ellos. Y verlos ha sido espectacular. ¡Necesitamos más conciertos así!” En la mano llevaba un boleto blanco, con la imagen de una guitarra eléctrica impresa, que aseguraba un presunto “acceso VIP” por 10 dólares. ¿Lo había pagado? En Ciudad Deportiva no había ningún acceso VIP y el show era gratuito. “Sí, es veldá apuntó–. Esta entrada me la regaló un italiano cuando vio que era falsa. Se la debe haber comprado a alguien que se ha ganado un dinerito con esto”. Y aunque era falsa y demostraba una estafa, vi que la guardaba con una sonrisa, como un raro y elocuente souvenir de los nuevos tiempos.

 

*FOTO:  Asistentes al concierto que la banda de rock británica ofreció el 25 de marzo en la Ciudad Deportiva de La Habana, Cuba/ EFE.

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