Inferno, de Dan Brown: comedia de enredos

Ago 4 • Lecturas, Miradas, principales • 4844 Views • No hay comentarios en Inferno, de Dan Brown: comedia de enredos

POR VICENTE BAUTISTA

La Nación/GDA

Dan Brown insiste. En Inferno, pone nuevamente en acción a Robert Langdon, su héroe emblemático. El profesor de iconología y simbología religiosa en la Universidad de Harvard persiste en la buena dieta y en los cincuenta largos que practica a diario en la piscina de la universidad. Esa norma le permite disimular sus 45 años de vida. Soltero, de un metro ochenta de altura, ojos verdes, voz profunda y cautivadora, sigue siendo “un Harrison Ford con chaqueta de tweed“, como lo definiera el propio Dan Brown en El código Da Vinci ; reconocer la copia no lo exime de culpa.

 

Inferno sucede muy lejos de los claustros universitarios. Robert Langdon, por causas que él no termina de entender, aparece en la sala de guardia de un hospital de Florencia, tiene una herida en la cabeza, supuestamente como consecuencia de un tiro de bala (la verdad se sabrá en la página 436) y sufre una suerte de amnesia: vagamente recuerda la imagen de una mujer sombría, pero no las palabras que esa mujer le ha dicho. Tampoco sabe quién le disparó ni cómo llegó a Florencia, pero descubre que ha perdido a su Mickey Mouse, un reloj de colección que le regalaron sus padres y que en los últimos cuarenta años lucía en su muñeca.

Dan Brown, Inferno, traducción de Aleix Montoto, Planeta, México, 2013, 554 pp.
Dan Brown, Inferno, traducción de Aleix Montoto, Planeta, México, 2013, 554 pp.

 

Pero los sucesos que se ponen en movimiento no le dan tiempo para lamentar pérdidas: Bertrand Zobrist, un científico genial, desesperado por la abrumadora superpoblación del planeta —entiende que en menos de un siglo se acabaría la raza humana— crea un extraño virus capaz de matar al 50 por ciento de la población mundial; de ese modo se lograría un nuevo equilibrio, similar, sostiene, al que produjo, a mediados de 1300, la peste negra en Europa. Zobrist es un devoto de Dante Alighieri, por lo que antes de suicidarse anuncia que en Infierno, el primer libro de La Divina Comedia , se revela el sitio donde él depositó el virus letal. ¿Quién mejor que el inefable Robert Langdon para resolver ese enigma?

 

Muy pronto, Langdon descubre que la clave del misterio no se oculta sólo en los versos de Dante; también está en el dorso de la máscara mortuoria del poeta, en un dibujo de Botticelli y en un mural de Giorgio Vasari. Mientras descifra los símbolos, el profesor y sus ocasionales acompañantes son importunados con idéntico fervor por las calles de Florencia y por los canales de Venecia. Estambul será el destino final, luego de 550 páginas de infinitas persecuciones, dignas de una comedia de enredos. En la enorme cisterna de la famosa ciudad turca se dilucidará la incógnita.

 

Dan Brown es célebre por la cantidad de libros que vende y por lo mal que escribe. Inferno mantiene esas constantes: es un muestrario de arquetipos y de lugares comunes. Una crítica literaria deThe New York Times señaló que las tramas de sus novelas se basan “en suposiciones asombrosas que llegan al borde de la exageración”.

 

En Inferno mantiene esa costumbre: Mendacium, “un yate de lujo de setenta metros de eslora”, valuado en más de 300 millones de dólares, es la oficina flotante de El Consorcio, una diabólica empresa que brinda apoyo secreto a diversas potencias del mundo. La doctora Felicity Sienna Brooks, que acompañará a Robert Langdon en la epopeya, es presentada como una mujer de inteligencia superdotada: a los siete años de edad, cuando sus compañeritas de curso intentaban la lectura de Cenicienta o de Caperucita Roja, ella ya había leído La Divina Comedia. Nadie cuestiona los valores de esa chica, el problema es que a lo largo de la novela no hay un solo momento en que se digne a mostrarlos.

 

Dan Brown informa acerca de sus personajes, pero omite hacer cierto lo que informa. Tiene, sí, la amabilidad de explicarles a sus muchísimos lectores quién fue Dante Alighieri y cuál es el tema de La Divina Comedia, aunque su disertación no supera a la de cualquier libro para chicos de tercer o cuarto grado de la escuela primaria. Acaso ése sea el secreto del éxito comercial de Dan Brown: sabe cuál es el nivel de conocimientos del lector al que se dirige. Sin embargo, hay que reconocerle un mérito: gracias a El código Da Vinci muchísima gente mostró genuino interés por Leonardo Da Vinci y su obra. No obstante, dudo que se repita lo mismo con Inferno. Si de los millones de lectores de Dan Brown hubiera alguno que se aventurase a leer La Divina Comedia, en el verso 565 del canto cuarto (“Llegué al lugar en que luz no había”) abandonaría toda esperanza de continuar. Teniendo en cuenta que Inferno suma 4,720 versos, no es una mala performance.

 

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