Inmarcesible Filarmónica de la Ciudad
POR IVÁN MARTÍNEZ
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La orquesta más joven de las cinco estables que conviven en la Ciudad de México cumplió 38 años el mes pasado. Aunque todas ellas tienen personalidades muy definidas, la Filarmónica de la Ciudad de México es la más característica, no sólo por el nivel artístico que llegó a niveles míticos en sus primeros años y que en ciertas temporadas ha estado cerca de igualarlo. Ha sido la más aguerrida, hacia dentro y hacia fuera. La que más leyendas ha cosechado. Y también la más maltratada por las autoridades que debieran cuidarla como la joya que ha sido de las instituciones culturales capitalinas.
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La orquesta salió de su sede, la Sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli, y ofreció un concierto por su aniversario en la sala principal del Palacio de Bellas Artes el pasado viernes 25 de noviembre.
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Su historia, sobre todo la segunda mitad, está llena de raspones políticos. De la campaña abierta al lado de Cuauhtémoc Cárdenas, quien no les cumplió sus promesas al llegar a la Jefatura de Gobierno del entonces DF, aunque con él la orquesta por primera vez eligiera a un director, Jorge Mester; siguiendo por los agravios de Andrés Manuel López Obrador, quien les negó a ese director porque “en este gobierno no puede haber alguien cobrando tanto” y les impuso a Enrique Barrios para comenzar la etapa más violenta de la agrupación; pasando por los paliativos del gobierno de Marcelo Ebrard (subiendo sueldos sin garantizar del todo sus derechos laborales) y la indiferencia y el desdén del actual jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera (quien ya había anunciado en campaña que “no se puede hacer más por ellos”).
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Fernando Lozano, su primer director, había dicho que, ya al regresar a dirigirlos en los años 90, se había encontrado con una orquesta “separada, dividida, amargada y descontenta”. “Si Zedillo cometió el error de diciembre, el mío fue desde febrero”, llegó a decir en alguna entrevista.
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“Las orquestas están a la buena voluntad de las autoridades”, me dijo sobre otro aniversario Jorge Casanova, concertino de la orquesta desde 1984 y quien siempre recuerda como uno de los mejores conciertos aquel que él dirigió cuando la orquesta se negó a tocar bajo la imposición de la administración de López Obrador, la batuta de Misha Katz. Estaba “el ánimo y la actitud”; había unidad, venían de una época brillantísima bajo la dirección de Mester y “después comenzaron los intereses personales, a jalonearse” ante la falta de una figura de liderazgo, de un verdadero director.
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Los raspones, pues, no han sido sólo en los cambios de gobierno, también en la llegada de cada nuevo director titular, en las rencillas entre los músicos de un bando y otro (en pocos lugares como éste se ha visto una xenofobia tan intensa), y eso sin contar los cuentos que de su pasado se narran: hasta de un espía de la KGB se hablaba en los ochenta, quien además de vigilar, cobraba cuotas a los ciudadanos rusos.
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La crisis más reciente, por la exigencia de seguridad en su sede tras el accidente de uno de sus músicos al explotar una lámpara, trajo un poco de calma con la salida, una negociación paliativa pues la sala sigue igual, de su último titular, José Areán, a quien sucedió Scott Yoo en lo que quizá haya sido la transición más tersa.
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La Filarmónica, como pocos ensambles, transmite con transparencia el ánimo interno en lo que toca.
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Yoo eligió los planetas como tema de su celebración y ofreció primero la Sinfonía no. 41, en Do, KV 551, “Júpiter”, de Mozart. Si hay que decir que los tempi elegidos para los primeros dos movimientos no fueron muy satisfactorios en el ideal: el Allegro vivace no tan vivace y el Andante cantabile un poco aprisa, y que la idea de reducir las cuerdas graves en concordancia con la moda de interpretaciones más ligeras del repertorio clásico no resultó muy razonable al no hacerlo con los violines y siempre hizo falta un poco de apoyo armónico, hay que ponderarlo con el portento de coherencia que se ha escuchado en los cuatro movimientos. Y sobre todo: con el nivel que ha recuperado la orquesta en el último año. Desde las primeras notas, se nota que la orquesta está contenta. Bien por unidad de la cuerda y por la delicadeza de las maderas, sobre todo de la fagotista Samantha Brenner.
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Tras el intermedio, se escuchó el verdadero prodigio. La orquesta no sólo está contenta, sino que sus ánimos vienen acompañados de energía. Yoo dirigió Los planetas, op. 32 de Gustav Holst en una versión llena de poder sonoro y claridad dramática en una pieza que no es precisamente una obra maestra de descripción programática o sustancia armónica, sino más bien una completa paleta efectista que, en cualquier descuido (recuerdo la de la Sinfónica de Montreal en el Festival Cervantino de 2009), puede llevar al sopor. Ni los pasajes más calmados en esta ocasión sonaron aburridos.
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La orquesta no está ni cerca de lo que fue, pero este ánimo inicial de su nueva etapa demuestra que permanece, por siempre como su patria, nuestra ciudad, inaccesible al deshonor.
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FOTO: En su presentación por su 38 aniversario, la orquesta dirigida por Scott Yoo interpretó temas de Mozart y Gustav Holst. / Cortesía Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México
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