Instantánea de una posible generación
POR IGNACIO M. SÁNCHEZ PRADO
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Reseñar un libro como Palabras mayores. Nueva narrativa mexicana (Malpaso editores) con objetividad crítica es una tarea difícil, puesto que su razón de ser fue en principio institucional. Se trata de la versión en español de Mexico20 (Pushkin Press), la antología de 20 escritores mexicanos menores de cuarenta años que se desarrolló a propósito del rol de México como país invitado a la feria del libro de Londres. Como tal, ha sido predeciblemente sujeto al normal hervidero de críticas, elogios y quejas que suscitan las antologías en México, comentadas tanto en prensa como en redes sociales en términos de sus inclusiones y exclusiones, la validez o no de los juicios de las tres personas encargadas de la selección (Cristina Rivera Garza, Juan Villoro y Guadalupe Nettel) y la imagen que la selección presenta de la narrativa mexicana actual. Y, en la medida de que la inclusión promete acceso a ese santo grial del escritor latinoamericano que es la difícilmente accesible traducción al inglés, no faltaron las denuncias de amafiamiento ni los lamentos de aquellos que hubieran querido estar pero no estuvieron. Todo esto, sin embargo, debe ponerse entre paréntesis, porque en las manos tenemos un libro que accederá a lectores que no tienen interés ni conocimiento en los chismes del mundillo literario, y que debe medirse en términos de los textos incluidos en ellas. El haber sido diseñada por un jurado Palabras mayores se acerca a la otra antología notable de narradores de los setenta, Grandes Hits, en la que participaron como seleccionadores Rivera Garza y Villoro junto con varios otros, y el canon de este nuevo libro parece ser una versión madurada y ampliada del que se observaba en su predecesor.
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Por supuesto, verter opiniones sobre el tema es irresistible y despacho las mías de entrada para no tener que dedicarle el texto entero a ellas. No tengo objeción alguna sobre la inclusión de ninguno de los escritores, todos me parecen dignos representantes de la literatura mexicana actual. Si acaso podría argumentarse que la inclusión de Gerardo Arana, un talentoso escritor fallecido prematuramente y cuya obra se siente inconclusa, es caprichosa, no tanto porque quite el lugar a nadie, sino porque no creo que se haya consolidado al nivel de los otros autores del libro. Y por supuesto, con el lujo de no tener que sujetarse a límites, uno siempre puede agregar nombres. Yo, por ejemplo, hubiese considerado a Heriberto Yépez, cuya narrativa, género que hace tiempo no visita, es de una gran inteligencia y originalidad formal, a Daniela Tarazona, una escritora osada y única, a Tryno Maldonado, autor de dos novelas de gran aliento (Viena roja y Teoría de las catástrofes), y a Jaime Mesa, un autor de gran intensidad y potencia contracultural, entre otros. Asimismo, si el libro se hubiera seleccionado un año después, hubiera sido casi impensable excluir a voces que han hecho un gran impacto con su obra reciente, como Daniela Bojórquez, Aura Xilonen, Rafael Acosta, José Manuel Cuéllar y Gabriel Wolfson, cuyos trabajos constituyen un paisaje distinto de la narrativa al que se presenta en Palabras mayores. Me parece igualmente necesario celebrar en particular la inclusión de dos escritores talentosísimos que, por veleidades de la prensa y el medio literario, no han logrado la visibilidad que merecen: Eduardo Montagner Anguiano, autor de la brillantísima Toda esa gran verdad y uno de los poquísimos escritores en véneto, el dialecto italiano de Chipilo, Puebla, y Eduardo Ruiz Sosa, cuya Anatomía de la memoria es una de las obras más osadas de la literatura mexicana reciente, pero que ha carecido de lectores por la escasa distribución de su editorial en México.
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Una vez relevada la cuestión de la política de la antología, es posible revisar los textos con más cuidado. Mi conclusión tras la lectura de ellos es que la obra nos presenta literatura mexicana que está produciendo un grupo de autores extraordinarios, y una diversidad temática y estilística notable. El libro está ecuménicamente organizado por orden alfabético, lo cual impide ver de entrada las líneas estilísticas representadas acá, pero me parece claro que se anuncian al menos tres. Por un lado, salta a la vista la presencia de autores de eso que se llama, a falta de mejor nombre, “literatura del norte” y que podría describirse mejor como una suerte de narrativa contracultural que construye una estética barroca a partir de la interacción entre el regionalismo y el experimentalismo. Ahí se ubica, por ejemplo, “La marrana negra”, de Carlos Velázquez, uno de los autores más innovadores y polémicos de la narrativa mexicana actual, y quien sin duda expresa el ethos contracultural de esta ficción con mayor fuerza y consistencia. Destacaría también El cantante de muertos de Antonio Ramos Revillas y Las nubes de Luis Felipe Lomelí, textos que, aunque no apuntan a la provocación como lo hace Velázquez, son capaces de construir un registro verbal de sutiles complejidades y con un registro afectivo intenso. Lomelí, Ramos Revillas y Velázquez pertenecen a una tercera camada de esta narrativa –siguiendo los pasos de precursores como Ricardo Elizondo Elizondo y Jesús Gardea y consolidadores como Élmer Mendoza y David Toscana– y nos deja ver una literatura que, tras ser marginalizada por décadas, hoy es incontestablemente una de las médulas espinales de nuestra narrativa. De hecho, esta centralidad se nota en “Merolico” de Emiliano Monge, un autor que, aunque es de la Ciudad de México, tiene muchísimas más deudas y afinidades con los autores fronterizos que con los escritores de la Ciudad de México. Monge, autor de una de las prosas más complejas en la narrativa mexicana, es tributario de las innovaciones de esa escritura injustamente marginada pero que ha ampliado el repertorio verbal y formal de los escritores mexicanos.
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Una segunda tendencia, presente en la mayoría de los textos, es algo que me atrevería a describir como subjetivismo esteticista. Es una narrativa predominantemente narrada en primera persona, en muchos casos un álter ego del escritor o un personaje con alguna profesión creativa, y que claramente busca expresar, con un lirismo depurado, una voluntad de evadir la contemporaneidad. Ahí salta a la vista inmediatamente el estilo provocador e idiosincrático de Nicolás Cabral, el memorialismo experimental de Verónica Gerber Bicecci, el memorialismo más lírico de Valeria Luiselli (en una historia que, curiosamente, aparece aquí traducida al español de la muy revisada versión en inglés de un cuento anteriormente escrito en español, y ahora distinto, con el título de “Tiresias”), y los sensorialismos líricos de Laia Jufresa, Brenda Lozano y Nadia Villafuerte. Hay un valor claro en incluir un número amplio de estos textos en una antología dirigida al público en lengua inglesa, puesto que contradicen la idea del escritor latinoamericano como informante nativo y productor de realismos mágicos que ha sido un verdadero obstáculo para la mejor traducción de la literatura del continente en Estados Unidos y la Gran Bretaña. Pero también es notable la predominancia de esta escritura en autores cuya experiencia de vida ha sido de permanente crisis: nacidos en las depresiones económicas de los ochenta, con una adolescencia definida por los cataclismos políticos y financieros de los noventa y que habita un país violentísimo y profundamente desigual.
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Los textos podrían parecer apolíticos (y algunos de sus autores lo son), pero creo que son resultado de dos fenómenos. Por un lado, son hijos del recelo que los imperativos nacionalistas y políticos del siglo XX crearon en la literatura mexicana que, siguiendo una línea cuyas figuras señeras son autores como Salvador Elizondo, Josefina Vicens y Francisco Tario, conciben a la literatura como un espacio de libertad frente a lo que Alfonso Reyes llamaba “las urgencias de la hora” y que en tiempo presente es el reconocimiento de la insuficiencia de la literatura para abordar el carácter monstruoso de nuestra contemporaneidad. Por otro, son resultado de una literatura altamente institucionalizada que se puede dar el lujo de existir en los espacios de la autorreflexión y que puede evadir el comercialismo y la coyuntura como estrategias de visibilidad. Pero todo esto, por supuesto, no es en sí mismo un criterio de valor: es una postura literaria con la que se puede estar de acuerdo en su defensa de lo estético o a la que se podría acusar con facilidad como irresponsable en sus evasiones. Pero más allá de este debate, imposible de zanjar aquí, es indudable que Gerber Bicecci y Cabral escriben una literatura que propone desafíos lingüísticos importantes a la escritura en México, y que el éxito reciente de Valeria Luiselli con su nominación al National Book Critics Circle Award de Estados Unidos y su inclusión en los cien libros del año del New York Times acusa la afinidad que estos registros tienen con los circuitos de ficción alternativa en lengua inglesa al que la antología se dirigía originalmente.
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Finalmente, podría identificarse una miscelánea de estilos que tienen como punto en común el uso del humor como estrategia de reflexión sobre el presente. Ahí destaca “Historia” de Antonio Ortuño, acaso el novelista que con mayor inteligencia ha registrado en la narrativa mexicana varias de las vicisitudes políticas de la contemporaneidad. Utilizando el sistema numérico que anteriormente había desarrollado con gran éxito e hilaridad Francisco Hinojosa en su “Informe negro”, el texto narra la invasión militar de una población presumiblemente real apropiando de manera irónica una fábula de literatura universal que tiene ecos paradójicos de obras como Esperando a los bárbaros de Coetzee o El desierto de los tártaros de Dino Buzzati. Ahí también estaría “Luces en el cielo”, donde Fernanda Melchor narra una escena del tráfico de drogas entrelazada con la ironía del mito de los ovnis. Y, en un registro distinto, “Canción de amor para una androide”, Juan Pablo Anaya representa una literatura mexicana que tiene una relación de alegre promiscuidad con la cultura mediática y que comienza a ganar reconocimiento como parte del registro narrativo del mundo que nos rodea. Más cercanos a la línea subjetiva descrita anteriormente, “Trescientos gatos” de Daniel Saldaña París y “La liturgia del cuerpo” de Eduardo Rabasa” son textos que apelan a los pequeños o grandes horrores de lo cotidiano, escritos cada uno de ellos con elegancia…
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Mención aparte y fuera de las categorías merecen “Hormigas” de Pergentino José Ruiz, el único escritor indígena del volumen, una fábula de gran economía narrativa, y “Esfínteres” de Eduardo Montagner Anguiano, quien aparece como representante de la literatura queer en México. Ambos textos son ejemplos de subjetividades que aún no logran adquirir una ciudadanía plena en la literatura mexicana, pero en cuyas estéticas se nota una subversión formal y subjetiva que contrapuntea al resto de los textos del volumen.
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Quisiera cerrar este comentario con algunas anotaciones respecto al fenómeno de la narrativa mexicana tal y como nos la presenta Palabras mayores, porque más allá de los méritos individuales de sus autores y de la lógica de la antología, creo que pone de manifiesto algunas limitaciones del panorama literario actual que requieren mayor reflexión. Se nota que la visibilidad necesaria para entrar en una antología como estas depende de la publicación en editoriales corporativas y transnacionales (varios de los escritores seleccionados tienen obras en sellos subsidiarios de Planeta y Random House, incluidos los recién adquiridos por ellos Tusquets y Alfaguara) o, en su defecto, de un par de editoriales aún independientes con gran capital cultural en el medio mexicano: Almadía y Sexto Piso. Sigue siendo palpable la importancia que ha tenido Tierra Adentro como plataforma de lanzamiento, esencial en distintos momentos para Carlos Velázquez, Juan Pablo Anaya, Gerardo Arana y Nadia Villafuerte, aunque quizá algo disminuida comparada con otros ejercicios. Es preocupante y digno de mencionar el hecho de que no haya en esta antología autores cuya carrera se haya desarrollado en sellos del circuito más independiente (editoriales como Nitro, Abismos y otras similares) o publicados en la miríada de sellos gubernamentales y privados ubicados en los estados de la república, algo que, sin hacer juicio de la calidad de esos autores, denota la pervivencia del centralismo en los mecanismos de visibilidad y consolidación literaria en México. También me parece sumamente significativo que la selección esté inclinada a autores cuya obra se interesa poco o nada en la narración del México pasado o actual, salvo excepciones como Ortuño o Monge. Habla de una importante disociación entre literatura y política que, curiosamente, no caracteriza al menos a dos de los jurados (Villoro y Rivera Garza). Más allá de la tarea de contravenir el estereotipo realista-mágico, no deja de perturbarme un poco que una selección que busca representar a México en un mercado literario exterior no tenga posturas narrativas respecto al presente del país, sobre todo considerando que para muchos lectores en lengua inglesa la realidad mexicana sólo puede ser leída en las novelas de Roberto Bolaño.
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Parte del problema, por supuesto, es que el concepto norteamericano de “fiction” es incapaz de acomodar lo que llamarían “nonfiction”, y que, en 2016, es una parte imprescindible de la narrativa mexicana. Entre los seleccionados, me parece que Fernanda Melchor es más notable como cronista (“Aquí no es Miami” es una de las mayores crónicas de los últimos diez años) que como escritora de ficción. Y por supuesto, obras centrales de la narrativa mexicana están en el género de la crónica. Uno podría imaginar una versión de este libro en el que aparecieran dos o tres cronistas. Pero quizá habría que pensar con mayor seriedad el hecho de que la evasión de la política y el presente pasa como criterio de valor en la literatura mexicana, una herencia directa del recelo ante el oficialismo nacionalista que, a mi juicio, tiene cada vez menos sentido. También es cierto que hay un privilegio de una noción elitista de la literariedad en la selección, lo cual a su vez resulta en la exclusión de varias tendencias narrativas notables. Polarizante como es, no me parece acertado presentar un panorama de la literatura mexicana sin la llamada “narconarrativa”, que, pese a sus bemoles, es uno de los pocos registros que intentan dar cuenta del horror presente. Asimismo, existen líneas interesantísimas de novela policiaca y de géneros ya no tan menores como la ciencia ficción y la fantasía que no parecen caber en la idea de literatura consagrada en un título como Palabras mayores. Si bien Rivera Garza deja claro, como debe, en su introducción que su antología no busca “confirmar jerarquías” sino “contener un espacio”, creo que el libro es representativo también de los límites que el concepto de literatura que predomina en México no hace justicia a la complejidad y diversidad del ecosistema narrativo. Quiero ser justo: es una antología amplia y diversa, pero confronta una literatura cuya diversidad es quizá inaprehensible.
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Como toda buena antología, Palabras mayores no es un texto definitivo, sino un muestrario que sólo adquiere sentido como punto de entrada a la obra de cada uno de sus autores representados. Quizá el mejor resultado que puede tener en nuestro país es que acerque a lectores a obras magníficas como El cielo árido de Monge, La fila india de Ortuño, Conjunto vacío de Gerber Bicecci o Anatomía de la memoria de Ruiz Sosa. Quizá también permita que algunas de estas obras puedan utilizar esta oportunidad, y el éxito de Luiselli, como trampolines al mercado de lengua inglesa. También uno puede tener la esperanza de que las apuestas más osadas de los antologadores lleven a los lectores a Pergentino José Ruiz, a Eduardo Montagner y a otros autores que aún estar por alcanzar la notoriedad que ameritan. Finalmente, las limitaciones de la antología deben ser una invitación a buscar un panorama más amplio que el que presenta. Con sus virtudes y limitaciones, Palabras mayores es una valiosa introducción a un paisaje necesariamente más amplio, pero del que proporciona una brújula preliminar.
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*FOTO: Palabras mayores. Nueva narrativa mexicana, Editorial Malpaso. México, 2015/ Especial.
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