Ira Sachs y la despedida solar
Françoise Crémont, sexagenaria estrella de cine, se reencuentra con varios miembros de su familia en un pueblo turístico de Portugal, a lo largo de un día que será el último adiós
POR JORGE AYALA BLANCO
En Frankie (Francia-Portugal, 2019), translúcido film 7 del tennesseeano especialista en avanzadísimos e impolutos melodramas elegantes de 54 años Ira Sachs (40 sombras de azul 05, El amor es extraño 14, Verano en Brooklyn 16), con guion suyo y de su colaborador Mauricio Zacharias, la refinadísima superestrella fílmica ya sexagenaria y aquejada por el repunte de un viejo cáncer vuelto terminal Françoise Crémont mundialmente conocida como Frankie (Isabelle Huppert tan inasible en lo emocional o maquinadora perversa como en La pianista y Elle) nada semidesnuda en la regia piscina del hotel vacío sin importarle las restricciones (“No me preocupa, soy muy fotogénica”) y luego, hasta el espléndido pueblito turístico portugués de Sintra con diáfano mar azul, ve arribar uno a uno o por parejas a quienes ha convocado para que choquen entre sí: a su tranquilo cónyuge londinense cariñosamente envejecido y ebrio de reposo Jimmy (Brendan Gleeson), a su exmarido vuelto incoloro gay tardío Michel (Pascal Greggory), a su hijo perpetuamente indeciso picatodo Paul (Jérémie Renier), a su ávida hijastra mulata Sylvia (Vinette Robinson) junto con su afroesposo en trance de ser repudiado Ian (Ariyon Bakarel) y la rebelde hija puberta de ambos ya en pos de una independencia empoderada a la última moda feminista Maya (Sennia Nanua indomable), y en especial a la aún bella amiga peluquera cincuentona hollywoodesca Ilene (Marisa Tomei carismática a rabiar) a quien la millonaria anfitriona convocante sueña aparejar con su vástago sin destino aunque la atractiva fémina tiene la insensatez de llegar acompañada por un arribista amigo técnico cinematográfico llamado Gary (Greg Kinnear) que a la primera oportunidad sorprende a Ilena con un anillo de bodas para sentar cabeza cerca de Hollywood y a la segunda oportunidad intenta comprometer bajo una lluvia de verano a la célebre actriz para que estelarice su primer largometraje aun en ciernes; sin embargo, la moribunda Frankie todavía no ha hecho oír su voz para revelarles a todos la razón de su presencia en ese idílico lugar y pronunciar ante ellos la palabra póstuma en una contundente e inolvidablemente solemnísima despedida solar.
La despedida solar pulsa una sola cuerda chejoviana de este conato de melodrama relacional-verbal que oscila entre el patricio cine de prosa a lo Éric Rohmer y el ultrasobrio cine platicado del sudcoreano estático estético Hong Sang-soo (sobre todo En otro país 12 ya con Huppert interpretando a una alter ego suya), pero el deliberado y señorial rechazo del inclasificable film a todo patetismo remite en todo momento/memento e incidente a las Largas vacaciones (00), el viaje multicontinental con que el agonizante documentalista holandés Van der Keuken se autoagasajó para despedirse del mundo en grande, con la diferencia que aquí todos los continentes se reducen a un solo adánico-edénico pueblo-santuario y todos los tiempos se concentran en un solo día y en un prodigioso continuum fotográfico etéreo (del lusitano Rui Poças), o al Aún no has oído nada (12), el penúltimo opus fílmico de Resnais sobre dos piezas negras de Anouilh, con aquella encerrona-simulacro de todos los deudos antes del fallecimiento del mismísimo muerto, siempre distante y desgarradoramente sereno.
La despedida solar reclama cual insignes momentos privilegiados el encabronamiento de la moderadamente narcisista Frankie negada tanto a la autoconmiseración como a la esperanza pero llevada por enésima ocasión a una fuente de aguas milagrosas hasta con lamentoso guía que recita leyendas-patraña, el remanso emocional hallado al azar por la estrella disponible por excepción en la fiesta de cumpleaños al aire libre de una ingenuaefusiva admiradora fanática octogenaria, el desdén furioso de Paul a un collar de 40 mil euros, los contrapuntos vitales que protagoniza en la playa soberbia la adolescente encantadoramente frágil e inquieta Maya con un espontáneo noviecito surfista portugués, y aquellos instantes trascendentales de Frankie tocando a Schubert o Debussy al piano, soltando frases contundentes (“Por favor no me llores”) y citas cultas sin referente preciso (“Encuéntralo antes de que tengas que buscarlo”: ¿de Valéry o Breton?), dentro del egregio retrato amorosamente delineado por esta obra maestra de la sutileza y la decantación concisa.
La despedida solar no intenta reconstruir la historia de una vida a través de sus ecos encarnados-diseminados en tres generaciones de criaturas semifrustradas, ni tomar por asalto una indefinible conducta o sensibilidad especial, ni denunciar a la mujer famosa como lisiada afectiva a lo Ingmar/Ingrid Bergman (Sonata de otoño 78), sino de reintegrar y reproducir inductiva/deductivamente la estructura de una existencia en la huella dramatizable de sus obsesiones y asideros residuales en el enjambre de relaciones que ha engendrado, y que la siguen, la acompañan hasta en lo más hondo, la rodean, la determinan, la definen y en cierta forma también la limitan y asfixian.
Y la despedida solar culmina con la apoteótica-antiapoteótica secuencia de la gran revelación inaudible pero esperada y clínicamente previsible de Frankie ante su séquito afectivo al que ha convocado en la pedregosa punta de una colina, una secuencia sin misterio y tácita que comienza con una vista de la jamás anciana en atuendo rojo divisada por los binoculares de su exmarido Michel, describe ya en objetivo el acceso a la cúspide y de pronto se disgrega en sublimes planos en alejamiento extremo para lanzar y oír con el máximo pudor el silencioso do de pecho de la actriz inmarcesible, acogiendo exacto en el despunte del crepúsculo su ofrenda vital en puntos suspensivos, punto por punto, punto sin retorno aunque reversible de la cumbre, punto luminoso del ocaso y esos puntos suspensivos con que se había escrito y palpitaba el relato sin que nadie se diera cuenta apenas, a duras penas latiendo con una dignidad delicada, inmóvil e innombrable.
FOTO: Frankie fue nominada a la Palma de oro enel Festival de Cine de Cannes 2019./ Especial
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